06 septiembre 2010

Literatura/Leonardo Martínez Acerca de la Naturaleza de la Poesía

ACERCA DE LA NATURALEZA DE LA POESÍA
Por Leonardo Martínez*

(para La Tecl@ Eñe)
Ilustración: Diego Perrotta
En su Diario, con fecha 8 de junio de 1921, André Gide escribe: Cuánto me gusta esto que leo en Saint-Beuve (Les Cahiers) y cita: En su lengua, los latinos no rechazaban cierta vaguedad, cierta indeterminación de sentido, un poco de oscuridad... Tómenlo como quieran, parecen decir en más de una ocasión, entiéndalo en este sentido o en este otro, que le es vecino. Se tiene cierta lasitud de elección. El sentido principal no excluye absolutamente otros. Luego, más adelante, Gide, termina las notas del 29 de noviembre del mismo año con: La bruma que a veces flota entre los versos presta a éstos profundidades imaginarias.
Jacques Derrida es más terminante. En Tú y yo, texto de homenaje a Paul Celan, dice: Todo poema corre el riesgo de carecer de sentido y no sería nada sin ese riesgo. Cierta vaguedad, cierta indeterminación de sentido, un poco de oscuridad y la bruma o niebla que a veces flota entre los versos...
Con lucidez Saint-Beuve, Gide y Derrida apuntan hacia posibles características de la expresión poética y hacia el misterio que ésta envuelve.
Por otra parte, Jean Cohen nos propone otro enfoque de la poesía: La poesía es un desvío del lenguaje corriente.
Pero, nos decimos, el lenguaje corriente, incluso el científico están saturados de poesía. Queda flotando, entonces, la palabra desvío, o sea apartarse del camino trazado. Y apartarse del camino trazado sería tomar por un camino alternativo o bien por un atajo. Ruta que cada uno de nosotros abriría paso a paso en la selva selvaggia.
Porque según Saint-John Perse más que modo de conocimiento, la poesía es en primer lugar modo de vida - y de vida integral.


Vaguedad, indeterminación, oscuridad y bruma, algo indefinido y fluctuante, pero asimismo refulgente y muy preciso. En esta especie de oxímoron encontraríamos, quizás, la esencia de la poesía. Pero necesitamos definir, encasillar, colocar en anaqueles el resplandor poético. Imposible. Pues la poesía no responde a conceptos surgidos de su vivisección. Al destripar al animal vivo que es el poema, buscando en su interior el diamante que lo ilumina, hemos aniquilado vida y desintegrado diamante.
Alfred Edward Housman, en su conferencia Nombre y naturaleza de la poesía, afirma : el intelecto no es la fuente de la poesía,… éste obstruye, prácticamente, su producción y… ni siquiera es digno de confianza para el reconocimiento de la poesía.
Y en otra parte de la misma conferencia: El significado pertenece al intelecto, no así a la poesía; y Wallace Stevens: la poesía debe resistir la inteligencia casi victoriosamente. El gran poema es el cuerpo. Porque, asevera Marcel Proust, el instinto dicta el deber y la inteligencia proporciona los pretextos para eludirlo.

Por lo tanto aventurémonos y busquemos la fuente de donde mana la poesía actual.
Somos del siglo XXI pero arrastramos un pasado abismal. Nacimos y habitamos la parte sur de América. Hablamos una lengua heredada de los conquistadores, enriquecida de matices locales. Nuestra formación e información responde a modelos europeos. Vemos la realidad que nos circunda con ojos ajenos. La medimos y manejamos con pautas ajenas.
Sin embargo se vislumbra, a pesar de la dependencia, un reconocimiento mayor hacia el mundo cultural de los pueblos que habitaron y habitan el continente americano. Nosotros mismos nos sentimos depositarios de un ayer que no por inconmensurable es menos cierto.

Es así que en las postrimerías del siglo XIX, y luego en todo el siglo XX, Europa empezó la progresiva apreciación de productos de las culturas relegadas.
A la par el sicoanálisis, la teoría del inconsciente colectivo, la proliferación de estudios antropológicos y de las religiones de América, Oceanía, África y Asia, la revolución poética de Baudelaire, Lautréamont, Rimbaud, Whitman y el solo pensar que el mito fuera una forma de conocimiento, pusieron patas para arriba muchos siglos de creación universal, en el limitadísimo ámbito de tres o cuatro países del Viejo Continente.
El surrealismo es el resultante natural de ese proceso, donde el subconsciente manda, donde la memoria colectiva y la memoria individual, como un almacén de datos, guían libremente el pensamiento y la mano. La intuición es el germen del poema. Particularmente pienso la intuición como síntesis de los datos sensoriales, síntesis alquímica, certera visión en el plano cambiante de lo real.
Podríamos pensar la poesía desde un antes y un después del surrealismo, aunque abjuremos de él y sea sólo una instancia histórica.
La intención, al escribir un poema, sitúa al poeta al margen de la cotidianeidad, aunque de lo cotidiano se trate. Siempre la poesía sería el producto de un riesgoso rodeo, nacido de complejos y múltiples factores que impulsan y condicionan al poeta. Riesgo en cuanto palabra y sintaxis escapan del discurso racional y prosa discursiva, para crear una zona de significación propia. Rodeo por la intención explícita de búsqueda de dicha zona.
Lo que nos preocupa en la poesía actual, no es el abandono formal de una tradición clásica, sino el desconocimiento de la construcción adecuada de la frase, cuyo cimiento es la respiración del poema, más importante que los solecismos que pueden ser modos de decir voluntariamente elegidos por el poeta.
Hay que saber afrontar las donaciones de inseguridad y aventura que nos acarreó el verso libre.
La música de Jaimes Freyre, Lugones, Silva o Darío ha dado lugar a otra u otras músicas. Cada poeta lleva consigo su normativa musical, a través de imágenes e ideas expresadas en el poema. La norma está dada por la pulsión poética. Válida, sólo, para ese poema. Para el en sí de ese poema.
Buscar afuera modelos a seguir puede ser útil o dañino. Su eficacia estaría sujeta a la combustión interior del individuo que gesta la obra.
El pathos, expuesto en los juegos de tensión y reposo, brillo y opacidad, disonancias y consonancias, de timbres específicamente buscados, de silencios y espacios distribuidos de acuerdo a un pensamiento, son materiales fundantes en la elaboración de una pieza poética. Y esto vale para la preceptiva tradicional, como para las contemporáneas.
Ya no importa el desamparo de las antiguas y dichosas maneras de escribir versos. Las nuevas son tan dichosas como aquéllas.
Cada verso es su metro y cada verso encierra en su medida un decir, algo casi concluido, o también pieza de un rompecabezas. El poema se desenvuelve o extiende como un embaldosado de frases, tapiz o pintura a desentrañar verso a verso. La respiración, el aliento, el neuma, da el escandido del verso o fraseo.
Fraseo sería la sucesión de entidades sonoras de sentido exacto o ambiguo que se encuentran entre las inflexiones de inspiración y exhalación del aire. Y el tempo, también término musical asimilable a la poesía, no es el metro acompasado. El tempo es un fenómeno que incluye dinamismo y lasitud, tensión y reposo y todas sus gradaciones, en constante flujo, en el cual medida y ritmo pierden su acontecer mecánico para responder al fluir de la conciencia.

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De qué nos sirven la memoria colectiva y la memoria individual si no es para instalarnos en lo que John Keats llama los sagrados afectos del corazón que en el poeta son señal de entrega emocional y ética. De que nos sirven si no es para instalarnos en aquel territorio in illo tempore que nos permite mirar inmisericordes los desatinos de la historia o como dijo Joaquín Giannuzzi la humillación de la historia, accediendo a un orden más armonioso, a un mundo menos conflictivo. El filósofo Theodor Adorno dictamina que, después de Auschwitz no se puede escribir poesía. Y nosotros decimos que a través de los milenios hubo incontables Auschwitz.
Hoy mismo padecemos en el cuerpo de la especie y en la vida natural persecuciones y exterminios. Y no murió la poesía. Y no somos reaccionarios, por el contrario somos testigos y muchas veces víctimas.
Robert Graves afirma que la función de la Poesía es la invocación religiosa de la Musa.
En mi fuero íntimo, en mi privacidad más absoluta, siento mía la afirmación de Graves.
Si nos decidiéramos mirar con ojos generosos y abarcadores lo que ocurre en nosotros y alrededor nuestro, nos entraría la sospecha que la Musa no es nada más ni nada menos que el Paráclito, que la Musa es la Vida en su oculto y arrollador devenir.

Quizás ante estas aseveraciones y sospechas, ustedes sonrían y manifiesten su escepticismo. Pero no importa. Crean o no en la Musa, el Espíritu Santo o el Principio de Energía, lo cierto es que ustedes son, como yo, amantes de la poesía, tratando aún de entender en qué consiste y cuál es el servicio de esta pasión tan extraña.
Y lo maravilloso lo encontramos ahí, en los que aman la poesía y en los que se arriman cautelosos a ella. Y es por el don. Es el don. Y el don necesita sólo su libre ejercicio, sin explicaciones ni justificaciones. Pero asir la gratuidad requiere esfuerzo. Y ese esfuerzo, gozoso, consiste en encauzar el lenguaje. Dar forma a lo que subyace. Y lo que subyace es el alimento diario del poeta.

Housman lee su conferencia en Cambridge en 1933. Al rechazar al puro intelecto como fuente de la poesía, ubica a esta en un territorio en el que lo desconocido es su alimento. No le falta verdad a la aseveración de Housman, sobre todo sí consideramos intelecto y razón, sinónimos.
Pero si a la teología, la escolástica y al racionalismo cartesiano, cumbres de la soberbia occidental, con el hombre como rey de lo creado, reordenador de lo creado, le ponemos al frente el hedonismo polinésico de Gauguin, el sufrimiento amarillo de Van Gogh, los murales de Diego Rivera, la poesía del mestizo Vallejo, la celebración de América de Neruda, las audacias sonoras de Debussy, Stravinsky o Schoenberg, encontramos que ha corrido mucha agua bajo el puente.
Sin embargo, no creemos en el progreso del arte, porque no hay nada nuevo bajo el sol del arte.
De lo que sí estamos convencidos es que vamos arrancándonos vestiduras que nos impusieron y rasgando velos, en una tarea de nunca acabar.

Housman nos propone: La poesía no es la cosa que se dice, sino la manera de decirla. Y más adelante: Siempre he considerado la poesía como algo más físico que intelectual. Hace uno o dos años, al mismo tiempo que otras personas, recibí de Estados Unidos una encuesta en la que se me invitaba para que diera mi definición de la poesía. Contesté que me era tan difícil definir la poesía, como sería para mi perro terrier definir una rata, pero que me parecía que ambos -mi encuestador y yo- reconoceríamos cualquier objeto por los síntomas que provocaría en nosotros. Uno de éstos síntomas fue descrito, relacionado con otra clase de objetos, por Eliphaz el Temanita, de esta manera: "Un espíritu, una sombra pasó por mi cara, y el vello de mi carne se me puso de puntas." La experiencia me ha enseñado, cuando me afeito por las mañanas, a estar pendiente de mis pensamientos, porque, si una línea de poesía anda por mi memoria, mi piel se eriza de tal manera que la navaja deja de servir. Este síntoma extraño va acompañado de un escalofrío que me recorre la espina; a veces sufro otro que consiste en la sensación de un nudo en la garganta y de agua en los ojos; y hay un tercero que sólo podría describir con la ayuda de una frase de Keats, contenida en una de sus cartas, en donde dice, hablando de Fanny Browne: "cualquier cosa que me trae el recuerdo de ella me atraviesa como una lanza."
El asiento de esta sensación es la boca del estómago.
Hasta aquí el texto de Housman.

Con seguridad sabemos donde hay poesía, con seguridad sabemos donde está la poesía.
Hemos esbozado la hipótesis de la fuente que la surte. Adivinamos que esa fuente mana altísimos dones. Estos dones son el infinito polen que se derrama en el espacio sagrado de la vida. Algo que cae a altas horas y presumimos es el rastro del polen soplado por los labios de la blancarojinegra, de Ella, de la Diosa.
Todo se corresponde en el magnificente reino de la Madre. Sonidos y colores en la mesa del escriba bajo la lámpara en el silencio de la noche.

Y parafraseando, y a la vez ampliando, una frase de William Butler Yeats, decimos: esa guerra, esa hoja que se detuvo un instante antes de caer sobre la hierba, el grito exacto de la lechuza a esa hora, el incendio de un hotel de París, ese beso que robamos o cualquier cosa que llegue al oído del mundo, todo eso ha pasado debido a aquél joven que se puso a tocar la flauta en Tesalia, varios siglos antes de Cristo, o tal vez al suspiro de Moctezuma ante la rutina de los siete baños diarios y de los siete cambios de vestidura. Todo se corresponde en el magnificente reino de la Madre.

Trabajar dentro de esta trama y ser conciente de ella, es el oficio del poeta, que araña, escarba, hiende la tierra, su tierra, en búsqueda continua mientras la poesía es un faisán perdiéndose en la espesura. (Wallace Stevens)
*Poeta

2 comentarios:

  1. Leonardo Martinez.

    Texto conmovedor. La pintura es otro de los modos en que la poesía puede hacerse presente. Leeremos su texto en el taller. El oficio de pintor tiene sentido en tanto oriente esa búsqueda que Ud. señala claramente en el párrafo con el que cierra su artículo. Muchas gracias. J.Lopez Taetzel

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  2. Querido amigo LEONARDO : agradezco el envío de la revista virtual "La tecl@ Eñe" valiosa y valiosas las otras "entradas" que me permite.

    Aunque formado en otras lides – bastante diversas de la poesía…- he leído tu nota con gusto e interés. Entre tanto párrafo – que llamó mi atención - señalo el siguiente:



    Pero no importa. Crean o no en la Musa , el Espíritu Santo o el Principio de Energía, lo cierto es que ustedes son, como yo, amantes de la poesía, tratando aún de entender en qué consiste y cuál es el servicio de esta pasión tan extraña.
    Y lo maravilloso lo encontramos ahí, en los que aman la poesía y en los que se arriman cautelosos a ella. Y es por el don. Es el don. Y el don necesita sólo su libre ejercicio, sin explicaciones ni justificaciones. Pero asir la gratuidad requiere esfuerzo. Y ese esfuerzo, gozoso, consiste en encauzar el lenguaje. Dar forma a lo que subyace. Y lo que subyace es el alimento diario del poeta.



    Tu nota me llevó a revisar, además, un ensayo de Heidegger - que seguro conoces…- en el que me había aventurado alguna vez y volví a la frase aquella que en la ocasión me había conmovido: “ La poesía es la instauración del ser con la palabra”.



    Por último, en modesta consideración, apunto que no es un dato menor haber compartido páginas con Horacio González y Ricardo Forster (cuyas notas también he leído , además de otras…) a quienes sigo a menudo en publicaciones periodísticas.

    Esperando te halles bien recibe un abrazo de tu amigo PABLO

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