19 julio 2010

All you search is love/Juan Pablo Ringelheim

All you search is love

Los ´60 liberaron al mundo de las barricadas tradicionales que demoraban el avance veloz de un capitalismo de empresa y medios de comunicación. Los medios devolvieron los favores publicitando el emblema de aquellos años: belleza y juventud.


Por Juan Pablo Ringelheim*
(para La Tecl@ Eñe)
Ilustración: Omar Panosetti

“Estas palabras son mías, este comentario es mío,
este post me pertenece”
Así habla el insensato, y se atormenta.
La verdad es que uno no se pertenece a sí mismo.
¿Qué decir de lo que viaja en Internet?
Mi Domo-Kun

1.

En 1965 el quinteto catalán Los Sirex llevó Que se mueran los feos a los hits del verano. La letra decía: “Yo soy muy feo y la estética por mucho que avance no me salvará”. Fue un error: hacía ya diez años la cirugía estética desarrollaba sus primeros centros de atención para el común de los que querían salvarse. También, es cierto, la cirugía estética dejaba sus primeros accidentes colaterales: feos muertos durante la operación. El biólogo Julian Huxley había escrito en 1957 una idea para mejorar la especie humana: eliminar gradualmente los pueblos feos o deprimentes, por inmorales. En fin, la cirugía estética estaba ajustando un poco las cosas hacia los ´60. El mercado de la seducción se expandía, llegaba la liberación sexual y la experiencia ganaba simpatizantes ante el matrimonio tradicional. Europa progresaba económicamente. Los astros se combinaban y en los ´60 el zodíaco debe haber parido una pera cortada con bisturí.

La minifalda y la píldora anticonceptiva llevaron a los jóvenes hacia una servidumbre voluntaria que llega hasta hoy: un trabajo tenaz por mantenerse en forma y aparentar gran interés por una sexualidad libre. Un trabajo tan constante y ascético como el de un protestante del siglo XIX. Jugos, aceites y cereales por la mañana; gimnasio: pesos, ruedas y poleas; productos para el cabello, la piel, los dientes; adelgazantes, antioxidantes; Pilates. El protestante trabajaba para disipar la duda acerca del amor que Dios le había reservado para después de la vida. El trabajo de seducir y aparentar un gran deseo sexual está dedicado a recrear un falso interés por la vida, por una intensidad ya perdida una vez que parece no haber cielo; expresa un non plus ultra. Caído el paraíso a la tierra, la felicidad prometida no está más allá, sino más abajo, más.

Los liberadores ´60 crearon unos años después individuos tan libres de la tradición como del amor. Nadie necesitaba decir antes de 1967 all you need is love; no era todo lo que faltaba. La respuesta ante esta situación fue el psicoanálisis, el new age o el gimnasio y las tecnologías de sexo y belleza. También hubo quienes carecieron de respuesta, y se casaron de todos modos.

2.

La belleza, el encanto y la juventud forman parte de un sistema de estratificación social. Quien posee esos atributos y los blande con eficacia es capaz de ejercer una enorme influencia sobre las mareas mentales. Si se lo propone, una mujer joven y bella será capaz de inclinar tanto a un rígido botón como a un multimillonario; lograr que su psicoanalista le condone los honorarios, o producir un ataque de pánico en un maestro de yoga; también podrá hacer bailar con gracia el carnaval carioca a un hombre con trastornos obsesivos compulsivos; o lograr que un fóbico le dedique un pasacalle en la calle Corrientes. Si toca los resortes adecuados, un hombre joven y fuerte será capaz de convertirse en estrella de rock o filósofo brillante; o bien podrá hacer de su cuarto un sistema de camas calientes, cuando una de sus presas deja la cama, ya otra está tomando el taxi para no dejarla enfriar.

El dinero estratifica la sociedad en clases y los más ricos suelen tener aversión a la distribución de la riqueza, pues por regla general intuyen que su riqueza la sostienen los pobres. No hay que dejarse confundir con las excepciones: “Si eres rico una vez al año podrás invitar a tu mejor peón a sentarse a tu mesa, debes procurar terminar tan borracho como él. De este modo verás con el tiempo cómo te nombra padrino de sus hijos y así asegurarás tus tenencias a futuro”, reza la etiqueta rural. Cuando el lindo invita a su cama a una mujer sin ningún encanto ni don, lo hace por cábala o desesperación, siendo paciente en relación a una capitalización futura. Y como el rico, el lindo tiene aversión por la distribución de la belleza: por regla general se opondrá a la socialización de la cirugía estética; ni que decir si el Estado decide subsidiarla con los fondos de la Anses. A quien tiene belleza la cirugía estética le parece antinatural. La naturaleza es el escenario donde gana el más fuerte.

Durante la última crisis económica, el 46 % de los europeos sin empleo hizo intentos por cambiar su imagen, parecer más joven, adelgazar, o alguna cirugía para tener mejor acceso al mercado laboral. En cambio, China apostó al futuro: una clínica de Shangai dio facilidades a los estudiantes para que se realicen operaciones estéticas: un tibio intento de socialización del poder. Aparte, es sabido que China desalienta la procreación. Si prosperase una verdadera distribución de la belleza en China, pronto tendríamos un imperio conducido por miles de millones de hijos únicos y lindos; no habría depresión por nacimiento de hermano ni necesidad de reducir poblaciones feas. Julian Huxley se equivocó al proponer eliminar la fealdad por inmoral. Si se reduce la brecha estética será porque se busca igualdad. La cirugía estética es un humanismo.

3.

El imperio de la juventud y la belleza consolidado desde los ´60 se sostiene además en un dualismo ontológico entre el adentro y el afuera. Se suele decir que alguien es lindo por fuera y por dentro; o bien, lindo por fuera pero feo por dentro, al revés también. La ingeniería genética deberá crear anteojos de visualización rápida del ADN de la persona que nos gusta. Así se sabrá si además de tener belleza exterior contiene belleza interior o buena leche; o una doble hélice de curvas proporcionadas. De este modo se aclararán rápidamente las cosas sin necesidad de conversar o atravesar tortuosas pruebas de fuego como las vacaciones.

Mientras las tecnologías genéticas no sean capaces de crear instrumentos de visualización del ADN, o incluso repararlo mediante una cirugía estética interior, la humanidad se estratificará por la belleza exterior. Así el capital adquirido por naturaleza, gimnasio y dietética, o cirugía, se expone en Facebook u otros centros de stockeo. La imagen llegó al poder, las cirugías realizan lo imposible.

4.

La imagen se expone en las entrevistas de trabajo, en el Malba y los mostradores de los centros médicos, es cierto; pero su hábitat natural es Internet y el boliche. En los boliches nocturnos y las fiestas es donde el capitalista de belleza arriesga su suerte. El look y la actitud acompañan el trabajo ascético de la semana, y se trata de capturar la mayor cantidad posible de miradas. En los boliches predomina la música y la gesticulación. En cambio la charla carece de importancia. El observador podrá notar que dos jóvenes que dialogan en un boliche dicen alguna frase breve, y cada uno a su turno acerca el oído a la boca del otro para poder escuchar otra frase breve. La emisión y recepción de información tiene la misma extensión que un mensaje de texto o una entrada en Twitter. Con un conjunto de sílabas más o menos ordenadas, con un corto gorjeo, alcanza. Los patovicas pronto serán entrenados para detectar y expulsar a esos que se entregan al diálogo extenso, a contar largamente lo que sucedió o sucederá: esa retorcida costumbre de narrar lo que no existe ya. Y algún día el manual de diagnóstico de desordenes mentales por fin integrará a la conversación entre las perversiones antisociales.

En un momento de transición hacia nuevas formas de comunicación suele haber confusión. Y todavía hay quienes creen que para relacionarse en un boliche hay que emitir algún tipo de sonido con la boca. En realidad, el óptimo de la comunicación debe carecer absolutamente de palabras y apoyarse sólo en el capital corporal. La música a todo volumen ayuda, las pantallas que pasan videos en los bares también; la publicidad que ha logrado hacer de toda frase entre amigos un slogan breve y efectivo nos lleva a asumir lo innecesario de la charla sinuosa y de final imprevisto. Pero el mayor aporte lo da el canal Internet. La emisión constante de signos en Facebook, Twitter, chats, mensajitos y correos agota el caudal de la charla, absorbe la energía del hablante y la canaliza hacia una nube vaporosa y multiforme: la palabra se pulveriza en energía eléctrica.

Veo sus fotos, leo sus opiniones, sus estados de ánimo, qué está haciendo en este momento, qué dejó de hacer; dónde está; sé qué música está escuchando, leyendo, cuál es su nuevo corte de pelo, sus consumos y amigos. Al encontrarla ya no necesito hablar. Sólo verla moverse, tomar, bailar, sentarse, gesticular. Ver su forma. Quizá, por costumbre y de momento, yo deba emitir un gorjeo: “¡hey!”; sólo de momento. Aprendí las cosas.

Llegará el día en que podamos fotografiar a la persona que queremos conocer en un boliche, o que está en la parada de un colectivo o en el otro asiento del subte, y la cámara nos revele, gracias a una base de datos universal, sus gustos, prontuario, composición genética, tendencia a enfermedades y consumos. Y luego la tecnología interprete y arroje índices de afinidad. Así se revelará, al fin, el sinsentido de la charla; quedará obsoleta la más soberbia de las tecnologías: la interpretación humana.

5.

Las palabras han encontrado hace tiempo los caudales eléctricos que las llevan al vapor informático. Un hombre escribe una palabra; carga y sube. Ya la palabra se integra a esa atmosfera llamada Internet. Otro busca, pulsa “search” y aquella palabra renace ante su vista, fue solidificada por la nube. Esos extraños canales vaporosos del mundo souflé se multiplican sin necesidad de cuerpos presentes. El lenguaje crece autónomamente. En realidad, jamás perteneció a los hombres. Primero el lenguaje fue de las musas o de Dios, luego de la naturaleza, y ahora de Internet. El hombre y la mujer en el boliche podrán prescindir de la palabra completamente, pues esta se incuba y crece en otra atmósfera.

Los ´60 aceleraron las cosas: el ataque a la tradición religiosa barrió con el último obstáculo para la carrera individual-capitalista; el desprecio por la familia tradicional puso fin a la última célula comunista, donde cada cual hacía según sus posibilidades y recibía según sus necesidades. Los ´60 liberaron al mundo de las barricadas tradicionales que demoraban el avance veloz de un capitalismo de empresa y medios de comunicación. Los medios devolvieron los favores publicitando el emblema de aquellos años: belleza y juventud.

Hay LCD, Lolas, Nike, Culos, Peugeot, Onda, Gafas, Samsung. Hay Palermo. Pero no hay amor. Los últimos fluidos de amor se derramaron en las alfombras de los centros de liberación sexual. La inocencia, el pudor, el olor a transpiración de la primera vez; el volver a confiar por la mañana en la misma persona en que confiamos anoche; todo esto no resiste más de dos años de giras exitosas por boliches o una decena de blisters de experiencia sexual.

El hombre y la mujer herederos de los ´60, que siendo niños han pasado largas noches con empleadas domésticas o abuelas pues sus padres debían liberarse, ese hombre y mujer desamparados, sin embargo, siguen siendo mamíferos. Los mamíferos suelen extrañar de por vida el calor del vientre materno, y su voz. El observador atento notará que el gato pisa una y otra vez la panza de su amo. Pues una sensación remota le recuerda que pisando la panza de su madre podía extraer leche tibia. Así también viene en el gato el ronroneo, aquel sonido que acompañaba el fluir. Los hijos de los padres liberados son acompañados durante su vida por un holograma de un cuerpo cálido y confiable, a un brazo de distancia; que les da esperanza, antes de deshacerse en cada nuevo abrazo. Y cada diálogo verborrágico en un encuentro esperanzado es la cinta al revés de un ronroneo que viene desde el fondo del cráneo, aquellas palabras hoy inaudibles: “calma… calma… acá estoy… ya”. “Calma… calma… acá estoy…ya”.

Te busco en Internet. Pulso “search”. Estás. Busco una casa, mi casa, otra casa en Google Earth. Está. Busco tu cara de la infancia. Estás. En el Messenger, en Skype, en Twitter podés estar. Te busco en Google, estás. Me calmo. Siempre que busco, sólo busco aquella arcaica respuesta de “calma… acá estoy… ya… ”, transfigurada en miles de millones de variaciones, remixes de esa vieja canción.

Pero ¿qué de nosotros viaja por Internet? El eco electrónico de aquellas palabras de cuna. Ya inaudibles. Como el tic tac del cursor. Al que ahora le escribo: Estoy.

*Docente e investigador de la UNQ y la UBA

No hay comentarios:

Publicar un comentario

comentarios