29 octubre 2009

Un mundo infeliz/ Claudio Díaz

El papel de los medios como nuevos disciplinantes sociales

UN MUNDO INFELIZ

Por Claudio Díaz

(para La Tecl@ Eñe)

Ilustración: Carlos Alonso


A partir de las tecnologías globalizadas y la preeminencia de la actividad financiera por sobre la productiva, el diagnóstico acerca del sombrío presente que vivimos como personas se ha complicado. Pero vamos a intentar aportar alguna que otra reflexión. El poder dominante ya no está en países preeminentes sino en poderosos conglomerados económico-financieros que no tienen sede fija ni rostros identificables. Hablamos de inmensos fondos de inversión de origen sospechable que administran empresas cada vez más concentradas con productos brutos superiores a los de muchos países, y con una imponente ejecutividad que imponen por el omnímodo control que ejercen sobre los medios de comunicación.

Podríamos decir que en otras épocas la colonización se ejercía sobre los cuerpos, como en la esclavitud. Hoy lo que se coloniza y domina son nuestras mentes. Es nuestra psicología la que está ocupada, es nuestro inconsciente el que se alinea con los intereses que nos perjudican. Si hablamos de los viejos imperialismos, hay que decir que la conquista ya no pasa tanto por la posesión u ocupación de territorios sino por el control de las ideas, el pensamiento de los pueblos y sus voluntades. Sin tantas armas, ahora se trata de ejercer el control de las almas.

Alienados los pueblos por el mensaje del poder, el nuevo orden necesita, por supuesto, “nuevos hombres”: lavados de sus creencias tradicionales y de su moral sexual, familiar, social. Se busca hallar “consenso” para alcanzar un “equilibrio” terrorífico: mientras se descarta la vida para cientos de millones de seres humanos, se exalta y fomenta el culto al mercado, al hedonismo y al consumismo vacío entre los que todavía no se cayeron del mapa.

Un adelantado, Aldous Huxley, lo vio venir hacia 1930, cuando describió una democracia que era, al mismo tiempo, una dictadura perfecta; una cárcel sin muros en la cual los prisioneros no soñarían con evadirse. Un sistema de esclavitud donde, gracias al sistema de consumo y el entretenimiento, los esclavos amarían su servidumbre: Un mundo feliz, tal como tituló a su obra el extraordinario novelista inglés.

Una sociedad, la descripta por el autor, de tremenda actualidad, que utilizaba todos los medios de la ciencia y la técnica -incluidas las drogas- para el condicionamiento y el control de las personas. En ese mundo, todos los chicos son fabricados en serie; concebidos en probetas sin tener que pasar por el vientre de su madre. Y están genéticamente condicionados para pertenecer a una de las cinco categorías de población. De la más inteligente a la más estúpida: los Alpha (la elite), los Betas (los ejecutantes, los gerentes), los Gammas (los empleados subalternos), los Deltas y los Epsilones (destinados a trabajos arduos). A los Alpha se los dota de genes perfectos, mientras que los de la clase Epsilon reciben menos oxígeno del debido con el propósito de obtener personas semi idiotas, infradotadas. Su fin: asegurar la estabilidad social.

La familia, como institución, ha sido abolida. La historia, el arte y la literatura han dejado de existir en ese mundo, dando lugar a la aparición de la música sintética y la televisión. La ciencia ha triunfado sobre la espiritualidad, de tal manera que el deterioro físico de los seres humanos, que ya hemos visto que son fabricados en laboratorios, puede detenerse artificialmente. Es esta una sociedad feliz, superficialmente feliz, en la que la gente está condicionada por los genes, el lavado de cerebro y las drogas.

Los descontentos con el sistema son apartados de la “sociedad ideal” y confinados en colonias especiales donde se rodean de otras personas con similares “desviaciones”. Los habitantes de ese mundo ideal dependen casi servilmente de una droga sintética, el Soma, que el propio Estado prescribe para poder manipular sus emociones y garantizarle la felicidad.

Casi nadie puede escapar a ese destino, aunque en algunas zonas del planeta imaginado por Huxley han quedado reservas donde los “salvajes” siguen teniendo sus dioses y ritos espirituales, donde las familias continúan existiendo y donde los niños nacen de mujeres. Para odiar ese mundo y condenarlo como algo de la prehistoria, tal como hoy hacen los grandes medios de comunicación en manos del establishment económico, la elite de ese nuevo orden crea el sistema de la hipnopedia, esto es: un proceso de aprendizaje ejercitado durante el sueño que consiste en la repetición constante de frases, de frases propagandísticas, que quedarán grabadas por el resto de la vida en cada habitante de ese “mundo feliz”.

¿No es la de Huxley una predicción de lo que vivimos a diario, cuando desde los artículos de diarios y revistas y sobre todo desde los medios masivos como la televisión y la radio escuchamos repetir los mismos conceptos, una y otra vez, para que al cabo de un brevísimo tiempo la gente que consume esos discursos los incorpore a su dieta y los repita, cual loros amaestrados, como verdades de Biblia?

Si nos detuviéramos por un momento a observar qué sucede por nuestras costas desde hace un tiempo, encontraríamos de alguna manera un esquema de “idealización” de vida parecido al que planteó el novelista hace ya ocho décadas. Nos referimos al mensaje-modelo que se le hace llegar al público consumidor, con la televisión y la publicidad como sociedad estratégica del centro de irradiación que indica cómo adquirir la perfección estética y social a partir de la elección de una determinada marca de coche o de una simple bebida.

Como en la semblanza del escritor británico, lo primero que se le hace saber al público consumidor es la obligación de la felicidad, como si la dicha fuera una cuestión del almanaque o tenga posibilidad de ser marcada en una agenda. Estamos en presencia del Soma de estos tiempos. La zanahoria cotidiana que permita mantenernos alejados de los interrogantes esenciales de la vida, de querer saber qué hay, realmente, detrás de toda esa pompa de jabón que nos hace creer que en verdad somos libres porque podemos elegir a qué playa ir, con qué cerveza invitar a la chica que queremos enamorar y a qué hora acostarnos.

Los medios de comunicación aparecen, de esta manera, como los nuevos disciplinantes de la comunidad. Superada la etapa en la que los poderes tradicionales avasallaban a los pueblos a través de la vía militar, la televisión y los diarios, los canales de noticias y las emisoras radiales son hoy por hoy las nuevas fuerzas de ocupación… Porque ocupan nuestras mentes para imponernos sus modelos, sus relatos, sus “próceres” y sus desvalores.

La reciente sanción de la Ley de Servicios Audiovisuales es un paso importante para atenuar la cotidiana práctica de la hipnopedia que ejecutan los grupos que controlan abrumadoramente el mercado periodístico. Ellos quieren hacernos creer que en la “variedad” de productos que ofertan descansa la verdadera libertad de expresión y el pluralismo. Es una falacia… Y no podemos comportarnos como chicos. Podrán presentar ante nuestros ojos, como si fueran golosinas, un montón de paquetes de diferente tamaño, formato y color. Aunque todos esos caramelitos tienen el mismo sabor…

Claudio Díaz

1 comentario:

  1. Extraordinario Comentario Estimado Claudio. Adelante!!! Categóricamente claro y de profunda lucidés

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