08 julio 2011

Medios y Política/ Esa confusión disfrazada de debate de ideas/Por Miguel Russo

Esa confusión disfrazada de debate de ideas

Por Miguel Russo*
(para La Tecl@ Eñe)

Un día, alguien dijo sí (es decir, alguien dijo sí, aceptando el convite, porque antes hubo alguien que convidó). Y lo que parecía un oxímoron –un perro celeste, un japonés con rulos, un “contra” entre “oficialistas” que, muchas veces sin saber qué quieren decir al decirlo, se engolosinan pontificando “movimiento nacional y popular”– se convirtió en realidad. Es decir: hubo un día en que Beatriz Sarlo fue a 6, 7, 8 (ese día sin faltazos ni vacaciones ni “me tomo un día”, panel completo y con bucles de circunstancia). Y ahí nomás, en lugar de convertirse la cosa en una celebración de la palabra y la argumentación, comenzaron los problemas. Problemas que, por supuesto, no deben confundirse con una pelea de película del viejísimo Sábados de súper acción: malos malísimos contra buenos buenísimos. Problemas que hablan, clarito, de una también viejísima cuestión nacional: la confusión que desde el poder mediático se derrama como verdad absoluta sobre la sociedad.
Para ser sinceros, los problemas habían empezado antes, unos años atrás. Específicamente cuando los mandamases de Clarín confundieron a sus “lectores-gente linda” (preocupados/as por los escándalos de la vedette de turno, los amores pagos de un wing izquierdo, los caños de Tinelli o el oprobio ajeno) con “lectores-gente seria” (esos que despliegan La Nación los sábados a media mañana en el bar de la esquina y se ensartan en la página agro con un decoro tan eficaz que no provoca ni el desparramo de una medialuna) y le zamparon, sin anestesia ni previo aviso, entre las recetas de cocina y el turismo imposible de alcanzar de la revista Viva, las columnas de la mismísima Beatriz Sarlo, admiradora de Juan José Saer y Ricardo Piglia, seguidora de Walter Benjamin y ojo inquisidor del entramado sociocultural de la Argentina.
Cuando quisieron reparar el error, ya era tarde: la “gente linda” huía de Viva como de la lepra y la “gente seria” desconfiaba de Sarlo como de una moneda de tres pesos. De todos modos, Sarlo pasó a ser columnista del diario de los Mitre y dio rienda suelta a otra confusión cuando mencionó que Néstor Kirchner había ganado la batalla cultural (La Nación, abril de 2010) cuando ni el más pintado de los pensadores ventaneros del bar La Paz sabía si se luchaba con diptongos o con los azules de Gorriarena en una batalla cultural.
Y vuelta a la confusión: se levantó la figura de Sarlo como abanderada 9.75 de promedio del antikirchnerismo. Así, de un lado, el sector opositor la veía como la mezcla ideal de Simone de Beauvoir y Silvina Ocampo. Y del otro, el sector oficialista, como la versión femenina de Magila Gorila o la hija pródiga de Julio Cobos y Lilita Carrió.
Pero entonces la confusión llegó donde no debería haber llegado: a los medios del Estado. Esos medios que se supone deben hacer caso omiso de la panacea planteada por los medios empresariales que sólo ven en la información un negocio. Creyeron que las palabras se combaten con palazos, que las ideas se desbaratan con chicanas. Y, confundidos, prestos a confundir, pusieron en marcha el operativo clamor: la tanqueta por excelencia (sin ironías, así se llaman a sí mismos), 6, 7, 8, retaba a duelo bajo el formato invitación formal al enemigo por antonomasia, Beatriz Sarlo.
La razón era el recientemente aparecido La audacia y el cálculo, donde Sarlo destinaba, so pretexto de hablar de Néstor Kirchner, poquito menos de medio libro a analizar la forma de ser del programa mencionado. Y Sarlo aceptó, sabedora de algo, de algún secreto obtenido tras años y años de lidiar entre intelctuales, dijo sí. Pero tanto primó la confusión que ningún panelista estable del producto de Diego Gvirtz había leído más de seis páginas del material cuestionado. Confesión de parte: Sandra Russo dijo al aire, nobleza obliga, no haber leído ni una; Orlando Barone preguntó cómo escribir en Clarín cuando, ya se dijo, Sarlo escribe para La Nación, Nora Veiras se asombró y se indignó por partes iguales con cierta elegancia; Cabito es Cabito y metió algún chiste que hizo reír a la interpelada; Carlos Barragán atinó algunas pautas de acción. Y, confundidos, los productores parecieron apostar más a la enjundia de un eficacísimo ideólogo y propulsor de la Ley de Medios, como es Gabriel Mariotto, que a la inteligencia para debatir en terreno filosófico de Ricardo Forster
Por eso, no está de más repetir la historia registrada por Eduardo Galeano en El libro de los abrazos: Rasca mucho y rasca bien –respondió un cacique del Chaco paraguayo, a principios de los ’80, ante la palabra evangelizadora de un grupo de misioneros que buscaban la conversión religiosa de su comunidad–, pero rasca donde no pica.
Digresión ma non troppo: Resulta indignante y hasta vergonzoso decirlo, pero unas semanas antes de la tenida en los estudios de Canal 7, hoy la Televisión Pública, en el opositorísimo hasta el hartazgo TN, los recontraopositores hasta el escándalo Julio Blanck y Eduardo Van der Kooy habían reunido a Beatriz Sarlo y a Horacio González para un debate en el que, con inusual prudencia, los dos conductores se quedaron al margen permitiendo que una y otro (pensadores duros y certeros al fin y al cabo) dijeran lo que tenían que decir y decirse.
Volviendo. La resolución del programa, frasecitas tipificadas incluidas (“conmigo no”, “a usted le da letra Magnetto”), había logrado un cometido que no debería haberse buscado: confundir, chicanear, atropellar, hacer papilla de las ideas de uno y otro lado. Pero lo peor, ya que como pronosticaba filosóficamente Emile Ciorán y copiaba suelto de cuerpo el Murphy de las leyes siempre hay algo peor, ocurrió después. Después, es decir cuando pasó el supuesto debate y de Sarlo y de Forster sólo quedó un recorte burdo que no le hacía bien a nadie. Después, cuando (como dice, textual, la nota aparecida en Miradas al Sur el 29 de mayo de 2011) “a derecha y a izquierda, de arriba a abajo, el debate se tomó como si se tratara de un Boca/River-River/Boca, restándole todo valor a la doble decisión (la invitación del programa, la aceptación de la escritora) de llevar adelante una polémica para sumar y no para arrojar al otro al abismo abierto entre ambas posturas”.
Después, cuando el coro radial del programa de Marcelo Zlotogwiazda donde es columnista Sarlo, festejó con cantitos de hinchada una pretendida victoria frente a los seisieteochescos. Después, cuando Pablo Sirvén perpetró en La Nación (espíritu de cuerpo, podría decirse) su insólito comentario: “Sarlo es un gladiador que en soledad viene de decapitar las siete cabezas de una hidra”. Después, cuando del otro lado ciertos diarios creyeron que era imperioso mostrar las fotos del backstage del programa (boca en uuu de Sarlo para permitir una mejor pincelada de la maquilladora) como si la coquetería estuviera reñida con la profundidad ideológica. Después, cuando se hizo de la hostilidad y la extrapolación banderas de inteligencia.
La tristeza sigue imperando, el debate sigue confundiendo. El poder mediático hegemónico se refriega las manos y hasta quienes se rasgan las vestiduras diciendo defender otra televisión y otra forma de informar, olvidan que el deber está en formar y no repetir fórmulas que sólo garantizan una mayor audiencia esclavizada en la estupidez y la indignación inconducente.
La confusión, para decirlo todo, de una sociedad que, a pesar de querer otra cosa, se sienta a mirar la tele, escuchar la radio o leer un diario un poquito o bastante confundida mientras desde los medios sonríen cancheros y cuentan sus ganancias.



*Periodista y Escritor. Actualmente trabaja en el periódico Dominical Miradas al Sur

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