“Era la mejor y la peor de todas las épocas”
Por Martín Rodríguez*
(especial para La Tecl@ Eñe)
Días calurosos de palacio, calle
y televisión. Un diciembre auténtico. Tema flotante la “ley de medios”, que
incluye varios tipos de reacciones dentro del murmullo que me constela: 1) el
fervor, 2) la indiferencia, 3) la percepción de que el “primer plano” de esto
pone bajo la alfombra otros problemas más urgentes o profundos (este punto, el
más demagógico, sufre que a la hora de decir “cuál” tema queda afuera de agenda
se haga un blanco en la mente; mucha sobre-politización crea niebla). La fuerza
de las contradicciones funge como extorsión diaria. Y un poco de ese modo
funciona la historia: sobre la presión de definir qué es lo importante, lo “de fondo”, lo principal que está en
juego. La agenda es darwinista: ganan los más aptos, los más fuertes, siempre. Para
tiempos así recomiendo seguir en twitter al revelador Martín Becerra
(@aracalacana) quien, todos los días con novedades judiciales, permite en una
serie de tuits separar la paja del trigo informativo.
Me dijo un joven taxista el día
antes del 7D, el día más ácido de la historia kirchnerista (6D): “no entiendo
un carajo lo que está pasando”. El gas tóxico que se desprendía desde el puerto
hacía un aporte sobrenatural a nuestro diciembre Maya construido con la
profecía del 7D. Me dio el vuelto el tachero, y no tenía ni media gana de
quedarse en doble mano con las luces titilando en la bruma a escuchar mi
interpretación de la historia. Había que seguir. Ni la retórica sabatellista de
los “confines de las voces silenciadas” y la “multiplicidad de colores” ni el
tono leguleyo de los que defienden sus intereses como si estuviera en juego un
derecho divino son capaces de poner en palabras lo que está en juego. Se está atravesando
un período oscuro, administrando el desarme del grupo Clarín.
Escribí en esta misma página hace
poco una impresión más desarrollada sobre este capítulo de la vida política, un
texto paranoico sobre el acertijo de qué
es Clarín (fruto menor de la gran pregunta de esta década: ¿qué es la clase
media?), y no quisiera abundar en detalles. Pero -en paralelo- mis restos
diurnos de fe los pondría en lo que escribió mi amigo, el periodista Gerardo
Fernández, uno que manya, en su blog (“Tirando al medio”): “Cuánto se puede
hacer sin el artículo 161”.
El clima de ideas de esta batalla
cultural, así planteada, ofrece mucho bosque y pocos árboles concretos, es
decir, el abuso de palabras frondosas como “democracia”, “diversidad”,
“multiplicidad”, justo cuando empezamos a entender que la regulación del
mercado de la comunicación resulta mover con un palo varios nidos de víboras
(que desconocen los límites éticos de los discursos). “Barbarita Vila es el árbol bajo el que me siento a mirar el atardecer
de esa ‘ilusión’ de una sociedad mejor, más pluralista y democrática”, me dice
un amigo por chat que practica el cinismo, es decir, que refugia su inocencia. No traigas tus ilusiones acá, amigo, me
dice al final. Y cierra o se queda invisible el resto de la tarde. Pero yo creo
en muchas personas que participan y participaron del impulso de la ley y que
actualmente oscilan entre la defensa cerrada de las acciones en pos de la
adecuación de Clarín y la defensa del “espíritu” de la ley, un horizonte que se
amplía más allá del artículo 161, y que tiene algunas cuentas pendientes en la
explicación de los “límites” de Telefónica Argentina, por ejemplo.
La 125 hizo nacer la ley de
medios, este conflicto abre otro capítulo: el judicial, poder que contiene en
su interior el núcleo de un orden conservador. Clarín demuestra que su
independencia se basó en la autonomía para constituirse en poder sobre
estamentos del estado. Si el poder político de esta década puso al límite las
formas republicanas, también es obvio que se enfrente a su espejo: el de un
grupo privado que construyó su poder atravesando invisiblemente los poderes del
estado.
*Periodista y Escritor.
Permiso:
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la percepción de que el “primer plano” de esto pone bajo la alfombra otros problemas más urgentes o profundos (este punto, el más demagógico, sufre que a la hora de decir “cuál” tema queda afuera de agenda se haga un blanco en la mente; mucha sobre-politización crea niebla).
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Ni tan demagógico ni tan neblinoso, en realidad. El paralelo con la desidia por el tratamiento de la ley de trata (pun not intended) fue inmediato tras el fallo en el caso Trimarco. Es un ejemplo concreto y no me parece que haya, necesariamente, demagogia en señalarlo. ¿Operación clarinista? Qué sé yo, pero el dato es objetivo: mucho debate sobre la LSCA, poco sobre muchas cosas importantes. Por cierto, ¿la "Fiesta Popular" post fallido 7D no sería demagógica, desde esta perspectiva? Porque ahí se ve claramente la energía desproporcionada que se ha puesto en este tema. (¿Hay que citar una vez más la *boutade* de Perón sobre sus avatares y el apoyo de los medios?)
En fin, no concuerdo con la descalificación de este reparo específico, que, más allá de tu intención, termina siendo conservadora. Lo que me parece más interesante de tu columna es la primera oración del último párrafo, especialmente ese modificador que nos recuerda de qué va la cosa en una democracia republicana como la nuestra.
Abrazo, siempre.
Sebastián: estamos cavando zanjas en los matices. Algo de lo que decís creí decir. Quizás no fue tan claro. También advierto la extensión de un lugar común en eso de "lo que el debate de medios pospone", detrás de eso muchas veces hay sólo cáscara hueca. Abrazo y gracias por la lectura.
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