Va a estar bueno Buenos Aires
Por Estela Calvo*
(para la Tecl@ Eñe)
Ilustración: Carlos Gorrianera
“El mundo roto”
Los medios de comunicación en general, poco o nada dicen de las vicisitudes que vienen sufriendo muchas instituciones culturales de la ciudad de Buenos Aires. Y es esa masa de información impura, espesa y oscura que baja por Internet, pero que agua lleva, la que trae los rumores imposibles de acallar de lo que en tantos lugares sucede.
Falta de pago a los actores del Complejo Teatral Buenos Aires y a los talleristas de los Centros Culturales Barriales, eliminación de talleres al principio de la actual gestión, falta de inversión, mantenimiento y preservación de los espacios teatrales, demoras en la programación, clausura del Centro Cultural del Sur por falta de reparación y mantenimiento, desactivación del anfiteatro del Parque Alberdi por las mismas razones, desplazamiento de los vecinos que activamente trabajaron en la recuperación del Cine Teatro 25 de Mayo de Villa Urquiza, desalojos violentos de centros y espacios culturales populares autogestivos y un largo etcétera, son testimonio ¿vivo? de las políticas culturales del Gobierno de la ciudad que parecieran apuntar a la destrucción de cuanto se ha logrado construir y sostener en épocas en que tal vez, la sed de consumo de bienes materiales y de éxitos económicos no le había ganado al hambre de símbolos, a la necesidad de expresión y de creación.
Se podría pensar que la destrucción apunta a los constructos de una cultura popular considerada “baja” en oposición a una cultura académica ligada a las bellas artes, el pensamiento abstracto y a la concepción clásica y apolínea de la belleza, perfecta y pura, alejada de las anfractuosidades de la vida cotidiana del pueblo y sus producciones, consideradas manchas de la cultura antes que aspectos o modalidades de la misma.
“Quién va a pagar todo esto”
Falta de pago a los actores del Complejo Teatral Buenos Aires y a los talleristas de los Centros Culturales Barriales, eliminación de talleres al principio de la actual gestión, falta de inversión, mantenimiento y preservación de los espacios teatrales, demoras en la programación, clausura del Centro Cultural del Sur por falta de reparación y mantenimiento, desactivación del anfiteatro del Parque Alberdi por las mismas razones, desplazamiento de los vecinos que activamente trabajaron en la recuperación del Cine Teatro 25 de Mayo de Villa Urquiza, desalojos violentos de centros y espacios culturales populares autogestivos y un largo etcétera, son testimonio ¿vivo? de las políticas culturales del Gobierno de la ciudad que parecieran apuntar a la destrucción de cuanto se ha logrado construir y sostener en épocas en que tal vez, la sed de consumo de bienes materiales y de éxitos económicos no le había ganado al hambre de símbolos, a la necesidad de expresión y de creación.
Se podría pensar que la destrucción apunta a los constructos de una cultura popular considerada “baja” en oposición a una cultura académica ligada a las bellas artes, el pensamiento abstracto y a la concepción clásica y apolínea de la belleza, perfecta y pura, alejada de las anfractuosidades de la vida cotidiana del pueblo y sus producciones, consideradas manchas de la cultura antes que aspectos o modalidades de la misma.
“Quién va a pagar todo esto”
Pero no. El desguace del Teatro Colón y su conversión vía “Master Plan” en una sala receptora de producciones, básicamente extranjeras, en una sala de alquiler para distintos eventos, artísticos y culturales o de otra naturaleza, empresariales, por ejemplo, al mejor estilo shopping, anuncian que la única cultura que se vislumbra para estos administradores es, por así decirlo, la cultura del dinero. Y si hace falta en la consecución de ese objetivo mayor, superior y primordial que es la ganancia económica, destruir un aparato cultural o transformarlo hasta la pérdida de sus características esenciales, bienvenido sea el sacrificio.
El Teatro Colón va en camino de dejar de ser –si no ha sucedido ya- la impresionante usina cultural que fue alguna vez. Según informaciones que circulan, provenientes de distintas fuentes, donde estaban los camarines funcionará una confitería. Estos camarines, ubicados a un piso del escenario –cerca, muy cerca, por la obvia necesidad de cambiarse rápidamente para volver a escena- pasarán del segundo nivel al tercer subsuelo. Dos confiterías nuevas, 4 salas VIP –para recibir a visitantes importantes, que no son, naturalmente, los artistas: músicos, cantantes, bailarines, actores, regisseurs, directores, etc.- , dos nuevos “gift shops” –tiendas de regalos- y salas de conferencias y exposiciones -no está de más señalar que la recuperada sala del Teatro 25 de Mayo fue utilizada para presentar en su momento a Jorge “Fino” Palacios como Jefe de la Policía Metropolitana- Todo ello en reemplazo de vestuarios, camarines, salas de ensayo, entre ellas la de la orquesta filarmónica; de todas las aulas del Instituto Superior de Arte donde se dictaban distintos cursos y carreras relativos a la producción artística del Teatro; de baños, duchas, direcciones históricas, archivos, biblioteca, oficinas de prensa,, peluquería, zapatería, sastrería, taller de música escénica, depósito de filmación… elementos alineados y organizados en su momento en función de la creación artística, hoy trasladados, algunos, no se sabe adonde y otros, sin que siquiera se defina si tendrán una nueva localización. Eso sin contar con la destrucción y/o desaparición de parte del patrimonio histórico del teatro –libros, escenografías, vestuarios- y de su maravillosa acústica, que lo hizo uno de los más famosos y estimados de mundo.
Todo parece indicar que un siglo y medio de cultura habrá sido convertido en escombros…y no por una bomba enemiga en el escenario de una invasión, como sucediera poco tiempo ha, con muchos de los tesoros artísticos de la lejana y misteriosa Bagdad, sino por los representantes elegidos por el pueblo para administrar de la mejor manera posible los bienes públicos. Cosa extraña, la ciudad no parece advertir la catástrofe…
Un artista lírico del Teatro, cantante, personal del Colón desde 1973, es invitado a Francia para dar clases magistrales en tres conservatorios de aquel país. A su vuelta, en Junio de este año, lo recibe una intimación del gobierno de la ciudad para iniciar los trámites jubilatorios.
Tres artistas del teatro, egresadas de la carrera de regie del ISA, en funciones artísticas en el teatro –una de ellas invitada en 2008 a trabajar en la Opera de Niza, otra llamada para coordinar la Opera de Cámara y dirigir varias óperas en ese año- fueron transferidas al Ministerio de Salud para realizar tareas en diferentes hospitales o centros de salud.
Quizás todo esto sea parte de la “disolución de diversas áreas del Teatro” dispuesta por la Resolución Nº 1224 – EATC – MHGC/09 y por la cual “corresponde instrumentar la reubicación de los agentes que prestaban servicios en dichas áreas, a efectos de preservar las fuentes de trabajo” y que “con el objeto de que el personal indicado en el Anexo I pueda reinsertarse en diversas áreas del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, es necesario evaluar sus capacidades y perfiles profesionales a fin de llevar adelante una eficaz política en materia de recursos humanos”. Los agentes a reubicar son una lista de 278 que figuran en el Anexo I de la citada resolución y que son transferidos al Instituto Superior de la Carrera del Gobierno de la CABA creado en 2007, donde aparentemente serán evaluados para reubicarlos de acuerdo a sus capacidades y perfiles…
Tal vez nuestro coliseo mayor como suele decirse, sea víctima de su propia historia y no tenga otra alternativa que repetirla. Creado en 1857, el primer Teatro Colón estaba localizado en el ámbito de la Plaza de Mayo. En 1888 se decidió construir allí la sede del Banco Nación y se adjudicó al teatro, el solar de Cerrito y Viamonte. Puesta la piedra fundamental en 1890, se esperaba inaugurarlo en 1892, para la celebración del cuarto centenario del Descubrimiento de América. Pero pasaron casi veinte años antes de que tal inauguración pudiera tener lugar. El tiempo ha pasado y un siglo después de ese segundo comienzo, el poderoso caballero Don Dinero vuelve a ser quien determina su destino –entonces un banco, ahora una especie de Shopping con alguna atracción musical, tal vez- y nuevamente, el centenario a celebrar lo encuentra cerrado y con oscuras perspectivas de reapertura en el futuro.
“Contrapunto”
El Teatro Colón va en camino de dejar de ser –si no ha sucedido ya- la impresionante usina cultural que fue alguna vez. Según informaciones que circulan, provenientes de distintas fuentes, donde estaban los camarines funcionará una confitería. Estos camarines, ubicados a un piso del escenario –cerca, muy cerca, por la obvia necesidad de cambiarse rápidamente para volver a escena- pasarán del segundo nivel al tercer subsuelo. Dos confiterías nuevas, 4 salas VIP –para recibir a visitantes importantes, que no son, naturalmente, los artistas: músicos, cantantes, bailarines, actores, regisseurs, directores, etc.- , dos nuevos “gift shops” –tiendas de regalos- y salas de conferencias y exposiciones -no está de más señalar que la recuperada sala del Teatro 25 de Mayo fue utilizada para presentar en su momento a Jorge “Fino” Palacios como Jefe de la Policía Metropolitana- Todo ello en reemplazo de vestuarios, camarines, salas de ensayo, entre ellas la de la orquesta filarmónica; de todas las aulas del Instituto Superior de Arte donde se dictaban distintos cursos y carreras relativos a la producción artística del Teatro; de baños, duchas, direcciones históricas, archivos, biblioteca, oficinas de prensa,, peluquería, zapatería, sastrería, taller de música escénica, depósito de filmación… elementos alineados y organizados en su momento en función de la creación artística, hoy trasladados, algunos, no se sabe adonde y otros, sin que siquiera se defina si tendrán una nueva localización. Eso sin contar con la destrucción y/o desaparición de parte del patrimonio histórico del teatro –libros, escenografías, vestuarios- y de su maravillosa acústica, que lo hizo uno de los más famosos y estimados de mundo.
Todo parece indicar que un siglo y medio de cultura habrá sido convertido en escombros…y no por una bomba enemiga en el escenario de una invasión, como sucediera poco tiempo ha, con muchos de los tesoros artísticos de la lejana y misteriosa Bagdad, sino por los representantes elegidos por el pueblo para administrar de la mejor manera posible los bienes públicos. Cosa extraña, la ciudad no parece advertir la catástrofe…
Un artista lírico del Teatro, cantante, personal del Colón desde 1973, es invitado a Francia para dar clases magistrales en tres conservatorios de aquel país. A su vuelta, en Junio de este año, lo recibe una intimación del gobierno de la ciudad para iniciar los trámites jubilatorios.
Tres artistas del teatro, egresadas de la carrera de regie del ISA, en funciones artísticas en el teatro –una de ellas invitada en 2008 a trabajar en la Opera de Niza, otra llamada para coordinar la Opera de Cámara y dirigir varias óperas en ese año- fueron transferidas al Ministerio de Salud para realizar tareas en diferentes hospitales o centros de salud.
Quizás todo esto sea parte de la “disolución de diversas áreas del Teatro” dispuesta por la Resolución Nº 1224 – EATC – MHGC/09 y por la cual “corresponde instrumentar la reubicación de los agentes que prestaban servicios en dichas áreas, a efectos de preservar las fuentes de trabajo” y que “con el objeto de que el personal indicado en el Anexo I pueda reinsertarse en diversas áreas del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, es necesario evaluar sus capacidades y perfiles profesionales a fin de llevar adelante una eficaz política en materia de recursos humanos”. Los agentes a reubicar son una lista de 278 que figuran en el Anexo I de la citada resolución y que son transferidos al Instituto Superior de la Carrera del Gobierno de la CABA creado en 2007, donde aparentemente serán evaluados para reubicarlos de acuerdo a sus capacidades y perfiles…
Tal vez nuestro coliseo mayor como suele decirse, sea víctima de su propia historia y no tenga otra alternativa que repetirla. Creado en 1857, el primer Teatro Colón estaba localizado en el ámbito de la Plaza de Mayo. En 1888 se decidió construir allí la sede del Banco Nación y se adjudicó al teatro, el solar de Cerrito y Viamonte. Puesta la piedra fundamental en 1890, se esperaba inaugurarlo en 1892, para la celebración del cuarto centenario del Descubrimiento de América. Pero pasaron casi veinte años antes de que tal inauguración pudiera tener lugar. El tiempo ha pasado y un siglo después de ese segundo comienzo, el poderoso caballero Don Dinero vuelve a ser quien determina su destino –entonces un banco, ahora una especie de Shopping con alguna atracción musical, tal vez- y nuevamente, el centenario a celebrar lo encuentra cerrado y con oscuras perspectivas de reapertura en el futuro.
“Contrapunto”
Así las cosas, no es entonces una concepción de la cultura ligada a los procesos de producción de las elites lo que domina el accionar de estos grupos. Es la determinación de una política de neto sesgo económico y de una economía divorciada de toda eticidad cultural. De la misma manera que sucede con la ciudad o con la tierra. Desde una tal perspectiva, será obvio el desprecio por la creatividad de los sectores populares. El intento –y en parte la concreción- de desmantelamiento y/o descuido de los centros culturales barriales o la baja en el presupuesto del Carnaval porteño, por ejemplo, así como los violentos desalojos de algunos lugares autogestivos, hablan a las claras del desvalor que se asigna a las posibilidades culturales que se tramitan por fuera de las academias y de los lugares avalados y confirmados por ellas.
Pero al mismo tiempo, un río caudaloso, ruidoso, ancho y extenso brota desde las profundidades amorfas y densas y crece llevándose a su paso las múltiples fronteras, barreras, muros, paredones de contención que se levantan desde las esferas del poder. Es la prepotencia de la pasión y del trabajo que se impone, avanzando por fuera de los canales tradicionales, con organización autogestiva y algún aporte de los subsidios que sea posible conseguir. Con fuerza incontenible se despliega un inmenso arco de expresiones artísticas, de las cuales las teatrales y musicales son, tal vez, las más visibles. Crecen por todas partes, brotan del suelo en cada barrio: Almagro, Abasto, Villa Crespo, Palermo, San Telmo, Boedo, la Boca… clausuran la espera de lo posible y se lanzan con los elementos disponibles, un galpón, un ph, la calle, una plaza, un semáforo, el subte y pueblan la ciudad de un caleidoscopio carnavalesco que genera un aire fresco y pleno de una energía potente y nueva. Y los 119 teatros más los 102 espacios culturales relevados recientemente por un Mapa de Teatro, no cubren seguramente, la totalidad de lo existente.
En ese tumultuoso avance, los centros culturales barriales del GCBA, ofrecen un abanico de opciones en el marco de un programa de educación no formal. Son lugares populares donde los que tienen alguna inclinación artística pero no las condiciones vitales para encarar una formación académica exclusiva o de largo plazo, encuentran en la familiaridad y la cercanía de su propio barrio, herramientas directas, simples y adecuadas para dar expresión a sus necesidades creativas, a sus sentimientos frente al mundo y al descubrimiento de sus propios talentos. Esas expresiones no pocas veces crecen hasta alcanzar niveles de envergadura, además de dar una oportunidad subjetiva para la consumación de la alegría.
Este brotar del suelo no es otra cosa que la condición misma de la cultura, tomándola en la línea del pensamiento de Rodolfo Kusch, desde el suelo hacia arriba, donde cultura supone un suelo en el que obligadamente se habita y habitar un lugar significa que no se puede ser indiferente ante lo que allí ocurre. Lo que hacemos como pueblo o como sujeto colectivo con lo que ocurre en nuestro propio suelo, abarcando desde las producciones artísticas hasta los modos de hablar y de comunicarnos, de hacer y resolver las cuestiones simples y cotidianas de la vida, he ahí la cultura. Es así que se llena de signos y símbolos el mundo y con eso cubrimos la indigencia originaria y logramos un domicilio para no estar demasiado desnudos y desvalidos.
Tanto los objetos culturales refinados como los que nacen de un sistema popular de imágenes cumplen la función de dar sentido a la existencia, de cobijarnos en ella. Por eso la necesidad de que el Teatro Colón siga siendo el gestor de puestas musicales que recuperen y movilicen las obras universales transformándolas en y con elementos de nuestro propio universo. Pero también la necesidad de los centros culturales barriales y del apoyo concreto a los espacios culturales autogestivos, que tomen lo que surge de las raíces populares y lo movilicen en aras de una creación cultural propia, de una lengua en donde ser hablados y habitados por nuestras palabras.
Cuando el Estado no cumple esa función de facilitar, canalizar, y gestionar la producción cultural del pueblo, se convierte en un predador. Por suerte la cultura popular, esa que brota del suelo, a pesar de todo, resiste.
Referencias.-
“Opera entre confiterías y gift shops”, por Alejandro Cruz, diario La Nación. 9/11/2008
Carta de un cantante, de Mario Solomonoff de circulación por Internet.
“Tres artistas del Colón que ahora deberán trabajar en hospitales”, por Eduardo Slusarczuk. Nota diario Clarín 13/5/2009
“La peor hora del teatro Colón” por Mempo Giardinelli, Página 12 24/6/2009
Guía Mapa del Teatro, Año 1, Nº 3, Oct a Dic 2009.
Cadenas de mails titulados “Va a estar cerrado Buenos Aires”.
“Reflexión sobre la cultura”, Rodolfo Kusch, en Cultura y Política, Año 1, Nº 3, Junio de 2002.
Pero al mismo tiempo, un río caudaloso, ruidoso, ancho y extenso brota desde las profundidades amorfas y densas y crece llevándose a su paso las múltiples fronteras, barreras, muros, paredones de contención que se levantan desde las esferas del poder. Es la prepotencia de la pasión y del trabajo que se impone, avanzando por fuera de los canales tradicionales, con organización autogestiva y algún aporte de los subsidios que sea posible conseguir. Con fuerza incontenible se despliega un inmenso arco de expresiones artísticas, de las cuales las teatrales y musicales son, tal vez, las más visibles. Crecen por todas partes, brotan del suelo en cada barrio: Almagro, Abasto, Villa Crespo, Palermo, San Telmo, Boedo, la Boca… clausuran la espera de lo posible y se lanzan con los elementos disponibles, un galpón, un ph, la calle, una plaza, un semáforo, el subte y pueblan la ciudad de un caleidoscopio carnavalesco que genera un aire fresco y pleno de una energía potente y nueva. Y los 119 teatros más los 102 espacios culturales relevados recientemente por un Mapa de Teatro, no cubren seguramente, la totalidad de lo existente.
En ese tumultuoso avance, los centros culturales barriales del GCBA, ofrecen un abanico de opciones en el marco de un programa de educación no formal. Son lugares populares donde los que tienen alguna inclinación artística pero no las condiciones vitales para encarar una formación académica exclusiva o de largo plazo, encuentran en la familiaridad y la cercanía de su propio barrio, herramientas directas, simples y adecuadas para dar expresión a sus necesidades creativas, a sus sentimientos frente al mundo y al descubrimiento de sus propios talentos. Esas expresiones no pocas veces crecen hasta alcanzar niveles de envergadura, además de dar una oportunidad subjetiva para la consumación de la alegría.
Este brotar del suelo no es otra cosa que la condición misma de la cultura, tomándola en la línea del pensamiento de Rodolfo Kusch, desde el suelo hacia arriba, donde cultura supone un suelo en el que obligadamente se habita y habitar un lugar significa que no se puede ser indiferente ante lo que allí ocurre. Lo que hacemos como pueblo o como sujeto colectivo con lo que ocurre en nuestro propio suelo, abarcando desde las producciones artísticas hasta los modos de hablar y de comunicarnos, de hacer y resolver las cuestiones simples y cotidianas de la vida, he ahí la cultura. Es así que se llena de signos y símbolos el mundo y con eso cubrimos la indigencia originaria y logramos un domicilio para no estar demasiado desnudos y desvalidos.
Tanto los objetos culturales refinados como los que nacen de un sistema popular de imágenes cumplen la función de dar sentido a la existencia, de cobijarnos en ella. Por eso la necesidad de que el Teatro Colón siga siendo el gestor de puestas musicales que recuperen y movilicen las obras universales transformándolas en y con elementos de nuestro propio universo. Pero también la necesidad de los centros culturales barriales y del apoyo concreto a los espacios culturales autogestivos, que tomen lo que surge de las raíces populares y lo movilicen en aras de una creación cultural propia, de una lengua en donde ser hablados y habitados por nuestras palabras.
Cuando el Estado no cumple esa función de facilitar, canalizar, y gestionar la producción cultural del pueblo, se convierte en un predador. Por suerte la cultura popular, esa que brota del suelo, a pesar de todo, resiste.
Referencias.-
“Opera entre confiterías y gift shops”, por Alejandro Cruz, diario La Nación. 9/11/2008
Carta de un cantante, de Mario Solomonoff de circulación por Internet.
“Tres artistas del Colón que ahora deberán trabajar en hospitales”, por Eduardo Slusarczuk. Nota diario Clarín 13/5/2009
“La peor hora del teatro Colón” por Mempo Giardinelli, Página 12 24/6/2009
Guía Mapa del Teatro, Año 1, Nº 3, Oct a Dic 2009.
Cadenas de mails titulados “Va a estar cerrado Buenos Aires”.
“Reflexión sobre la cultura”, Rodolfo Kusch, en Cultura y Política, Año 1, Nº 3, Junio de 2002.
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