por Rodolfo Braceli**
Ilustración: León Ferrari
Ilustración: León Ferrari
Este tiempo, tan calificado de crispado por prolijos crispados, tiene su costado saludable: caen las caretas. No es que el país se haya dividido ahora. Ya estaba dividido. Lo diferente es que ahora se ve. Y taaaanto mejor así.
Observemos el debate sobre la universalización del matrimonio entre personas (seres) del mismo sexo y la posibilidad de adopción de seres criaturas, es prodigioso, por revelador. ¿Dónde me ubico en esta pulseada por fin alumbradora? No le voy a mezquinar el poto a la jeringa. Rápido digo: estoy del lado del amor activo.
Estos días, al referirse a los homosexuales, Sumos Sacerdotes los tratan de “ellos”, los definen como “instrumentos del diablo”. Y así marcan dos veredas: la vereda sucia de ellos, los degenerados pecadores, y la vereda limpia de ellos, los amorosos justos. (Que no se nos olvide: algunos, muchos, demasiados, ni vereda tienen.)
Además, alguien que trata de “ellos” a los diferentes, porque son menos, elige convertirse en “ellos” para los diferentes.
Si así se plantea la cosa, digo que para mí los “ellos” no son los humanos supuestamente diferentes (porque son menos), los “ellos” son los que, desde la dictadura de la costumbre, insisten con la Inquisición. Con el “Dios, patria y propiedad”, los dueños de la “única verdad” retornan a los apogeos del miedo, al siglo 13. No se anotician de que la Inquisición fue abolida en el 1834 después de Cristo.
¿Quiénes son, cómo funcionan estos “ellos” patrios? Veamos algunos rasgos, recurrentes:
Ellos, cuando asomó el febo de la democracia, la usaron sin remordimientos y sin asco, como si la hubieran sembrado y la merecieran.
Ellos cultivan y riegan el miedo y crean sensación de fin del mundo. ¿Para? Para generar nostalgia por los redentores de Mano Fuerte.
Naturalmente, ellos, los grandes defensores de la vida, aprueban la solución de la pena de muerte porque “por algo será”, “nunca se vio algo así”, “ya no se puede salir a la calle”.
Ellos, a la democracia, a partir del 83 y desde mucho antes también, no paran de cariarla, de hacerle zancadillas, de acusarla de todos los males habidos y de todos los males por haber.
Pero ¡qué a sus anchas viven, ellos, en democracia! Tanto como vivían en el limbo del infierno del horror dictatorial, cuando se torturaba y se mataba y se violaban las vidas. Pero eso no era suficiente, y se violaban las muertes negando hasta la sepultura. Pero eso tampoco era suficiente, y se afanaban criaturas, cientos de criaturas. Pero todo aquello tampoco les resultó suficiente: ahora, con la coartada de la “reconciliación”, ellos exigen borrón y cuenta nueva, y hasta ser homenajeados por haber desfondado el abismo y desnucado la condición humana.
Ellos, ayayito con ellos. Se escandalizaban por los desnudos que trajo la “degenerada democracia”. Antes de eso, en los años 1976 y sucesivos, nunca se escandalizaron por los desnudos tan desnudados para el ritual de la violación y la picana.
Ni se nos ocurra olvidarnos que, ellos, se creen los dueños de la escarapela, de la familia y de lo sagrado de la vida. Y, desde siempre y para siempre, los poseedores de la única verdad.
Ojo al piojo: ellos no duermen y no se duermen. Ellos madrugan y duermen con un ojo abierto. Nunca se distraen. Jamás.
Ellos se guardan y guardan hasta en los días de guardar.
Sigamos con el identikit:
Ellos argumentan que están contra el aborto “porque la vida es sagrada”. La vida es sagrada, seguro, la de ellos.
Ellos ponen el grito en el cielo contra el aborto, porque, argumentan, “es una interrupción de la vida”. Se refieren, claro, a los abortos anteriores.
Pero ellos lapidan con silencio ignorador, alevosamente, los millones de otros abortos, los abortos posteriores, los debidos a las fáciles balas de gatillos fáciles; a los genocidios preventivos; a los daños colaterales; los debidos al hambre, al analfabetismo y a la analfabetización.
Ellos confunden la beneficencia con la solidaridad y el maquillaje con el semblante. A la manzana siempre la pelan. Con el ajo y la cebolla nada que ver. Besan en seco, sin saliva: desbesan. No hacen hijos, poseen hijos.
Ellos están dispuestos a todo: un pasacasete les vale tanto como una vida. O dos. Una vida de ladroncito ya no es sagrada, es un detalle molesto.
A propósito de detalles molestos: ¿fueron ellos los que le prepararon el tecito a Mariano Moreno y al sumo sonriente Juan Pablo de los 33 días?
El caso es que ellos, entre ellos, siempre codo a codo, apretados.
Ellos no aman al prójimo, aman al próximo.
El próximo es, para ellos, el que está del umbral para acá. Más allá del umbral no existe el mundo, para ellos.
Ellos no aman sin mirar a quién. Al mentado amor lo usan para abrigar lo sagrado.
Caramba, lo sagrado, exactamente ¿qué es para ellos?
Lo sagrado es la seguridad. La propia. La del bolsillo.
Algunos rasgos más:
Ellos se saben los Mandamientos de memoria y los enarbolan sin cordialidad, amenazantes. Pero se olvidan del supremo mandamiento: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.
En realidad, ellos, lo cumplen a ese mandamiento. Aman al prójimo si este prójimo se viste y reza y piensa igual que ellos.
Ellos se aman a sí mismos. ¡Cómo se aman!
Al Mandamiento supremo parece que lo entendieron así: “Amarás a tu prójimo, pero siempre y cuando sea como tu mismo.”
Ellos tienen la conciencia en el aparato digestivo. ¿Y el corazón? El corazón en el intestino.
Ellos se acunan en la hipocresía y se hacen gárgaras con el amor al prójimo. Y después lavativas.
Ellos tienen la palabra “guerra” en la punta de la lengua, y en el paladar, y en el corazón de sus almitas. A la hostia la mastican con todas las muelas
Ellos saben odiar. ¡Y cómo se juntan para eso!
Ellos, tan propietarios, se han apropiado de Dios.
Si ellos se salen con la suya, madredediós. Si ellos no se salen con la suya, madremía.
En cualquier caso va siendo hora de que algo aprendamos de ellos. ¿Qué? A juntarnos. A no dormirnos en los laureles que todavía no supimos conseguir.
Posdata: A todo esto: ellos, ¿qué harían hoy con la sucia Magdalena y con el Jesús de los maderos? A ella por lo menos la acribillarían con gargajos. Al flaco y sin corbata Jesusito apenas si lo atenderían por el portero eléctrico: ¡urgente, un patrullero! Ay, qué no harían.
Resumiendo: Ellos siempre tiran la primera piedra, y las otras también.
Por supuesto que, ellos, le echan la culpa de la pedrada, a la piedra. ¿Por los siglos de los siglos?
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*Publicado en CRÍTICA de los trabajadores.
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** periodista, escritor
http://www.rodolfobraceli.com.ar/ / rbraceli@arnet.com.ar
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