10 julio 2009

Mirta Vázquez de Teitelbaum/Reflexiones/ Los enigmas del Poder

Los enigmas del poder

Por Mirta Vázquez de Teitelbaum
(para La Tecl@ Eñe)


La primera pregunta que me sugiere el título es acerca del plural.
Para abordarla tomaré la clasificación de Lacan[1] de los tres registros que conforman la realidad subjetiva: el simbólico, el imaginario y el real.
Si se piensa el poder como el dominio sobre otro estamos en el registro imaginario y en el terreno de la agresividad y el narcisismo. Pero las palabras ejercen también su poder simbólico en tanto que el poder de muerte es real.
La dialéctica del amo y el esclavo sostenida por Hegel nos ubica en el tiempo en que el poder sobre la vida de los esclavos era real. Nosotros detectamos hoy nuevas formas de sostener dicho poder sometiendo a personas indefensas a condiciones miserables de vida así como al peligro de muerte.
En la reciente historia de Occidente hubo una figura que detentaba el poder: el ama de casa. Inclusive se la identificaba como profesión en documentos públicos.
La identificación de las mujeres a este significante se mantuvo hasta los años 60 momento en que entraron masivamente al mundo del trabajo hasta ese momento ocupado mayoritariamente por varones.
La mujer ama de casa atendía su hogar bajo la égida del amor pero establecía reglas a marido, hijos y personal de servicio si lo había con el fin de organizar la familia. Las solteras, muchas veces, cumplían este rol con sus padres ancianos, tío o abuelos. Era la figura del amo bueno, que disponía en cierta medida de la vida de los otros para ponerla al servicio de la casa primero y de la comunidad después.
Los hombres encontraban en ella, a diferencia del ama de llaves, la tranquilidad para desentenderse de lo que acontecía diariamente en su entorno familiar ya que la casa era “cosa de mujeres” lo que le permitía salir a la lucha por la vida que “era cosa de hombres”.
Como se ve la diferencia sexual establecía roles que si bien no eran fijos dejaban a la mujer ejerciendo su poder como dueña de su casa.
Con el cambio social señalado este lugar de la mujer se modifica. No obstante queda algo ligado a su función maternal que vuelve a otorgarle cierto poder: “instilar”, en el decir de Lacan, la lengua. La lengua primera, hecha de esbozos significantes, la lengua llamada materna es transmitida fundamentalmente por la madre. Los arrullos, los tonos de voz, los juegos primeros son aún parte de su dominio del que el niño no puede sustraerse.
Un film basado en un cuento de Carlos Rivas, escritor gallego, se titula la Lengua de las mariposas y nos indica el poder de la madre aún sobre los sentimientos y actos de un niño grande.
Este es el poder que señala Humpty-Dumpty en Alicia en el País de las Maravillas diciéndole que el amo es el dueño de las palabras.
La alienación significante de un sujeto a la lengua con la que es hablado dependerá de muchos factores pero el lugar de la madre tiene una incidencia fundamental al comienzo.
El arte tiene el poder de conmover nuestra existencia, de remitirnos nuevamente a un nacimiento ya que nos deja un tanto a su merced. La obra de un artista concita un goce que puede llegar a replantearnos nuestra posición y modificar nuestro pensamiento. El poder del arte como el de las palabras es a veces sutil pero puede ejercer una verdadera transformación en el otro. La obra de arte en tanto aparece como un objeto novedoso nos remite a la situación primera, mítica y fundante donde se viene a imprimir la lengua materna.
En cada sujeto hace una combinatoria y toma su forma particular de hablar y, por ende, de gozar. Por ello hay artistas comprendidos mucho después del momento de producción de su obra, como si nos hablaran en un idioma del que no podemos apropiarnos y otros que no consiguen lograr que el goce de la creación sea transmisible.
Me parece que allí radica no “los” sino “el” enigma. La pregunta que dirige mi investigación en Aiap: ¿qué es lo que hace que, en cada época, haya algunos considerados artistas que logran hacer que su goce particular represente y se encuentre con el goce de otros?
Si el poder fuera un enigma encontraría un desciframiento. Los políticos, los sociólogos, los analistas, los filósofos se encargan de eso. El artista más bien cifra su goce en su producto y lo entrega. Más que descifrar un enigma resta una pregunta: ¿llegará a destino?

Mirta Vázquez de Teitelbaum


[1] Jacques Lacan. Escritos I y II. Editorial Siglo XXI. 1966