10 julio 2009

Alfredo Grande/La Columna Grande/Buena Praxis Genocida

BUENA PRAXIS GENOCIDA

Escribe Alfredo Grande


“la impunidad no es solamente la ausencia de castigo sino propiciar el delito”
(aforismo implicado)


(para La Tecl@ Eñe)


Las instituciones son creaciones culturales que intentan construir soluciones. Algunas, en su devenir histórico, se especializan en inventar problemas. Muchos de ellos, insolubles. La impunidad, no ya como huella, sino como marca cicatrizal, es una de las premisas culturales de este orden predador que llamamos cultura represora. La impunidad es uno de los legados culturales del saqueo originario, que empieza con los “adelantados” y se continúa, sin transición, con las adelantadas transnacionales. No hay impunidad frente al saqueo: hay saqueo porque hay impunidad. Es decir: es un don del victimario, una dádiva que la divinidad, del tipo que sea, entrega a los elegidos para construir reinos encontrados para la mayor gloria de los paraísos perdidos. Enterrada la causa de la Triple A, huevo de la serpiente del terrorismo de estado (en realidad, con algunas serpientes que salieron del huevo antes del 24 de marzo del 76) sin cárcel el cura Grassi (por cierto, cura no curable) y otras exquisiteces para el refinado paladar de la democracia, es momento de pensar que las sombras largas del genocidio se disipan a costa de los nuevos soles del fascismo vernáculo. Fascismo que es la impunidad total y absoluta al Poder. Y a todos los poderes: la familia, la escuela, la sexualidad, la religión, el trabajo. Los crímenes de guerra, si las guerras son fascistas, son impunes. Pero la impunidad no es solamente, aunque también, la ausencia de castigo. Es la presencia terrorífica de que, aquello que fuera convocado para sembrar muerte y locura, puede ser nuevamente despertado cuando algún poder contrariado lo decida. Cuidarse es perseguirse un poco, y no pocas veces, los paranoicos tienen razón. También entre victimarios hay daños colaterales. Algún individuo puede caer, pero solamente para salvar a la especie. Predadores que ocupan los diferentes parques jurásicos que organizan la “carta de intención social”. No podemos hablar ya de contrato. Como en las “ladrilleras” en Córdoba, la esclavitud volvió para quedarse. ¿Condenar a un esclavista en la Grecia de Pericles? ¿O en la Argentina de Macri?. Por eso se usa el código penal para juzgar más a víctimas que a victimarios. Si la denominada “seguridad nacional” es una praxis, luego que fuera establecido un plan sistemático de aniquilación por parte de las fuerzas armadas conjuntas, todos sus integrantes desde el primer momento son culpables, coparticipes necesarios o cómplices. No hay que demostrar en particular lo que ya es sentencia firme en general. Y por lo tanto patrimonio cultural, político y jurídico de la argentinidad al palo. Son los acusados los que deben demostrar que NO han estado involucrados en las atrocidades por las cuales son denunciados. Esto se denomina en los juicios por mala praxis “inversión de la prueba”. Estos juicios por la buena praxis genocida deberían instruirse de la misma manera. Hay presunción de culpabilidad mientras no se demuestre lo contrario. Pero que lo demuestren ellos, para impedir otra de las formas de la impunidad que es la “victimización permanente”. En el juicio por el asesinato de Floreal Avellaneda, la Jueza le preguntó a la increíblemente valiente Iris, madre del “negrito”: ¿recuerda a que hora la picaneaban? Solo le faltó preguntar la marca de la picana, si era made in usa o en Taiwán. La victimizaciòn permanente es la continuación del genocidio por otros medios, y tiene su extremo límite en Julio Jorge Lopez. Los otros medios, como enseñara Clausewitz para la continuidad guerra – política, son mucho más refinados que la bestialidad de las botas. A veces hasta son validados por los votos. (bussi, patti, ruckauf, sobisch, rico y otros) Sin la inversión de la prueba, los juicios contra los represores tendrán siempre un efecto boomerang sobre las víctimas. Es la mecánica del denominado debido proceso, que a veces es una versión atenuada de la obediencia debida. Importa mas las garantías procesales para los victimarios, que el daño moral, psicológico y material que sufrieron las víctimas. ¿Cómo se puede cuantificar o cualificar el efecto devastador que tiene en madre y padre saber que un hijo murió empalado? La diferencia entre responsabilidad y culpa se diluye. Y acá también opera la impunidad con su macabro “algo habrán hecho”. Lo único, lo mejor, lo más noble que hizo el “negrito” fue la militancia juvenil comunista. Murió como el cacique Caupolicán, que murió empalado sin entregar a sus hermanos araucanos. Pero la devastación de todo un grupo familiar no es juzgada. Robar un libro de un super es delito: robar bibliotecas enteras es apenas un procedimiento. Batallar contra todos los efectos de la cultura represora es una tarea de varias generaciones. O sea: de ésta generación que deberá no solamente pasar la antorcha libertaria, sino volver a prenderla para que no se apague nunca más


Junio 2009