07 julio 2011

Literatura y realidad/El contingente deber de la literatura/Por Nicolás Hochman

El contingente deber de la literatura

Por Nicolás Hochman*
(para La Tecl@ Eñe)



Desde hace varios años experimento en mi vida una escisión que no es realmente tal. Como buen posmoderno me asumo fragmentado, y en lo profesional puedo nombrar por lo menos tres áreas diferentes, que a veces se integran y a veces no: soy historiador y doctorando en Ciencias Sociales, soy editor y director de revistas, y soy escritor. Las tres áreas tienen muchas cosas en común, y otras tantas diferencias. Lo que me interesa desarrollar acá es un punto problemático que se presente en todas ellas: el deseo (o necesidad, o búsqueda, o loco afán) por decir algo. Algo, que sea diferente, o creativo, o innovador, o revolucionario (eso último no tanto), o que por lo menos me deje conforme y tenga alguna utilidad.
Como suele ocurrir muchas veces, no ocurre nada de todo eso, y por más horas que pase leyendo-pensando-escribiendo, el resultado final no cierra de todo. Supongo que, en última instancia, pongo en juego una búsqueda imposible, un idealismo indesarrollable, un poco loco. Y lo que me termino preguntando, en última instancia, es para qué sirve todo lo que hago. No es que no encuentre respuestas a eso, sino que el mundo se mueve más rápido de lo que mi capacidad de acción atina a contestar.
Me gustaría centrarme en un tipo que estuvo meditando bastante acerca de todo esto: Milan Kundera. A él le debo un par de ideas que hasta hace no mucho tiempo consideraba creaciones mías, pero que al releer ciertos libros suyos descubrí que no lo eran. El poder del inconsciente, que se apropia de lo que le conviene y expulsa o esconde lo que jode.
Concretamente, hablo de la suposición de que la literatura (la novela, en particular) debería tener como objetivo entender y explicar (o por lo menos tratar de hacer un poco más clara) la condición humana. Casi nada, ¿no? Kundera lo dice casi explícitamente en libros como La insoportable levedad del ser, o en ensayos como El arte de la novela. Dice, también, que la novela “conoce el inconsciente antes que Freud, la lucha de clases antes que Marx, practica la fenomenología (la búsqueda de la esencia de las situaciones humanas) antes que los fenomenólogos”. No sé si la novela debería ser o buscar tal o cual cosa. Me parece un poco pretencioso, un poco agobiante. Pero dicho con mucha determinación y convicción, eso sí.
Por varias cosas, esa frase me hace acordar a Freud hablando de las tres grandes heridas narcisistas de la humanidad: cuando Copérnico nos explicó que no éramos el centro del universo, cuando Darwin nos informó que no éramos más especiales que los monos ni las cucarachas, y cuando el psicoanálisis nos palmeó la espalda para contarnos que ni siquiera éramos dueños de nuestros pensamientos. Supongo que hay algo de eso en la hipótesis de Kundera, de que la literatura se anticipa a todo el conocimiento “más serio” y “objetivo”. Dice este señor checo, en otra parte:

“Kafka no profetizó. Vio únicamente lo que estaba ‘ahí detrás’. No sabía que su visión era también una pre-visión. No tenía la intención de desenmascarar un sistema social. Sacó a la luz los mecanismos que conocía por la práctica íntima y microsocial del hombre, sin sospechar que la evolución ulterior de la Historia los pondría en movimiento en su gran escenario.”

Que no es poco, ojo. Que Kafka no tuviera intenciones de ser un gurú del sistema burocrático occidental no le quita mérito. Probablemente, de hecho, pudo escribir lo que escribió porque no tenía encima la presión o necesidad de salir a denunciar públicamente algo que estaba ahí, un poco invisible. Probablemente, también por eso mismo (por no ser el gurú de los años ’20) se murió sin haber tenido mucho éxito, y el que se llevó las alegrías fue el siempre atento y avispado Max Brod. Y agrego una más, la última y más larga y flaubertiana de estas citas de Kundera:

“Mirar con impotencia el patio y no saber qué hacer; oír el terco sonido de las propias tripas en el momento de la emoción amorosa; traicionar y no ser capaz de detenerse en el hermoso camino de la traición; levantar el puño entre el gentío de la Gran Marcha; hacer exhibición de ingenio ante los micrófonos secretos de la policía; todas esas situaciones las he conocido y las he vivido yo mismo, sin embargo de ninguna de ellas surgió un personaje como el que soy yo, con mi curriculum vitae. Los personajes de mi novela son mis propias posibilidades que no se realizaron. Por eso les quiero de igual a igual a todos y todos me producen el mismo pánico: cada uno de ellos ha atravesado una frontera por cuyas proximidades no hice más que pasar. Es precisamente esa frontera (la frontera tras la cual termina mi yo), la que me atrae. Es más allá de ella donde empieza el secreto por el que se interroga la novela. Una novela no es una confesión del autor, sino una investigación sobre lo que es la vida humana dentro de la trampa en que se ha convertido el mundo.”

Yo no sé si es así. No sé si mis novelas (o revistas, o tesis) son confesiones, interrogantes, investigaciones sobre la condición humana. No sé si, como también sugiere él, escribimos libros porque nuestros hijos no se interesan por nosotros y nos dirigimos a un mundo anónimo porque nuestra mujer se tapa los oídos cuando le hablamos. No lo sé, pero puede ser, y hasta lo creo. En todo caso, me parece que la pregunta por todo esto es válida, necesaria, importante, vital. Creo que la gente cambia, todo el tiempo, y que uno puede hacer algo de y con todo eso. Creo que la literatura tiene una fuerza potencial (contingente, no necesaria) que no conozco en ninguna otra parte. Y así como ese potencial suele estar desaprovechado, malgastado, inutilizado por operaciones de marketing y exceso de egos, siempre queda un espacio, una brecha diminuta, para que alguien escriba algo que pueda cambiar algún mundo, y otro alguien lo lea, y actúe en consecuencia.

* Nicolás Hochman (Buenos Aires, 1982). Profesor y Licenciado en Historia por la Universidad Nacional de Mar del Plata, doctorando en Ciencia Sociales por la UBA. Guionista y periodista, editó la revista Prometheus y dirige Casquivana. Coordina el ciclo literario Alejandría y el Taller Heterónimos. Escribió algunas novelas, poemarios y libros de historia para escuelas secundarias. www.casquivanos.blogspot.com

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