15 marzo 2010

Dri Rubén/ Informe Juventud y aturdimiento

Juventud sin horizontes: Odiseas y contextos
por Rubén Dri*
(para La Tecl@ Eñe)
Ilustración: F. Bacon
“La juventud, en el buen sentido de la palabra, cree tener alas y que todo lo justo y cierto espera su llegada tempestuosa, va a ser conformada por ella, o, al menos, va a ser liberado por ella”, así presenta Ernst Bloch a la juventud. Pero “si la juventud coincide, sobre todo, con una época revolucionaria, con un giro de los tiempos, y si la mentira no le ha puesto en la cabeza sobre los hombros, como hoy acontece tan a menudo en occidente, entonces es cuando sí que sabe lo que significa el sueño hacia delante”.

La infancia es la primera etapa de la odisea que comienza a realizar el sujeto, etapa en la cual puede decirse que propiamente no es sujeto, es decir, no está puesto, en sentido hegeliano, o en acto como diría Aristóteles. Es un sujeto en-sí, inmerso en el ámbito familiar, protegido y al mismo tiempo enclaustrado en ese ámbito. Para realizarse necesariamente debe salir de ese ámbito, romper el cascarón.

Cunado lo haga experimentará de manera alternativa y contradictoria, el desgarro de la ruptura, la angustia de la desprotección y la alegría desbordante de la libertad iluminada por el horizonte abierto a sus proyectos. Es una etapa pletórica de vida y, como tal, de contradicciones. De las efusiones más entusiastas pasará a los momentos de noche y amargura, hasta encontrar el derrotero por donde transitará su odisea.

Ese derrotero no es el de la conformidad, el del acomodamiento, sino el de la apertura del horizonte hacia nuevos mundos. Todo está por hacer. El mundo lo estaba esperando, las cosas deben hacerse de otro modo. Es el momento de la utopía desbordante que encuentra la manera de irse realizando con proyectos que calan en la realidad.

Es el momento en que se da cuenta que no está solo, que nunca lo estuvo, que siempre estuvo con otros, y que esos otros constituyen una sociedad organizada en un Estado, el cual a su vez se encuentra en un continente que forma parte de un mundo conformado por otras tantas sociedades y Estados.

Se encuentran, en consecuencia, dos odiseas que se entrecruzan y condicionan mutuamente, la del individuo y la de la sociedad, la del individuo y la del mundo. En otras palabras, se trata de la odisea del individuo en su contexto. El horizonte de la odisea del individuo se encuentra con el horizonte de la odisea del contexto, porque éste también está formado por sujeto como lo es el individuo.

Ahora bien, el contexto, o sea, el mundo con el que se encuentra el individuo puede encontrarse en un momento de transformaciones profundas, revolucionarias, o de aparente quietud conformista. Puede ser un momento de apertura, de creatividad, de avances políticos, culturales, sociales, de represión y censura o de aplanamiento, burocratización y conformismo.

El horizonte que presente el contexto no dejará de influir en la odisea del sujeto en cuestión. No se trata de determinismo sino de condicionamiento. Tanto el sujeto individual influye en el contexto, como éste en aquél. El ámbito de realización del sujeto es el que le presenta el contexto. Nadie puede realizarse fuera del mismo, pero no necesariamente en su conformidad.

Los individuos que accedían a su etapa juvenil en la segunda mitad de los 60 y en la primera de los 70 se encontraban con el horizonte del contexto abierto para las más exaltantes y osadas transformaciones. No había nubarrones en su horizonte, sino el azul que invitaba a escalar montañas, navegar a velas desplegadas, participar como protagonistas en la construcción de un mundo nuevo florido y soleado.

Fue esa una década que la podemos situar de 1966, cuando se instala la dictadura de Onganía hasta 1976 cuando, mediante el enésimo golpe de Estado se hace con el poder el trío genocida formado por Videla, Massera y Agosti, máximos jefes de las tres armas. Los jóvenes esa década no sólo amaban profundamente la vida, sino que la expresaban de mil maneras, la festejaban, y luchaban para acrecentarla, transformando las estructuras de dominación.

Una explosión de vida circulaba por todas las venas y arterias del país. Vida desbordante que pasaba por encima de todos los obstáculos. Los que desde siempre habían monopolizado el poder, esparciendo la muerte vieron el peligro para sus propios intereses por el florecer de tanta vida, y determinaron su destrucción. Los militares fueron los encargados de tamaña tarea.

Es que se encontraban dos juventudes, dos aperturas, dos momentos de máxima creatividad, el de los individuos que accedían a la juventud y el del contexto que vivía su propia juventud. Se repetía analógicamente el contexto del Renacimiento europeo y el nacimiento del joven que en forma espléndida describe Hegel en la Fenomenología del espíritu.

El espléndido panorama de las décadas del 60 y del 70 se oscureció en forma terrorífica en las jornadas de “noche y niebla” protagonizadas por las Fuerzas Armadas que perpetraron el más horroroso genocidio de los últimos tiempos en nuestro país. De ese oscurecimiento pareció que se salía con los gobiernos democráticos, pero no sólo no fue así, sino que finalmente volvió el oscurecimiento, aunque nunca en forma tan terrible como bajo al dictadura militar genocida.

Y así llegamos al 2010. ¿Cómo es hoy el horizonte del contexto con el que se encuentran los individuos que transitan la etapa juvenil de su odisea? Es el contexto de un mundo ahogado completamente por lo que Adorno denominó la “industria cultural”, potenciada hasta límites increíbles por la invasión tecnológica que logró que el sistema de dominación y embrutecimiento penetrase en todos los rincones de la vida humana, haciendo desparecer todo límite entre lo público y lo privado.

Es el reino de los “medios de comunicación” que, en realidad, se han transformado en los medios de “incomunicación”. Expresan y potencian el clima generado a fines de la década del 80 y principios del 90 que se sintetiza en nombres como “pensamiento único”, “posmodernidad”, fin de las ideologías, de las utopías, de la historia, en una palabra, cierre de todo horizonte de transformación posible.

¿Qué hacer entonces? ¿Cómo puede la prepotencia de vida juvenil abrirse paso hacia su realización? “La industria cultural”, dice Adorno, “es perversa, pero no como Babel pecadora, sino como catedral de la alta diversión”. Televisión con sus múltiples canales, celulares con la parafernalia más sofisticada, periódicos y revistas, propuestas de diversión a todo ritmo.

El eterno presente. Nada hay más allá del presente. Todo debe ser vivido allí, en este momento. “El principio del sistema”, continúa Adorno, “ordena presentar todas las necesidades como susceptibles de ser satisfechas por la industria cultural, más, por otra parte, organizar previamente esas mismas necesidades de tal forma que en ellas se experimente a sí mismo sólo como eterno consumidor, como objeto de la industria cultural”.

El desborde de vida que en la juventud pugna por transformar la realidad, gira en el vacío. Nada que valga la pena, nada que la convoque para una empresa transformadora. Pero esa vida tiene que gastarse. La industria cultural tiene la solución. En efecto, allí están las fiestas con alcohol, droga y música atronadora que impide toda posibilidad de comunicación.

Buenos Aires, 2 de marzo de 2010

*Filósofo, teólogo y ensayista

1 comentario:

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