Por Ari LIjalad*
(especial para La Tecl@ Eñe)
Ese día aún no había cumplido aún 85 años. Fue el 30 de mayo de 2012. Salió
de un edificio judicial porteño, donde el Cuerpo Médico Forense analizó los
documentos que presentó para justificar su ausencia días antes de los
Tribunales Federales de Jujuy. En su cara se reflejaba la conciencia de su
poder. Y de su prontuario. Se trata de un engranaje tan vital como desconocido
de lo que Rodolfo Walsh llamó la “miseria planificada”, sólo posible mediante la alianza cívico
militar donde los primeros pusieron las ideas y los segundos la represión y el
terrorismo de Estado. Un hombre que fue fundador del Ateneo de la Juventud
Democrática Argentina, el semillero de los funcionarios civiles de las
dictaduras militares del siglo XX, y
anfitrión de las tertulias en el Club Azcuénaga. Un empresario que, en 1966,
durante la dictadura encabezada por el general Juan Carlos Onganía, pactó con
los militares el Operativo Tucumán, por el cuál un convoy de 13 aviones
aterrizó en Tucumán, cerró 7 ingenios,
dejó 5.500 trabajadores en la calle y volcó toda la economía de la zona
hacia el ingenio La Merced, casualmente, de su propiedad. Un Operativo que fue
el laboratorio de las políticas económicas y represivas que su amigo José
Alfredo Martínez de Hoz aplicaría, junto al dictador Jorge Rafael Videla, 10
años más tarde, pero esta vez en todo el país. Un cómplice del terrorismo de
Estado, cuando el 27 de julio de 1976, durante “La Noche del Apagón” en el
pueblo de Ledesma, fueron secuestradas decenas de personas, y este hombre puso
a disposición instalaciones de su ingenio para la represión.
"Yo no soy Blaquier querido, Blaquier está atrás"[1], respondió
ante un grupo de periodistas cuando salió de edificio. Y muchos cayeron en la
trampa.
¿Como fue posible que estos periodistas no reconocieran la cara de Carlos
Pedro Blaquier y su curriculum? La respuesta es, hoy, más sencilla de ver: el
entramado entre poder y medios de comunicación había tenido efecto.
En 1976, mientras en la Argentina Blaquier se asociaba nuevamente con una
dictadura militar, en Francia Michel Foucault dictaba sus cursos en el College
de France compilados en el libro “Defender la sociedad”. Foucault le dedicaba tiempo a pensar el
poder. Pensarlo “en sus mecanismos, sus efectos, sus relaciones, esos
diferentes dispositivos de poder que se ejercen, en niveles diferentes de la
sociedad, en ámbitos y con extensiones tan variadas”[2].
Analizaba la relación entre poder y economía, sostenía que el poder no
es algo que se tiene sino que se ejerce y soló existe cuando se lo ejecuta,
invertía el famoso aforismo de Clausewitz y sostenía que la política es la
continuación de la guerra por otros medios. En Vigilar y castigar, uno
de sus clásicos, Foucault agrega otro elemento para pensar, también, el caso de
Blaquier y los medios en la actual coyuntura. Es el descubrimiento de que en la
modernidad opera una inversión del sentido de la visibilidad. Es decir, la
lógica de visibilidad feudal era la magnificación del Rey, y, por lo tanto,
todos conocían al poderoso. Pero, con el tiempo, los poderosos entendieron que
lo que Foucault llama el “poder disciplinario” era más efectivo en su ejercicio si se invertía
esta lógica. “La visibilidad apenas soportable del monarca se vuelve
visibilidad inevitable de los súbditos. Y esta inversión de visibilidad en el
funcionamiento de las disciplinas es lo que habrá de garantizar hasta sus
grados más bajos el ejercicio del poder”,[3] sostiene Foucault. Por lo tanto, y
aplicado ya en el siglo XX, invisibilizando a los poderosos y visibilizando la
parte del ciudadano común que interese estigmatizar según el momento.
El rol de los medios de comunicación en esta operación no es, por lo tanto,
menor. Así, sólo así, se explica que Blaquier, que su rostro y su historia,
sean casi desconocidos, y le sea posible escabullirse de las cámaras que le
apuntan por primera vez. Casualidades de la historia, Blaquier cumple años el
mismo día que Clarín, el 28 de agosto.
Y la mención de Clarín no es casual. No es cuestión de responsabilizar sólo
a Clarín del ocultamiento sistemático de crímenes de los cuales Blaquier sirve
de ejemplo. Sino plantear porqué es necesario desarticular las redes
multimediáticas con posiciones dominantes en la comunicación. Y más aún cuando
esos multimedios no son más que unidades de negocios de conglomerados
empresarios que exceden las empresas de medios. Un sólo ejemplo basta: Clarín
no es socio de La Nación sólo en Papel Prensa, sino que son a su vez dueños de
Expoagro, la mayor feria anual del agronegocio del país, donde circulan año
tras año millones de dólares. ¿En que sentido van a informar sobre una medida
que afecte sus intereses económicos en otras áreas que no tienen que ver la
comunicación?
Son preguntas necesarias para pensar la magnitud de la disputa actual, cuando
un poderoso, Clarín, que a su vez tiene un rol central en esa lógica de la
visibilidad de la que habla Foucault, que cree -y lo cree profundamente- que
puede visibilizar a quien se le ocurra pero que nadie puede hablar de él se
niega a cumplir, entre otras, la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual.
Los vaivenes judiciales sólo alumbran otra cuenta pendiente de la
democracia respecto al pétreo sistema judicial. Pero la sustancia del conflicto
no es otra que el poder. El poder que se ejerce. El poder de ejercerlo de forma
invisible. Y los tironeos, de un lado, para mantener el velo que ocultó estas
pugnas durante tantos años. Del otro, para descorrerlo.
*Periodista y documentalista
Director de “CLARIN. UN INVENTO ARGENTINO”.
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