15 julio 2011

Política y Sociedad/La identidad política de un proceso transformador/Por Edgardo Mocca

La identidad política de un proceso transformador.



(Una reflexión sobre la naturaleza y la proyección del kirchnerismo)




El kirchnerismo es una nueva reescritura del peronismo. La nueva puesta en circulación del pensamiento de la tradición nacional-popular corresponde a un intento de reencuentro con las huellas de una tradición que en la década del noventa fue arrinconada a los márgenes del mundo político-cultural. El país y el mundo han cambiado. Y la épica popular del kirchnerismo está obligada a dar cuenta de esos cambios.

Por Edgardo Mocca*
(para La Tecl@ Eñe)

Las identidades políticas populares viven un proceso crítico en todo el mundo. Tenemos ante nuestros ojos la escena europea: partidos socialistas y socialdemócratas envueltos en la onda de la indignación popular por la aplicación de recetas económicas más propias de la tradición conservadora que de sus propias fuentes de inspiración ideológica. Sin embargo, la crisis no es nueva. Tampoco se reduce a la emergencia de la actual crisis de la globalización liderada por el capital financiero.
La crisis de los grandes partidos de masa, de origen obrero, hunde sus raíces en las transformaciones productivas, sociales y culturales que recorrieron el mundo en las últimas tres décadas. Son cambios que han desarticulado el viejo modo de producción fordista que agrupaba masas de trabajadores en grandes fábricas y han generado al nuevo sujeto productivo, individual, “flexible” y, en muchos casos “desterritorializado”. Las prácticas sindicales y políticas de los trabajadores no podían dejar de ser afectadas por estas mutaciones. En los países más desarrollados, se perdieron los perfiles clásicos de la clase obrera, asimilada a patrones de consumo y prácticas culturales propias de los sectores medios. En los países como el nuestro, los procesos de desindustrialización, que signaron nuestro lugar en el proceso de la transformación neoliberal, combinaron esa dilución de los trabajadores en las clases medias de la sociedad con un proceso de aguda pauperización de masas de trabajadores, marginalizados de los circuitos productivos.
El peronismo de la década del noventa es la expresión política de estos cambios. Como lo caracterizara el investigador estadounidense Steven Levitzki, el justicialismo se desplazó de su condición de partido sindical a la de un partido basado en los vínculos territoriales (“partido clientelista”, dice el autor).


Solamente desde esa perspectiva se entiende que el menemismo pudiese constituirse en una coalición de hecho entre los sectores económicamente más poderosos y los más empobrecidos. Esa transformación no anula la tradición popular del peronismo sino que la resignifica, desplazando la rica tradición combativa de la resistencia político-sindical posterior al derrocamiento de su líder y acentuando sus rasgos más protectores y paternalistas.
El caudillo bonaerense de esa época, Eduardo Duhalde, resumía esa suerte de neodoctrina del peronismo en la recordada fórmula “a los ricos les alcanza el mercado, los pobres necesitan del Estado”. Ninguna expresión ha sintetizado de un modo más logrado el proyecto neoliberal: concentración de riqueza en el polo más poderoso de la sociedad, “goteo hacia abajo” de esa riqueza y políticas focalizadas de asistencia para los “perdedores” del nuevo esquema socioeconómico.
El kirchnerismo es, en esta perspectiva, una nueva reescritura del peronismo. La nueva puesta en circulación del pensamiento de la tradición nacional-popular, de Scalabrini Ortiz, de Jauretche, de Hernández Arregui, de Cooke, no es, como se piensa desde cierto canon cultural, una moda circunstancial alentada por entusiasmos juveniles pasajeros; corresponde a un intento de reencuentro con las huellas de una tradición que en la década del noventa había sido arrinconada a los márgenes del mundo político-cultural. Claro que el país y el mundo han cambiado. Y la épica popular del kirchnerismo está obligada a dar cuenta de esos cambios.
La cuestión de qué es el kirchnerismo no se dirime en una mesa de discusión intelectual. Su ser o no ser es el proceso de cambios materiales iniciado en 2003 y sistemáticamente sometido a las tensiones políticas más agudas. Si se atiende al núcleo de su propuesta política se trata de un proceso de reindustrialización y desarrollo económico centralmente sostenido por el mercado interno, lo que presupone la redistribución progresiva del ingreso. Los cinco millones de nuevos puestos de trabajo, la sistemática intervención del Estado para sostener y aumentar los niveles de consumo popular, el ensanchamiento de la protección social a millones de personas en edad de jubilarse que no reunían las condiciones formales para acceder a ese beneficio como efecto de la desocupación, la activación del movimiento sindical sobre la base de los convenios colectivos de trabajo y la discusión tripartita del salario mínimo, vital y móvil constituyen el corazón del rumbo en marcha. Sin embargo, la transformación posneoliberal está lejos de completarse y no ha terminado de definir su hoja de ruta estructural.
La suerte del proceso de cambios socioeconómicos en marcha está fuertemente asociada con la del futuro del kirchnerismo como identidad política. Hoy el kirchnerismo es una muy amplia coalición de fuerzas internas y externas al peronismo, en la que conviven sectores muy heterogéneos en términos políticos y culturales; lo habitan desde las nuevas camadas de activistas sindicales y sociales, las organizaciones de derechos humanos y una amplia constelación de referentes artístico-culturales hasta la poderosa estructura territorial justicialista que gira en torno del Estado en sus diferentes instancias y niveles. La posibilidad de mantener unido un movimiento tan diverso y poblado de contradicciones internas descansa casi exclusivamente en la eficacia del liderazgo, asociada al mejoramiento general de las condiciones de vida de la mayoría de la población.
El kirchnerismo es, pues, el peronismo de esta época. De la época de la salida de la crisis nacional más profunda. También del momento del esclarecimiento de la naturaleza del proceso dictatorial y el terrorismo de Estado. Del agotamiento de las ilusiones de prosperidad primermundista del menemismo y la puesta en escena de una mirada alternativa sobre nuestro lugar en el mundo. ¿Es solamente una etapa del peronismo?
La herencia inspiradora de un proceso no da cuenta de todo el fenómeno. Un poco hegelianamente se podría decir que el país no podía sacar los recursos para replantearse sus condiciones de vida y su existir en el mundo de otro lugar simbólico que no fuera la identidad peronista. Ahora bien, tampoco Perón podía sino apoyarse para su proyecto de poder en las tradiciones nacionalistas de las Fuerzas Armadas, en el pensamiento popular del grupo Forja y en el sector “sindicalista” de la CGT. Sin embargo el origen del peronismo no es una simple suma de fragmentos históricos hábilmente amalgamados. El peronismo es su historia. Lo conforman los discursos de Perón y de Eva, pero también la iconografía popular que rodeó sus orígenes, desde la plaza del 17 de octubre. Es el proceso de luchas políticas y sindicales posteriores al derrocamiento. Es el giro a la izquierda alentado por la revolución cubana. Y es también una sucesión de luces y de oscuridades en los que encontramos heroísmo combatiente y ominosas claudicaciones.
De modo análogo, el ser del kirchnerismo no se reduce a su legado peronista. Un tipo reduccionista de interpretación como esa dejaría fuera del fenómeno a un conjunto muy amplio de fuerzas que, sin pertenecer a la tradición histórica del peronismo se siente interpelada por el proceso político de estos años. Esa simplificación sería no solamente una deriva política sectaria sino un error narrativo que le quitaría potencial político.
Es bastante probable que las próximas elecciones abran paso a un nuevo período de gobierno kirchnerista. En el transcurso de este hipotético tramo estaría puesto en cuestión el lugar del movimiento kirchnerista en nuestra historia. Se definiría si se trata de uno de los muchos movimientos pendulares de la larga saga peronista o el nacimiento de una identidad perdurable de la política popular argentina. No se puede subestimar la importancia de la herencia simbólica del peronismo ni de la estructura partidaria que se sostiene en esa identidad. Pero, justamente, el mejor y único camino para retener y consolidar la hegemonía en el interior del peronismo, el kirchnerismo necesita ganar una disputa cultural que se juega dentro pero también fuera del peronismo. Y ganar una disputa cultural en un territorio más amplio que el propio entraña siempre la posibilidad (y la necesidad) de enriquecer los propios lenguajes y la propia historia con el aporte de nuevas subjetividades.
Esa capacidad para absorber el patrimonio diverso y siempre cambiante de la cultura política popular es lo que signa el éxito y la perdurabilidad de las identidades nacidas de los procesos de transformación política. El peronismo pasó exitosamente la prueba y tiene más de sesenta años de influencia decisiva en la política argentina. En estos años se definirá la consistencia y proyección del movimiento kirchnerista.




*Politólogo

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