Periodismo y medios de
comunicación: independencia, deontología profesional y algunos mínimos
procedimientos
Desde la sanción de la Ley de Comunicación de
Servicios Audiovisuales en el 2009,
ha quedado claro cuáles son los intereses que defienden
los grandes medios concentrados en Argentina. Y los periodistas han debido
elegir entre alinearse ideológicamente con sus poderosos empleadores, por
convicción o conveniencia, o buscar otro lugar desde dónde ejercer su tarea. Es comprensible, entonces y frente a la
concentración de medios, la recurrencia presidencial a la Cadena Nacional ,
en el intento de construir un relato que entusiasme y esperance a la sociedad,
aunque el camino esté plagado de contradicciones y lógicas dificultades y hasta
inesperados retrocesos.
Por Rubén A. Liggera*
(para la Tecla Eñe)
Una vez más, la
Presidente Cristina Fernández, ha interpelado al periodismo y
su ejercicio. Con su denuncia sobre periodistas contratados por grandes
empresas, en este caso, Repsol-YPF, se ha vuelto a poner en discusión la
independencia del periodista y su ética profesional.
Desde la sanción de la Ley
de Comunicación de Servicios Audiovisuales en el 2009, -y antes con el embate
de los grupos agromediáticos por la resolución 125 de Retenciones Móviles- han
quedado cada vez más en claro cuáles son los intereses que defienden los
grandes medios concentrados en Argentina. Y los periodistas, profesionales de
la comunicación, han debido elegir entre alinearse ideológicamente con sus
poderosos empleadores, por convicción o conveniencia, o buscar otro lugar desde
dónde ejercer su tarea.
Pero creo que deberíamos ir todavía un poco más lejos para tratar de
comprender cómo los medios se fueron convirtiendo en empresas diversificadas y cada vez más concentradas.
Fue sin duda durante la desregulación menemista de los ´90 cuando se produjo la
privatización de la TV
por aire, la acumulación de cables, la multiplicidad de licencias. El ideario
neoliberal también cooptó a periodistas y comunicadores sociales. El estado
nacional debería ser reducido a su mínima expresión o no debería intervenir en
ninguna actividad económica pues el “Mercado”-sabio, eficaz y transparente-se
encargaría de organizar a la sociedad. Así lo reclamaba “Doña Rosa”, inefable alter ego de Bernardo Neustadt. Así nos fue.
No es improbable, entonces, que durante estos felices años haya trascendido
la leyenda de los sobres manila por debajo de la mesa, tanto para doblegar
conciencias y voluntades en el Estado como en la actividad privada.
Por supuesto, seríamos injustos si tendiéramos un manto de sospecha a todo
el colectivo y mucho menos, sin pruebas concretas. Pero bastó aquél “clima de
época” para desconfiar de ciertos personajes estelares de nuestro periodismo.
Seguramente-aunque no resulte un acto de corrupción- que una multinacional
contrate a periodistas reconocidos para hagan lobby en su favor, resulta cuanto menos impropio e indecoroso. La
denominada PNC (Propaganda no convencional) no sería un delito, siempre y
cuando sea declarada y reconocida por el beneficiario. Pero esto último es muy
difícil de que suceda. Sería un deschave que los dejaría pagando y su aureola
de periodista “serio” se vería bastante marchitada ante la opinión pública.
Y aunque así no fuera, si solamente estuviéramos hablando de anunciantes
que auspician con publicidad espacios televisivos, radiales o centimetrajes de
papel, ¿podríamos también hablar de periodismo independiente?
Primer macanazo de quienes golpeándose el pecho de tal calidad se
autoproclaman. Puede que lo fueran del poder político, -aunque tampoco debería
estar mal visto simpatizar con un gobierno pues está dentro de la lógica
social-pero nunca de los intereses de sus benefactores, porque de ellos viven.
Pregunta: ¿Podría alguna de esas empresas soportar algún comentario que pudiera
perjudicarla? La respuesta es casi obvia: ni cinco minutos. O vuela el
periodista o se retira el auspicio. Así de simple. En consecuencia: ¿de qué
independencia estaríamos hablando? Hay una dependencia económica- y muchas
veces ideológica- de aquellas empresas que cotizan carísimos espacios (Y además, los “pagamos todos”, como
simples consumidores de productos o servicios)
Todo esto, complejizado por la guerra sin cuartel de los medios
concentrados-especialmente Clarín y La
Nación- contra el gobierno de Néstor y Cristina Kirchner.
Papel Prensa, obtenida bajo el imperio del terror, la posición dominante en el
mercado lograda con las políticas neoliberales y la imposición de la “agenda”
diaria a los gobernantes, no serán resignadas sin presentar batalla. Así lo
vienen haciendo, ya sin el mínimo rubor. Y así será hasta diciembre, cuando
venza el plazo de la cautelar que frenó la desinversión del grupo.
Hemos demostrado hasta aquí que en el ambiente no hay ingenuos ni
distraídos. Lo grave es que nos quieran hacer pasar gato por liebre. No, eso no
se hace. Tampoco lo aceptamos, eh!
Cualquier estudiante de periodismo, en uno de sus habituales ejercicios
podría desbaratar estas operaciones. Observemos con ellos los titulares y
bajadas en los grandes diarios, leamos detenidamente el desarrollo de la
noticia, analicemos la ubicación espacial, la connotación de las fotografías e
ilustraciones y comprobaremos que la
máscara rápidamente se les cae a pedazos. Lo noticiable es toda una
construcción semántica ideológica de la que nadie está exento. Pero eso sí,
digamos la verdad. Seamos honestos. Confesemos desde dónde hablamos, por qué,
para qué y cuál es nuestra concepción del mundo. En definitiva, así sabremos
todos qué intereses se sostienen. Nada más simple para reconocer que no existe
la neutralidad. ¿Acaso lo fueron Mariano Moreno y Manuel Belgrano? ¿Lo fue el
huracán Sarmiento? ¿Pretendieron serlo Rodolfo Walsh, Jorge Ricardo Masetti,
Gabriel García Márquez, Juan Gelman, “Paco” Urondo? No. Nunca.
El tero canta lejos del nido para desorientar. Eso es lo que pretenden. Que
pongamos la oreja al cacareo y no percibamos lo importante: que trabajan para
determinados medios, que preservan ciertos privilegios, que responden a tal
ideología (que por otra parte muchos no se atreverían a asumir, por
escondedores o íntimamente avergonzados)
Aclaremos que no es un fenómeno argentino solamente. Al contrario, la
globalización de la comunicación, la concentración de medios, las modernas tecnologías y la lucha por el poder han
posibilitado, en todo el mundo, la manipulación de la información.
Por todo esto es comprensible la recurrencia presidencial a la Cadena Nacional.
Si así no lo hiciera, el constante ninguneo de los actos de gobierno lo haría
casi inexistente. La agenda de los medios hegemónicos, capaz de “subir o bajar
gobiernos con cuatro tapas”, necesita un “relato” contrapuesto. Otro que
entusiasme y esperance a la sociedad; que la cohesione detrás de un puñado de
objetivos, aunque el camino esté plagado de contradicciones y lógicas
dificultades y hasta inesperados retrocesos.
Pero volvamos otra vez a las escuelas de periodismo y a sus ejercicios de observación y valoración
de la noticia. Hay centenares de ejemplos sobre trascendentes anuncios que no
figuran en las portadas o son distorsionados: las inversiones en el Ferrocarril
Mitre, los sorteos de préstamos del plan Pro.cre.ar o el último nieto
recuperado. La noticia es una, creemos que importante para la sociedad, sin
embargo, su negación o manipulación tiene como único propósito fogonear la
bronca diaria.
Por otra parte, es costumbre que los gobiernos “populistas” en América
Latina dialoguen directamente con su pueblo sin recurrir a intermediaciones.
Está en su genética popular. Cosa que a los puristas republicanos les resulta
indignante por incomprensible.
Por eso se los acusan de limitar la libertad de expresión, situación que
por lo menos en nuestro país no se manifiesta. Hasta ahora, cualquiera puede
decir lo que se le antoja, en cualquier medio y circunstancia, como corresponde
a un estado de derecho en un gobierno democrático. Nadie en los últimos años ha
sido perseguido, silenciado o encarcelado por manifestar libremente sus ideas.
Eso sí: andan buscando un mártir, pero aún no lo han conseguido. Todas las
expectativas desestabilizadoras ahora están colocadas en Jorge La Nata. Le han puesto todas
las fichas. Seguramente todo lo necesario para que algunas de sus provocaciones
prospere.
Otro ejercicio escolar: llama la atención la pereza intelectual, la
desidia, el facilismo y ligereza con que se da por verdadero e incuestionable a ciertas verdades de la
“agenda”. Impuesto el tema se lo repite acríticamente durante gran parte del
día. Lo más elemental sería verificar la información; levantar un teléfono y
realizar dos o tres llamadas como mínimo. Sólo bastarían diez o quince minutos
para desmentir o matizar las noticias que reciben los lectores y/o la
audiencia. (Veamos: “4.2.Fuentes: Toda
noticia debe estar debidamente chequeada y verificada y sustentarse en fuentes
legítimas y representativas (…) 4.2.2. Jerarquía de las fuentes_ Todas las
fuentes deben ser objeto de verificación o confrontación cuando ello fuere
necesario, incluso los documentos oficiales.
_ Cuando una misma
información proveniente de dos fuentes diversas difiere, se contemplan los
siguientes casos: a) agencias internacionales. Si es posible, se recurre al
contacto telefónico con fuentes directas y fehacientes; b) cuando la diferencia
se da entre cualquier agencia internacional y el enviado especial o
corresponsal del diario, se opta por la información de estos últimos, previa
evaluación con los editores jefes; c) las variantes referidas a funcionarios
oficiales o de empresas privadas se remiten a lo señalado en el primer punto de
4.2.1.”[“constatación de
veracidad”], Clarín, Manual de
Estilo, Bs.As., 1997, pp.26-28, ¿qué pasó, muchachos?)
Finalmente: ¿sería necesaria una Ley de Ética Pública para la profesión de
periodista? Personalmente creemos que no. Todos sabemos cuáles son nuestros límites,
de modo que la buena fe y la verdad resultan mojones liminares de una frontera
que no debiera traspasarse. Nunca tratar de perjudicar a alguien y siempre
atenernos a los hechos verdaderos. Si así no lo hiciéramos, quienes se vieran
perjudicados pueden recurrir a la justicia. Por la doctrina de la “Real
malicia” (New York Times vs. Sullivan, 1964) se supone que existen calumnias e
injurias, que fueron reproducidas por un medio de comunicación y que los
afectados son funcionarios públicos, personalidades o personas privadas
involucradas en alguna cuestión de interés público. Para ser aplicada hay que
probar el agravio y el daño ocasionado, y que además, sabiendo que la
información era falsa se publicó igual con pretensiones de perjudicar al
damnificado.
Existen recomendaciones para el buen desempeño de la profesión. Son siempre
bienvenidas. Pero son indicativas y por lo tanto, no vinculantes. Como en todas
las profesiones y en la vida, hay cuestiones éticas que deberán tenerse en
cuenta. Aclaremos por si hiciera falta que este auto control periodístico no
significa auto censura por algún temor o
aprehensión sino, por el contrario, responde a cuestiones axiológicas.
Cosa de buena gente. De mejor ciudadano. Nada más ni nada menos.
*Poeta y Periodista
No hay comentarios:
Publicar un comentario
comentarios