Cuando la Justicia “falla”
El romance entre la impunidad y la “justicia popular”
Por Jorge Garaventa*
(para La Tecl@ Eñe)
La mal llamada Justicia Popular tiene sus raíces ideológicas y metodológicas en La Inquisición que la Iglesia Católica implementó para martirizar y asesinar a miles de “brujas y herejes”, en nombre de Dios. Los linchamientos existieron desde el comienzo mismo de la humanidad, y según escritos bíblicos u otros documentos históricos, fue suficiente que en el mundo fueran tres para que dos acordaran que el tercero molestaba…y actuar en consecuencia.
El actual estado de las cárceles nos excusa de explayarnos en las razones por las que sostenemos que las condenas siguen siendo una venganza social que apunta a la segregación del individuo en falta, lejos de los fundamentos básicos de la Justicia que debería apuntar a la reinserción de quien delinque en una sociedad que está muy lejos de poder presumirse ajena de los “monstruos” de los que que pretende inmunizarse.
La justicia popular, la del linchamiento, la inquisitoria, la del “algo habrán hecho”, la de “que se pudran en la cárcel”, la del “rifle sanitario”, versión graciosa y ostentosa del “gatillo fácil”, está presente en los grandes y pequeños actos donde un hombre es juzgado, pero ni tiene los ojos vendados ni porta ecuanimidad, sencillamente se incentiva por simpatías, antipatías e identificaciones.
La culpa, la proyección y el ejercicio de las más extremas pulsiones perversas son el motorcito de lo que “el pueblo” pide en los noticieros. La sistemática repetición de la escena con víctimas desoladas y vecinos atemorizados e indignados va poniendo presión al colectivo, que suele estallar en linchamientos “justo en el momento en que las cámaras pasaban por el lugar”.
Pero nunca habrá paz. El multimedio no tiene otros aliados que el rating, y el linchamiento, a veces simbólico, a veces real, desplaza rápidamente su interés hacia las consecuencias del acto. El justiciero sabrá entonces de deslealtades tan extremas como constantes. Ejemplifico: Las cámaras encendidas y en directo estaban allí, frente a la casilla donde vivía el presunto abusador de una niña, que había sido detenido. La presencia de las cámaras, obviamente, actúa como aglutinante. El barrio se va acercando. El movilero cumple su tarea: “¿es cierto que abusó de otras niñas?”, “¿irá preso o quedará libre como tantos delincuentes?”, “¿Qué va a hacer el barrio ante semejante peligro?”, “¿es verdad que la policía mira para otro lado?”. Ante la tragedia real y el incentivo extra no se necesitó mucho más. Apenas minutos después la casa ardía ante el asombro comprensivo del periodista. “La gente está desesperada, se siente desamparada y pretende hacer justicia por mano propia, pero nunca faltan los delincuentes que se aprovechan de la situación”. Las cámaras entonces se ocupan de los vecinos que han pasado de la justicia al pillaje, robando los bienes del acusado, lo que desmiente el simbolismo mitológico: “que el fuego convierta en cenizas al hereje y todo aquello que lo represente”.
El multimedio se retira satisfecho, ya logró sus escenas de justicia popular por el hartazgo de la gente, ya consiguió las necesarias secuencias de vandalismo, imprescindibles para apertura y cierre de un noticiero. Ahora vamos a los estudios. Allí los analistas y expertos dirán lo suyo. El show debe seguir y otra noticia acaparará las cámaras. En el medio una niña abusada que en el mejor de los casos comenzará un largísimo tránsito de revictimización por los “palacios de justicia”. Tal vez llegue la Justicia, tal vez no, pero ese resultado difícilmente interese los elegidos de ese minuto de protagonismo que los medios amarillos, ese tigre hambriento, salvaje e insaciable, se encargaron de disparar ante millones con la esperanza de que cunda el ejemplo y “estemos allí, en el lugar exacto y el momento justo en que se produce la noticia”.
Cuando empezó a implementarse en educación el sistema de los Consejos de Convivencia fue necesario hacer reformas inmediatas al método propuesto. Los alumnos tenían la tendencia a sancionar a sus compañeros de manera más severa y arbitraria que el sistema punitivo que se intentaba reemplazar. Felizmente esto no frenó el proceso participativo en educación pero fue un alerta interesante acerca del poder y su distribución.
La Justicia popular inquisitoria nace de los vacios que deja el sistema judicial. Allí donde la aplicación de las leyes se ausenta, se dice, nacen estos movimientos autónomos. Veremos que el tema es más complejo, y que no siempre es así.
Se suele banalizar para sinonimizarla con el concepto de injusticia o impunidad, la alusión referente a ¨los tiempos de la justicia¨. Y aquí es menester señalar una cuestión central. La Justicia puede ser lenta o rápida pero ello no necesariamente es signo de algo. Lo determinante es la dirección, efecto e intenciones de esos tiempos procesales.
También se dice que la Justicia lenta no es Justicia y se omite señalar que cuando es rápida o sumaria no es raro que esté viciada de arbitrariedad. Acordemos entonces que la arbitrariedad y la impunidad suelen ser vestidos del mismo personaje.
Es momento de aclarar que estamos lejos de hacer una apología de la lentitud, menos aún cuando se trata de las urgencias que surgen de la necesidad de una reparación simbólica a una afrenta. Sencillamente postulamos que los tiempos bien empleados no tienen medida y que los reclamos de procesos sumarios apuntan a saltear los pasos que garanticen una correcta aplicación de la justicia.
Y es aquí donde nace el abrazo entre la Inquisición y la Justicia Popular.
La inquisición establecía prima facie un culpable, no un sospechoso. Todo lo que se desencadenaba desde ese momento, era lo que finalmente culminaría en la muerte del hereje, tras los más terribles tormentos. No importaba demasiado si en el camino aparecían elementos que cuestionaban la culpabilidad. Las torturas lograrían el objetivo buscado, la inapelable confesión del reo.
La justicia popular descree de procesos judiciales, demoniza al acusado y quiere que la sangre llegue al rio. Por ende es irritable a cualquier alusión que aluda a garantías constitucionales o derechos humanos. Lejos está de interesarse en que cuanto más se respeten los escalones, más justo y tranquilizador será el resultado.
También veremos como este proceso, tan presente en la judicialización de la pobreza y sus efectos, está exagerado hasta la exasperación cuando a quien se juzga se lo acusa de abuso sexual infantil o cualquier tipo de violencias contra la mujer y la niñez.
Fácil y certeramente se concluirá que, al menos en esta concepción que venimos desarrollando no hay “La Justicia” sino “justicias” diseñadas para la cartera de la dama o el bolsillo del caballero según corresponda. El agregado, un tanto asombroso muestra que cuando la Justicia “falla” puede deberse a un proceso corrupto, pero la más de las veces se trata de una opción ideológica.
Los pobres se alzan contra los paupérrimos en Villa Soldati y sus réplicas desesperadas y desesperanzadas. Temen que las nuevas “hordas” les arrebaten sus privilegios de “usurpadores naturales”. Extrañamente ni los unos ni los otros se plantean estrategias contra los okupas de guante blanco, los “dueños” de los clubes lujosos que logran ostentosas concesiones a precios y en condiciones ventajosas para que pequeños grupos de “gente bien” disfrute privadamente del espacio público.
Vale aclarar, ya que no se está propiciando un conflicto entre pobres y no tan pobres, que no me estoy refiriendo a los agrupamientos que apuntan a la práctica y difusión de alguna actividad popular que solicitan un espacio de ejercicio y fomento y que establecen una cuota razonable a los fines de solventar los gastos, lejos de que se constituya en una barrera discriminatoria. Mas bien señalamos a los sectores que pretenden cercenar y cercar porciones del espacio público que los separen de aquellos a quienes desprecian por cuestiones de clase.
Este y otros ejemplos que fuimos deslizando a lo largo del escrito son un muestrario de las fallas y omisiones de la Justicia, que poco tiene para envidiarle a los fallos.
Tanto en las épocas en que hablaba únicamente a través de las sentencias, como ahora que algunos jueces son presencias constantes en el mundo del espectáculo, la intervención judicial establece una impronta de clase bastante lejana de la equidad. No en pocas ocasiones se constituye en el brazo letrado de la defensa de los privilegios. Y siempre hay un recurso válido. O debe ceñirse a la letra de la ley, o esta está para ser interpretada…siempre habrá un recurso.
Sabemos que hay Jueces y Juezas respetados y respetables; que como síntesis tenemos el privilegio de convivir con una de las Cortes Supremas más prestigiosas que el país nos ha dado…o que le hemos dado al país. Pero estos cuerpos de la estructura judicial son todavía la pequeña mancha blanca del mapa. Algunos juzgados pueden dictar fallos ejemplares, y la Corte intervenir con decisiones históricas, pero los fallos de aquellos son puntuales y apelables y los del cuerpo mayor, ceñidos a una decena de temas que si bien pueden hacer a la vida de todos, rara vez rozan lo particular porque, y duele decirlo, si correspondiera que intervinieran los Cortesanos, el dinero que hay que erogar lo convierte en una posibilidad para pocos.
La Justicia entonces sigue siendo una estructura patriarcal, clasista y al servicio de determinados intereses que no son precisamente los populares. A esto se le puede agregar que es caprichosa y desarticulada, antojadiza y variable.
Es uno de los lugares que con mas urgencia reclama aires democratizantes pero tal vez donde más tarde en llegar.
La ecuanimidad debiera arribar por intermedio de los organismos responsables de designaciones y enjuiciamientos. Pero esto exige desprendimientos sectoriales y partidarios…y allí seguimos en deuda.
Una Justicia que se enorgullezca de su propio accionar implica diversidad pero exige síntesis. Estamos lejos de pretender uniformidad cuando los seres humanos somos tan distintos. De lo que se trata es de la exigencia de una aplicación igualitaria de las leyes; si no no hay Justicia, y cuando no la hay, acecha la Justicia Popular, la inquisitoria, que dista tanto como aquella de ser Justicia. Y en el medio quedan pisoteados los derechos y deberes que nos hacen dignos.
El romance entre la impunidad y la “justicia popular”
Por Jorge Garaventa*
(para La Tecl@ Eñe)
La mal llamada Justicia Popular tiene sus raíces ideológicas y metodológicas en La Inquisición que la Iglesia Católica implementó para martirizar y asesinar a miles de “brujas y herejes”, en nombre de Dios. Los linchamientos existieron desde el comienzo mismo de la humanidad, y según escritos bíblicos u otros documentos históricos, fue suficiente que en el mundo fueran tres para que dos acordaran que el tercero molestaba…y actuar en consecuencia.
El actual estado de las cárceles nos excusa de explayarnos en las razones por las que sostenemos que las condenas siguen siendo una venganza social que apunta a la segregación del individuo en falta, lejos de los fundamentos básicos de la Justicia que debería apuntar a la reinserción de quien delinque en una sociedad que está muy lejos de poder presumirse ajena de los “monstruos” de los que que pretende inmunizarse.
La justicia popular, la del linchamiento, la inquisitoria, la del “algo habrán hecho”, la de “que se pudran en la cárcel”, la del “rifle sanitario”, versión graciosa y ostentosa del “gatillo fácil”, está presente en los grandes y pequeños actos donde un hombre es juzgado, pero ni tiene los ojos vendados ni porta ecuanimidad, sencillamente se incentiva por simpatías, antipatías e identificaciones.
La culpa, la proyección y el ejercicio de las más extremas pulsiones perversas son el motorcito de lo que “el pueblo” pide en los noticieros. La sistemática repetición de la escena con víctimas desoladas y vecinos atemorizados e indignados va poniendo presión al colectivo, que suele estallar en linchamientos “justo en el momento en que las cámaras pasaban por el lugar”.
Pero nunca habrá paz. El multimedio no tiene otros aliados que el rating, y el linchamiento, a veces simbólico, a veces real, desplaza rápidamente su interés hacia las consecuencias del acto. El justiciero sabrá entonces de deslealtades tan extremas como constantes. Ejemplifico: Las cámaras encendidas y en directo estaban allí, frente a la casilla donde vivía el presunto abusador de una niña, que había sido detenido. La presencia de las cámaras, obviamente, actúa como aglutinante. El barrio se va acercando. El movilero cumple su tarea: “¿es cierto que abusó de otras niñas?”, “¿irá preso o quedará libre como tantos delincuentes?”, “¿Qué va a hacer el barrio ante semejante peligro?”, “¿es verdad que la policía mira para otro lado?”. Ante la tragedia real y el incentivo extra no se necesitó mucho más. Apenas minutos después la casa ardía ante el asombro comprensivo del periodista. “La gente está desesperada, se siente desamparada y pretende hacer justicia por mano propia, pero nunca faltan los delincuentes que se aprovechan de la situación”. Las cámaras entonces se ocupan de los vecinos que han pasado de la justicia al pillaje, robando los bienes del acusado, lo que desmiente el simbolismo mitológico: “que el fuego convierta en cenizas al hereje y todo aquello que lo represente”.
El multimedio se retira satisfecho, ya logró sus escenas de justicia popular por el hartazgo de la gente, ya consiguió las necesarias secuencias de vandalismo, imprescindibles para apertura y cierre de un noticiero. Ahora vamos a los estudios. Allí los analistas y expertos dirán lo suyo. El show debe seguir y otra noticia acaparará las cámaras. En el medio una niña abusada que en el mejor de los casos comenzará un largísimo tránsito de revictimización por los “palacios de justicia”. Tal vez llegue la Justicia, tal vez no, pero ese resultado difícilmente interese los elegidos de ese minuto de protagonismo que los medios amarillos, ese tigre hambriento, salvaje e insaciable, se encargaron de disparar ante millones con la esperanza de que cunda el ejemplo y “estemos allí, en el lugar exacto y el momento justo en que se produce la noticia”.
Cuando empezó a implementarse en educación el sistema de los Consejos de Convivencia fue necesario hacer reformas inmediatas al método propuesto. Los alumnos tenían la tendencia a sancionar a sus compañeros de manera más severa y arbitraria que el sistema punitivo que se intentaba reemplazar. Felizmente esto no frenó el proceso participativo en educación pero fue un alerta interesante acerca del poder y su distribución.
La Justicia popular inquisitoria nace de los vacios que deja el sistema judicial. Allí donde la aplicación de las leyes se ausenta, se dice, nacen estos movimientos autónomos. Veremos que el tema es más complejo, y que no siempre es así.
Se suele banalizar para sinonimizarla con el concepto de injusticia o impunidad, la alusión referente a ¨los tiempos de la justicia¨. Y aquí es menester señalar una cuestión central. La Justicia puede ser lenta o rápida pero ello no necesariamente es signo de algo. Lo determinante es la dirección, efecto e intenciones de esos tiempos procesales.
También se dice que la Justicia lenta no es Justicia y se omite señalar que cuando es rápida o sumaria no es raro que esté viciada de arbitrariedad. Acordemos entonces que la arbitrariedad y la impunidad suelen ser vestidos del mismo personaje.
Es momento de aclarar que estamos lejos de hacer una apología de la lentitud, menos aún cuando se trata de las urgencias que surgen de la necesidad de una reparación simbólica a una afrenta. Sencillamente postulamos que los tiempos bien empleados no tienen medida y que los reclamos de procesos sumarios apuntan a saltear los pasos que garanticen una correcta aplicación de la justicia.
Y es aquí donde nace el abrazo entre la Inquisición y la Justicia Popular.
La inquisición establecía prima facie un culpable, no un sospechoso. Todo lo que se desencadenaba desde ese momento, era lo que finalmente culminaría en la muerte del hereje, tras los más terribles tormentos. No importaba demasiado si en el camino aparecían elementos que cuestionaban la culpabilidad. Las torturas lograrían el objetivo buscado, la inapelable confesión del reo.
La justicia popular descree de procesos judiciales, demoniza al acusado y quiere que la sangre llegue al rio. Por ende es irritable a cualquier alusión que aluda a garantías constitucionales o derechos humanos. Lejos está de interesarse en que cuanto más se respeten los escalones, más justo y tranquilizador será el resultado.
También veremos como este proceso, tan presente en la judicialización de la pobreza y sus efectos, está exagerado hasta la exasperación cuando a quien se juzga se lo acusa de abuso sexual infantil o cualquier tipo de violencias contra la mujer y la niñez.
Fácil y certeramente se concluirá que, al menos en esta concepción que venimos desarrollando no hay “La Justicia” sino “justicias” diseñadas para la cartera de la dama o el bolsillo del caballero según corresponda. El agregado, un tanto asombroso muestra que cuando la Justicia “falla” puede deberse a un proceso corrupto, pero la más de las veces se trata de una opción ideológica.
Los pobres se alzan contra los paupérrimos en Villa Soldati y sus réplicas desesperadas y desesperanzadas. Temen que las nuevas “hordas” les arrebaten sus privilegios de “usurpadores naturales”. Extrañamente ni los unos ni los otros se plantean estrategias contra los okupas de guante blanco, los “dueños” de los clubes lujosos que logran ostentosas concesiones a precios y en condiciones ventajosas para que pequeños grupos de “gente bien” disfrute privadamente del espacio público.
Vale aclarar, ya que no se está propiciando un conflicto entre pobres y no tan pobres, que no me estoy refiriendo a los agrupamientos que apuntan a la práctica y difusión de alguna actividad popular que solicitan un espacio de ejercicio y fomento y que establecen una cuota razonable a los fines de solventar los gastos, lejos de que se constituya en una barrera discriminatoria. Mas bien señalamos a los sectores que pretenden cercenar y cercar porciones del espacio público que los separen de aquellos a quienes desprecian por cuestiones de clase.
Este y otros ejemplos que fuimos deslizando a lo largo del escrito son un muestrario de las fallas y omisiones de la Justicia, que poco tiene para envidiarle a los fallos.
Tanto en las épocas en que hablaba únicamente a través de las sentencias, como ahora que algunos jueces son presencias constantes en el mundo del espectáculo, la intervención judicial establece una impronta de clase bastante lejana de la equidad. No en pocas ocasiones se constituye en el brazo letrado de la defensa de los privilegios. Y siempre hay un recurso válido. O debe ceñirse a la letra de la ley, o esta está para ser interpretada…siempre habrá un recurso.
Sabemos que hay Jueces y Juezas respetados y respetables; que como síntesis tenemos el privilegio de convivir con una de las Cortes Supremas más prestigiosas que el país nos ha dado…o que le hemos dado al país. Pero estos cuerpos de la estructura judicial son todavía la pequeña mancha blanca del mapa. Algunos juzgados pueden dictar fallos ejemplares, y la Corte intervenir con decisiones históricas, pero los fallos de aquellos son puntuales y apelables y los del cuerpo mayor, ceñidos a una decena de temas que si bien pueden hacer a la vida de todos, rara vez rozan lo particular porque, y duele decirlo, si correspondiera que intervinieran los Cortesanos, el dinero que hay que erogar lo convierte en una posibilidad para pocos.
La Justicia entonces sigue siendo una estructura patriarcal, clasista y al servicio de determinados intereses que no son precisamente los populares. A esto se le puede agregar que es caprichosa y desarticulada, antojadiza y variable.
Es uno de los lugares que con mas urgencia reclama aires democratizantes pero tal vez donde más tarde en llegar.
La ecuanimidad debiera arribar por intermedio de los organismos responsables de designaciones y enjuiciamientos. Pero esto exige desprendimientos sectoriales y partidarios…y allí seguimos en deuda.
Una Justicia que se enorgullezca de su propio accionar implica diversidad pero exige síntesis. Estamos lejos de pretender uniformidad cuando los seres humanos somos tan distintos. De lo que se trata es de la exigencia de una aplicación igualitaria de las leyes; si no no hay Justicia, y cuando no la hay, acecha la Justicia Popular, la inquisitoria, que dista tanto como aquella de ser Justicia. Y en el medio quedan pisoteados los derechos y deberes que nos hacen dignos.
*Psicólogo
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