17 diciembre 2009

Economía/ Sin soluciones fáciles/Juan Kornblihtt

Sin soluciones fáciles

Por Juan Kornblihtt

(investigadores del CEICS-RyR)
(para La Tecl@ Eñe)

Ante cada suba de la Bolsa, reaparece la esperanza de que se trate sólo de una crisis pasajera. De que el fantasma del ’30 sea tan sólo eso, un fantasma que asuste, pero que ayude a los gobiernos a tomar decisiones rápidas y acertadas, no como en aquel entonces. Sin embargo, los datos más evidentes ponen serias objeciones a este optimismo. El historiador Barry Eichengreen ha realizado una comparación simple, pero muy clarificadora. Las caídas del comercio mundial, la producción y el valor de las acciones bursátiles fueron más rápidas en estos primeros meses de la crisis 2008-2009 que en el crack del 30.[1] Un evento de tal magnitud ya no debe, por lo tanto, analizarse como un problema coyuntural ni de fácil resolución.

El desencadenante

La explosión de la burbuja de hipotecas en los EE.UU. disparó la crisis. La expansión de la economía estadounidense se sostuvo, en los últimos años, con endeudamiento. Por un lado, la deuda externa que crecía (y crece) a ritmo sostenido. Por el otro, la hogareña. La clave de este último factor era la expansión de las hipotecas. A pesar de que la productividad y la competividad de la industria yanqui estaban estancadas (como lo demostraba su cada vez menor participación en el mercado mundial), los hogares mantuvieron una tasa de consumo muy alta, por encima de su capacidad. Como el precio de las casas subía, cualquier propietario podía hipotecarla, incluso más de una vez, sin necesidad de tener una capacidad de pago realSe esperaba que, aun siendo insolventes los dueños, se podría recuperar la hipoteca vendiendo la casa.
Sin embargo, esta suba de precios de las casas no estaba acompañada por un alza real en el valor de las mismas. El resultado fue un derrumbe en el precio de las casas quedando en claro que las hipotecas nunca se iban a pagar.
Así estalló la crisis hipotecaria, empezando por los bancos que prestaban a los hogares más pobres (el llamado “subprime”). Pero no se detuvo allí, y rápidamente se evidenció que todos los bancos tenían de alguna forma u otra parte de sus activos puestos en el negocio de las hipotecas. Incluso por fuera de los EE.UU. A su vez, la dificultad bancaria se expresó en una veloz contracción del crédito tanto a nivel local como a escala internacional, que impactó en la industria.
El hecho de que todo haya estallado por el lado de las finanzas hace creer que se trata de una crisis financiera que tiene un efecto externo sobre la producción. Lo que esta interpretación en boga no resuelve es por qué se expandió la burbuja inmobiliaria en primer lugar.

No es una crisis financiera

Como decíamos antes, la industria no estimulaba el crecimiento en la economía yanqui, lo cual se evidenciaba en una creciente balanza comercial deficitaria. La razón de esta debilidad de la industria es la que explica el porqué aparece una masa de capital que no tiene base real. La idea de que las finanzas y la industria funcionan como dos ámbitos separados o aún peor, que las finanzas le quitan recursos a la industria en forma parasitaria, pierde de vista la unidad de la reproducción del capital.
La riqueza en el capitalismo es fruto de la producción de plusvalía que se obtiene mediante la explotación del trabajo. Los capitalistas no se apropian en forma directa de la misma, sino que compiten por ella tanto al interior de su misma rama como con empresas de otras ramas. En dicha competencia aquellos capitales con mayor productividad, es decir con una mayor proporción de maquinaria sobre el trabajo humano (o en términos técnicos “composición orgánica del capital”) logran apropiarse de una plusvalía extraordinaria, gracias a que producen mercancías por debajo del precio de producción. Al hacerlo, provocan que otros capitales fluyan hacia esa rama deprimiendo los precios e igualando las tasas de ganancia.
Este movimiento no se hace automáticamente, sino que requiere de un flujo de plusvalía anticipada para invertir. Dicho anticipo proviene de las finanzas. Este funcionamiento de las finanzas podemos llamarlo “normal”. Pero cuando la producción de riqueza empieza a mostrar problemas, el capital financiero sirve para taparlos. Sobre la base de ganancias futuras, éste sigue prestando o estimulando las Bolsas, los fondos o el mercado inmobiliario. Esta expansión, aunque la ganancia real no exista, permite que todo siga funcionando. Se trata de una “ficción real”. “Ficción” porque está todo basado en ganancias futuras que no existen y “real” porque permite que la acumulación de capital siga funcionando. De hecho con los créditos hipotecarios ficticios, las familias estadounidenses compraron casas y autos “reales”. El problema surgió cuando se hizo evidente que la acumulación de capital real no podría pagar la ficción. En ese momento estalló una doble crisis. Por el lado financiero, se hizo evidente la insolvencia de los prestamistas. Por el lado de la industria, se hizo evidente que el consumo, ya sea de otras empresas, ya sean los hogares, sería mucho menor al pensado. Se expresó así una crisis de sobreproducción.
Ahora bien, ¿por qué se produjo una expansión del capital ficticio? El problema reside, como dijimos, en la producción de riqueza real. Una forma de saber qué pasa allí es ver la tasa de ganancia. Si observamos su evolución, observamos que luego de la crisis del 70 esta comienza una recuperación muy lenta, en forma reptante. La caída de la tasa de ganancia se da porque la propia expansión del capital obliga a una mayor incorporación de tecnología (como dijimos, aumento de la composición orgánica de capital). La fuerte expansión post Segunda Guerra Mundial llegó a un límite en los 70. La recuperación de la tasa de ganancia requiere un doble proceso. Por un lado que se destruya capital sobrante para que de esta forma cada empresa individual apropie una mayor masa de ganancia. Por el otro, un fuerte aumento de la tasa de explotación, para así extraer más plusvalía. Ambos procesos se vienen sucediendo desde los 70 bajo la forma del llamado “neoliberalismo”. Es decir ataque a las condiciones laborales, y destrucción de los capitales más débiles mediante la eliminación de barreras de protección nacional. Sin embargo, la magnitud no fue suficiente. Para darse una idea, la recuperación de la crisis del 30 requirió de la Segunda Guerra Mundial: la destrucción de casi todo el capital europeo y la eliminación física de millones de obreros. Con lo terrible que han sido las últimas décadas, no ha sido suficiente para relanzar la acumulación de capital. El resultado: la tasa de ganancia se expande en forma muy lenta.[2] Sin embargo, esto ha sido encubierto por la expansión del capital ficticio. Pero cada explosión del mismo pone en evidencia los límites de la recuperación actual.

Planes que no curan

El planteamiento de que la crisis es financiera va en relación directa con las soluciones propuestas por los diferentes gobiernos y sobre todo con la ilusión de que el Estado puede solucionar el problema. La idea es que hay que sanear el sistema, ponerle nuevas regulaciones y de esta forma todo volverá a la normalidad. El problema, dicen, es que se especuló demasiado en lugar de invertir. Por lo tanto, la solución pasa por volver a la industria. Con esta idea de fondo, se defienden los planes para, por un lado salvar a los bancos mediante la nacionalización, y por el otro los paquetes de salvataje a las industrias como la automotriz.
El planteo es que si se estimula el crédito que desapareció por culpa de la explosión de la burbuja financiera, el consumo y la industria volverán a la normalidad. La idea detrás de esos planes es que no hay un problema en la generación de riqueza. Por lo tanto “reparando” el sistema financiero, todo se solucionaría. Por supuesto al invertir las causas se invierte la solución, resultando entonces en más y mayores problemas.
El Estado para actuar debe poder recaudar o producir su plusvalía mediante sus empresas. Con la crisis, las fuentes de riqueza se reducen. De hecho, los planes se efectúan sobre la base de un fuerte aumento del déficit fiscal, es decir, mediante el endeudamiento del Estado. A la vez que el Estado ve reducir sus ingresos y gasta más aumentando el déficit, la plata que emite va a parar a empresas que no están en condiciones de relanzar su acumulación de capital, porque la caída de la tasa de ganancia no se ha solucionado. En lugar de remedio se está echando más leña al fuego. Si la crisis estalló porque se otorgaron créditos e hipotecas a hogares insolventes, ahora se le está entregando miles de millones de dólares a empresas y bancos en quiebra. Esa es la razón por la que pese a las multimillonarias intervenciones de los estados en todo el mundo, la producción y el comercio siguen cayendo.
Con todo, en los EE.UU., la crisis no se ha tornado todavía fiscal, porque cuentan con la ventaja única de emitir la moneda de reserva mundial: el dólar. Esto les permite seguir consiguiendo financiamiento externo para sus planes. De hecho, pese a la contracción del PBI y de todas las actividades, los bonos del Tesoro de los EE.UU. siguen aumentando su valor. Los EE.UU. saben que pueden seguir emitiendo deuda aunque no puedan pagarla porque en caso de que se empiece a reclamar su pago, ellos tienen la potestad de devaluar el billete verde y de esta forma trasladar el problema hacia los acreedores. En gran medida es por esto que todavía nadie se anima a deshacerse de sus dólares y el mundo, en particular China, siguen financiando a los EE.UU. De empezar una corrida contra el dólar, los primeros damnificados serían los mismos que necesitan propiciarla porque sus reservas están en papeles que no tienen valor.
En definitiva con la expansión del gasto fiscal no se está solucionando el problema sino trasladándolo del sector financiero al Estado. Lo que estamos observando con el sostenido aumento de los déficit fiscales es que, aún sin haber terminado de explotar la burbuja financiera, se está creando una burbuja estatal. Pero ahora, su estallido provocará una crisis ya no sólo económica sino política.

El mito del desacople

Apenas estalló la crisis, diferentes economistas señalaron que con políticas de control financiero y protección comercial, los países podrían zafarla. Los datos de la creciente caída de Europa, la contracción de la acumulación de capital en China e India, la crisis en Europa del Este y la quiebra de Islandia e Irlanda entre otros, puso en cuestionamiento esta idea. De a poco se fue abandonando la idea de desacople, reemplazándola por la de contagio, echándole una vez más la culpa al sector financiero. El argumento es que el problema está en la interrelación entre los sistemas bancarios internacionales y la falta de control a nivel nacional. La solución propuesta es que se desarrollen entes reguladores a nivel mundial y a escala nacional. Una vez más esta explicación y esta solución propuesta no ataca los problemas de fondo. La crisis se da de forma global no por un contagio, sino porque la acumulación de capital es mundial de hecho. La producción de plusvalía se encuentra, por lo tanto, en problemas en forma global.
China es presentada como la muestra de una economía centrada en la producción que estaría capacitada para impulsar una expansión de la economía global. Sin embargo, cuando se observa sobre qué base se sustenta la expansión del gigante asiático, se ve que éste le vende el grueso de su producción a los EE.UU. Como vimos, la capacidad de compra de los estadounidenses está dada por el endeudamiento de los hogares vía hipotecas y por la deuda externa. Gran parte de la deuda externa está en manos chinas. Por lo tanto los EE.UU. le compran a China con plata prestada por sus vendedores. Sí, aunque suene ridículo, en cierta forma China se compra a sí misma. Por lo tanto una contracción en la acumulación de capital en los EE.UU. pondrá en cuestión la acumulación de capital en China. A su vez el crecimiento chino explica la fuerte expansión en la demanda de commodities (minerales, cereales y petróleo). En los últimos años permitió una expansión fuerte de la renta que generó la ilusión del posible desarrollo nacional de los países productores, entre ellos la Argentina. Sin embargo, como se ve desde que estalló la crisis, dichos precios empezaron a caer. Terminando con la ilusión de que la crisis será sólo en los países centrales.

Guerra y revolución

El carácter global de la crisis y su origen en las contradicciones más profundas del modo de producción capitalista (la no recuperación de la tasa de ganancia), ponen en cuestión cualquier solución que no apunte a una recuperación fuerte de la tasa de ganancia. Como ya explicamos, esto implica destruir capital sobrante y un ataque a la clase obrera para aumentar la explotación. El carácter global de la crisis muestra, como ya se evidenció en la cumbre del G20, que los Estados comenzarán a enfrentarse unos a otros para intentar pasarse los problemas. En particular, los EE.UU. al tener la potestad de manejar el dólar pueden licuar su deuda externa y al mismo tiempo provocar la quiebra de los estados que tienen sus reservas en dólares. Por supuesto, dicha potestad lejos está de poder ejecutarse en forma pacífica. Una acción de este estilo generará por supuesto la respuesta de los damnificados, con China a la cabeza.
En definitiva, lo que estamos viendo es que el ciclo de expansión sobre capital ficticio que empezó en los 70 está llegando a un punto de no retorno, al transformarse en un problema estatal en el corazón mismo del sistema. Una crisis política llevará a enfrentamientos entre las potencias y ataques a la clase obrera. Pero también, y sobre todo, a una incapacidad creciente de las burguesías nacionales de sostener sus estados. Frente a este escenario de disputas en la clase dominante, la clase obrera se verá obligada a la acción tanto para resistir los ataques, pero también para pasar a la ofensiva. Es cuestión de construir una herramienta para que dicha acción encuentre una dirección adecuada que pueda otorgar una respuesta ante un escenario de miseria y muerte. Para ser exitoso ese programa no puede apostar a soluciones parciales, porque el problema es general. Por lo tanto, debe necesariamente ser revolucionario.

Nota: para un análisis detallado de los procesos aquí sintetizados recomendamos ver la Sección Crisis en la página web http://www.razonyrevolucion.org.ar/ en la cual encontrará notas de los autores y de otros investigadores del CEICS sobre el tema.






[1] Eichengreen, B. and K.H. O'Rourke. 2009. “A Tale of Two Depressions.” En proceso de elaboración, tomado de www.sinpermiso.info
[2] Para una medición de la tasa de ganancia ver: Moseley, Fred: “Teoría marxista de la crisis y la economía de posguerra de los EE.UU.” en Razón y Revolución 14.

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