04 diciembre 2008

Especial Violencia y Ciudad/ La violencia en la ciudad de Buenos Aires - Por Rubén Drí

La violencia en la ciudad de Buenos Aires: Estado de naturaleza

Por Rubén Dri
(Para La Tecl@ Eñe)

Lo que conocemos como violencia es el uso desproporcionado de la fuerza inherente a todo ser viviente y, en este caso, a todo ser humano, o sea, a todo sujeto. Éste se constituye como sujeto en la medida en que “se pone”, es decir, que enfrenta las situaciones que se les presentan como obstáculos para su realización, lo cual significa que ejerce violencia sobre todo lo que se presenta como impedimento para su realización.

No sólo eso, sino que sólo puede construirse como sujeto en la medida en que es reconocido y reconoce a los otros. En todo sujeto se da siempre una lucha por el reconocimiento. Sin esta lucha el sujeto nunca logra ser tal, pues sólo es sujeto en la medida en que reconoce a los otros y es reconocido por éstos. Es por ello que esta lucha se da en todos los ámbitos de la sociedad, en la familia, en la escuela, en el gremio, en el partido político, en la calle.

Apenas salido del vientre materno el sujeto humano comienza su lucha por el reconocimiento. No llora sólo porque tiene hambre o porque experimenta algún dolor físico, sino también y de manera especial cuando es dejado solo, es decir, no se lo reconoce. Esta lucha lo acompaña durante toda la vida.

En las sociedades capitalistas, debido a que están constituidas en base a la competencia, la lucha por el reconocimiento produce siempre ganadores y perdedores, y éstos últimos tienden a ser marginados, “desconocidos”, objetualizados, es decir, reducidos a objetos despreciables. El problema asume rasgos catastróficos en las etapas neoliberales, pues aquí se trata de una guerra a muerte con el resultado de que sólo sobreviven los “más aptos”.

En estos casos, los sujetos no logran su reconocimiento y, en consecuencia, su realización como tales, y esto vale tanto para los “ganadores” como para los “perdedores”. Efectivamente, la reducción del otro a objeto, a cosa, a obstáculo que debe ser superado, hace que no pueda producirse el mutuo reconocimiento de sujetos. Un profundo sentimiento de insatisfacción, de frustración, de resentimiento, corroe los ánimos de los sujetos frustrados.

Es entonces cuando la violencia inherente al sujeto se desborda, sale de sus límites normales y no sólo se ejerce contra los demás, sino que se vuelve contra los mismos que la ejercen. Al “ganador”, o sea, dominador, no le basta dominar. Necesita que la dominación se sienta, se ejerza con violencia inusitada. Guantánamo es el símbolo mayor de este sadismo desbordado. La violencia desbordada siempre comienza por el dominador.

El “perdedor”, siente que su fuerza creativa, la violencia que debiera a forzar al otro al reconocimiento, gira en el vacío, no sólo no logra el reconocimiento, sino que provoca irremediablemente la represión. Nada de reconocimiento. El neoliberalismo ha proclamado que cada cual debe velar por sí, que el otro no es el otro a reconocer, sino a vencer, a dominar.

Se produce entonces lo que Hobbes equivocadamente llamó “estado de naturaleza” al que describe con los rasgos más sombríos, pues en él se da la lucha de todos contra todos, pero no para el mutuo reconocimiento, sino para la mutua aniquilación. Las fuerzas creativas de los seres humanos se transforman en fuerzas destructivas. Sólo un Estado-monstruo, el Leviatán, puede contener esta violencia de muerte que atraviesa a todos los sujetos.

Ello se acrecienta en las grandes ciudades, como es el caso de de Buenos Aires capital, pues en ellas la relación entre los sujetos es estrecha y vencedores y perdedores se encuentra unos frente a los otros en espacios reducidos. Si los ganadores llegan a ser tales recurriendo a cualquier medio, por qué el perdedor no puede hacer lo mismo.

Para solucionar el problema los ganadores exigen que se recurra a la represión. Más años de cárcel, reducción de la edad de imputabilidad, derecho de la policía a reprimir violentamente. Ello en lugar de encaminar la solución al problema, no hace más que exacerbarlo. Los perdedores son ahora doblemente perdedores. El resentimiento que, de esa manera, se genera, es inextinguible.

El camino de la solución posible se encuentra en la superación del neoliberalismo o, en otras palabras, en la recomposición del ámbito ético en el que, si bien, se reconocen las desigualdades sociales, porque nos encontramos en el capitalismo, sin embargo, se reconocen también las mutuas relaciones de reconocimiento.
Buenos Aires, 16 de noviembre de 2008

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