04 diciembre 2008

Especial Violencia y Ciudad/ Violencia Sexual: Pedofilia - Por Mirta Vazquez de Teitelbaum



Violencia Sexual
Pedofilia
El fin de la edad de la inocencia


Por Mirta Vázquez de Teitelbaum*


(para La Tecl@ Eñe)


Ha finalizado el Siglo XX llamado el siglo del niño ya que luego del ominoso siglo XIX, Charles Dickens mediante, la civilización occidental hizo un mea culpa ocupándose de lograr la tan ansiada felicidad de la edad de la inocencia
Claro que hubieron niños, muchos, que en la Europa del Siglo pasado no la pasaron nada bien, baste recordar los campos de exterminio nazi. Y otros tantos niños de los países “del tercer mundo” como se les llamó en los 60, que sufrieron hambrunas, como en Biafra o desnutrición, como en varios países de nuestra América.
Ellos no gozaron de sus derechos, ni mucho menos de sus ventajas.
Pero ¿cómo pensar a un niño sin tomar en cuenta el discurso social que lo define? Acaso ¿no sabemos que no es lo mismo un niño en alguna tribu que aún mantiene su cultura indígena que en la cultura urbana de cualquier país occidental?
Tomemos un clásico de la literatura de los 60 como Lolita de Vladimir Nabokov. ¿Se podría juzgar hoy en día esa historia de amor contemporánea entre una niña y un adulto como una perversión? ¿Sería quizás ese hombre condenado a pesar de que hay leyes que prohíben el comercio sexual con menores?
En fin, la idea de qué es un niño ha quedado subvertida por Sigmund Freud en plena época victoriana. Es a fines del siglo XIX cuando descubre la sexualidad infantil. El escándalo que su texto de 1905 produjo determinó que las instituciones que velaban por la integridad de los infantes lo sacaran de sus filas. Para ellos los niños no tenían sexualidad, menos aún libido, de modo que eran como ángeles hasta el despertar de la pubertad cuando las hormonas se encargaban de producir sensaciones que se debían reprimir hasta ser adultos de pleno derecho para ejercer una sexualidad al servicio de la procreación.
Ese era el discurso oficial. Aunque Lewis Carrol ya había escrito Alicia en el país de las maravillas, texto dedicado a una niña de la edad de la Lolita de Nabokov.
Se sabe hoy que la sexualidad no se manifiesta de manera genital solamente, que el concepto freudiano abarca toda manifestación que busca placer, que el cuerpo alberga zonas erógenas que, justamente, se conforman en la más tierna infancia y que el seno es el primer objeto de satisfacción del recién nacido, aún antes de que entre en el campo del lenguaje. El sujeto se constituye conforme al recorrido de la pulsión la que delimita el objeto con el cual encontrará su satisfacción sexual.
Si esto es así ¿porqué, entonces, la sociedad occidental prohíbe que un sujeto adulto entre en contacto sexual con un niño?
Se dice que las sociedades llevan en sí el germen de su destrucción. Es una manera de articular la pulsión de muerte a la civilización. Así como la vida es el conjunto de fuerzas que se oponen a la muerte debemos pensar en el progreso de sus etapas como una manera de proteger la supervivencia de las sociedades. Por tal motivo la cultura se funda sobre la prohibición y, la primera, es la del incesto. Es Levis Strauss quien da, finalmente, el argumento antropológico que necesitaba el psicoanálisis: la prohibición del incesto es universal. Recae sobre la Madre y toma la forma de un mandato que posibilita la exogamia.
La protección de la infancia parte de la prematuración de la especie humana: nacemos sin poder abastecernos durante mucho tiempo. Por tal motivo los niños deben adecuarse al discurso social imperante a través del aprendizaje de sus normas. La alienación radical a la lengua materna no le permite al sujeto discutir y, mucho menos, intentar cambiar esas normas. Debe adaptarse a ellas para sobrevivir. De modo que la elección sexual queda postergada hasta que el sujeto-niño se desarrolle biológicamente y entre en la pubertad.
Se sabe que hubo épocas en que las niñas eran destinadas al matrimonio a esa edad. Lo cuenta Shakespeare en Romeo y Julieta cuando el padre de ella le dice a quien ha elegido para futuro esposo de su hija que Julieta ya tiene 14 años, la misma edad que tenía su madre cuando la tuvo y ahora que ya está mayor no puede procrear. Es decir que la madre tenía en ese momento 28 años y era ¡vieja!
De modo que las leyes que regulan y a veces prohíben estas relaciones (con permiso de sus mayores los adolescentes pueden casarse) están al servicio de preservar la continuación de la sociedad de la manera que se constituye.
¿Cómo pensar ahora la cuestión de la pedofilia sino como una perversión?
Las relaciones con niños antes de la pubertad suponen una violencia ejercida sobre un sujeto que se está constituyendo y no puede aún elegir el tipo de objeto del que dependerá su satisfacción sexual.
Por eso cualquier trato de esa índole por parte de un adulto es un abuso, porque supone un exceso de excitación para el niño que no está en condiciones de derivar. Las preliminares de un acto sexual entre adultos suponen un incremento de excitación que cada partenaire buscará satisfacer. Al niño no le es posible.
El niño abusado está bajo una doble presión: la de una excitación desconocida y la de los sentimientos que le despierta su abusador. En algunos casos son de temor, terror, asco, miedo, rechazo o repulsa y a veces quedan soterrados porque los abusadores suelen ser personas que tienen un lugar especial en su entorno. Hermanos o hermanas mayores, padres, tíos, padrastros, amigos o conocidos caen bajo sospecha.
Y acá el psicoanálisis también es pionero: Freud descubre que en ocasiones el sujeto infantil cree vivir estas experiencias. Determina que hay un fantasma fundamental en la infancia que es la seducción por un adulto. En verdad la dependencia del niño hace que quienes lo cuidan tengan que tocar su cuerpo. La higiene del niño, las caricias, el sostén que necesita determinan que el contacto físico primero parte de parte de los adultos. El niño acepta pasivamente esta situación y en base a ello partes de su cuerpo se privilegian como fuentes de placer. Son las llamadas zonas erógenas y se constituyen en el desarrollo efectivo del infante con sus mayores.


Todo niño de nuestra cultura accede a la genitalidad luego de atravesar una etapa en la cual la sociedad marcó en parte su sexualidad. Pero este fantasma que se constituye en la infancia forma parte de la particular manera que cada quien tiene para encontrar finalmente la satisfacción sexual a partir de la pubertad.
Cuando, en cambio hay una violación efectiva está claro que la satisfacción del violador consiste en causar dolor a su víctima. Se trata de un sádico y, por ende, es un sujeto que precisa una víctima para satisfacerse.
Hay una figura que es “la violación seguida de muerte”. Es obvio que lo que busca el perverso es aniquilar al otro gozando de él previamente. Surge acá una pregunta: ¿por qué a la sociedad le cuesta entender esto y deja libre a violadores y asesinos como si se pudieran “curar”?
Quizás porque el sadismo también es constitutivo del ser humano.
Las relaciones entre padres e hijos no son sencillas y el maltrato de los niños y su abuso en base a castigos corporales y verbales no han cesado. Es cierto que podemos reconocer que los niños hoy están educados bajo fórmulas menos brutales que en épocas anteriores. Pero la posibilidad de ejercer la autoridad bajo una forma sádica maltratando al más débil es propio de nuestra especie y sólo un difícil camino de elaboración nos permite decir no a esa tendencia derivándola hacia fines menos ultrajantes hacia el otro.
Hay una forma de la pedofilia que ha tomado estado público a partir de Internet pero existió siempre: la prostitución infantil. La pregunta acá es ¿qué hace que un niño se preste a dejarse tomar fotos o a ser manoseado delante de otros o, aún más, a ser entregado como objeto de satisfacción sexual?
En general se trata de redes de prostitución que operan mafiosamente bajo un régimen de terror y, por su dependencia, el niño es aún más vulnerable aún que los adultos que caen bajo estas organizaciones.
La pedofilia, entonces, es una perversión. Quienes maltratan bajo las formas antedichas a niños son personas cuya condición de goce es fija: necesitan armar la escena perversa para satisfacerse de esa única manera. El psicoanálisis nos enseña que hasta ahora es imposible modificar esta posición.
Quienes son responsables de alguna manera de la infancia deberían saberlo para estar advertidos y obrar en consecuencia ante la posibilidad de un hecho de pedofilia.
No se trata de la sospecha generalizada, los niños una vez seducidos nos seducen y es un logro de la cultura que la demostración amorosa pase por el cuerpo: caricias, mimos, juegos son una forma de obtener placer en la relación entre adultos y menores.
Me parece que se trata de, en cada caso, verificar si lo que el niño dice obedece a su fantasma o puede tener lugar en la realidad como una forma de estar presente en las visicitudes que la vida erótica le plantea al sujeto que se está formando.


*Mirta Vazquez de Teitelbaum
Miembro de la Asociación Mundial de psicoanálisis
Miembro de la EOL (Escuela de la Orientación Lacaniana)











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