(para La Tecl@ Eñe)
Ilustración: León Ferrari
Entre estas dos situaciones no hay necesariamente una conjunción (y) ni una oposición (o). Simplemente pueden darse juntas en algunas ocasiones y disjuntas en otras. Por eso manifesté esta posición antes de escribir mi artículo ya que su enunciado me llevó a pensar en otra cuestión atinente a la alienación en nuestro país.
En términos psicoanalíticos se está alienado al discurso corriente, es decir que participamos de los mismos términos del lenguaje con otros. En este caso con quienes habitamos esta ciudad. Este lenguaje común es el que usan, obviamente, los medios de comunicación los que, al presentar oposiciones y asociaciones inmediatas atraen la atención del público. Las “guerras” mediáticas por TV lo comprueban, pero aún en programas llamados “serios” la estructura es la misma: una opinión versus otra (a veces la del mismo comunicador) que entran en colisión. Luego, sin extraer mayores consecuencias de lo dicho o escrito, aparece a veces una conclusión moderadora (se llama también moderadores a quienes coordinan de esta forma) como una manera relativizada de analizar un mismo fenómeno. Se trata, simplemente, de diferentes opiniones sobre un mismo tema.
Pero opinión no es investigación (doxa versus episteme) ni toda investigación por seria que sea nos deja entrever más que una verdad a medias, un sesgo donde se arriba a cierta conclusión, hipótesis demostrada y nada más.[1]
Por eso me parece que el tono enjuiciatorio de ciertos comentarios respecto a quienes piensan la realidad es el intento de negar la pluralidad de verdades y modos de acceder a ellas de cada uno de los que hablan o escriben.
Seamos cautos: ¿cómo escuchar o leer detrás de los enunciados la enunciación?
Cuando se asocia drogadicción con pobreza me parece que, una vez más, aparece velada la crítica a poderosos de turno porque no se ocupan convenientemente de erradicar a esta última dejándoles el campo orégano a los traficantes para captar jóvenes desposeídos quienes finalmente delinquen para comprarla o la venden para subsistir.
Incluir a los pobres en un todo que los masifica es un recurso utilizado por gobiernos de todo signo no exento de cierta demagogia. Si se define a la pobreza por la falta de recursos económicos para vivir en esta sociedad de consumo podemos darnos cuenta que algunos usarán la droga como medio de vida, otros como evasión y otros ni sabrán de qué se trata. Como en cualquier estrato social que tomemos.
Sin embargo, esa categoría social nos señala que son los pobres los que están más expuestos a ciertos males como enfermedad, muertes por accidentes en viviendas precarias (las que se suelen incendiar cada invierno con braseros mal ventilados) o sucumben rápidamente al desgaste cotidiano por no tener suficiente alimentación.
La marginalidad no es la pobreza aunque a veces se la confunde y la drogadicción está inserta en todo medio social.
No hay más que sujeto de la enunciación para el psicoanálisis y esto nos lleva a ocuparnos, en este campo, de los sujetos uno por uno. Hay pobres a los que les ocurre tocar la guitarra por ejemplo y no drogarse y ricos adictos a la heroína. Por ende me parece que una forma de incidir sobre el discurso común es dejar de asociar algunas cuestiones que resultan de las lecturas de los medios y empezar a vislumbrar qué es lo que toca otro punto de verdad. Analizar un caso, hacer hablar a algún protagonista y extraer la lógica de su decir en función de lo que le pasa me parece que puede llevar a encontrar matices y quizás se pueda constatar que las categorías sociales no explican la variedad de las posiciones subjetivas de quienes componen algunos colectivos.
La droga, cualquiera sea, en sí misma no es buena ni mala. Se sabe que se llaman droguerías a los lugares que venden medicamentos y que cada época las utilizó para distintos fines a lo largo de la historia.
La adicción a cualquier objeto que obture la posibilidad siempre abierta de inventarse un deseo es un goce mortífero y no depende de la forma que tome. Ciertamente hay drogas más baratas y más caras a las que acceden algunas personas de escala económica diferente pero la adicción tiene que ver con un goce que conduce a la muerte y no depende exclusivamente de ninguna clase social.
En todo caso lo que sí se podría exigir a los responsables del poder de turno sería una regulación estricta que limitara a la industria por excelencia que las produce: la farmacéutica. Es una producción cuya regulación es necesaria para evitar, de manera masiva, el consumo de medicamentos que anticipan la muerte.[2]
No conozco más que algunas instituciones llamadas “verdes” que se oponen a estas industrias en alguna medida. Masivamente está mal visto “cercenar” fuentes de trabajo o detener la “investigación” que llevan a cabo los laboratorios que salvan vidas.
Llegué hace poco de un viaje a España donde se acaba de sancionar una ley que prohíbe las corridas de toros en Barcelona. Las reacciones defendiendo el “patrimonio cultural” fueron múltiples, pero lo que llamó mi atención fue la siguiente escena: un partidario de la fiesta (así se llama ese espectáculo sangriento) fue entrevistado por un periodista de un canal de TV. Se trataba de un participante a otro tipo de fiesta con los toros que no está prohibida y que consiste en prenderles fuego a los cuernos y lanzarlos a que la gente los rodee y juegue a “torearlos”. El animal (me refiero en este caso al toro) se enloquece de dolor, algunos quedan ciegos, se queman vivos y eventualmente mueren… en fin, un horror. El señor, quien ostentaba cierto poder respecto al tema, mostraba a la cámara ese espectáculo dantesco y decía: “Mire Vd., esto ¿le parece una brutalidad?
El asociaba fiesta con tortura animal, evidentemente. Pero esta asociación es subjetiva ya que enuncia su gusto por este tipo de espectáculos.
¿Qué se podría decir de los miles que defendían las corridas en nombre de la libertad?
Acaso: ¿tienen todos la misma posición? Evidentemente hay intereses diferentes. He visto toreros que lloraban porque se quedaban sin una fuente de trabajo, otros, catalanes, porque no podían torear en “su tierra”, dueños de criaderos quejándose por la restricción y hasta culturalistas por romper “la tradición nacional”. Un complejo mapa de reacciones que obedecen a distintas causas.
La drogadicción, como mal social, es compleja. Afecta a las sociedades de manera diferente y se necesita una política sanitaria adecuada para minimizarla.
Otra es la política para tratar la pobreza. Hay lugares donde se están implementando algunos cambios efectivos. Pero se trata, en todo caso, de cambiar cierta forma de pensar al sujeto en lo social.
*Mirta Vazquez
Psicoanalista
Muy interesante el artículo. la verdad que en algunos programas de television, o revistas, el analisis del tema es bastante pobre. Y estoy de acuerdo con no asociar rapidamente pobreza con drogadicciion. En lo cotidiano, mi experiencia de trabajo en barrios maginados, los padres de adolescentes estan muy preocupados por que su hijo pueda empezar a consumir. Y esta preocupacion de los padres , creo, nos habla de cierta conciencia con respecto al tema. Aunque tambien nos habla de cierta proclividad de los adolescentes a empezar a consumir. Sin embargo, tambien en lo cotidiano, uno ve en las discotecas, o se sabe por supuesto, el consumo de psicofarmacos, o directamente drogas, de gente de clase media y alta. Y que a veces esta naturalizado el consumo de clonazepam, ribotril, en fin...,
ResponderEliminar...que andes bien.
francisco.
saludos