Los Grandes Diarios
La ilusión de un periodismo independiente.
Por Jorge Halperín*
(especial para La Tecl@ Eñe)
“Lo más escandaloso del escándalo es que uno se acostumbra”, escribió hace mucho tiempo Simone De Beauvoir. Si la costumbre no lo hubiera convertido ya en un hecho cotidianamente previsible, hoy estaría provocando un desconcierto general la agresiva política editorial de los grandes medios, una suerte de cadena nacional privada dedicada a socavar la confianza en el gobierno. ¿Por qué el desconcierto?. Porque la reconocemos como una operación más propia de tiempos de graves crisis políticas y de jornadas previas a golpes de Estado que de estos otros días en que la economía se estabilizó desde hace tiempo en un alto crecimiento y se acerca sin sobresaltos una elección presidencial en medio de la tranquilidad institucional y de un apoyo holgado de la población a la presidenta.
No encaja con mis experiencias ante los medios golpistas durante la mayor parte del gobierno de Illia, mucho menos en el clima político desbarrancado previo al derrocamiento de Isabel. Pero no estoy sugiriendo que hoy los medios sean golpistas, me cuido mucho de salir de tono, que hoy es tan fácil.
Lo que señalo es que no tengo memoria de una situación de relativa normalidad en la cual los medios se ubicaran en una posición más agresiva que los referentes de la oposición, salvando, por supuesto, los arrebatos sistemáticos de Elisa Carrió y algún exabrupto de De Narváez planificado para competir por el voto visceral anti-K.
Como los grandes medios han sembrado siempre la ilusión de que lo suyo es el ejercicio de un periodismo profesional e independiente, tradicionalmente se han cuidado de guardar las formas y exhibir cierta moderación, salvo, como dije, en momentos críticos en que se trataba de mostrar los dientes.
Esta agresividad de hoy parece vincularse a un sentimiento de amenaza, que podría ser crudamente contrastable en el caso del Grupo Clarín por las iniciativas oficiales y democratizadoras que han complicado sus negocios y su credibilidad (Ley de Medios; Futbol para Todos; conflictos accionarios en papel Prensa, etc.) y también por el respaldo oficial a las organizaciones de derechos humanos en el conflicto con los hijos adoptivos de la directora del diario.
Obviamente, La Nación comparte esas reacciones en particular por el tema de Papel Prensa, y ambos grupos, junto a la Editorial Perfil, denuncian discriminación en la publicidad oficial.
Puede entenderse su postura opositora, aunque no ese cuestionamiento cotidiano, insidioso y global. También es significativo para entenderlo el “contrato de lectura” de estos medios y todo su circuito informativo con clases medias y altas de las grandes urbes, entre las cuales también se observan reacciones viscerales de odio desde el día en que Cristina Fernández fue elegida, llevadas a un punto altísimo durante el largo conflicto entre el gobierno y la Mesa de Enlace.
Pero hay algo más: en la medida en que los grandes medios son los destinatarios de la publicidad de los grupos empresarios, y son ellos mismos parte de ese poder concentrado, quiero enfatizar que esta campaña agresiva en cadena se hace, cuando menos, con la aquiescencia del gran capital.
Tampoco presumo actitudes golpistas del alto empresariado. Pero, atentos a sus mejores negocios, la presión cotidiana que ejercen los grandes medios les permite incomodar al gobierno con un sector importante de la población y, ante la eventualidad muy cercana de que no triunfe un candidato de la oposición y no se ejecute, por lo tanto, un “plan de estabilización económica” (así lo llaman sus voceros de la city), desgastar a Cristina Fernández con la perspectiva de que inicie un nuevo período empujada a ejecutar giros, como una devaluación más fuerte, una drástica reducción del gasto público, y la puesta en caja de las demandas salariales.
Al cabo de una década que ha sido no sólo de recuperación sino de excelentes negocios para el conjunto de los grupos empresarios, y, puestos ante un gobierno que muy pronto puede ser relegitimado con fuerza, al menos se apunta a esmerilarlo para que ceda a sus demandas dirigidas a “aprovechar el milagro” del contexto internacional y crear un “ambiente propicio a los negocios”, no importa cuán poco propicio resulte a los intereses populares.
Los medios son la infantería, pero no pueden dar la batalla sin el gran apoyo logístico.
Ese otro escenario de un voto que no miden las encuestas carece de fecha de convocatoria, pero es saludable tenerlo presente.
*Jorge Halperín es periodista y escritor. Actualmente conduce el programa radial Argentina tiene historia, en Radio Nacional, junto a Nora Anchart y Santiago Varela.
La ilusión de un periodismo independiente.
Por Jorge Halperín*
(especial para La Tecl@ Eñe)
“Lo más escandaloso del escándalo es que uno se acostumbra”, escribió hace mucho tiempo Simone De Beauvoir. Si la costumbre no lo hubiera convertido ya en un hecho cotidianamente previsible, hoy estaría provocando un desconcierto general la agresiva política editorial de los grandes medios, una suerte de cadena nacional privada dedicada a socavar la confianza en el gobierno. ¿Por qué el desconcierto?. Porque la reconocemos como una operación más propia de tiempos de graves crisis políticas y de jornadas previas a golpes de Estado que de estos otros días en que la economía se estabilizó desde hace tiempo en un alto crecimiento y se acerca sin sobresaltos una elección presidencial en medio de la tranquilidad institucional y de un apoyo holgado de la población a la presidenta.
No encaja con mis experiencias ante los medios golpistas durante la mayor parte del gobierno de Illia, mucho menos en el clima político desbarrancado previo al derrocamiento de Isabel. Pero no estoy sugiriendo que hoy los medios sean golpistas, me cuido mucho de salir de tono, que hoy es tan fácil.
Lo que señalo es que no tengo memoria de una situación de relativa normalidad en la cual los medios se ubicaran en una posición más agresiva que los referentes de la oposición, salvando, por supuesto, los arrebatos sistemáticos de Elisa Carrió y algún exabrupto de De Narváez planificado para competir por el voto visceral anti-K.
Como los grandes medios han sembrado siempre la ilusión de que lo suyo es el ejercicio de un periodismo profesional e independiente, tradicionalmente se han cuidado de guardar las formas y exhibir cierta moderación, salvo, como dije, en momentos críticos en que se trataba de mostrar los dientes.
Esta agresividad de hoy parece vincularse a un sentimiento de amenaza, que podría ser crudamente contrastable en el caso del Grupo Clarín por las iniciativas oficiales y democratizadoras que han complicado sus negocios y su credibilidad (Ley de Medios; Futbol para Todos; conflictos accionarios en papel Prensa, etc.) y también por el respaldo oficial a las organizaciones de derechos humanos en el conflicto con los hijos adoptivos de la directora del diario.
Obviamente, La Nación comparte esas reacciones en particular por el tema de Papel Prensa, y ambos grupos, junto a la Editorial Perfil, denuncian discriminación en la publicidad oficial.
Puede entenderse su postura opositora, aunque no ese cuestionamiento cotidiano, insidioso y global. También es significativo para entenderlo el “contrato de lectura” de estos medios y todo su circuito informativo con clases medias y altas de las grandes urbes, entre las cuales también se observan reacciones viscerales de odio desde el día en que Cristina Fernández fue elegida, llevadas a un punto altísimo durante el largo conflicto entre el gobierno y la Mesa de Enlace.
Pero hay algo más: en la medida en que los grandes medios son los destinatarios de la publicidad de los grupos empresarios, y son ellos mismos parte de ese poder concentrado, quiero enfatizar que esta campaña agresiva en cadena se hace, cuando menos, con la aquiescencia del gran capital.
Tampoco presumo actitudes golpistas del alto empresariado. Pero, atentos a sus mejores negocios, la presión cotidiana que ejercen los grandes medios les permite incomodar al gobierno con un sector importante de la población y, ante la eventualidad muy cercana de que no triunfe un candidato de la oposición y no se ejecute, por lo tanto, un “plan de estabilización económica” (así lo llaman sus voceros de la city), desgastar a Cristina Fernández con la perspectiva de que inicie un nuevo período empujada a ejecutar giros, como una devaluación más fuerte, una drástica reducción del gasto público, y la puesta en caja de las demandas salariales.
Al cabo de una década que ha sido no sólo de recuperación sino de excelentes negocios para el conjunto de los grupos empresarios, y, puestos ante un gobierno que muy pronto puede ser relegitimado con fuerza, al menos se apunta a esmerilarlo para que ceda a sus demandas dirigidas a “aprovechar el milagro” del contexto internacional y crear un “ambiente propicio a los negocios”, no importa cuán poco propicio resulte a los intereses populares.
Los medios son la infantería, pero no pueden dar la batalla sin el gran apoyo logístico.
Ese otro escenario de un voto que no miden las encuestas carece de fecha de convocatoria, pero es saludable tenerlo presente.
*Jorge Halperín es periodista y escritor. Actualmente conduce el programa radial Argentina tiene historia, en Radio Nacional, junto a Nora Anchart y Santiago Varela.
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