¿Una asignatura pendiente?
Por Rubén Américo Liggera*
(para La Tecl@ Eñe)
Ilustración: Clorindo Testa
Aprender de la experiencia propia
Quisiera permitirme iniciar esta nota con una experiencia personal: hace exactamente veinte años, en 1989, en medio de una formidable crisis económica y social, tuve la osadía de fundar Horizonte de Cultura. Una publicación trimestral que sostuvimos hasta 1994.
Decíamos en el editorial de ese número inicial: ”A poco de andar el lector advertirá nuestros propósitos: un proyecto cultural desde nosotros mismos (…) aspiramos a ser representantes de nuestra comunidad, a reelaborar sus pautas culturales, a ser comunicadores eficaces, a brindar la posibilidad de expresión para nuestros creadores y estudiosos. Que haya un horizonte límpido frente a sus ojos (…) Por todo lo dicho, creemos no ser presuntuosos si nos despedimos hasta el próximo invierno”
Durante sucesivas estaciones publicamos a poetas, escritores y ensayistas de la ciudad y todo el país. Ilustres desconocidos, promisorios y aunque parezca mentira, también grandes figuras. Fue una revista plural, amplia, integradora. Al llegar al 5º aniversario, en un a especie de balance, editorializamos: ”Creemos que todo parte de una ´decisión política´: qué autores y qué géneros deberían privilegiarse, qué aspectos deberían tratarse, etc. Por lo tanto, si observamos lo que editan los suplementos de los grandes diarios, por dar un ejemplo, veremos que es muy pobre su estudio, la publicación de obras de autores nacionales y mucho menos, del interior del país”. Toda una definición. Y enumerábamos los logros alcanzados: publicamos a escritores noveles y a consagrados, realizamos un interesante intercambio cultural, creamos una red de relaciones, convocamos a concursos en poesía, cuento y ensayo, ilustramos las páginas de Horizonte con trabajos de artistas plásticos, grabadores y dibujantes, creamos un Centro de Estudios Regionales y Nacionales(CERyN), una editorial, realizamos cursos y talleres. Visto a la distancia, en un breve lapso de tiempo, lideramos una movida cultural más que interesante desde una pequeña ciudad del interior bonaerense como es Junín.
No tuvimos ningún apoyo estatal. Nos financiábamos con la ayuda de verdaderos mecenas, amigos que nos daban sus avisos publicitarios sabiendo que eran para un medio de llegada limitada. Sin embargo, generosamente, cada tres meses, allí estaban.
¿Qué rescatamos de esta experiencia? Sin dudas: las ganas, el entusiasmo y el tesón puesto en la empresa. El apoyo incondicional de amigos y lectores. También, una vez fuera de circulación, lamentablemente, lo único que nos traía el correo ¡eran las facturas de agua y luz!
En una oportunidad, intentamos el apoyo de una fundación privada: no lo logramos. Del gobierno local, a los apurones y sin mucha convicción, solamente obtuvimos una declaración de interés municipal como para cumplir.
¿Qué hubiera pasado si hubiéramos recibido algún subsidio estatal? Seguramente hubiéramos trabajado con mayor tranquilidad, sin patear la calle para conseguir el dinero para pagar la imprenta, el franqueo, etc. ¿Hubiéramos permanecido más tiempo? No podríamos saberlo. A lo mejor sí. Quizás no. En todo caso, el motivo no hubiera sido el apremio económico. ¿Cómo habríamos encarado hoy semejante proyecto? Sin duda de la historia siempre se aprende: lo mismo pero distinto. Sirva esta breve historia como introducción al tema por el que fuéramos convocados.
Economía, sociedad y cultura
Como acabamos de ver, la producción artística y cultural -en Argentina y en todas partes- se origina de cualquier manera y a pesar de todo; las profundas crisis y los resurgimientos lo demuestran. Ahora bien, la cuestión es qué pasa después, cómo llega al ciudadano, cuál es el vehículo más apropiado, en qué condiciones, con qué requisitos.
Existen muchos esfuerzos individuales que se suman a los aportes privados y por supuesto, a la acción estatal.
En distintos períodos de nuestra historia y desde los recientes ´90 –y a partir de la dictadura genocida del ´76-l a noción de Estado y sus alcances fueron puestos en duda por el neoliberalismo. ¿Debe el Estado retirarse del fomento cultural y dejarlo todo en manos de la gestión privada? ¿Es la cultura una mercancía más para consumir por parte de los “incluidos” o un bien para la sociedad toda? Sobre estas dos concepciones acerca del Estado gira nuestro razonamiento. El neoliberalismo al acecho pugna por un modelo de sociedad donde prima el esfuerzo individual y su recompensa. En esa especie de darwinismo social muchos quedarán afuera del mundo del trabajo y sus consecuencias: sin salario no hay salud, ni educación ni mucho menos, acceso a los bienes culturales que serán exclusivos para cierta minoría. Por el contrario, los modelos económicos nacionales y populares, aspiran a la inclusión social y cultural: trabajo para todos, justicia distributiva, acceso a la educación y a la cultura. Distintos períodos históricos revelan de qué manera fue resuelta esta cuestión, por eso es una tensión social hoy en día resignificada y rediscutida hasta el cansancio. Aún no hemos logrado implantarlo de manera estable y sostenida en el tiempo; los dos “modelos” pugnan por imponerse: desarrollo económico nacional autónomo y democracia popular o subdesarrollo agro exportador dependiente y democracia formal restringida. No es un tema menor la tarea que día a día nos convoca a la reflexión y a la acción.
Resuelta la cuestión del “rumbo” económico y social deberemos definir luego qué hacemos en el campo de la cultura. Hay prioridades. Sin duda alimentación, vestido, vivienda y educación serán una dedicación inmediata. Sin embargo, al mismo tiempo, con los recursos disponibles también iremos resolviendo de qué manera se eficientiza la acción estatal en la cultura.
Los creadores -perdón por la autodefinición- nos planteamos a menudo cuál es el vínculo de nuestra tarea con la sociedad y el Estado. Nos preguntamos: ¿Por qué y para quién lo hacemos? ¿Por vanidad personal o por deseos de ser amados por nuestros compatriotas? ¿Para grupos reducidos y educados para la recepción o para la amplia mayoría? ¿Deberemos renunciar a nuestros principios ideológicos y estéticos y producir obras de “menor calidad”? ¿Permaneceremos fieles a nuestras ideas y seremos eternamente ininteligibles para el pueblo? ¿Deberemos autofinanciarnos? ¿Recurriremos a mecenas privados? ¿Despreciaremos el apoyo estatal? ¿El Estado deberá intervenir decididamente? ¿Deberá promocionar a sus creadores, multiplicar los bienes culturales, acercarlos a los ciudadanos subsidiados o gratuitamente?
Hacia una mirada estratégica del Estado
Hoy en día coexisten la cultura popular y la elitista; los esfuerzos individuales, la gestión privada y la intervención del Estado a través del Fondo Nacional de las Artes, la Secretaría de Cultura, la CONABIP, el INCAA, etc. Ahora bien, ¿son suficientes? ¿Alcanzan para satisfacer las necesidades sociales? ¿Es igual en la Ciudad Autónoma- plena de ofertas para todos los gustos- que el interior profundo? (Sabemos que la riqueza económica nacional y la expansión demográfica se concentran en un radio de 300 kilómetros con centro en el puerto. Por lo tanto, los recursos disponibles y la demanda social se expanden del centro a la periferia. Cosas que tienen que ver con la parición conflictiva del país.)
Personalmente creemos que cada municipalidad, los gobiernos provinciales y el Estado Nacional no deben permanecer ajenos. Por el contrario, la cultura -entendida como toda producción humana que incluye a la considerada “cultura superior”, oportuno aclararlo- es una cuestión de Estado. Por lo tanto, su función en ese sentido será fundamental. Y los artistas, músicos, cineastas, escritores, actores, cantantes, etc. no deberíamos tener prejuicios. Si es una cuestión de Estado va bastante más allá de los gobiernos de turno, pensemos como pensemos. Deberá ser una política inclusiva, amplia, que acepte la diversidad, que se haga presente en todos los rincones de la Nación. Si un gobierno provincial necesita aportes extras para la cultura, allí se hará presente el Estado Nacional. Y lo mismo el estado provincial con un municipio.
En última instancia, los bienes culturales tienen que ver con la identidad de un pueblo, su genio particular, su valoración como tal: única, diferente. Y de esa manera será reconocida por el resto del mundo. La cultura universal no es más que una suma de diversas manifestaciones humanas. Ni mejores ni peores: diferentes.
El Estado deberá ser el intermediario entre el artista y la sociedad. Porque las creaciones artísticas y culturales deberán ser estimuladas, financiadas y subsidiadas por el Estado; también, deberá facilitar su acceso, garantizar su apreciación y disfrute por parte de la sociedad toda.
Los agentes privados y organizaciones de la sociedad serán eficaces colaboradores en esta tarea. Editores, productores, curadores, etc. también contribuyen al engrandecimiento cultural del país. Y muchas veces, a costa de su propio patrimonio. Si obtienen ganancias, viven y reinvierten en la próxima obra, el próximo libro, la próxima puesta, el próximo festival, ¡en hora buena!
Lo mismo se espera de universidades, sindicatos, fundaciones, ONG, sociedades de fomento, clubes barriales, asociaciones civiles sin fines de lucro, cooperativas, etc.
Como vemos: Estado, privados y organizaciones de la sociedad tras un mismo objetivo. Aún a pesar de las distintas visiones e intereses que pudieran tener. El todo por sobre lo particular. La cultura nacional y la cultura latinoamericana tienen que ver con un origen, un presente y un destino común. La Nación Argentina deberá profundizar su integración en la región más allá de lo económico. Bregamos por un mercado común social y cultural. (Y eso que los argentinos venimos de los barcos…)
Por lo tanto, por ninguna razón, nadie deberá mirar desde afuera. Todos deberemos sentirnos involucrados en el quehacer educativo y cultural. Aunque de coyuntura, anhelamos que una nueva Ley de Medios Audiovisuales de tratamiento parlamentario por estos días contribuya a la producción local.
Pero sin lugar a duda, el papel de garante corresponde al Estado. Es irrenunciable como en otros aspectos políticos, económicos y sociales.
¿Es una asignatura pendiente? Tal vez. Nunca nos conformamos. Pretendemos más compromiso, más presencia y más recursos por parte del Estado para contar con más convocatorias a concursos, más ediciones, más ferias, más festivales, más retrospectivas, más homenajes, más estímulo a jóvenes artistas, más memoria, más futuro.
Nunca más el “Estado ausente”. Si hemos aprendido de la experiencia histórica lejana o reciente, estaremos todos en la misma trinchera.
* Poeta. En Junín, Buenos Aires, Octubre de 2009
e-mail: rliggera@hotmail.com
Quisiera permitirme iniciar esta nota con una experiencia personal: hace exactamente veinte años, en 1989, en medio de una formidable crisis económica y social, tuve la osadía de fundar Horizonte de Cultura. Una publicación trimestral que sostuvimos hasta 1994.
Decíamos en el editorial de ese número inicial: ”A poco de andar el lector advertirá nuestros propósitos: un proyecto cultural desde nosotros mismos (…) aspiramos a ser representantes de nuestra comunidad, a reelaborar sus pautas culturales, a ser comunicadores eficaces, a brindar la posibilidad de expresión para nuestros creadores y estudiosos. Que haya un horizonte límpido frente a sus ojos (…) Por todo lo dicho, creemos no ser presuntuosos si nos despedimos hasta el próximo invierno”
Durante sucesivas estaciones publicamos a poetas, escritores y ensayistas de la ciudad y todo el país. Ilustres desconocidos, promisorios y aunque parezca mentira, también grandes figuras. Fue una revista plural, amplia, integradora. Al llegar al 5º aniversario, en un a especie de balance, editorializamos: ”Creemos que todo parte de una ´decisión política´: qué autores y qué géneros deberían privilegiarse, qué aspectos deberían tratarse, etc. Por lo tanto, si observamos lo que editan los suplementos de los grandes diarios, por dar un ejemplo, veremos que es muy pobre su estudio, la publicación de obras de autores nacionales y mucho menos, del interior del país”. Toda una definición. Y enumerábamos los logros alcanzados: publicamos a escritores noveles y a consagrados, realizamos un interesante intercambio cultural, creamos una red de relaciones, convocamos a concursos en poesía, cuento y ensayo, ilustramos las páginas de Horizonte con trabajos de artistas plásticos, grabadores y dibujantes, creamos un Centro de Estudios Regionales y Nacionales(CERyN), una editorial, realizamos cursos y talleres. Visto a la distancia, en un breve lapso de tiempo, lideramos una movida cultural más que interesante desde una pequeña ciudad del interior bonaerense como es Junín.
No tuvimos ningún apoyo estatal. Nos financiábamos con la ayuda de verdaderos mecenas, amigos que nos daban sus avisos publicitarios sabiendo que eran para un medio de llegada limitada. Sin embargo, generosamente, cada tres meses, allí estaban.
¿Qué rescatamos de esta experiencia? Sin dudas: las ganas, el entusiasmo y el tesón puesto en la empresa. El apoyo incondicional de amigos y lectores. También, una vez fuera de circulación, lamentablemente, lo único que nos traía el correo ¡eran las facturas de agua y luz!
En una oportunidad, intentamos el apoyo de una fundación privada: no lo logramos. Del gobierno local, a los apurones y sin mucha convicción, solamente obtuvimos una declaración de interés municipal como para cumplir.
¿Qué hubiera pasado si hubiéramos recibido algún subsidio estatal? Seguramente hubiéramos trabajado con mayor tranquilidad, sin patear la calle para conseguir el dinero para pagar la imprenta, el franqueo, etc. ¿Hubiéramos permanecido más tiempo? No podríamos saberlo. A lo mejor sí. Quizás no. En todo caso, el motivo no hubiera sido el apremio económico. ¿Cómo habríamos encarado hoy semejante proyecto? Sin duda de la historia siempre se aprende: lo mismo pero distinto. Sirva esta breve historia como introducción al tema por el que fuéramos convocados.
Economía, sociedad y cultura
Como acabamos de ver, la producción artística y cultural -en Argentina y en todas partes- se origina de cualquier manera y a pesar de todo; las profundas crisis y los resurgimientos lo demuestran. Ahora bien, la cuestión es qué pasa después, cómo llega al ciudadano, cuál es el vehículo más apropiado, en qué condiciones, con qué requisitos.
Existen muchos esfuerzos individuales que se suman a los aportes privados y por supuesto, a la acción estatal.
En distintos períodos de nuestra historia y desde los recientes ´90 –y a partir de la dictadura genocida del ´76-l a noción de Estado y sus alcances fueron puestos en duda por el neoliberalismo. ¿Debe el Estado retirarse del fomento cultural y dejarlo todo en manos de la gestión privada? ¿Es la cultura una mercancía más para consumir por parte de los “incluidos” o un bien para la sociedad toda? Sobre estas dos concepciones acerca del Estado gira nuestro razonamiento. El neoliberalismo al acecho pugna por un modelo de sociedad donde prima el esfuerzo individual y su recompensa. En esa especie de darwinismo social muchos quedarán afuera del mundo del trabajo y sus consecuencias: sin salario no hay salud, ni educación ni mucho menos, acceso a los bienes culturales que serán exclusivos para cierta minoría. Por el contrario, los modelos económicos nacionales y populares, aspiran a la inclusión social y cultural: trabajo para todos, justicia distributiva, acceso a la educación y a la cultura. Distintos períodos históricos revelan de qué manera fue resuelta esta cuestión, por eso es una tensión social hoy en día resignificada y rediscutida hasta el cansancio. Aún no hemos logrado implantarlo de manera estable y sostenida en el tiempo; los dos “modelos” pugnan por imponerse: desarrollo económico nacional autónomo y democracia popular o subdesarrollo agro exportador dependiente y democracia formal restringida. No es un tema menor la tarea que día a día nos convoca a la reflexión y a la acción.
Resuelta la cuestión del “rumbo” económico y social deberemos definir luego qué hacemos en el campo de la cultura. Hay prioridades. Sin duda alimentación, vestido, vivienda y educación serán una dedicación inmediata. Sin embargo, al mismo tiempo, con los recursos disponibles también iremos resolviendo de qué manera se eficientiza la acción estatal en la cultura.
Los creadores -perdón por la autodefinición- nos planteamos a menudo cuál es el vínculo de nuestra tarea con la sociedad y el Estado. Nos preguntamos: ¿Por qué y para quién lo hacemos? ¿Por vanidad personal o por deseos de ser amados por nuestros compatriotas? ¿Para grupos reducidos y educados para la recepción o para la amplia mayoría? ¿Deberemos renunciar a nuestros principios ideológicos y estéticos y producir obras de “menor calidad”? ¿Permaneceremos fieles a nuestras ideas y seremos eternamente ininteligibles para el pueblo? ¿Deberemos autofinanciarnos? ¿Recurriremos a mecenas privados? ¿Despreciaremos el apoyo estatal? ¿El Estado deberá intervenir decididamente? ¿Deberá promocionar a sus creadores, multiplicar los bienes culturales, acercarlos a los ciudadanos subsidiados o gratuitamente?
Hacia una mirada estratégica del Estado
Hoy en día coexisten la cultura popular y la elitista; los esfuerzos individuales, la gestión privada y la intervención del Estado a través del Fondo Nacional de las Artes, la Secretaría de Cultura, la CONABIP, el INCAA, etc. Ahora bien, ¿son suficientes? ¿Alcanzan para satisfacer las necesidades sociales? ¿Es igual en la Ciudad Autónoma- plena de ofertas para todos los gustos- que el interior profundo? (Sabemos que la riqueza económica nacional y la expansión demográfica se concentran en un radio de 300 kilómetros con centro en el puerto. Por lo tanto, los recursos disponibles y la demanda social se expanden del centro a la periferia. Cosas que tienen que ver con la parición conflictiva del país.)
Personalmente creemos que cada municipalidad, los gobiernos provinciales y el Estado Nacional no deben permanecer ajenos. Por el contrario, la cultura -entendida como toda producción humana que incluye a la considerada “cultura superior”, oportuno aclararlo- es una cuestión de Estado. Por lo tanto, su función en ese sentido será fundamental. Y los artistas, músicos, cineastas, escritores, actores, cantantes, etc. no deberíamos tener prejuicios. Si es una cuestión de Estado va bastante más allá de los gobiernos de turno, pensemos como pensemos. Deberá ser una política inclusiva, amplia, que acepte la diversidad, que se haga presente en todos los rincones de la Nación. Si un gobierno provincial necesita aportes extras para la cultura, allí se hará presente el Estado Nacional. Y lo mismo el estado provincial con un municipio.
En última instancia, los bienes culturales tienen que ver con la identidad de un pueblo, su genio particular, su valoración como tal: única, diferente. Y de esa manera será reconocida por el resto del mundo. La cultura universal no es más que una suma de diversas manifestaciones humanas. Ni mejores ni peores: diferentes.
El Estado deberá ser el intermediario entre el artista y la sociedad. Porque las creaciones artísticas y culturales deberán ser estimuladas, financiadas y subsidiadas por el Estado; también, deberá facilitar su acceso, garantizar su apreciación y disfrute por parte de la sociedad toda.
Los agentes privados y organizaciones de la sociedad serán eficaces colaboradores en esta tarea. Editores, productores, curadores, etc. también contribuyen al engrandecimiento cultural del país. Y muchas veces, a costa de su propio patrimonio. Si obtienen ganancias, viven y reinvierten en la próxima obra, el próximo libro, la próxima puesta, el próximo festival, ¡en hora buena!
Lo mismo se espera de universidades, sindicatos, fundaciones, ONG, sociedades de fomento, clubes barriales, asociaciones civiles sin fines de lucro, cooperativas, etc.
Como vemos: Estado, privados y organizaciones de la sociedad tras un mismo objetivo. Aún a pesar de las distintas visiones e intereses que pudieran tener. El todo por sobre lo particular. La cultura nacional y la cultura latinoamericana tienen que ver con un origen, un presente y un destino común. La Nación Argentina deberá profundizar su integración en la región más allá de lo económico. Bregamos por un mercado común social y cultural. (Y eso que los argentinos venimos de los barcos…)
Por lo tanto, por ninguna razón, nadie deberá mirar desde afuera. Todos deberemos sentirnos involucrados en el quehacer educativo y cultural. Aunque de coyuntura, anhelamos que una nueva Ley de Medios Audiovisuales de tratamiento parlamentario por estos días contribuya a la producción local.
Pero sin lugar a duda, el papel de garante corresponde al Estado. Es irrenunciable como en otros aspectos políticos, económicos y sociales.
¿Es una asignatura pendiente? Tal vez. Nunca nos conformamos. Pretendemos más compromiso, más presencia y más recursos por parte del Estado para contar con más convocatorias a concursos, más ediciones, más ferias, más festivales, más retrospectivas, más homenajes, más estímulo a jóvenes artistas, más memoria, más futuro.
Nunca más el “Estado ausente”. Si hemos aprendido de la experiencia histórica lejana o reciente, estaremos todos en la misma trinchera.
* Poeta. En Junín, Buenos Aires, Octubre de 2009
e-mail: rliggera@hotmail.com
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