Por Juan Carlos Volnovich
(para La Tecl@ Eñe)
Ilustraciones: Mirta Narosky
Las cosas por su nombre. Voy a plantear de entrada que considero al término globalización, igual que al de neoliberalismo, un eufemismo para encubrir esa fase avanzada del capitalismo mundial que persigue a toda costa mantener sus tasas de ganancias en territorios cada vez más amplios. Quiero decir con esto que no se trata de la “globalización” sino del capitalismo obstinado en su habitual estrategia de acumulación y reproducción. Y, afirmo, sin reparo alguno, que el capitalismo no ha fracasado. Aun en el momento actual, cuando la así llamada crisis de los mercados parece envolvernos en una catástrofe infinita, puedo sostener que el capitalismo no ha fracasado. Quienes hablan de fracaso han perdido de vista que el capitalismo, cuando funciona, funciona así. Quienes hablan de fracaso contribuyen a mantener la ilusión de un sistema que, de haber funcionado bien, habría evitado el desastre que vivimos en la actualidad; desastre que –a qué ocultarlo-- sólo augura tiempos peores. Pues bien, el capitalismo funciona así: y ha triunfado porque logró instalar en el imaginario social su condición de único sistema posible, dueño absoluto de la democracia y de los valores de la libertad, de modo tal que las crisis por las que atraviesa (y que hace, a la humanidad toda correr el riesgo del arrasamiento material y simbólico), vendría a ser el resultado de su falla y no de su “naturaleza”. Así como Marx –muy dialéctico— sostenía que todo sistema lleva en su seno las fuerzas que le son antagónicas, el capitalismo triunfa cada vez que logra reforzar la idea de que lleva en su seno las fuerzas que se encargarán de salvarlo. De modo tal que sobre el psicoanálisis ha caído antes, y vuelve a recaer ahora, la enorme responsabilidad de posicionarse frente al capitalismo.
Las cosas, por su nombre. No es al psicoanálisis –- a la clínica y a los problemas que ella enfrenta— a los que voy a aludir, sino a la subjetividad en el mundo que nos tocó vivir. La pregunta no será entonces por el psicoanálisis sino por el sujeto cada vez más evaluado por su desempeño, por sus éxitos y sus claudicaciones; cada vez más evaluado por su desempeño y menos, por la subjetividad que lo atraviesa. Así, mi camino transitará por el estrecho margen que se abre entre el innatismo pertrechado por una cierta atemporalidad, y el sociologismo siempre abierto a los determinantes culturales. Quiero decir: una cosa es la siempre cambiante producción histórica de subjetividad marcada por la economía y la política y otra, bien distinta, las leyes que explican la constitución del sujeto psíquico.
Pero, vayamos a la clínica: la situación analítica crea un espacio privado-realidad de ficción-donde todo pasa sin que pase nada. Espacio privado, íntimo, destinado a ser escenario privilegiado para que aparezca esa parte del sujeto que --siendo muda-- lo determina. Espacio privado para que emerjan las raíces irracionales de sus construcciones lógicas, los núcleos de insensatez que hacen posible la manera singular en que se expresa su cordura. Y allí, de entrada, aparecen los números. Número de sesiones semanales o mensuales; horarios y… honorarios. El análisis comienza por los números; números que decidirán acerca del proceso. Y esto es así porque la aparición de los números trae, junto al contacto con la realidad, la presencia del Mercado --en este caso, la del mercado de almas-- que tiende siempre a deslizar al analizando a la posición de cliente y, al analista, a la posición de prestador de un servicio. De modo tal que el psicoanálisis: el dispositivo más sofisticado puesto al servicio de reflexionar acerca de las relaciones del sujeto psíquico con el contexto que lo determina; el psicoanálisis: el edificio teórico más complejo e inteligente para el abordaje crítico de la subjetividad; el psicoanálisis: el último de los metarrelatos de la modernidad que aún permanece en plena producción, no se salva de contribuir, tal vez involuntariamente, a las imposiciones de la época.
“Nadie accede al estatuto de sujeto sin antes convertirse en un producto de consumo”[i] de modo tal que, triste es reconocerlo, si en nuestra época el fetichismo de la mercancía se ha visto desplazado del objeto al sujeto, cerrando así la cápsula ontológica del modo de producción capitalista que nos tocó vivir, nuestros analizados y nosotros mismos circulamos como sujetos-mercancías. Mercancías a veces suntuosas, mercancías a veces miserables (como las nombraba Marx cuando en los Manuscritos Económico-Filosóficos aludía al obrero industrial), pero siempre mercancías cuyas funciones y cualidades responden disciplinadamente a la mercadotecnia[ii].
Es por eso que un abismo separa el sentido previsto para la clínica del sentido que la clínica ha ido adquiriendo en el mundo capitalista donde el intercambio comercial disputa el lugar de privilegio a la elaboración simbólica del trauma y al interrogante que el síntoma instala. Por supuesto que son las condiciones materiales las que fundan el proceso. Siempre lo han sido. Eso no ha cambiado. Por supuesto que la economía del dinero y la economía libidinal han cantado presente desde el nacimiento del psicoanálisis. Por supuesto que horarios y honorarios jamás estuvieron ausentes de las reflexiones clínicas y teóricas desde Freud hasta la actualidad[iii] pero, ocurre que ambos, horarios y honorarios, habían quedado subordinados, justamente, a la reflexión teórica y a las contingencias clínicas. Me pregunto si aun hoy en día son los flujos mercantiles los que tienden a decidir acerca de las reflexiones teóricas y las contingencias clínicas. Y la respuesta va por la negativa. No. No son los flujos mercantiles los que tienden a decidir acerca de las reflexiones teóricas y las contingencias clínicas. Son los flujos mercantiles los que tienden a diluir las reflexiones teóricas y las contingencias clínicas. Porque la nuestra tiende a ser una cultura sin Otro. Al menos, sin un Otro simbólico ante quien el sujeto pueda dirigir una demanda, hacer una pregunta o presentar una queja. La nuestra tiende a ser una cultura colmada por Otros vacíos[iv].
Las cosas, por su nombre. No es al psicoanálisis –- a la clínica y a los problemas que ella enfrenta— a los que voy a aludir, sino a la subjetividad en el mundo que nos tocó vivir. La pregunta no será entonces por el psicoanálisis sino por el sujeto cada vez más evaluado por su desempeño, por sus éxitos y sus claudicaciones; cada vez más evaluado por su desempeño y menos, por la subjetividad que lo atraviesa. Así, mi camino transitará por el estrecho margen que se abre entre el innatismo pertrechado por una cierta atemporalidad, y el sociologismo siempre abierto a los determinantes culturales. Quiero decir: una cosa es la siempre cambiante producción histórica de subjetividad marcada por la economía y la política y otra, bien distinta, las leyes que explican la constitución del sujeto psíquico.
Pero, vayamos a la clínica: la situación analítica crea un espacio privado-realidad de ficción-donde todo pasa sin que pase nada. Espacio privado, íntimo, destinado a ser escenario privilegiado para que aparezca esa parte del sujeto que --siendo muda-- lo determina. Espacio privado para que emerjan las raíces irracionales de sus construcciones lógicas, los núcleos de insensatez que hacen posible la manera singular en que se expresa su cordura. Y allí, de entrada, aparecen los números. Número de sesiones semanales o mensuales; horarios y… honorarios. El análisis comienza por los números; números que decidirán acerca del proceso. Y esto es así porque la aparición de los números trae, junto al contacto con la realidad, la presencia del Mercado --en este caso, la del mercado de almas-- que tiende siempre a deslizar al analizando a la posición de cliente y, al analista, a la posición de prestador de un servicio. De modo tal que el psicoanálisis: el dispositivo más sofisticado puesto al servicio de reflexionar acerca de las relaciones del sujeto psíquico con el contexto que lo determina; el psicoanálisis: el edificio teórico más complejo e inteligente para el abordaje crítico de la subjetividad; el psicoanálisis: el último de los metarrelatos de la modernidad que aún permanece en plena producción, no se salva de contribuir, tal vez involuntariamente, a las imposiciones de la época.
“Nadie accede al estatuto de sujeto sin antes convertirse en un producto de consumo”[i] de modo tal que, triste es reconocerlo, si en nuestra época el fetichismo de la mercancía se ha visto desplazado del objeto al sujeto, cerrando así la cápsula ontológica del modo de producción capitalista que nos tocó vivir, nuestros analizados y nosotros mismos circulamos como sujetos-mercancías. Mercancías a veces suntuosas, mercancías a veces miserables (como las nombraba Marx cuando en los Manuscritos Económico-Filosóficos aludía al obrero industrial), pero siempre mercancías cuyas funciones y cualidades responden disciplinadamente a la mercadotecnia[ii].
Es por eso que un abismo separa el sentido previsto para la clínica del sentido que la clínica ha ido adquiriendo en el mundo capitalista donde el intercambio comercial disputa el lugar de privilegio a la elaboración simbólica del trauma y al interrogante que el síntoma instala. Por supuesto que son las condiciones materiales las que fundan el proceso. Siempre lo han sido. Eso no ha cambiado. Por supuesto que la economía del dinero y la economía libidinal han cantado presente desde el nacimiento del psicoanálisis. Por supuesto que horarios y honorarios jamás estuvieron ausentes de las reflexiones clínicas y teóricas desde Freud hasta la actualidad[iii] pero, ocurre que ambos, horarios y honorarios, habían quedado subordinados, justamente, a la reflexión teórica y a las contingencias clínicas. Me pregunto si aun hoy en día son los flujos mercantiles los que tienden a decidir acerca de las reflexiones teóricas y las contingencias clínicas. Y la respuesta va por la negativa. No. No son los flujos mercantiles los que tienden a decidir acerca de las reflexiones teóricas y las contingencias clínicas. Son los flujos mercantiles los que tienden a diluir las reflexiones teóricas y las contingencias clínicas. Porque la nuestra tiende a ser una cultura sin Otro. Al menos, sin un Otro simbólico ante quien el sujeto pueda dirigir una demanda, hacer una pregunta o presentar una queja. La nuestra tiende a ser una cultura colmada por Otros vacíos[iv].
No hay Otro en la cultura actual y todavía está por verse si el Mercado reúne las condiciones de dios único, capaz de postularse para ocupar el lugar vacante que el Otro tuvo en la modernidad[v]. Más bien parecería que los nuevos tipos de dominación remiten a una “tiranía sin tirano”[vi] donde triunfa el levantamiento de las prohibiciones para dar paso a la pura impetuosidad de los apetitos. El capitalismo ha descubierto –y está imponiendo-- una manera barata y eficaz de asegurar su expansión. Ya no intenta controlar, someter, sujetar, reprimir, amenazar a los individuos para que obedezcan a las instituciones dominantes. Ahora, simplemente destruye, disuelve las instituciones de modo tal que los sujetos quedan sueltos, caen blandos, precarios, móviles, livianos, bien dispuestos para ser arrastrados por la catarata del Mercado, por los flujos comerciales; listos para circular a toda prisa, para ser consumidos a toda prisa y, más aún, para ser descartados de prisa[vii]. La cultura actual produce sujetos flotantes, libres de toda atadura simbólica. “Al quedar recusada toda referencia simbólica capaz de garantizar los intercambios humanos, sólo hay mercancías que se intercambian sobre el fondo de un ambiente de venalidad y nihilismo generalizado...El “neoliberalismo” está haciendo realidad el viejo sueño del capitalismo. No sólo amplía el territorio de la mercancía a los límites del mundo en el que todo objeto ha llegado a ser mercancía, también procura expandirlo en profundidad a fin de abarcar los asuntos privados, alguna vez a cargo del individuo (subjetividad, sexualidad) y ahora incluirlos en la categoría de mercancía”[viii].
Si mi afirmación tuviera algo de verdad, si no hay Otro en la cultura actual, el desafío que se abre a las puertas del análisis, adquiere un valor definitivo porque lo que se juega allí es, justamente, la posibilidad de sostener un espacio de resistencia al desmantelamiento simbólico; una invitación a resistir el arrasamiento subjetivo; la propuesta a darse un tiempo–todo el tiempo necesario—, a pagar un precio –casi siempre alto aunque la gratuidad del servicio hospitalario a veces tienda a disimularlo--para tomar distancia del vértigo indetenible de los flujos consumistas; paradójicamente, a consumir psicoanálisis para poner distancia respecto de los imperativos que nos quieren productivos, eficaces, exitosos, acríticos y líquidos.
Decía antes que la aparición de los números trae, junto al contacto con la realidad, la presencia del Mercado que tiende siempre a deslizar al analizando a la posición de cliente y, al analista, a la posición de prestador de un servicio. No obstante, el trato que en el análisis se inaugura es enteramente diferente a cualquier otro. Es un trato de palabra; es un contrato anacrónico si se quiere: corresponde a una época donde la palabra, la palabra de honor, valía tanto o más que cualquier papel firmado. Época en la que no era necesario firmar papeles pero, cuando aparecían papeles firmados, (el dinero, por ejemplo) valían para siempre por que tenían respaldo en oro y porque estaban garantizados por el poder de un Imperio acreedor o por la fe en Dios (in God we trust). Hoy en día el Imperio es el principal deudor del mundo y, ni la palabra de honor tiene el valor que supo detentar en el pasado, ni los papeles garantizan aquello que deja vacío la palabra. No obstante, en el análisis, la palabra, aún vale. Y, si bien los papeles no están del todo ausentes desde el inicio, lo cierto es que el contrato analítico es un acuerdo de palabra donde cada uno confía en la honestidad, en la decencia del otro. Así, hoy en día, el análisis cumple con el delicado trabajo de invitar a un sueño, de ilusionar otro universo, de proponer un juego que, desde el seno mismo del torrente mercantil, a la velocidad que los flujos imponen, pueda construir una isla, un mínimo dispositivo simbólico, un acuerdo tan sólido como flexible para, desde allí y con esos recursos, hacerle frente al dolor y al sufrimiento que la adaptación al sistema no sólo no ha logrado atenuar, sino que aporta como plus, como malestar en la cultura. Hoy en día, el espacio de la clínica debería estar al servicio de la imaginación, de la denuncia de la naturalización del consumo (incluido, claro está, el consumo de psicoanálisis); al servicio de sembrar la ilusión de un tránsito habitable con peso y valor crítico por el mundo. En última instancia, la desaceleración del flujo soportada por la transferencia. Pero no sólo la transferencia del analizando y la transferencia recíproca del analista, sino la transferencia, siempre asimétrica, de ambos con el psicoanálisis. Porque el psicoanálisis deviene en un espacio digno que en potencia es irreductible al precio. La dignidad del psicoanálisis, esa parte pequeñita que hace alusión más que evidencia, no encaja en el flujo comercial, no le es funcional al Mercado porque no tiene precio ni equivalente.
Así, la transferencia con el psicoanálisis se presenta como esa tabla salvadora, tabla flotadora que, en parte, aunque sólo sea en parte, resiste al torrente devastador y, de esa manera, autoriza a cada uno, a cada una, a defender su lugar, a registrar y usar los propios recursos, a apropiarse de su talento. “En tiempos de información, la velocidad de imágenes es arrasadora; por consiguiente no puede constituirse la subjetividad ni la experiencia si no se producen las operaciones pertinentes de desaceleración del flujo.”[ix] No obstante, la clínica corre el riesgo de quedar prisionera de la lógica capitalista que convierte la escucha en servicio que se brinda al mejor postor. Escucha e inconsciente del analista que se ofrece, que está en oferta, dispuesta a competir con otras ofertas: terapias alternativas, libros de autoayuda, pertenencia a alguna secta, creencia religiosa, los psicofármacos, siempre.
Si hasta ahora la clínica estaba allí para incitar a la emancipación del Otro (los dioses, los amos, el poder del superyó); si hasta ahora la clínica estaba allí para iniciar al sujeto en el camino de la subversión, ahora debería aportar al proyecto de ligar al sujeto descolgado, al sujeto “neoliberal”, tan libre de ataduras como expuesto a la crueldad que supone la dominación económica y social de los mejor adaptados; ligarlo a un cuerpo simbólico cuya construcción pasa pura y exclusivamente por el análisis. Ligarlo, decía, al soporte simbólico que no es, necesariamente, la forma jurídica que sugiere Legendre[x]. Lo simbólico no tiene por qué quedar reducido a lo legal, a la normatividad dogmática de la sociedad. Dicho de otra manera: la obediencia a las reglas no garantiza que la clínica cumpla con su función de “rectificación simbólica”[xi].
Entonces, la clínica al servicio de “…ligar al sujeto descolgado a un cuerpo simbólico.” Esto es así no sólo para el posible analizando sino, también, para el analista. Porque el caso es que los flujos capitalistas arrastran y atraviesan todo el dispositivo y, en la actualidad, el analista concurre a la cita tan frágil y precario como sus pacientes: sin Freud y sin Lacan. Con sociedades psicoanalíticas detrás, sí. Con voces ecolálicas del muerto, sí. Desde dentro de la esfera de influencia de empresas y empresarios del psicoanálisis, sí. Pero, sin Otro.
Hace ya muchos años que Serge Leclaire[xii] alertó acerca del “cerrojo incestuoso” de Freud y del “cerrojo narcisista” de Lacan. El “cerrojo incestuoso” de Freud, la IPA, el Estado psicoanalítico efecto de la parte impaga del legado de Freud (Anna Freud y la tendencia endogámica en las primeras épocas del psicoanálisis); y el “cerrojo narcisista” al que Lacan contribuyó proponiéndose como ídolo unificador y regulando el sistema a partir de las relaciones siempre entre los mismos consagrados. Pero ahora, sin Freud y sin Lacan, sueltos y descolgados, somos los mismos analistas los que corremos el riesgo de dejarnos tentar por el dogma o por la burocracia para atenuar el dolor por la ausencia del Padre; somos los mismos analistas los que, libres y huérfanos, quedamos expuestos a las delicias de la democracia del vale todo y del vale todo por igual. Nosotros, también. Clientes potenciales, libres de elegir entre las ofertas del mercado. Individuos flotantes, abiertos a todas las presiones consumistas.
En realidad, esto no es nuevo. Remitir al sujeto a su propio deseo ha sido desde siempre, anhelo del psicoanálisis y es probable que ese acto fuera en alto grado subversivo en los regímenes en los que el sujeto estaba simbólicamente sometido al Otro. Pero, en nuestras democracias de Mercado, donde todo reposa al fin de cuentas en el individualismo más condensado, ese criterio corre fácilmente el riesgo de transformarse en una iniciativa profundamente reaccionaria, al servicio de la adaptación sumisa al sistema. Ese gesto psicoanalítico de remitir al sujeto a su deseo plantea hoy un serio problema político, puesto que lo que está en juego es nada más ni nada menos que la supervivencia y el destino de la especie.
Decía antes que en el mercado de almas el analista se ofrece dispuesto a competir con otras ofertas: terapias alternativas, libros de autoayuda, pertenencia a alguna secta, creencia religiosa, psicofármacos, siempre. En efecto: las leyes del “mercado” amenazan al psicoanálisis desde fuera y desde dentro. Desde fuera por el avance de los predicadores de todo tipo (evangélicos a la cabeza) y por las neurociencias que, antes que enfrentarlo para destruirlo, han descubierto que Freud tenía razón en todo lo que afirmaba. Esto es, que la disciplina positiva que ellos dominan no ha venido para otra cosa que para confirmar –ahora, “científicamente”-- aquello que en el psicoanálisis era pura retórica. De manera tal que podríamos seguir sólo con las neurociencias (y, de paso, con los laboratorios de especialidades medicinales que subsidian sus investigaciones en nombre del avance del conocimiento de la mente): ellas llevan en su seno un psicoanálisis diluido y...desactivado.
Las leyes del Mercado amenazan al psicoanálisis desde dentro cuando contribuyen a ignorar cómo las instituciones distorsionan y tienden a silenciar todo aquello que ponga en riesgo lo instituido. Cuando las instituciones demandan la sacralización de la teoría y cuando los maestros exigen una adhesión acrítica, entonces, el anatema reemplaza a la controversia y en su lugar, las guerras de prestigio se desatan para ahogar la reflexión. También, cuando los analistas no reparan en el precio del peaje que el psicoanálisis tiene que pagar para ser bien recibido e incluirse en el santuario de la salud mental de los ministerios y allanarse al discurso universitario para disfrutar del festín de la academia.
Si comencé apelando a nombrar las cosas por su nombre; si comencé afirmando que globalización era el eufemismo que encubría al capitalismo y el capitalismo triunfante había logrado consenso acerca de su condición de único sistema posible, que lleva en su seno las fuerzas que se encargarán de salvarlo, terminaré ahora afirmando con Freud que “una cultura que deja insatisfecho a un número tan importante de sus integrantes y los empuja a la revuelta, ni tiene posibilidades de permanecer eternamente, ni se lo merece”[xiii].
Si mi afirmación tuviera algo de verdad, si no hay Otro en la cultura actual, el desafío que se abre a las puertas del análisis, adquiere un valor definitivo porque lo que se juega allí es, justamente, la posibilidad de sostener un espacio de resistencia al desmantelamiento simbólico; una invitación a resistir el arrasamiento subjetivo; la propuesta a darse un tiempo–todo el tiempo necesario—, a pagar un precio –casi siempre alto aunque la gratuidad del servicio hospitalario a veces tienda a disimularlo--para tomar distancia del vértigo indetenible de los flujos consumistas; paradójicamente, a consumir psicoanálisis para poner distancia respecto de los imperativos que nos quieren productivos, eficaces, exitosos, acríticos y líquidos.
Decía antes que la aparición de los números trae, junto al contacto con la realidad, la presencia del Mercado que tiende siempre a deslizar al analizando a la posición de cliente y, al analista, a la posición de prestador de un servicio. No obstante, el trato que en el análisis se inaugura es enteramente diferente a cualquier otro. Es un trato de palabra; es un contrato anacrónico si se quiere: corresponde a una época donde la palabra, la palabra de honor, valía tanto o más que cualquier papel firmado. Época en la que no era necesario firmar papeles pero, cuando aparecían papeles firmados, (el dinero, por ejemplo) valían para siempre por que tenían respaldo en oro y porque estaban garantizados por el poder de un Imperio acreedor o por la fe en Dios (in God we trust). Hoy en día el Imperio es el principal deudor del mundo y, ni la palabra de honor tiene el valor que supo detentar en el pasado, ni los papeles garantizan aquello que deja vacío la palabra. No obstante, en el análisis, la palabra, aún vale. Y, si bien los papeles no están del todo ausentes desde el inicio, lo cierto es que el contrato analítico es un acuerdo de palabra donde cada uno confía en la honestidad, en la decencia del otro. Así, hoy en día, el análisis cumple con el delicado trabajo de invitar a un sueño, de ilusionar otro universo, de proponer un juego que, desde el seno mismo del torrente mercantil, a la velocidad que los flujos imponen, pueda construir una isla, un mínimo dispositivo simbólico, un acuerdo tan sólido como flexible para, desde allí y con esos recursos, hacerle frente al dolor y al sufrimiento que la adaptación al sistema no sólo no ha logrado atenuar, sino que aporta como plus, como malestar en la cultura. Hoy en día, el espacio de la clínica debería estar al servicio de la imaginación, de la denuncia de la naturalización del consumo (incluido, claro está, el consumo de psicoanálisis); al servicio de sembrar la ilusión de un tránsito habitable con peso y valor crítico por el mundo. En última instancia, la desaceleración del flujo soportada por la transferencia. Pero no sólo la transferencia del analizando y la transferencia recíproca del analista, sino la transferencia, siempre asimétrica, de ambos con el psicoanálisis. Porque el psicoanálisis deviene en un espacio digno que en potencia es irreductible al precio. La dignidad del psicoanálisis, esa parte pequeñita que hace alusión más que evidencia, no encaja en el flujo comercial, no le es funcional al Mercado porque no tiene precio ni equivalente.
Así, la transferencia con el psicoanálisis se presenta como esa tabla salvadora, tabla flotadora que, en parte, aunque sólo sea en parte, resiste al torrente devastador y, de esa manera, autoriza a cada uno, a cada una, a defender su lugar, a registrar y usar los propios recursos, a apropiarse de su talento. “En tiempos de información, la velocidad de imágenes es arrasadora; por consiguiente no puede constituirse la subjetividad ni la experiencia si no se producen las operaciones pertinentes de desaceleración del flujo.”[ix] No obstante, la clínica corre el riesgo de quedar prisionera de la lógica capitalista que convierte la escucha en servicio que se brinda al mejor postor. Escucha e inconsciente del analista que se ofrece, que está en oferta, dispuesta a competir con otras ofertas: terapias alternativas, libros de autoayuda, pertenencia a alguna secta, creencia religiosa, los psicofármacos, siempre.
Si hasta ahora la clínica estaba allí para incitar a la emancipación del Otro (los dioses, los amos, el poder del superyó); si hasta ahora la clínica estaba allí para iniciar al sujeto en el camino de la subversión, ahora debería aportar al proyecto de ligar al sujeto descolgado, al sujeto “neoliberal”, tan libre de ataduras como expuesto a la crueldad que supone la dominación económica y social de los mejor adaptados; ligarlo a un cuerpo simbólico cuya construcción pasa pura y exclusivamente por el análisis. Ligarlo, decía, al soporte simbólico que no es, necesariamente, la forma jurídica que sugiere Legendre[x]. Lo simbólico no tiene por qué quedar reducido a lo legal, a la normatividad dogmática de la sociedad. Dicho de otra manera: la obediencia a las reglas no garantiza que la clínica cumpla con su función de “rectificación simbólica”[xi].
Entonces, la clínica al servicio de “…ligar al sujeto descolgado a un cuerpo simbólico.” Esto es así no sólo para el posible analizando sino, también, para el analista. Porque el caso es que los flujos capitalistas arrastran y atraviesan todo el dispositivo y, en la actualidad, el analista concurre a la cita tan frágil y precario como sus pacientes: sin Freud y sin Lacan. Con sociedades psicoanalíticas detrás, sí. Con voces ecolálicas del muerto, sí. Desde dentro de la esfera de influencia de empresas y empresarios del psicoanálisis, sí. Pero, sin Otro.
Hace ya muchos años que Serge Leclaire[xii] alertó acerca del “cerrojo incestuoso” de Freud y del “cerrojo narcisista” de Lacan. El “cerrojo incestuoso” de Freud, la IPA, el Estado psicoanalítico efecto de la parte impaga del legado de Freud (Anna Freud y la tendencia endogámica en las primeras épocas del psicoanálisis); y el “cerrojo narcisista” al que Lacan contribuyó proponiéndose como ídolo unificador y regulando el sistema a partir de las relaciones siempre entre los mismos consagrados. Pero ahora, sin Freud y sin Lacan, sueltos y descolgados, somos los mismos analistas los que corremos el riesgo de dejarnos tentar por el dogma o por la burocracia para atenuar el dolor por la ausencia del Padre; somos los mismos analistas los que, libres y huérfanos, quedamos expuestos a las delicias de la democracia del vale todo y del vale todo por igual. Nosotros, también. Clientes potenciales, libres de elegir entre las ofertas del mercado. Individuos flotantes, abiertos a todas las presiones consumistas.
En realidad, esto no es nuevo. Remitir al sujeto a su propio deseo ha sido desde siempre, anhelo del psicoanálisis y es probable que ese acto fuera en alto grado subversivo en los regímenes en los que el sujeto estaba simbólicamente sometido al Otro. Pero, en nuestras democracias de Mercado, donde todo reposa al fin de cuentas en el individualismo más condensado, ese criterio corre fácilmente el riesgo de transformarse en una iniciativa profundamente reaccionaria, al servicio de la adaptación sumisa al sistema. Ese gesto psicoanalítico de remitir al sujeto a su deseo plantea hoy un serio problema político, puesto que lo que está en juego es nada más ni nada menos que la supervivencia y el destino de la especie.
Decía antes que en el mercado de almas el analista se ofrece dispuesto a competir con otras ofertas: terapias alternativas, libros de autoayuda, pertenencia a alguna secta, creencia religiosa, psicofármacos, siempre. En efecto: las leyes del “mercado” amenazan al psicoanálisis desde fuera y desde dentro. Desde fuera por el avance de los predicadores de todo tipo (evangélicos a la cabeza) y por las neurociencias que, antes que enfrentarlo para destruirlo, han descubierto que Freud tenía razón en todo lo que afirmaba. Esto es, que la disciplina positiva que ellos dominan no ha venido para otra cosa que para confirmar –ahora, “científicamente”-- aquello que en el psicoanálisis era pura retórica. De manera tal que podríamos seguir sólo con las neurociencias (y, de paso, con los laboratorios de especialidades medicinales que subsidian sus investigaciones en nombre del avance del conocimiento de la mente): ellas llevan en su seno un psicoanálisis diluido y...desactivado.
Las leyes del Mercado amenazan al psicoanálisis desde dentro cuando contribuyen a ignorar cómo las instituciones distorsionan y tienden a silenciar todo aquello que ponga en riesgo lo instituido. Cuando las instituciones demandan la sacralización de la teoría y cuando los maestros exigen una adhesión acrítica, entonces, el anatema reemplaza a la controversia y en su lugar, las guerras de prestigio se desatan para ahogar la reflexión. También, cuando los analistas no reparan en el precio del peaje que el psicoanálisis tiene que pagar para ser bien recibido e incluirse en el santuario de la salud mental de los ministerios y allanarse al discurso universitario para disfrutar del festín de la academia.
Si comencé apelando a nombrar las cosas por su nombre; si comencé afirmando que globalización era el eufemismo que encubría al capitalismo y el capitalismo triunfante había logrado consenso acerca de su condición de único sistema posible, que lleva en su seno las fuerzas que se encargarán de salvarlo, terminaré ahora afirmando con Freud que “una cultura que deja insatisfecho a un número tan importante de sus integrantes y los empuja a la revuelta, ni tiene posibilidades de permanecer eternamente, ni se lo merece”[xiii].
[i] Bauman, Zygmunt: Vida de consumo. Fondo de Cultura Económica. 2007.
[ii] Lacan, J: L´envers de la psychanalyse. Seuil. París. 1991. En la lógica capitalista el esclavo antiguo fue sustituido por hombres reducidos al estado de productos: productos tan consumibles como los demás. El capitalismo, cuando se consuma, lo consume todo (los recursos naturales, los individuos), y no sólo al esclavo antiguo.
[iii] Bleichmar, Silvia: “Una cuestión que debe ser abordada sin hipocresía”. En Imago Agenda. No 88 Abril de 2005.
[iv] Dufour, Dany-Robert: “El carácter incompleto del Otro” En : El arte de reducir cabezas. Sobre la servidumbre del hombre liberado en la era del capitalismo global. Paidos. Buenos Aires. 2007.
[v] Dufour, Dany-Robert: “¿El Mercado será el nuevo gran Sujeto?” En : El arte de reducir cabezas. Sobre la servidumbre del hombre liberado en la era del capitalismo global. Paidos. Buenos Aires. 2007.
[vi] Arendt, Hanna: Du mensonge a la violence. Calman Levy. París.1972.
[vii] Virilio, Paul: La inseguridad del territorio. Asunto Impreso. Buenos Aires. 2000.
[viii] Dufour, Dany-Robert: El arte de reducir cabezas. Sobre la servidumbre del hombre liberado en la era del capitalismo global. Paidos. Buenos Aires. 2007.
[ix] Corea, Cristina: “Un nuevo estatuto de la lectura”. En Corea, Cristina. Lewkowicz, Ignacio: Pedagogía del aburrido. Paidos. Buenos Aires. 2004.
[x] Legendre,P: L´amour du censeur. Essai sur l´ordre dogmatique. Seuil. París. 1974
[xi] Lacan, J. Escritos I - Función y campo de la palabra en psicoanálisis
[xii] Leclaire, Serge: Rompre les chaines. InterEditions. París. 1981.
[xiii] Freud, Sigmund: El malestar en la cultura; en Obras Completas; Madrid, Biblioteca Nueva, 1948.
[ii] Lacan, J: L´envers de la psychanalyse. Seuil. París. 1991. En la lógica capitalista el esclavo antiguo fue sustituido por hombres reducidos al estado de productos: productos tan consumibles como los demás. El capitalismo, cuando se consuma, lo consume todo (los recursos naturales, los individuos), y no sólo al esclavo antiguo.
[iii] Bleichmar, Silvia: “Una cuestión que debe ser abordada sin hipocresía”. En Imago Agenda. No 88 Abril de 2005.
[iv] Dufour, Dany-Robert: “El carácter incompleto del Otro” En : El arte de reducir cabezas. Sobre la servidumbre del hombre liberado en la era del capitalismo global. Paidos. Buenos Aires. 2007.
[v] Dufour, Dany-Robert: “¿El Mercado será el nuevo gran Sujeto?” En : El arte de reducir cabezas. Sobre la servidumbre del hombre liberado en la era del capitalismo global. Paidos. Buenos Aires. 2007.
[vi] Arendt, Hanna: Du mensonge a la violence. Calman Levy. París.1972.
[vii] Virilio, Paul: La inseguridad del territorio. Asunto Impreso. Buenos Aires. 2000.
[viii] Dufour, Dany-Robert: El arte de reducir cabezas. Sobre la servidumbre del hombre liberado en la era del capitalismo global. Paidos. Buenos Aires. 2007.
[ix] Corea, Cristina: “Un nuevo estatuto de la lectura”. En Corea, Cristina. Lewkowicz, Ignacio: Pedagogía del aburrido. Paidos. Buenos Aires. 2004.
[x] Legendre,P: L´amour du censeur. Essai sur l´ordre dogmatique. Seuil. París. 1974
[xi] Lacan, J. Escritos I - Función y campo de la palabra en psicoanálisis
[xii] Leclaire, Serge: Rompre les chaines. InterEditions. París. 1981.
[xiii] Freud, Sigmund: El malestar en la cultura; en Obras Completas; Madrid, Biblioteca Nueva, 1948.
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