por Juan Kornblihtt*
(para La Tecl@ Eñe)
(para La Tecl@ Eñe)
Las retenciones a las exportaciones agrarias, aunque presentadas como un acto de justicia social, son una de las formas mediante la cual los capitalistas agrarios e industriales se quedan con una porción de la renta diferencial de la tierra agraria de la Argentina. El Estado recibe un ingreso extraordinario que luego traslada vía subsidios, obra pública o el sostenimiento de un tipo de cambio competitivo a favor de las empresas extranjeras y nacionales radicadas en el país. En algunos casos, estas compensan su ineficiencia para sobrevivir. En otros, les garantiza ganancias extraordinarias.
Sin embargo, los impuestos a las exportaciones agrarias no son la única forma en la que se transfiere la renta diferencial. La sobrevaluación de la moneda es otro de los mecanismos que permite a los capitalistas quedarse con una porción de ella. El sector exportador pierde parte de su poder de compra en el mercado interno que va a manos del sector importador y de quienes fugan divisas. Durante el llamado “período agroexportador”, con la “tablita” de Martínez de Hoz y en los ‘90 con Menem y Cavallo, el poder de compra de la moneda argentina en el extranjero era mucho mayor al que le correspondía por su verdadera capacidad de representar valor. Esto permitía viajar a París, el “deme dos” en Miami y la llegada masiva de estrellas (y no tanto) musicales en los ‘90. La discusión desarrollada en estos días en Página/12 sobre si las retenciones son o no la mejor forma de estimular el desarrollo del país pierde de vista este elemento fundamental: ya sea con retenciones (como proponen Ferrer) o sin ellas (como propone Grobocopatel), una porción de la renta va a ir a parar a los capitalistas tanto agrarios como industriales en lugar de a los terratenientes. La apariencia es que las retenciones o la sobrevaluación son las que permiten o no el desarrollo industrial y/o agrario. Cuando en realidad ya sea con uno u otro método, cuando suben los precios de los commodities (y con ellos la masa de renta a ser distribuida), la acumulación en Argentina crece y el sueño del desarrollo nacional se fortalece. Pero cuando caen, viene la crisis y la incapacidad de la burguesía agraria e industrial argentina queda desnuda. Veamos entonces cómo con uno u otro método el resultado es el mismo.
Si se eliminan las retenciones, como explica Ferrer, subirán los precios de los alimentos y luego de todos los bienes y vía inflación llegaremos a una sobrevaluación de la moneda. Es decir la renta también escapará de los exportadores, esta vez irá por la vía de expandir su capacidad de importación de insumos y maquinarias y la fuga de capital. Pese a la posibilidad de importación expandida, las empresas locales, perderán competitividad internacional, ya que sus costos locales serán más caros y estarán expuestas a la competencia abierta con los productos importados. Salvo unas pocas en condiciones de productividad muy alta o que reciban un tipo de cambio preferencial, el resto verá acotada su producción al mercado interno por lo que sus costos serán cada vez más altos, por su escala de producción reducida. Muchas se fundirán (tanto en la ciudad como en el campo) y los que sobrevivan dependerán de la renta o, en todo caso, de alguna fuente extra de financiamiento como el endeudamiento externo. Incapacitados para sostener la economía por sí mismos, los capitalistas, tanto agrarios como industriales, buscarán bajar salarios y reducirán su personal para tratar de obtener sus últimas ganancias previas a la crisis general. Esto no es novedoso: lo vivimos en la crisis del ‘30, en el ‘82 y en el 2001. La idea de que la soja, esta vez, podrá evitar una crisis que no se pudo evitar con el cuero, la lana, el maíz o el trigo en diferentes momentos de la historia, tiene poco o ningún sustento.
La alternativa presentada por el desarrollismo estatal tampoco tiene bases sólidas. A pesar de las sucesivas devaluaciones competitivas en la Argentina, el sector exportador no agrario apenas pudo saltar la frontera sin lograr porciones significativas en el mercado mundial. Ni siquiera la baja salarial, que implicó la última devaluación, sirvió de ayuda, dado que no se alcanzó bajar el costo laboral a los niveles chinos, pero tampoco a los de la maquila de México y Centroamérica e incluso que en muchas regiones de Brasil. Por lo tanto, las empresas radicadas acá (tanto nacionales como extranjeras) ven reducida su escala de producción al mercado interno. Por esta razón, aunque pueden enfrentar la competencia internacional, ya que el tipo de cambio actúa como una barrera proteccionista, necesitan compensaciones como las que ocurren cuando la moneda está sobrevaluada. El abaratamiento de sus insumos viene ahora de la mano de la intervención explícita del Estado, cuya fuente en su mayor parte es renta de la tierra, obtenida vía retenciones y trasladada a subsidiar a grandes empresas de energía, transporte y telecomunicaciones. Por lo tanto, las industrias favorecidas por la renta que operan a escala reducida, mayores costos de insumos y menor productividad llevan al mismo cóctel explosivo que cuando existe sobrevaluación. El estado debe aumentar los subsidios. Esto lleva a un creciente déficit fiscal, a la necesidad de escapar del mismo vía emisión y a devaluaciones paulatinas. Los capitalistas a su vez tratan de eludir la crisis por la vía de bajar salarios, evadir impuestos y subir precios. En definitiva una escalada inflacionaria que anticipa el estallido como en el 75 y en el 89.
La apariencia, como decíamos, es que la devaluación y las retenciones son las que provocan el crecimiento industrial o la caída del mismo, cuando en realidad es la renta y el aumento de la tasa de explotación las que empujan para arriba a la industria, pero sin cambiar las características fundamentales de las empresas que la reciben. La productividad argentina creció menos en términos absolutos luego de la devaluación de 2002 que en los ‘90, y, cuando la comparamos a nivel internacional, argentina va quedando cada vez más rezagada en ambos periodos. Para que no se dilapide, es necesario alcanzar escalas de producción y de eficiencia sólo posibles con la concentración de la renta en manos del Estado. No basta con que este se quede una parte vía retenciones si después se la va a devolver a los capitalistas agrarios e industriales que la malgastarán una vez más. Sólo la concentración de capital en manos de quienes producen la riqueza (es decir el socialismo) puede ser una alternativa para que no vuelva a pasar lo mismo. Incluso, sería necesario superar la escala nacional y adquirir una perspectiva, al menos, latinoamericana, de allí la necesidad del internacionalismo obrero. En el camino de la construcción de la alternativa política para lograr esa superación, lo mejor que podemos hacer con la renta, es evitar quedar presos de falsas alternativas y luchar para que la porción obtenida vía retenciones sea cada vez mayor y que su reparto se realice a favor de los obreros a través de una paritaria general.
Sin embargo, los impuestos a las exportaciones agrarias no son la única forma en la que se transfiere la renta diferencial. La sobrevaluación de la moneda es otro de los mecanismos que permite a los capitalistas quedarse con una porción de ella. El sector exportador pierde parte de su poder de compra en el mercado interno que va a manos del sector importador y de quienes fugan divisas. Durante el llamado “período agroexportador”, con la “tablita” de Martínez de Hoz y en los ‘90 con Menem y Cavallo, el poder de compra de la moneda argentina en el extranjero era mucho mayor al que le correspondía por su verdadera capacidad de representar valor. Esto permitía viajar a París, el “deme dos” en Miami y la llegada masiva de estrellas (y no tanto) musicales en los ‘90. La discusión desarrollada en estos días en Página/12 sobre si las retenciones son o no la mejor forma de estimular el desarrollo del país pierde de vista este elemento fundamental: ya sea con retenciones (como proponen Ferrer) o sin ellas (como propone Grobocopatel), una porción de la renta va a ir a parar a los capitalistas tanto agrarios como industriales en lugar de a los terratenientes. La apariencia es que las retenciones o la sobrevaluación son las que permiten o no el desarrollo industrial y/o agrario. Cuando en realidad ya sea con uno u otro método, cuando suben los precios de los commodities (y con ellos la masa de renta a ser distribuida), la acumulación en Argentina crece y el sueño del desarrollo nacional se fortalece. Pero cuando caen, viene la crisis y la incapacidad de la burguesía agraria e industrial argentina queda desnuda. Veamos entonces cómo con uno u otro método el resultado es el mismo.
Si se eliminan las retenciones, como explica Ferrer, subirán los precios de los alimentos y luego de todos los bienes y vía inflación llegaremos a una sobrevaluación de la moneda. Es decir la renta también escapará de los exportadores, esta vez irá por la vía de expandir su capacidad de importación de insumos y maquinarias y la fuga de capital. Pese a la posibilidad de importación expandida, las empresas locales, perderán competitividad internacional, ya que sus costos locales serán más caros y estarán expuestas a la competencia abierta con los productos importados. Salvo unas pocas en condiciones de productividad muy alta o que reciban un tipo de cambio preferencial, el resto verá acotada su producción al mercado interno por lo que sus costos serán cada vez más altos, por su escala de producción reducida. Muchas se fundirán (tanto en la ciudad como en el campo) y los que sobrevivan dependerán de la renta o, en todo caso, de alguna fuente extra de financiamiento como el endeudamiento externo. Incapacitados para sostener la economía por sí mismos, los capitalistas, tanto agrarios como industriales, buscarán bajar salarios y reducirán su personal para tratar de obtener sus últimas ganancias previas a la crisis general. Esto no es novedoso: lo vivimos en la crisis del ‘30, en el ‘82 y en el 2001. La idea de que la soja, esta vez, podrá evitar una crisis que no se pudo evitar con el cuero, la lana, el maíz o el trigo en diferentes momentos de la historia, tiene poco o ningún sustento.
La alternativa presentada por el desarrollismo estatal tampoco tiene bases sólidas. A pesar de las sucesivas devaluaciones competitivas en la Argentina, el sector exportador no agrario apenas pudo saltar la frontera sin lograr porciones significativas en el mercado mundial. Ni siquiera la baja salarial, que implicó la última devaluación, sirvió de ayuda, dado que no se alcanzó bajar el costo laboral a los niveles chinos, pero tampoco a los de la maquila de México y Centroamérica e incluso que en muchas regiones de Brasil. Por lo tanto, las empresas radicadas acá (tanto nacionales como extranjeras) ven reducida su escala de producción al mercado interno. Por esta razón, aunque pueden enfrentar la competencia internacional, ya que el tipo de cambio actúa como una barrera proteccionista, necesitan compensaciones como las que ocurren cuando la moneda está sobrevaluada. El abaratamiento de sus insumos viene ahora de la mano de la intervención explícita del Estado, cuya fuente en su mayor parte es renta de la tierra, obtenida vía retenciones y trasladada a subsidiar a grandes empresas de energía, transporte y telecomunicaciones. Por lo tanto, las industrias favorecidas por la renta que operan a escala reducida, mayores costos de insumos y menor productividad llevan al mismo cóctel explosivo que cuando existe sobrevaluación. El estado debe aumentar los subsidios. Esto lleva a un creciente déficit fiscal, a la necesidad de escapar del mismo vía emisión y a devaluaciones paulatinas. Los capitalistas a su vez tratan de eludir la crisis por la vía de bajar salarios, evadir impuestos y subir precios. En definitiva una escalada inflacionaria que anticipa el estallido como en el 75 y en el 89.
La apariencia, como decíamos, es que la devaluación y las retenciones son las que provocan el crecimiento industrial o la caída del mismo, cuando en realidad es la renta y el aumento de la tasa de explotación las que empujan para arriba a la industria, pero sin cambiar las características fundamentales de las empresas que la reciben. La productividad argentina creció menos en términos absolutos luego de la devaluación de 2002 que en los ‘90, y, cuando la comparamos a nivel internacional, argentina va quedando cada vez más rezagada en ambos periodos. Para que no se dilapide, es necesario alcanzar escalas de producción y de eficiencia sólo posibles con la concentración de la renta en manos del Estado. No basta con que este se quede una parte vía retenciones si después se la va a devolver a los capitalistas agrarios e industriales que la malgastarán una vez más. Sólo la concentración de capital en manos de quienes producen la riqueza (es decir el socialismo) puede ser una alternativa para que no vuelva a pasar lo mismo. Incluso, sería necesario superar la escala nacional y adquirir una perspectiva, al menos, latinoamericana, de allí la necesidad del internacionalismo obrero. En el camino de la construcción de la alternativa política para lograr esa superación, lo mejor que podemos hacer con la renta, es evitar quedar presos de falsas alternativas y luchar para que la porción obtenida vía retenciones sea cada vez mayor y que su reparto se realice a favor de los obreros a través de una paritaria general.
*Integrante del CEICS y militante de Razón y Revolución
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