07 julio 2011

Literatura y Política/Un recorrido/Por Estela Calvo

LITERATURA Y POLITICA: Un recorrido.


En qué sentido, política y literatura tienen alguna cercanía? Política y literatura quedan en una juntura inseparable desde que hay una literatura que, en sus modos de apropiación y uso del lenguaje, deviene opción por lo propio, americano, argentino.


Por Estela Calvo*
(para La Tecl@ Eñe)




¿En que sentido, política y literatura tienen alguna cercanía, un punto de unión, un espacio en común? Al decir de Saramago, el trabajo literario es una cosa y la política es otra, aunque pueda este trabajo literario, sin dejar de serlo, ser a la vez también un trabajo político; “pero lo que yo no hago, y eso lo saben los lectores, es utilizar la literatura para hacer política”. No se trata, de acuerdo con Saramago, en usar la literatura para hacer política, pero ¿en qué consiste lo político en literatura y cómo se percibe cuál es la opción política que subyace en un texto literario?
En el Facundo, texto en el cual Sarmiento intenta mostrar cómo la naturaleza del hombre local era un obstáculo para la deseable instalación de la civilización europea en estas tierras, anota, sin embargo, que si un destello de literatura nacional puede brillar momentáneamente en las nuevas sociedades americanas, es el que resultará de la descripción de las grandiosas escenas naturales, y sobre todo de la lucha entre la civilización europea y la barbarie indígena, entre la “inteligencia y la materia”. Notablemente, eso que había que eliminar de América para imponer la “civilización”, es lo que abriría la posibilidad de una literatura nuestra.
Echeverría ha logrado llamar la atención del mundo literario español con La Cautiva, piensa Sarmiento, porque agregó algo, a diferencia de los que escribiendo con maestría clásica nada sumaban al caudal de nociones europeas. Es decir que, sólo “se agrega algo” cuando se habla de lo propio, con la propia voz. Paradojalmente, Sarmiento que advierte esa condición, pretende, al mismo tiempo, sustituir la fuerza y la originalidad nativas -sustrato de la “barbarie”-, por la “civilización” europea.
Cuando Jauretche enumera las Zonceras Argentinas, ubica a esta oposición Civilización –Barbarie, como “la madre que las parió a todas”. Y hace notar que la idea no fue desarrollar América según América, incorporando los elementos de la civilización moderna y así enriquecer la cultura propia con el aporte externo asimilado, sino que se intentó crear Europa en América destruyendo lo indígena, visualizado como obstáculo para el crecimiento cultural, definido al modo europeo y no según América. Esto implicó la incomprensión de lo nuestro preexistente como hecho cultural o mejor dicho, se lo entendió como hecho anticultural, lo que llevó a concluir que todo hecho propio, por serlo, era bárbaro, y todo hecho ajeno, importado, por serlo, era civilizado. Civilizar fue, entonces, negar, por “bárbara”, a América para afirmar a Europa, la civilizada. Fue derogar la naturaleza de las cosas para sustituirla por otra.
Y sin embargo, Sarmiento reconoce que si alguna literatura nacional puede haber, es en aquellas letras que parten de esa naturaleza, salvaje, primitiva, indígena, bárbara… aberrante, o que la contienen y la expresan.
Esto viene a cuento de que esta oposición levantada por Sarmiento a niveles de eje principal del drama nacional, sin lugar a dudas marcó a fuego toda la producción de ideas en la Argentina y hasta engendró, diría, un cierto carácter, una forma, un sentimiento que nos ha llevado durante casi dos siglos a considerar que todo lo realmente bueno viene de afuera y que lo propio no alcanza jamás un estatuto de excelencia. Así, es siempre necesario importar teorías, pensamientos, ideas, literatura, arte, cine, pintura, lo que sea, ya que la cultura que aquí se produce no tendrá valor alguno… a menos que copie, pero entonces, no será trascendente. Claro que, cuando algo realizado en estos lares alcanza brillo internacional, sobre todo europeo, vuelve entonces con los galardones ganados y se instala, ahora sí, con fuerza de ley, al presentar las credenciales legitimadas en el exterior. Raramente antes.
Pero lo curioso, es que esa fórmula: civilizado/externo/europeo versus bárbaro/argentino/americano/propio, se genera a partir de una inversión de sus términos originales. Repasemos un poco. Bárbaro, es un término que se acuña en la antigua Grecia para mencionar a los pueblos extraños que no hablaban la misma lengua que los griegos. Hablaban un “bereber”, una lengua incomprensible que los griegos designaban por su onomatopeya. Y se hace extensivo a todos los pueblos, incluso los romanos, que no eran griegos. Es decir, “bárbaro” es un término que se inventa para nombrar al extraño, al ajeno, al desconocido, el otro, inferior. Civilización, por su parte, es un neologismo que aparece tardíamente en el Siglo XVIII en Francia, a partir de las preexistentes “civilizado” y “civilizar”. Con un nuevo sentido, que se opone a barbarie, la Francia del Siglo XVIII la acuña para nombrarse a sí misma y a unos cuantos pueblos más, determinados grupos humanos, una élite, y para nombrar su orgullo de ser.
¿Y que hacen nuestros connacionales, Sarmiento a la cabeza? Invierten esos términos y designan exactamente lo contrario: civilizado pasa a ser el otro, el extranjero y bárbaro, lo propio, uno mismo. Alienación inconmensurable en la lengua y en la definición política que nos condena a una larga travesía de inferioridades, colonialismos, espejismos varios y adopciones de fórmulas externas.
[1]
El Facundo, según Piglia, puede considerarse la primera novela argentina. Y como tal se abre paso fuera de los géneros consagrados, ajena a las tradiciones clásicas de la novela europea del siglo XIX. En el Facundo, un libro escrito como verdad política, hay una ficción, que se inscribe o asocia en la política seductora y pasional de la barbarie, al decir de Piglia. El lugar en el que la novela argentina se encuentra a sí misma, no es el que marca la literatura de Europa. La mejor tradición literaria argentina, la que además, trasciende, está ligada a esa forma de captar las voces profundas de la calle o de la inmensidad pampeana, el habla popular, la cultura de los inmigrantes, etc.
Política y literatura quedan en una juntura inseparable desde que hay una literatura que, en sus modos de apropiación y uso del lenguaje, deviene opción por lo propio, americano, argentino, local; lo “bárbaro”. Y habría otra que secunda los manuales de la lengua castellana en un intento por mantener su perfección invariable y lejana al habla cotidiana y la cultura de los pueblos. Y eso implica una opción política. Importa entonces donde se inscriben los textos, si están o no inmersos en esa tradición literaria que suponen Macedonio, Arlt, Cortazar, Marechal, Borges, que toma el lenguaje, los temas, los modos, que no serán de ningún otro lado sino de aquí, el idioma de los argentinos, dirá el propio Borges. Y que lleva a Cortazar a decir al momento de publicarse el “Adán Buenosayres”: “Estamos haciendo un idioma, mal que le pese a los necrófagos y a los profesores normales en letras… Es un idioma turbio y caliente, torpe y sutil, pero de creciente personalidad para nuestra expresión necesaria”.


* Dramaturga, Miembro del Grupo de Teatro Res o No Res, Psicóloga

Referencias:
Saramago, José.- “ABC”, Madrid, 20 de Abril de 1989
Sarmiento, Domingo F.- “Facundo”. Losada, Bs. As., 1981
Piglia, Ricardo.- “Crítica y ficción”. Siglo Veinte, Bs. As., 1990
Jauretche, Arturo.- “Manual de zonceras argentinas”.
Corregidor, Bs. As., 2008
Braudel, Fernando.- Las civilizaciones actuales”.
Tecnos, Madrid, 1978.
Cortazar, Julio.- Revista Realidad nro 14, 1949, citado en Marechal, L. Adan Buenosayres”, Edhasa, 1981

[1] Hasta una deuda que por externa se inscribe en el campo de la civilización: tal parece que algunos países, para entrar en la categoría de “civilizados”, no deben regir su economía a partir de parámetros y criterios propios, “populistas”, “bárbaros”, sino que se espera que se ciñan a las pautas dictadas por organismos internacionales, por caso, el FMI. En fin, dependencia. Cuando no lo hacen, son mal vistos. Argentina, en la actualidad, pero también Venezuela, Ecuador, Bolivia y todos los que han decidido “cortarse solos” por estas regiones del Sur.

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