(para La Tecl@ Eñe)
Un fantasma circula entre los representantes del poder económico, Néstor Kirchner convertido en símbolo de identificación popular.
Los seres humanos somos esencialmente simbólicos. Etimológicamente la palabra “símbolo” viene del griego “sym-bállo”, poner juntamente, unir, juntar; reunirse, encontrarse; arrojar-con. El “symbolon” era un pedazo de cerámica o de concha con el cual un individuo reconocía al amigo del que se había separado al juntar ese pedazo con el pedazo del amigo.
El símbolo une lo separado, sutura la fractura. El ser humano es un ser profundamente fracturado en sí mismo, con los otros hombres, con la naturaleza, con la trascendencia, como sea que ésta se nombre. Fue Descartes en el siglo XVII quien creyó que el hombre se poseía plenamente a sí mismo, que se conocía con “claridad y distinción”.
Hegel lo corrigió relatando en la Fenomenología del espíritu la odisea que debe realizar el sujeto para lograr su identidad, lo que significa hacerse y conocerse así mismo. El sujeto, tanto individual como colectivo, pasa por momentos de duda, de desesperación, de angustia. No sabe quién es, qué es. La nada lo acecha. “El espíritu sólo conquista su verdad cuando es capaz de encontrarse a sí mismo en el absoluto desgarramiento”, por lo cual el camino del sujeto es “el camino de la duda o, más propiamente, el camino de la desesperación”.
El sujeto siempre es sujeto-objeto, sujeto que se encuentra situado, contenido, protegido por el momento objetual, expresado por la familia, la madre, el grupo, la escuela, el gremio, la universidad, la iglesia. Pero el momento objetual al mismo tiempo que lo contiene al sujeto, lo sujeta, tiende a encorcetarlo, a ahogarlo, a someterlo. Para conquistar “su verdad”, o sea, conquistarse a sí mismo, debe pasar por “el absoluto desgarramiento” que significa la desaparición del momento objetual.
El sujeto se va superando a sí mismo, va recuperándose de las fracturas en un proceso en el que los símbolos se suceden y son recogidos mediante un relato que se conoce como “mito”, relato que es fundamental en la conformación de la subjetualidad colectiva.
Sobre ello decía el militante revolucionario peruano José Mariátegui: “La civilización burguesa sufre de la falta de un mito, de una fe, de una esperanza. Falta que es la expresión de su quiebre material. La experiencia racionalista ha tenido esta paradójica eficacia de conducir a la humanidad a la desconsolada convicción de que la Razón no puede darle ningún camino. El racionalismo no ha servido sino para desacreditar a la razón […] Ni la razón ni la ciencia pueden ser un mito. Ni la Razón ni la Ciencia pueden satisfacer toda la necesidad de infinito que hay en el hombre. La propia Razón se ha encargado de demostrar a los hombres que ella no les basta. Que únicamente el Mito posee la preciosa virtud de llenar su yo profundo.
La narración mitológica o religiosa, porque el mito es religioso y viceversa, es esencialmente simbólica. Son los símbolos los encargados de expresar el sentido de la narración, religando, suturando, restaurando la totalidad del sujeto. En los símbolos narrados por el mito el sujeto se ve a sí mismo, se recompone, cobra fuerzas, se ve animado por una fe inquebrantable.
Menester es, pues, distinguir entre la racionalidad de la que nos habla Mariátegui, o sea, la racionalidad científica, en la que no hay símbolos sino sólo conceptos que se refieren siempre a hechos, a lo puramente fáctico, y la racionalidad propia del mito en la que los hechos se encuentran transfigurados por los símbolos.
La razón mediante la cual investigamos los hechos concretos, lo fáctico, se encarga de analizar la tarea realizada por Néstor Kirchner desde el 2003 hasta 2010. Allí entran la política de derechos humanos, la renovación de la corte, el descabezamiento del ejército, la construcción de Unasur y tantos otros hechos. Se trata de una verdadera tarea ciclópea, teniendo en cuenta la destrucción del país que los sectores populares graficaron en el ¡que se vayan todos! del 2001.
Sobre esa realidad, sobre el Kirchner real al que tanto le debemos, el pueblo construye el mito o, para ser más preciso la saga o las sagas en las que Néstor Kirchner aparece como el autor de maravillas y que tanto asusta a quienes vieron frustrados sus intereses por la acción política del mismo.
La construcción del símbolo Néstor Kirchner mediante el relato mitológico no es irracional. Pertenece a la racionalidad mitológica, mediante la cual el sujeto colectivo argentino se identifica a través de un símbolo como la bandera o el himno nacional; un militante marxista lo hace mediante la bandera roja o la “internacional”. La bandera nos une a todos los argentinos, nos da una identidad, sutura las fracturas de todo tipo que nos atraviesan.
El problema que tiene la derecha o, en general, las corporaciones, es que el símbolo Kirchner se expresa mediante un relato que divide los campos como en la práctica lo hizo la 125. Basta abrir los ojos para ver cómo los sectores populares, incluyendo ahí a sectores medios, hoy recobran las esperanzas, se reúnen, se organizan, reconstruyen su identidad como pueblo.
La “oposición”, por decirlo de alguna manera, expresada por “Noticias”, no puede entender el fenómeno, o mejor, lo entiende, pero tiene que malinterpretarlo: “El insólito proceso de convertir al ex presidente en alguien que no fue, corre el riesgo de caricaturizar hasta sus logros”. El símbolo no pretende transformar a alguien en algo que no fue, sino que despliega potencialidades que no fueron actualizadas por el personaje histórico.
Como, por otra parte, el símbolo es polisémico, se presta para que se desplieguen potencialidades que no corresponde a lo actuado por el personaje histórico. Es por ello que en torno al símbolo se produce la lucha hermenéutica que no es otra cosa que trasposición al símbolo de la lucha política. Sobre un mismo símbolo se construyen diversos y contrapuestos relatos.
Es evidente para cualquiera que mire la actuación de Kirchner desde el 2003 hasta su muerte que su política estuvo dirigida a favor de los sectores populares, enfrentando a las grandes corporaciones del poder. Limpieza de la corte, descabezamiento del ejército, política de derechos humanos, defensa del empleo, política exterior orientada a la conformación de la unidad latinoamericana, la Patria Grande, enfrentamiento al imperio
Lo que Kirchner aportó allí está. Lo que aportará al futuro está en el símbolo narrado por el pueblo y es eso lo que los aterra. Los sectores populares dicen ahora que Kirchner vive en ellos, en sus luchas y eso es real. El símbolo “Néstor Kirchner” une a sectores populares hasta hace poco distanciados. Los relatos mediante los cuales ese símbolo seguirá estando presente, dinamizando las luchas populares, serán una “caricatura” para la “oposición” enceguecida para entender o aceptar los fenómenos populares.
Buenos Aires, 10 de diciembre de 2010
Los seres humanos somos esencialmente simbólicos. Etimológicamente la palabra “símbolo” viene del griego “sym-bállo”, poner juntamente, unir, juntar; reunirse, encontrarse; arrojar-con. El “symbolon” era un pedazo de cerámica o de concha con el cual un individuo reconocía al amigo del que se había separado al juntar ese pedazo con el pedazo del amigo.
El símbolo une lo separado, sutura la fractura. El ser humano es un ser profundamente fracturado en sí mismo, con los otros hombres, con la naturaleza, con la trascendencia, como sea que ésta se nombre. Fue Descartes en el siglo XVII quien creyó que el hombre se poseía plenamente a sí mismo, que se conocía con “claridad y distinción”.
Hegel lo corrigió relatando en la Fenomenología del espíritu la odisea que debe realizar el sujeto para lograr su identidad, lo que significa hacerse y conocerse así mismo. El sujeto, tanto individual como colectivo, pasa por momentos de duda, de desesperación, de angustia. No sabe quién es, qué es. La nada lo acecha. “El espíritu sólo conquista su verdad cuando es capaz de encontrarse a sí mismo en el absoluto desgarramiento”, por lo cual el camino del sujeto es “el camino de la duda o, más propiamente, el camino de la desesperación”.
El sujeto siempre es sujeto-objeto, sujeto que se encuentra situado, contenido, protegido por el momento objetual, expresado por la familia, la madre, el grupo, la escuela, el gremio, la universidad, la iglesia. Pero el momento objetual al mismo tiempo que lo contiene al sujeto, lo sujeta, tiende a encorcetarlo, a ahogarlo, a someterlo. Para conquistar “su verdad”, o sea, conquistarse a sí mismo, debe pasar por “el absoluto desgarramiento” que significa la desaparición del momento objetual.
El sujeto se va superando a sí mismo, va recuperándose de las fracturas en un proceso en el que los símbolos se suceden y son recogidos mediante un relato que se conoce como “mito”, relato que es fundamental en la conformación de la subjetualidad colectiva.
Sobre ello decía el militante revolucionario peruano José Mariátegui: “La civilización burguesa sufre de la falta de un mito, de una fe, de una esperanza. Falta que es la expresión de su quiebre material. La experiencia racionalista ha tenido esta paradójica eficacia de conducir a la humanidad a la desconsolada convicción de que la Razón no puede darle ningún camino. El racionalismo no ha servido sino para desacreditar a la razón […] Ni la razón ni la ciencia pueden ser un mito. Ni la Razón ni la Ciencia pueden satisfacer toda la necesidad de infinito que hay en el hombre. La propia Razón se ha encargado de demostrar a los hombres que ella no les basta. Que únicamente el Mito posee la preciosa virtud de llenar su yo profundo.
La narración mitológica o religiosa, porque el mito es religioso y viceversa, es esencialmente simbólica. Son los símbolos los encargados de expresar el sentido de la narración, religando, suturando, restaurando la totalidad del sujeto. En los símbolos narrados por el mito el sujeto se ve a sí mismo, se recompone, cobra fuerzas, se ve animado por una fe inquebrantable.
Menester es, pues, distinguir entre la racionalidad de la que nos habla Mariátegui, o sea, la racionalidad científica, en la que no hay símbolos sino sólo conceptos que se refieren siempre a hechos, a lo puramente fáctico, y la racionalidad propia del mito en la que los hechos se encuentran transfigurados por los símbolos.
La razón mediante la cual investigamos los hechos concretos, lo fáctico, se encarga de analizar la tarea realizada por Néstor Kirchner desde el 2003 hasta 2010. Allí entran la política de derechos humanos, la renovación de la corte, el descabezamiento del ejército, la construcción de Unasur y tantos otros hechos. Se trata de una verdadera tarea ciclópea, teniendo en cuenta la destrucción del país que los sectores populares graficaron en el ¡que se vayan todos! del 2001.
Sobre esa realidad, sobre el Kirchner real al que tanto le debemos, el pueblo construye el mito o, para ser más preciso la saga o las sagas en las que Néstor Kirchner aparece como el autor de maravillas y que tanto asusta a quienes vieron frustrados sus intereses por la acción política del mismo.
La construcción del símbolo Néstor Kirchner mediante el relato mitológico no es irracional. Pertenece a la racionalidad mitológica, mediante la cual el sujeto colectivo argentino se identifica a través de un símbolo como la bandera o el himno nacional; un militante marxista lo hace mediante la bandera roja o la “internacional”. La bandera nos une a todos los argentinos, nos da una identidad, sutura las fracturas de todo tipo que nos atraviesan.
El problema que tiene la derecha o, en general, las corporaciones, es que el símbolo Kirchner se expresa mediante un relato que divide los campos como en la práctica lo hizo la 125. Basta abrir los ojos para ver cómo los sectores populares, incluyendo ahí a sectores medios, hoy recobran las esperanzas, se reúnen, se organizan, reconstruyen su identidad como pueblo.
La “oposición”, por decirlo de alguna manera, expresada por “Noticias”, no puede entender el fenómeno, o mejor, lo entiende, pero tiene que malinterpretarlo: “El insólito proceso de convertir al ex presidente en alguien que no fue, corre el riesgo de caricaturizar hasta sus logros”. El símbolo no pretende transformar a alguien en algo que no fue, sino que despliega potencialidades que no fueron actualizadas por el personaje histórico.
Como, por otra parte, el símbolo es polisémico, se presta para que se desplieguen potencialidades que no corresponde a lo actuado por el personaje histórico. Es por ello que en torno al símbolo se produce la lucha hermenéutica que no es otra cosa que trasposición al símbolo de la lucha política. Sobre un mismo símbolo se construyen diversos y contrapuestos relatos.
Es evidente para cualquiera que mire la actuación de Kirchner desde el 2003 hasta su muerte que su política estuvo dirigida a favor de los sectores populares, enfrentando a las grandes corporaciones del poder. Limpieza de la corte, descabezamiento del ejército, política de derechos humanos, defensa del empleo, política exterior orientada a la conformación de la unidad latinoamericana, la Patria Grande, enfrentamiento al imperio
Lo que Kirchner aportó allí está. Lo que aportará al futuro está en el símbolo narrado por el pueblo y es eso lo que los aterra. Los sectores populares dicen ahora que Kirchner vive en ellos, en sus luchas y eso es real. El símbolo “Néstor Kirchner” une a sectores populares hasta hace poco distanciados. Los relatos mediante los cuales ese símbolo seguirá estando presente, dinamizando las luchas populares, serán una “caricatura” para la “oposición” enceguecida para entender o aceptar los fenómenos populares.
Buenos Aires, 10 de diciembre de 2010
*Filósofo y teólogo. Docente de la UBA
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