07 septiembre 2010

Sociedad y Economía/ Carpintero Enrique/Modelos socioculturales del poder X

Modelos socioculturales del poder X
Atrapados en el dilema del prisionero


Por Enrique Carpintero*
(para La Tecl@ Eñe)

El modelo neoliberal capitalista sigue vigente. Su cultura es el soporte de los vínculos políticos y sociales. En ella el otro es alguien de quién debemos desconfiar. Esta situación la podemos observar en los actos de la vida cotidiana donde la subjetividad esta fragmentada porque tiene en su base una sociedad sin comunidad, una sociedad anónima que organiza sus relaciones como relaciones entre mercancías. Es así como la igualdad tiene la forma del consumo. Pero no todos pueden adquirir todo ni todos entran en el modelo del actual capitalismo, aunque obtengan prebendas y subsidios.

La cultura como espacio-soporte

Para Freud, el término cultura -que usa como sinónimo de civilización- remite al momento en que el ser humano se organiza en “comunidad”, poniendo a la naturaleza al servicio de la satisfacción de sus necesidades y sometiéndola a sus demandas. Uno de los rasgos importantes de la cultura es que regla los vínculos recíprocos entre los seres humanos. Este proceso conlleva el establecimiento de una organización económica, política y social, reglamentando normas sociales que se formalizan jurídicamente y que regulan las relaciones entre los miembros de la comunidad.
En este sentido la cultura consistió en un proceso al servicio de la vida, del Eros que, a lo largo de la historia, fue uniendo a la humanidad toda. A este desarrollo se opuso -y se opone- como malestar, la pulsión de muerte que actúa en cada sujeto: la violencia destructiva y autodestructiva. Es por ello que la cultura crea un espacio-soporte donde se desarrollan los intercambios sociales. Este espacio ofrece la posibilidad de que los sujetos se encuentren en comunidades de intereses, en las cuales establecen lazos afectivos y simbólicos que permiten dar cuenta de los conflictos que se producen. Allí el desarrollo de las posibilidades creativas genera la capacidad de sublimación de las pulsiones sexuales y permite desplazar la violencia destructiva y autodestructiva. Es así como este espacio se convierte en soporte de los efectos de la pulsión de muerte. De esta manera, el poder es consecuencia de este malestar en la cultura. Por ello, aquellos que ejercen el poder encuentran su fuente de sometimiento en la fuerza de la pulsión de muerte que, como violencia destructiva y autodestructiva, permite dominar al colectivo social. Ésta queda en el tejido social produciendo efectos que impiden generar una esperanza para transformar las condiciones de vida del conjunto de la población.
En la actual etapa del capitalismo mundializado el poder ha unificado una cultura que, al no crear un espacio-soporte, lleva a una comunidad destructiva. Una comunidad donde impera la desconfianza. Una comunidad donde la afirmación de uno implica la destrucción del otro produciendo una transformación del tejido social.

Estos efectos los podemos encontrar en el predominio de síntomas donde predomina lo negativo. Donde triunfan las pasiones tristes sobre las pasiones alegres. Su resultado es un individuo solo y aislado que cree intervenir en los debates políticos y sociales a través de los medios de comunicación. En este juego los políticos y los representantes sociales de los partidos mayoritarios saben que es más importante la imagen que representan que los beneficios que pueden ofrecer al colectivo social. Esta situación ha generado una desconfianza de la política como medio para transformar las actuales condiciones de vida ya que ésta se transforma en un conflicto de intereses entre sectores del poder en el cual el sujeto no participa como comunidad.

El dilema del prisionero
El sujeto atrapado en esta cultura de la representación se afianza en la ruptura del lazo social el cual se puede ejemplificar con el dilema del prisionero. Esta es una práctica de la policía de EEUU donde quien colabora con la justicia tiene la posibilidad de reducir su condena. Mario y Roberto, sospechosos de un grave delito, son arrestados por la policía debido a una transgresión menor. No hay pruebas del delito mayor. Si ninguno de los dos hablara no se les podría imponer más que tres meses de cárcel. Para lograr que se delaten los dos quedan separados e incomunicados y se les ofrece el mismo trato. Si uno traiciona al otro mientras su socio guarda silencio, el delator quedara libre, mientras que el que permanezca leal a su compañero será sentenciado a diez años de prisión. Si los dos se traicionan mutuamente tendrán cinco años de cárcel cada uno. A ambos se les asegura que su socio no se enterará de su traición hasta después de terminadas las investigaciones.
Si suponemos que el único interés de los prisioneros es minimizar su propia condena, el beneficio siempre será mayor delatando al compañero. Es decir no cooperando con su compañero. Si Mario delatara a Roberto pero este permaneciera leal, Mario saldría libre y se terminarían sus problemas. Si Mario delatara a Roberto pero este también delatara a Mario, ambos padecerían cinco años de reclusión. Lo peor para Mario sería ser leal a Roberto mientras este lo traiciona. La traición es recompensada. La lealtad es castigada.
El problema es que Mario sabe que Roberto seguramente esté razonando de la misma manera que él. Mario sabe que Roberto sabe que Mario esta tentado de traicionarlo, porque es enorme el peligro de ser traicionado por Roberto si él guarda un leal silencio. Por lo tanto, Mario sabe que Roberto será propenso a traicionarlo, por que sabe que Roberto sabe que Mario probablemente lo traicionará.
Si ninguno hablara la pena será de tres meses por el delito menor. Pero la desconfianza lleva a que la tentación estará siempre activa por temor a las graves consecuencias de ser leal y padecer la traición del otro. Por eso el máximo beneficio colectivo no podrá realizarse casi con seguridad y el resultado del dilema será que Mario y Roberto se traicionen mutuamente. La ausencia de cooperación entre los socios planteada por el sistema policial al ofrecer un beneficio a la delación esta casi garantizada.
Esto ocurre en una sociedad donde el interés común de la mayoría de la población es reemplazado por ilusiones de salidas individuales y/o sectoriales que sólo sirven para mantener las condiciones impuestas por la cultura dominante.

El exceso de realidad produce monstruos

La filosofía y la psicología clásica han planteado el problema de la realidad en términos de conocimiento. Freud rompe con este criterio y presenta la relación de la subjetividad con la realidad en términos de placer-displacer.
En este sentido el principio de realidad no constituye un principio en si mismo, sino un regulador del principio de placer-displacer. Es decir, el principio de realidad transforma por renuncia de lo pulsional el principio de placer, al imponerse el principio de realidad ya no busca la satisfacción por caminos más rápidos, sino a través de rodeos, respetando las condiciones del mundo exterior.
Sin embargo, en la actualidad, el mundo exterior plantea que no es necesaria esta renuncia de los pulsional. El impulso a consumir ofrece la ilusión que aquí y ahora es posible conseguir la satisfacción deseada. De esta manera nos encontramos con lo que denominamos un exceso de realidad que produce monstruos en el que la ruptura de los lazos sociales necesarios para vivir en comunidad ha llevado a la tragedia de encontrarnos con la soledad, el aislamiento, la depresión, el suicidio y la melancolía. Su resultado es un sujeto encerrado en su narcisismo que confunde su libertad con negarse a vincular acontecimientos, ideas y su relación con los otros. De esta manera cree que es lo que representa. En esta escena de simulacros no se comunica una experiencia, sino el simulacro es la experiencia misma donde la imagen es una manera en la que el poder modula la sociedad. De allí que es necesario un sujeto que al hacer experiencia produzca realidad. Un sujeto que haga comunidad. En definitiva un sujeto que encuentre el sentido junto a los otros en una historia que no ha terminado.


*Psicoanalista. Director de la revista y la editorial Topía. enrique.carpintero@topia.com.ar

- Carpintero, Enrique, La alegría de lo necesario. Las pasiones y el poder en
Spinoza y Freud, editorial Topía, Buenos Aires, 2007
- Freud, Sigmund, El malestar en la cultura, Amorrortu editores, Buenos Aires, 1978.
- Hazaki, César, El cuerpo mediático, editorial Topía, Buenos Aires, 2010.

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