Los Cantos Proféticos: Una voz en la muchedumbre de la soledad
(Prólogo al poema inédito, Los Cantos Proféticos, de Vicente Zito Lema)
Ilustraciones: Diana Doweck y Santiago Laima
Existe en Los Cantos Proféticos, poema extenso que Vicente Zito Lema construyó a lo largo de diez años, el riesgo del exceso, la pasión de la redención, la fuerza enjuiciadora, denunciante y molesta - como molestan las verdaderas formas cuestionadoras de los poderes, pensemos en las Carta a los Poderes de Artaud – de las palabras y sus filos, acechadas siempre por los oscuros aullidos de los perros de la noche; por las bocas poderosas que, en contraposición al filo luminoso de los versos de Los Cantos Proféticos, ponen en acto la lengua filosa del mal junto a músicas y sonidos macabros. Fauces del poder que depositan sin escrúpulos el pecado en la inocencia, la culpa en la víctima, el deseo en la criatura violada, la deuda en el pobre de toda pobreza. Un extenso poema atravesado por la tragedia del poder y el dolor del mundo, y de nuestra sociedad, pero que a su vez es atravesado por las pasiones de Zito Lema, sus experiencias y formaciones: El Teatro Griego – con sus Coros, y en el poema, quizás ¿sus Cantos?- , la formación católica del autor, la fuerza y fiereza despertadas a través del materialismo dialéctico y el Marxismo, los trabajos realizados en los hospicios - su encuentro con el poeta Jacobo Fijman- y la demoníaca búsqueda de la belleza como redención ante la injusticia de un mundo donde la razón de la eficacia pervierte en el poder la naturaleza humana; eficacia que devora vivo y entero al niño que nació más débil o al que hizo más débil. He aquí el ritual de la humana, bienaventurada y profética acumulación de la riqueza: ¡Tumbas!. Y aún así los Cantos Proféticos! Cantos que nos advierten, y memoran, el sentido del poder, de la riqueza transformada en religión, en pérfida acumulación de excedentes que sostienen un mundo de pura muerte. Así Los Cantos, en su potencia poética, reactualizan la lucha de clases impugnando una condición de clase, el poder que organiza las estructuras de la pobreza y la superestructura de su justificación y que ha tomado una feroz relevancia en el destino de la vida del país y su pueblo, una vida atravesada y transformada por la tragedia nacional.
Los Cantos Proféticos reformulan el dolor en lucha social, línea ética que sustenta la vida y la obra de Zito Lema. Una obra vasta, compleja y bella que se asume como experiencia artística de vida y como militancia poética que da cuenta de los riesgos que la poesía conlleva. La impugnación del discurso del poder se paga, y Zito Lema lo sabe: la religión del poder condena al denunciante a cargar con las huellas del dolor del alma condenada a orar en el desierto. Y aún así Los Cantos Proféticos. Mejor: Por ello mismo Los Cantos, materia del trabajo y fruto de la libertad de una voz que se espanta sin fronteras ni mesuras para dar a luz otra lengua, para decir lo que no se dice; para nombrar lo que no se nombra. Es la lengua para la tierra que no se entierra. Que nadie se entregue!!! Allí están Los Cantos Proféticos, invocados y venturosos, subversivos y subvirtiendo un mundo de muertos y de muerte que condenó el puro rostro de un niño sufriente a ser ángel del espanto.
Conrado Yasenza
Junio de 2011
Poema
Cantos proféticos
Necesidad de los Cantos
en las esperas del Alma
del Niño de la Pobreza.
Por Vicente Zito Lema
1.
Lejos de la sombra lunar y sus dulces delirios
de aguas amarillas, furibundas; hundidos otra vez hasta el cuello en una época de espíritu nefando, que ayer mismo fue terror de cuerpos arrancados de la tierra, purpurados en fuego, macerados en su sangre, y después cenizas del silencio en los labios frígidos de los dioses que todo dicen y nada hablan, a hurtadillas, en los infiernos…
Terror que dejó huella y garra, que trepó por la garganta, año tras año, irrefrenable, como las manos del violador que estrangula a su víctima en los baldíos de botellas; ese niño del hambre, esa luz de hambre, con la boca bien abierta en plena desmesura del espanto que devora en la cresta de las albas primero sus huesos, pobrecitos, y más tarde su alma… todavía irredenta, dicen en los cielos, cuando el crepúsculo se cierra… y las aves cambian su plumaje y pían como si fueran ángeles…
Ausentes, lejanos de una tierra convertida en el gran chiquero…
Las glorias del alma no tienen pasado…
Igual que arena, precario y fugaz es el instante que se pierde en la perpetua repetición del alba…
2.
Mientras las estrellas pulen allá lejos los cristales del universo, aquí se yergue el crimen; en esas pupilas y en esos dientes benditos que se rasgan las vísceras vive y se repite como las campanas del domingo la escena del crimen; crimen de respuesta, camino en su camino que es el de la vuelta y se abre como vacío y se cierra igual de vacío ante el amor humano; amor no amado y aún desconocido; amor fuera del goce y la alegría del agua que brilla en la palma de la mano; amor sin socorro que escapa a los tumbos de los lechos, deja de ser nube y se vuelve tumba; amor sacrificado por el amor de muerte, por las humanas pestes, los tráficos, las usuras y traperías; amor que no se usa y sí se cambia y se pervierte como único valor, la divina mercancía; perla de mar en un mercado que siempre apesta, suelto de tripas…
En tanta época y semejante desborde de la siniestra señal, aquí nosotros, nuestro ser y nuestras almas, corcoveantes, al galope, corridos del amor para la exhausta vida, presos del azar que temblequea, ¡vaya que confusos!, áridos, balbuceantes más que el viento; ganados por nuevos dioses tan perdidos en su crueldad que parecieran infantes de teta; movidos con escasa buenaventura de un confín al otro, lluvia que pulsa el laúd entre el cielo y la tierra, sin piedad, ni pudor para un suspiro; aquí nosotros estas almas, míseras más que ahogadas surgen del antigua derrota nuestras almas, sin distancia, desechada la representación, tirada abajo la cuarta pared, perdido el exilio, en pleno pantano, la escena llegó a su fin tras una misma idea de agonía, sollozante, e igual y por igual padecer de oscuridad en la tremenda oscuridad de las vísperas… el crimen de los niños se ha comido el canto, hay una época en que las ratas se montan sobre los gatos, y los aullidos sirven de músicas pasionales… ¿alguien imagina a los dioses del amor llorando…?
3.
¿Cómo fue que nos alejamos sin tristeza del primer desafío de la infancia, y no pusimos con pudor de hojas nuestros ojos abiertos en la boca del sol, pálido como nunca, misterioso igual que siempre; ni tampoco nos lanzamos con la desmesurada del más solitario de los hombres sobre la armonía silente de los astros que giran en la órbita que va y viene hacia los latidos celestes del corazón…?
¿Cómo fue que no resistimos de pie, no dimos batalla en la realidad cruenta y sin caricias de nuestras vidas de tierra, agredidas hasta el sueño, expuestas en el mármol de la carnicería como única verdad, olvidando que somos la materia sangrante, el mapa donde todo ocurre, y es nuestro cuerpo la espada de las lides y también la arena gruesa de los sacrificios…?
¿Por qué nos dejamos poseer por una quietud vil y el postrer hechizo de los domados, y cerramos nuestro espíritu a las melodías que subían al galope por las pampas, animadas por el rosado luminoso de los cielos, desde el comienzo de una historia que ya no sorprende, que a golpes de mirada baja hemos despojado de su aliento y su fervor, y abandonado allí, en un pozo de opaca letanía…?
¿No asomaban penachos de cortaderas como el anuncio de la belleza eterna; no eran las mariposas de nube y los humos de los pastos bravíos y quemados migajas de la memoria por igual eterna, aún en los olvidos del terror y las salivas del desprecio…? ¿No era la aventura de los jóvenes héroes tras el viento las semillas del gozo todavía, más alto todavía su vuelo que la resignación que agobia y el buen sentido que ahoga y el bien moral petrificado que tiembla y calla los últimos estertores de la esperanza que nace cuando muere la esperanza…?
¿Hemos arrojado en el centro de nuestra propia hoguera, entre chirridos de aleluyas y tormentas de lodo que no es agua, las fuerzas para recibir la alegría que viene de las almas; esa alegría que a cada instante parece sucumbir y aún así se sigue anunciado, empeñadas nuestras almas en recordarnos, en volver a pasar por el corazón, que todo lo hermoso es tan difícil como raro…?
¿El llamado en las puertas del alma no se oyó? ¿Fuimos capaces de pisotear hasta volverlo polvo aquel fino papel de arroz que protegió el deseo y acunó los cánticos de la fermosura, con sus festivas glorias y sus prístinas gracias…? ¿Eso hicimos, dicho protocolo abrimos y cumplimos, (y nos honramos, como ebrios de la promesa cruel en seguir cumpliendo), mientras la muerte calza sus botas y se blanquean en las fosas de la tierra los huesitos más que huesos del niño de la pobreza, al lado de una cruz que poco tiene de cruz y más de puñal que se hunde y late en la boca sudada del niño muerto…?
¿Sólo se interroga lo que el alma sabe, en espera del milagro que salve, la palabra que consuele, una sombra que nos proteja del propio rostro que se horroriza en el espejo…?
Los Cantos Proféticos reformulan el dolor en lucha social, línea ética que sustenta la vida y la obra de Zito Lema. Una obra vasta, compleja y bella que se asume como experiencia artística de vida y como militancia poética que da cuenta de los riesgos que la poesía conlleva. La impugnación del discurso del poder se paga, y Zito Lema lo sabe: la religión del poder condena al denunciante a cargar con las huellas del dolor del alma condenada a orar en el desierto. Y aún así Los Cantos Proféticos. Mejor: Por ello mismo Los Cantos, materia del trabajo y fruto de la libertad de una voz que se espanta sin fronteras ni mesuras para dar a luz otra lengua, para decir lo que no se dice; para nombrar lo que no se nombra. Es la lengua para la tierra que no se entierra. Que nadie se entregue!!! Allí están Los Cantos Proféticos, invocados y venturosos, subversivos y subvirtiendo un mundo de muertos y de muerte que condenó el puro rostro de un niño sufriente a ser ángel del espanto.
Conrado Yasenza
Junio de 2011
Poema
Cantos proféticos
Necesidad de los Cantos
en las esperas del Alma
del Niño de la Pobreza.
Por Vicente Zito Lema
1.
Lejos de la sombra lunar y sus dulces delirios
de aguas amarillas, furibundas; hundidos otra vez hasta el cuello en una época de espíritu nefando, que ayer mismo fue terror de cuerpos arrancados de la tierra, purpurados en fuego, macerados en su sangre, y después cenizas del silencio en los labios frígidos de los dioses que todo dicen y nada hablan, a hurtadillas, en los infiernos…
Terror que dejó huella y garra, que trepó por la garganta, año tras año, irrefrenable, como las manos del violador que estrangula a su víctima en los baldíos de botellas; ese niño del hambre, esa luz de hambre, con la boca bien abierta en plena desmesura del espanto que devora en la cresta de las albas primero sus huesos, pobrecitos, y más tarde su alma… todavía irredenta, dicen en los cielos, cuando el crepúsculo se cierra… y las aves cambian su plumaje y pían como si fueran ángeles…
Ausentes, lejanos de una tierra convertida en el gran chiquero…
Las glorias del alma no tienen pasado…
Igual que arena, precario y fugaz es el instante que se pierde en la perpetua repetición del alba…
2.
Mientras las estrellas pulen allá lejos los cristales del universo, aquí se yergue el crimen; en esas pupilas y en esos dientes benditos que se rasgan las vísceras vive y se repite como las campanas del domingo la escena del crimen; crimen de respuesta, camino en su camino que es el de la vuelta y se abre como vacío y se cierra igual de vacío ante el amor humano; amor no amado y aún desconocido; amor fuera del goce y la alegría del agua que brilla en la palma de la mano; amor sin socorro que escapa a los tumbos de los lechos, deja de ser nube y se vuelve tumba; amor sacrificado por el amor de muerte, por las humanas pestes, los tráficos, las usuras y traperías; amor que no se usa y sí se cambia y se pervierte como único valor, la divina mercancía; perla de mar en un mercado que siempre apesta, suelto de tripas…
En tanta época y semejante desborde de la siniestra señal, aquí nosotros, nuestro ser y nuestras almas, corcoveantes, al galope, corridos del amor para la exhausta vida, presos del azar que temblequea, ¡vaya que confusos!, áridos, balbuceantes más que el viento; ganados por nuevos dioses tan perdidos en su crueldad que parecieran infantes de teta; movidos con escasa buenaventura de un confín al otro, lluvia que pulsa el laúd entre el cielo y la tierra, sin piedad, ni pudor para un suspiro; aquí nosotros estas almas, míseras más que ahogadas surgen del antigua derrota nuestras almas, sin distancia, desechada la representación, tirada abajo la cuarta pared, perdido el exilio, en pleno pantano, la escena llegó a su fin tras una misma idea de agonía, sollozante, e igual y por igual padecer de oscuridad en la tremenda oscuridad de las vísperas… el crimen de los niños se ha comido el canto, hay una época en que las ratas se montan sobre los gatos, y los aullidos sirven de músicas pasionales… ¿alguien imagina a los dioses del amor llorando…?
3.
¿Cómo fue que nos alejamos sin tristeza del primer desafío de la infancia, y no pusimos con pudor de hojas nuestros ojos abiertos en la boca del sol, pálido como nunca, misterioso igual que siempre; ni tampoco nos lanzamos con la desmesurada del más solitario de los hombres sobre la armonía silente de los astros que giran en la órbita que va y viene hacia los latidos celestes del corazón…?
¿Cómo fue que no resistimos de pie, no dimos batalla en la realidad cruenta y sin caricias de nuestras vidas de tierra, agredidas hasta el sueño, expuestas en el mármol de la carnicería como única verdad, olvidando que somos la materia sangrante, el mapa donde todo ocurre, y es nuestro cuerpo la espada de las lides y también la arena gruesa de los sacrificios…?
¿Por qué nos dejamos poseer por una quietud vil y el postrer hechizo de los domados, y cerramos nuestro espíritu a las melodías que subían al galope por las pampas, animadas por el rosado luminoso de los cielos, desde el comienzo de una historia que ya no sorprende, que a golpes de mirada baja hemos despojado de su aliento y su fervor, y abandonado allí, en un pozo de opaca letanía…?
¿No asomaban penachos de cortaderas como el anuncio de la belleza eterna; no eran las mariposas de nube y los humos de los pastos bravíos y quemados migajas de la memoria por igual eterna, aún en los olvidos del terror y las salivas del desprecio…? ¿No era la aventura de los jóvenes héroes tras el viento las semillas del gozo todavía, más alto todavía su vuelo que la resignación que agobia y el buen sentido que ahoga y el bien moral petrificado que tiembla y calla los últimos estertores de la esperanza que nace cuando muere la esperanza…?
¿Hemos arrojado en el centro de nuestra propia hoguera, entre chirridos de aleluyas y tormentas de lodo que no es agua, las fuerzas para recibir la alegría que viene de las almas; esa alegría que a cada instante parece sucumbir y aún así se sigue anunciado, empeñadas nuestras almas en recordarnos, en volver a pasar por el corazón, que todo lo hermoso es tan difícil como raro…?
¿El llamado en las puertas del alma no se oyó? ¿Fuimos capaces de pisotear hasta volverlo polvo aquel fino papel de arroz que protegió el deseo y acunó los cánticos de la fermosura, con sus festivas glorias y sus prístinas gracias…? ¿Eso hicimos, dicho protocolo abrimos y cumplimos, (y nos honramos, como ebrios de la promesa cruel en seguir cumpliendo), mientras la muerte calza sus botas y se blanquean en las fosas de la tierra los huesitos más que huesos del niño de la pobreza, al lado de una cruz que poco tiene de cruz y más de puñal que se hunde y late en la boca sudada del niño muerto…?
¿Sólo se interroga lo que el alma sabe, en espera del milagro que salve, la palabra que consuele, una sombra que nos proteja del propio rostro que se horroriza en el espejo…?
4.
Ah, necesidad que urge de los Cantos que aún con balbuceos el alma nos reclama… Iluminaciones de los sentidos, que se pagan con los artificios de la crueldad sobre la carne; y todavía así, desde los umbrales de la desesperación, subiendo nuestros antiguos Cantos… Cantos anhelados y como materia de los sueños alguna vez puestos de pie… Fueron agua para la sed del poseído… Fueron caricia en la frente de fuego, alivio del alborear, cuando sólo se escucha bajo la bóveda terciopelada del silencio monstruoso el estertor del moribundo.
¿O no hay memoria sino vana ilusión, delirio sin pausa ni artificio tras las rejas abandonadas de un hospicio? ¿O todo sucede en un barco a la deriva, curtido en las blasfemias que desata la peste, y el anhelo de belleza donde transcurren los Cantos es apenas el detritus de un sueño de ángeles tan ciegos como vengativos…?
¿Nadie se arroja a las aguas del Canto, son esas rocas que estremecen y atan de pies y manos nuestro miedo? ¿Nadie se arroga, se arriesga, se lanza, danza y canta con la garganta abierta, a borbotones sobre la piel extendida, hasta tocas el alma todavía sangrante del viejo Dios…?
¡Cuánto tarda! ¡Por qué no viene y se escucha al correr de las estrellas esa voz de mujer dulce y dolorosa; tan dulce y dolorosa como los mismo Cantos en la noche sublime y sin naufragio…!
Ah, necesidad que urge de los Cantos que aún con balbuceos el alma nos reclama… Iluminaciones de los sentidos, que se pagan con los artificios de la crueldad sobre la carne; y todavía así, desde los umbrales de la desesperación, subiendo nuestros antiguos Cantos… Cantos anhelados y como materia de los sueños alguna vez puestos de pie… Fueron agua para la sed del poseído… Fueron caricia en la frente de fuego, alivio del alborear, cuando sólo se escucha bajo la bóveda terciopelada del silencio monstruoso el estertor del moribundo.
¿O no hay memoria sino vana ilusión, delirio sin pausa ni artificio tras las rejas abandonadas de un hospicio? ¿O todo sucede en un barco a la deriva, curtido en las blasfemias que desata la peste, y el anhelo de belleza donde transcurren los Cantos es apenas el detritus de un sueño de ángeles tan ciegos como vengativos…?
¿Nadie se arroja a las aguas del Canto, son esas rocas que estremecen y atan de pies y manos nuestro miedo? ¿Nadie se arroga, se arriesga, se lanza, danza y canta con la garganta abierta, a borbotones sobre la piel extendida, hasta tocas el alma todavía sangrante del viejo Dios…?
¡Cuánto tarda! ¡Por qué no viene y se escucha al correr de las estrellas esa voz de mujer dulce y dolorosa; tan dulce y dolorosa como los mismo Cantos en la noche sublime y sin naufragio…!
5.
¡Cantos! Animarnos a decir que el bien supremo son los Cantos, para que lo opacado brille, lo sujetado estalle, el vacío se colme de existencia y el reconcilio sea perfume entre los cuerpos y las almas mutuamente resucitados; allí, en el foco expreso del dolor, donde el que mata muere, y el que muere ya mató, también sin saberlo, porque todo es muerte en los confines del silencio, mientras la mirada del otro resbala, igual que la lluvia por el vidrio… (¿No era el alma del otro nuestra alma, cuando el último estallido de luz se pierde entre las nubes… tan doradas que lastiman…?)
¡Cantos!... memoria en el aire y en el fuego de las sagradas palabras que podían darnos guarida sagrada y aliento firme en el despertar de la inocencia… ¡Qué nos queda, Cantos, si la inocencia del mundo despierta a la hora en que el cuerpo del inocente es llevado de la mano por el hambre hasta el umbral de la casa de la muerte…! (¿Todo es lejos, todo es inmenso y lejos… y esas manos frías…?)
¡Cantos!... La belleza siempre nos estremece como pecado, nos desespera en las vías de la agonía… duerme como una sombra de nuestro lado… Hay una melodía en el aire y después cabalga la música en el rocío que no marchita… Suenan las campanas, el alma las escucha, todo lo que se mueve se detiene, lo que nunca llegó, llega… nuestras manos ahora están llenas de bruma…
Fue un alerta de tragedia sobre los desconsuelos de cada día… y en el potrero final, ante la frontera misma del abismo, los Cantos caen como lluvia del milagro… Sin embargo la tierra rechaza el milagro, nuestro corazón se cierra, ruedan piedras gigantes en el socavón, todo el polvo, gritos y después negrura…
La negrura es el abismo y es el cielo sin cielos ante el hambre sin luz de los sepulcros, donde hora tras hora los niños de la pobreza se destierran en la tierra, lejos del amor y para siempre; son frutos caídos demasiado temprano, o demasiado tarde, jamás fueron la pregunta que recibe su respuesta en la necesidad, ni la alegría que abre al sol las puertas del deseo; todo vino turbio y más tarde fue negado y maldecido y ahora es el horror que aprisiona y esas lágrimas que no redimen… Tampoco redime la piedad, menos el olvido, que ensucia y agrava las heridas, que sólo es palada humillada de tanta tierra humillada sobre los cuerpitos humillados, grandes para cualquier cajón y más muertos y más abandonadas que la propia muerte…
6.
¡Tumbas! ¡Más que islas del dolor, tumbas! ¡Profanación del cielo!
¡El tiempo y el espacio están repletos de tumbas!
¡Los dioses exudan tumbas, igual que desprecio para los cuerpitos del sacrificio!
He aquí el ritual de la humana, bienaventurada y profética acumulación de la riqueza: ¡Tumbas! ¡Unas tras otras: Tumbas!
(Las máscaras de uso en la ceremonia también se registran como riqueza y se enumeran al final de las tumbas… allí en la sombra, donde dormitan los gatos…)
…Malditas todas las tumbas en la boca del que jamás saciado las nombra con la mismísima naturalidad con que cuenta las cabezas de ganado en el feedlot, a espaldas de la puesta del sol…
despellejando también el horizonte…
Esas bocas poderosas, que abruman con su parafernalia, no tienen Cantos ni cargan glorias en la mochila; son un espacio yermo las almas sin amor; el bien suyo que las mueve, supremo y familiar, es poner en actos la lengua filosa del mal; acunar el susodicho mal con músicas macabras, con sonidos de madera seca, se trata de arrojar sal a la llaga… y esperar el sollozo, y después el quejido…
Esas bocas poderosas / esas almas sin amor / ese fruto profano anterior a los dioses ha madurado con fervor de vía crucis, hasta depositar sin dudas ni escrúpulos el pecado en la inocencia, la culpa en la víctima que se desangra y tiembla, el deseo en la criatura violada, la deuda en el pobre de toda pobreza que roe y roe su corazón a horcajadas de la rama del árbol, mirando sus pies desnudos y en carne abierta… Esas bocas que nos quitan el sueño con dentelladas de lobos y aullidos de perros, hablan por el demonio, tienen sus labios en punta, las garras y el fuego, si pienso en la tradición del niño de primigenia fe que fui… O bien, si tapo los cielos y enmudezco las epifanías, si salto el charco que divide mi cabeza y me planto en los avatares del día, frente al plato humeante del día, puedo verlo, me atrevo a sentirlo y hasta olerlo, el discurso y la boca, la lengua negra y la carcajada roja, como un monstruoso ejemplo de una razón de la eficacia…
Esa razón, que profesa la naturaleza humana sucumbida en poder, y que ni siquiera el crepúsculo que todo lo bendice aquí bendice; y esa eficacia, nutrida en devorar vivo y entero, sin separar una migaja para los dioses, y sin miedo de contagio, al niño que nació más débil, o hicieron más débil, en los huesos y en el alma, sea porque antes hubo hambre y sed en el vientre que lo cobijó, o los nuevos dioses montados en las montañas de la riqueza bajaron su pulgar…. (mientras la vida que sigue y sigue, que no se detiene, seguía, y la sangre se escurría como arena entre la arena, y la luna se ahogaba en las bajuras amarilladas del río…)
Las grandes bocas (¡bocazas!) reniegan de los Cantos, o los pervierten como moneda de cambio; las grandes bocas silencian con bóvedas y catedrales los Cantos, niegan las delicias del mañana para las frentes tenues y celestes (¡bienaventurados los niños!, se oyó decir, porque de ellos será la gloria y la dicha, y ese fue el final, que subió a las nubes, como a las gradas de una sinfonía…); las grandes bocas ungen los gritos, clavan por la espalda la moral de la desdicha, adornan con flores de incienso los brazos caídos, hacen de la tristeza el pantano de todas las tristezas, para que también el alma fallezca en la tristeza, que ya es desesperación…
(La belleza será aquí una tormenta de lágrimas de piedras que jamás palidece, como no menguan ni palidecen las letanías en el rincón más lúgubre de una iglesia de provincias…).
Esas bocas del no amor, anchas de manducar vísceras, flacas a la hora de cumplir las promesas de la verdad, nunca comulgarán con los panes de la alegría; sólo mueven la lengua para acompañar el brazo que hunde hasta el mango su cuchillo entre las aguas del cuerpito que resiste en las agonías de la interrogación, que aún a balbuceos increpa a la vida – que poco suya fue: ¡No mía! ¡No mía! –, en el instante eterno en que el alma se aleja de los astros y del firmamento y pasa a ser cenizas, sobre el ajado terciopelo, en la noche sin memoria y sin súplicas…
7.
¡Aún así! ¡Aún como hierba que se alza trémula alrededor del ciprés de los silencios… y que tal vez no llegará a desplegar se alado verdor…!
¡Todo es escueto y parco!
¡Todo se desliza sinuoso!
¡También la contradicción
en los vacios del espejo!
¡Aún así, no como sacrificio mortuorio, no como pasión de tristeza; sacados del pozo por los gozos, movidos hacia los cielos, la ofrenda amorosa de los Cantos!
Se trata de golpear con las uñas, la punta de los dedos, con los puños y la cabeza si es preciso contra los muros, contra las rejas y los rollos de púas; movimiento de dolor que se supera abriendo los ojos ante el sol y se sublima en la garganta de la noche; cronología de batallas que se heredan, trincheras cuya luz y cuyo hedor se comparten, y conciencia movida y conmovida ayer por los sueños y hoy por las practicas que se acumulan y las historias que vuelven a nacer en los mil laberintos del corazón, cuando la sombra de un ángel nos roza la espalda…
He ahí legitimada nuestra necesidad, sin ambigüedades ni parodias, hablo de una necesidad implacable, por momentos obsesiva por su afinidad con el drama, y sin embargo ligera, apta para la indagación, punto de partida de la antigua sospecha que ahora cabalga sin riendas, cual potente certeza entre los campos de la vida, superando obstáculos de hierro si es preciso a mordiscones: nada crecerá de buena materia sin los Cantos… (Y en los Cantos las cenizas vuelvan a la tierra como amorosa eternidad…).
Allí vemos, detrás de las dunas y las basurales, detrás de los bosques y los basurales,
detrás de los jardines, las rosas, lo alelíes y los basurales…
(Gigantes, lúgubres, perpetuos basurales…)
¡Allí vemos! ¡éstos ojos no mienten!...
a los cuerpitos saqueados de sus almas,
hasta quedar tan secos y humillados
como una mar que pierde sin ventura sus olas…
…¡Cantos!
…¡Cantos para las vísperas de la resucitación!
…¡Cantos! ¡Cantos para enfrentar a esos soles tan fríos que en su morir todavía sostienen el universo de las crucificaciónes!
8.
En los comienzos del adiós, cuando el día de cada día urge, con el fuego en la nuca, reconocemos sin cacareos el sin sentido de la existencia, esa masa atroz que fue pasado y nos interroga y arrebata; su forma es la agonía, su estética recurre a la ceguera, blanco sobre blanco, en la cúspide de la desesperación…
También va y viene, con sordidez de prostíbulo en la ruta, y persiste y hasta se escurre, del río de lágrimas a la alcantarilla de lluvias y orines, un registro historiado de la infancia que nos desafía, y planta la bandera del horror en medio de nuestra alma…. (el niño que muere en los rituales de la pobreza es el niño que fuimos…)
Entonces todo lo vivido y lo viviente, el ayer soñado y el mañana que nos sueña, cada instante de nuestro espíritu, una tras otra las estaciones de la travesía cobran inaudita prisa a través de las esferas de la percepción emocionada; hay una realidad sin máscaras ni atavíos ante nuestros ojos, su apariencia desconcierta pero también estremece: es un gigante con rostro de ángel enfurecido, que avanza a zancadas entre la tormenta… (he visto en un delirio que tragaba y vomita las espesas nubes…)
La cuerda nos balancea desde la bóveda estrellada, ese espacio de calma marchita, anterior a los Cantos…
¡Fuimos vida!, gritamos; ¡Fuimos vida!, suplicamos; y en nuestra maltrecha fuga el primer lastre que arrojamos en los bajeles es el amor; aunque pesa poco, también dejamos de lado la esperanza… nadie se asombra…
En el viaje de la mano de la muerte las glorias son ahora un paisaje deshilachado, girones y girones, los recuerdos se desatan, sin pena ni rebato ruedan hasta nuestra boca… en la pared del asilo para los niños locos, alguien ha escrito con letra que tiembla: ¡piedad!...
Ningún desgarro en la inocencia de la criatura humana tiene límites; menos aún el despertar de la conciencia en el universo de los dioses: ellos necesitan conocer en carne propia el dolor de la finitud… (aquí la memoria es un papel quemado; en el aire sin respiros crepitan, vibran y gimen, ateridas, despreciadas, las viejas leyes del amor..)
Tampoco el vacio esconde una puerta de salida: debajo del espejo, acurrucada en el sótano, la sombra del alma extraviada de su cuerpito sacude como un perro de la calle las lluvias de su inédita agonía…
Todavía la belleza se guarece, trémula, en la desdicha opacada de las nubes…
¿Habrá que ahorrarse las lágrimas…?
Madre mía: ¿escuchas los Cantos?... prometo que nunca dejaré de regar tus plantas…
9.
Esmerilado el tiempo como un cristal bajo el empeño de un monje del Medioevo; fuera de la orilla de los duelos, durmiendo sobre el fuego robado, soñando que la muerte es ahora una almohada, entre mordiscones de gemidos que golpean en la cabeza busco escuchar a los niños condenados de la pobreza…
El deseo de ser quien escucha con corazón abierto no alcanza; son ruidos de mar los que velan la noche, absolutos; son cuchicheos en las penumbra del crimen… perversos…
Los muros sobre los muros se alzan pesados y ensucian las músicas…
La esencia del orden para el alma sufriente tanto da; lo humano y lo divino duermen en el mismo lecho, y cuando llega la noche todos los gatos son pardos…
El sentido del poder y la naturaleza extrema de la riqueza –aquel pérfido excedente acumulado y reproducido–, son soles tan fríos que en su girar apagado todavía sostienen un mundo de pura muerte…
Los Cantos también lo advierten, y aún con poca voz lo memoran y magnifican: en el origen de la riqueza yace el adiós al otro: mi igual (aquello que hubo…) La fraternidad se vuelve pecado y las bellezas de la tierra se confunden con los excesos del infierno…
El ayer es un soplo de luz que se ahoga en nuestra alma… (La nostalgia de lo perdido no dejará de corroernos…) Las vidas están otra vez vivas en la riqueza y sus usuras, ellas escriben las cifras, así como los santos escriben las oraciones en el desierto: sus gestos son una misma condena.
La gran materia humana del trabajo, puesta fuera del uso y de los actos del bien por el valor de cambio, que apuntala la riqueza, no deja de gastar sus horas en la espera de algún dios que la bendiga y resucite (la riqueza es ahora religión, mientras el cuerpito pobre se condena como perdición… ¿a dónde irá el alma asombrada; tumefacta en las huellas del dolor no quedó su carne…?
El tifus de la usura nunca ha dejado de provocar pavor (las sábanas huelen a incienso y pescado…)
El poder que lava sus manos con fuertes alcoholes, que organiza las estructuras de la pobreza –y las superestructuras de su justificación-, sabe de rezos y de palos, es un poder nocturno y progresivo, pestífero, tan mórbido como mortífero…
Riqueza y poder, lo que se produce y lo que es producido, lo que vibra y es alegría, y lo que se hiela o cae agusanado, mezclan sus cartografías hasta fundirse en un solo acto… después recorren sus comarcas y señoríos en una misma cabalgadura adornada con cintas muy sedosas y muy amarillas, y copiosas coronas de flores blancas; ni siquiera los perros bravos les ladran; el sigilo de la muerte los sorprende y los espanta…
Ah, materia del trabajo, fruto de la libertad socorrida por la necesidad; oh, tu, dado a luz por los cuerpos vivos y que se pudre como cadáver en tanto es arrancado de la circulación social…
¿Hay aquí un alma que se espanta…?
¿Un alma que se espanta en el espanto del oro virtual, o del más antiguo lingote, tan por igual escondidos de los ojos de todos bajo la misma tumba?; ¿o hubo algo más que un fetiche para engañar la eternidad, fantasía y horror sin fronteras ni mesuras…?
¿Algo más, un poco más que leyes y brebajes malditos para destruir lo que quedó sin destruir de los cuerpitos humillados en el escenario del día, en la horca o en la cruz…?
¡Ah, necesidad jamás renegada de los Cantos, en la feroz hora que precede a la estrella matutina, cuando se consuma el sacrificio… y arremeten los cuervos, y el viento huye, y las palomas son apenas piedras… fútiles suspiros…!
¡Es inútil; no miren hacia lo alto… los cielos no guardan cicatrices…!
10
¡Ah, necesidad de los Cantos que nace y se fortifica en el silencio! ¡Que crece y se multiplica en el vacío, que es mar y furia de esa alma que todavía anhela! ¡Que fluye en el misterio de los días sin mañana, como una rosa en la frente que sangra!
Ah, Cantos, que respetan el silencio y el vacio, que mantienen su dura porfía con la lengua que domina: soberbia, impuesta, triunfante de la mano de la muerte, hija predilecta del poder, su mejor boca, su afilada espada, y en las noche más ocultas y borrachas, también su amante…
Ah, Cantos, salvados de la derrota impía para la gracia del niño, para la belleza de un alma que desfalleció en la pureza primera… abandonada, temerosa… ¿nimia flor de un único temblor…?
Ah, Cantos, que enfrentan a la lengua que consume las conciencias, capaz de arrodillarnos y poseernos con calma de buey… con estrépito de cianuro… (Hablo de una lengua que no se interroga, que si bogas palos y si no bogas palos también, y que en sus dormideras sin aviso carga las notas del rosario como si fuera el mismísimo Sepulcro Santo… Una lengua matutina para la sangre, vespertina en la profanación, nocturna y depredatoria en sus gritos de…. ¡Aleluya! ¡Aleluya!...
Frente a esa inmensidad sin dudas se pregunta el alma en su intermezzo: ¿la riqueza, su lengua y sus efectos, así como la avaricia, la ambición y la lujuria son especies de un delirio malsano y perverso, aunque no se las coloque en el número de las enfermedades…?
¿Su contracara es un delirio virtuoso, místico y profético; un delirio para subvertir el mundo y la vida, apasionado… espumas luminosas que viajan como astros en las noches del amor y de la gracia…?
¡Ah, Cantos estremecidos, no decaigan ni sientan vergüenza; no arrojen en las piras funerarias del desierto la alegría…!
Hay otra lengua para el Canto… El ser y el saber dejaron aquí una huella en la carne… El legado que se carga, aunque pese, igual reconforta…
La demencia social nos mordió la boca… clausuró los sentidos… y sin embargo, ¿no escuchan las campanas que hospedan a la buenaventura…?; ¿este horizonte por arriba de las celestes aguas, no anuncia una claridad de fiestas por fuera de culpas y pecados…?
¡Cantos! Sí, hay otra lengua para decir lo que no se dice…
El nombre que no se nombra…
La boca que jamás se cierra…
Es la lengua para la tierra que no se entierra…
Para la muerte sin muertos (antes de la vida…)
Para la vida con vivos (que no viven la muerte…)
¡Ah, Cantos, te invocamos…!
Vamos a detener aquellas crueldades, debemos alejar a esos fantasmas mañeros, siempre ansiosos, que escarban y escudriñan con la ferocidad de los bien cebados…
¡Que no escuchan gemir a ese cuerpito del asombro…!
¡Que no ven el temblor de esa almita en oraciones…!
Los dioses hartos de estar vivos se han dormidos…
La bóveda gigante ostenta su mejor máscara negra…
¿Qué fue de aquellos que existían sin existencia…?
¿Qué será de los cuerpos que el viento arrastra como simple memoria y finísima hojarasca…?
¿Qué será de los Cantos en los días del olvido y el crudo temblor…?
11.
¿La bruma del otoño que abruma, como pliegues sobre los campos bajos, es el llanto de las almas que avizoran el mundo desde un atalaya de tristezas…? ¿También el asombro que provoca la belleza a marejadas, quedó por debajo de la línea de flotación de nuestro espíritu…?
¿Acaso la debilidad, o el opacado latido del viejo corazón, es ahora la letra de nuestra historia? ¿Están dormidos esta noche de otoño los deseos…?
Ah, fulgor de la espera… Ah, retorno ansioso de los Cantos, que se demora y se demora, cuando se agota la razón y el sentido de justicia se asfixia en los vaivenes de un dolor que no conoce arrullos, tampoco altares…
No hay señales de revueltas en los cielos; la bóveda está firme y cerrada… (En los barrios del barro los pájaros del hambre arremeten contra el cadáver caliente sin perder su infinita gracia…)
¿Quién preparará el sudario…?
¿Dónde se levantará el altar de la inocencia para el niño velado sin flores matutinas, sin caricias de inocencia…?
¿O acaso es tarde para nombra a la inocencia? ¿La partida llegó a su fin? ¿El navío ya encalló, no hay penas, ni glorias, ni olvidos…?
¿La única ley es callarse la boca? ¿Es comerse la boca?
¿Qué cae de nuestras manos y corre por el pavimento y se atraganta en las alcantarillas de los desperdicios…? ¿No huele a sangre de inocencia…?
Ah, Cantos que se empecinan en socorrer aunque jamás fueron socorridos… Ah, Cantos en el sendero final y los aires umbríos; Cantos donde el agua calma que nos calma las fiebres es un murmullo que suena entre plegarias, y nuestro rostro se refleja como el rostro de aquel niño de la gran herida, que agita las aguas, las vuelve remolino que arrastra, y dice con voz de quejido que nos espera… y sigue el silencio, y nada queda, nada queda… ¡Ay de ti!
12.
Vengan a nos, Cantos para la dicha y la ventura, aun en tierras amargas; Cantos para erguirse sobre los pantanos y las tristezas, sin renuncios ni pleitesías; asumidos / anunciados, como cenizas del mañana, cenizas preparadas con extrema dignidad frente a la indigna voracidad de la muerte…
Voracidad que se arroga divina y eterna, que nos invade como pira de la humillación, que hace del gozo apenas una carta de amor mojada; voracidad que necesita del ser puro y de su pureza que se veja; voracidad monstruosa en la monstruosa vida, cuando todo lo que se ve y lo que se oculta pierde sentido; o mejor, muestra su vacio, primero y último, el vacío de la pura muerte… ni siquiera nubes… (Ah terror, de un vacío sin nubes…)
Hojas, cuerpitos de la pobreza como hojas, de aquí para allá… Desesperaciones en un pozo ciego, temblor que nos tiembla… Y aún así, como postrer ceniza que revolea el viento, veo venir los Cantos…
En la muchedumbre de la soledad…
En la humildad absoluta, en el vacío absoluto, sí, los Cantos… Tanto en la vigilia de la espera, como en la partida, más allá de la espera, agotados pero vivos, desnudos y fugaces, humanos de tan fugaces, sobre los espirales de la noche y de la tierra…
13.
¡Otra vez aquí! ¡Bienvenidos, Cantos, aún en el temblor jamás te despreciamos; devotos de ti hemos sido en la patria de la infancia y en los mares del destierro! También en la perversa fiesta de la historia, cuando desfallecía el corazón humano…
¡Cantos! Pie en tierra para el asalto de los cielos, aunque nuestras piernas tambalean sobre el navío, aunque nos muerdan los perros de la resignación, aunque retumben los desprecios y cobardías de quienes nos lanzan como maldición: ¡Ya perdieron! ¡Su tiempo ya pasó!
¡Cantos! Para continuar increpando a los viejos dioses del horror!
¡Cantos!, que todavía nos aguardan, aún en la noche de las noches, cuando todo perece en la desilusión, en el descreimiento, en la terrible eficacia del lugar común…
Que nadie se entregue…
Allí están los cantos, todavía venturosos en sus cicatrices, refugio y reparo…
Cantos, revulsivos y refulgentes, subversivos y siempre subvirtiendo…
Cantos y Cantos… Sueño de fuego en nuestros manos, hasta que el rostro puro del niño sufriente / de la pobreza sufriente / arroje en la hoguera la máscara de su condena; la condena de un mundo de muertos y de muerte que lo condenó a ser un ángel del espanto…
¡Cantos! Animarnos a decir que el bien supremo son los Cantos, para que lo opacado brille, lo sujetado estalle, el vacío se colme de existencia y el reconcilio sea perfume entre los cuerpos y las almas mutuamente resucitados; allí, en el foco expreso del dolor, donde el que mata muere, y el que muere ya mató, también sin saberlo, porque todo es muerte en los confines del silencio, mientras la mirada del otro resbala, igual que la lluvia por el vidrio… (¿No era el alma del otro nuestra alma, cuando el último estallido de luz se pierde entre las nubes… tan doradas que lastiman…?)
¡Cantos!... memoria en el aire y en el fuego de las sagradas palabras que podían darnos guarida sagrada y aliento firme en el despertar de la inocencia… ¡Qué nos queda, Cantos, si la inocencia del mundo despierta a la hora en que el cuerpo del inocente es llevado de la mano por el hambre hasta el umbral de la casa de la muerte…! (¿Todo es lejos, todo es inmenso y lejos… y esas manos frías…?)
¡Cantos!... La belleza siempre nos estremece como pecado, nos desespera en las vías de la agonía… duerme como una sombra de nuestro lado… Hay una melodía en el aire y después cabalga la música en el rocío que no marchita… Suenan las campanas, el alma las escucha, todo lo que se mueve se detiene, lo que nunca llegó, llega… nuestras manos ahora están llenas de bruma…
Fue un alerta de tragedia sobre los desconsuelos de cada día… y en el potrero final, ante la frontera misma del abismo, los Cantos caen como lluvia del milagro… Sin embargo la tierra rechaza el milagro, nuestro corazón se cierra, ruedan piedras gigantes en el socavón, todo el polvo, gritos y después negrura…
La negrura es el abismo y es el cielo sin cielos ante el hambre sin luz de los sepulcros, donde hora tras hora los niños de la pobreza se destierran en la tierra, lejos del amor y para siempre; son frutos caídos demasiado temprano, o demasiado tarde, jamás fueron la pregunta que recibe su respuesta en la necesidad, ni la alegría que abre al sol las puertas del deseo; todo vino turbio y más tarde fue negado y maldecido y ahora es el horror que aprisiona y esas lágrimas que no redimen… Tampoco redime la piedad, menos el olvido, que ensucia y agrava las heridas, que sólo es palada humillada de tanta tierra humillada sobre los cuerpitos humillados, grandes para cualquier cajón y más muertos y más abandonadas que la propia muerte…
6.
¡Tumbas! ¡Más que islas del dolor, tumbas! ¡Profanación del cielo!
¡El tiempo y el espacio están repletos de tumbas!
¡Los dioses exudan tumbas, igual que desprecio para los cuerpitos del sacrificio!
He aquí el ritual de la humana, bienaventurada y profética acumulación de la riqueza: ¡Tumbas! ¡Unas tras otras: Tumbas!
(Las máscaras de uso en la ceremonia también se registran como riqueza y se enumeran al final de las tumbas… allí en la sombra, donde dormitan los gatos…)
…Malditas todas las tumbas en la boca del que jamás saciado las nombra con la mismísima naturalidad con que cuenta las cabezas de ganado en el feedlot, a espaldas de la puesta del sol…
despellejando también el horizonte…
Esas bocas poderosas, que abruman con su parafernalia, no tienen Cantos ni cargan glorias en la mochila; son un espacio yermo las almas sin amor; el bien suyo que las mueve, supremo y familiar, es poner en actos la lengua filosa del mal; acunar el susodicho mal con músicas macabras, con sonidos de madera seca, se trata de arrojar sal a la llaga… y esperar el sollozo, y después el quejido…
Esas bocas poderosas / esas almas sin amor / ese fruto profano anterior a los dioses ha madurado con fervor de vía crucis, hasta depositar sin dudas ni escrúpulos el pecado en la inocencia, la culpa en la víctima que se desangra y tiembla, el deseo en la criatura violada, la deuda en el pobre de toda pobreza que roe y roe su corazón a horcajadas de la rama del árbol, mirando sus pies desnudos y en carne abierta… Esas bocas que nos quitan el sueño con dentelladas de lobos y aullidos de perros, hablan por el demonio, tienen sus labios en punta, las garras y el fuego, si pienso en la tradición del niño de primigenia fe que fui… O bien, si tapo los cielos y enmudezco las epifanías, si salto el charco que divide mi cabeza y me planto en los avatares del día, frente al plato humeante del día, puedo verlo, me atrevo a sentirlo y hasta olerlo, el discurso y la boca, la lengua negra y la carcajada roja, como un monstruoso ejemplo de una razón de la eficacia…
Esa razón, que profesa la naturaleza humana sucumbida en poder, y que ni siquiera el crepúsculo que todo lo bendice aquí bendice; y esa eficacia, nutrida en devorar vivo y entero, sin separar una migaja para los dioses, y sin miedo de contagio, al niño que nació más débil, o hicieron más débil, en los huesos y en el alma, sea porque antes hubo hambre y sed en el vientre que lo cobijó, o los nuevos dioses montados en las montañas de la riqueza bajaron su pulgar…. (mientras la vida que sigue y sigue, que no se detiene, seguía, y la sangre se escurría como arena entre la arena, y la luna se ahogaba en las bajuras amarilladas del río…)
Las grandes bocas (¡bocazas!) reniegan de los Cantos, o los pervierten como moneda de cambio; las grandes bocas silencian con bóvedas y catedrales los Cantos, niegan las delicias del mañana para las frentes tenues y celestes (¡bienaventurados los niños!, se oyó decir, porque de ellos será la gloria y la dicha, y ese fue el final, que subió a las nubes, como a las gradas de una sinfonía…); las grandes bocas ungen los gritos, clavan por la espalda la moral de la desdicha, adornan con flores de incienso los brazos caídos, hacen de la tristeza el pantano de todas las tristezas, para que también el alma fallezca en la tristeza, que ya es desesperación…
(La belleza será aquí una tormenta de lágrimas de piedras que jamás palidece, como no menguan ni palidecen las letanías en el rincón más lúgubre de una iglesia de provincias…).
Esas bocas del no amor, anchas de manducar vísceras, flacas a la hora de cumplir las promesas de la verdad, nunca comulgarán con los panes de la alegría; sólo mueven la lengua para acompañar el brazo que hunde hasta el mango su cuchillo entre las aguas del cuerpito que resiste en las agonías de la interrogación, que aún a balbuceos increpa a la vida – que poco suya fue: ¡No mía! ¡No mía! –, en el instante eterno en que el alma se aleja de los astros y del firmamento y pasa a ser cenizas, sobre el ajado terciopelo, en la noche sin memoria y sin súplicas…
7.
¡Aún así! ¡Aún como hierba que se alza trémula alrededor del ciprés de los silencios… y que tal vez no llegará a desplegar se alado verdor…!
¡Todo es escueto y parco!
¡Todo se desliza sinuoso!
¡También la contradicción
en los vacios del espejo!
¡Aún así, no como sacrificio mortuorio, no como pasión de tristeza; sacados del pozo por los gozos, movidos hacia los cielos, la ofrenda amorosa de los Cantos!
Se trata de golpear con las uñas, la punta de los dedos, con los puños y la cabeza si es preciso contra los muros, contra las rejas y los rollos de púas; movimiento de dolor que se supera abriendo los ojos ante el sol y se sublima en la garganta de la noche; cronología de batallas que se heredan, trincheras cuya luz y cuyo hedor se comparten, y conciencia movida y conmovida ayer por los sueños y hoy por las practicas que se acumulan y las historias que vuelven a nacer en los mil laberintos del corazón, cuando la sombra de un ángel nos roza la espalda…
He ahí legitimada nuestra necesidad, sin ambigüedades ni parodias, hablo de una necesidad implacable, por momentos obsesiva por su afinidad con el drama, y sin embargo ligera, apta para la indagación, punto de partida de la antigua sospecha que ahora cabalga sin riendas, cual potente certeza entre los campos de la vida, superando obstáculos de hierro si es preciso a mordiscones: nada crecerá de buena materia sin los Cantos… (Y en los Cantos las cenizas vuelvan a la tierra como amorosa eternidad…).
Allí vemos, detrás de las dunas y las basurales, detrás de los bosques y los basurales,
detrás de los jardines, las rosas, lo alelíes y los basurales…
(Gigantes, lúgubres, perpetuos basurales…)
¡Allí vemos! ¡éstos ojos no mienten!...
a los cuerpitos saqueados de sus almas,
hasta quedar tan secos y humillados
como una mar que pierde sin ventura sus olas…
…¡Cantos!
…¡Cantos para las vísperas de la resucitación!
…¡Cantos! ¡Cantos para enfrentar a esos soles tan fríos que en su morir todavía sostienen el universo de las crucificaciónes!
8.
En los comienzos del adiós, cuando el día de cada día urge, con el fuego en la nuca, reconocemos sin cacareos el sin sentido de la existencia, esa masa atroz que fue pasado y nos interroga y arrebata; su forma es la agonía, su estética recurre a la ceguera, blanco sobre blanco, en la cúspide de la desesperación…
También va y viene, con sordidez de prostíbulo en la ruta, y persiste y hasta se escurre, del río de lágrimas a la alcantarilla de lluvias y orines, un registro historiado de la infancia que nos desafía, y planta la bandera del horror en medio de nuestra alma…. (el niño que muere en los rituales de la pobreza es el niño que fuimos…)
Entonces todo lo vivido y lo viviente, el ayer soñado y el mañana que nos sueña, cada instante de nuestro espíritu, una tras otra las estaciones de la travesía cobran inaudita prisa a través de las esferas de la percepción emocionada; hay una realidad sin máscaras ni atavíos ante nuestros ojos, su apariencia desconcierta pero también estremece: es un gigante con rostro de ángel enfurecido, que avanza a zancadas entre la tormenta… (he visto en un delirio que tragaba y vomita las espesas nubes…)
La cuerda nos balancea desde la bóveda estrellada, ese espacio de calma marchita, anterior a los Cantos…
¡Fuimos vida!, gritamos; ¡Fuimos vida!, suplicamos; y en nuestra maltrecha fuga el primer lastre que arrojamos en los bajeles es el amor; aunque pesa poco, también dejamos de lado la esperanza… nadie se asombra…
En el viaje de la mano de la muerte las glorias son ahora un paisaje deshilachado, girones y girones, los recuerdos se desatan, sin pena ni rebato ruedan hasta nuestra boca… en la pared del asilo para los niños locos, alguien ha escrito con letra que tiembla: ¡piedad!...
Ningún desgarro en la inocencia de la criatura humana tiene límites; menos aún el despertar de la conciencia en el universo de los dioses: ellos necesitan conocer en carne propia el dolor de la finitud… (aquí la memoria es un papel quemado; en el aire sin respiros crepitan, vibran y gimen, ateridas, despreciadas, las viejas leyes del amor..)
Tampoco el vacio esconde una puerta de salida: debajo del espejo, acurrucada en el sótano, la sombra del alma extraviada de su cuerpito sacude como un perro de la calle las lluvias de su inédita agonía…
Todavía la belleza se guarece, trémula, en la desdicha opacada de las nubes…
¿Habrá que ahorrarse las lágrimas…?
Madre mía: ¿escuchas los Cantos?... prometo que nunca dejaré de regar tus plantas…
9.
Esmerilado el tiempo como un cristal bajo el empeño de un monje del Medioevo; fuera de la orilla de los duelos, durmiendo sobre el fuego robado, soñando que la muerte es ahora una almohada, entre mordiscones de gemidos que golpean en la cabeza busco escuchar a los niños condenados de la pobreza…
El deseo de ser quien escucha con corazón abierto no alcanza; son ruidos de mar los que velan la noche, absolutos; son cuchicheos en las penumbra del crimen… perversos…
Los muros sobre los muros se alzan pesados y ensucian las músicas…
La esencia del orden para el alma sufriente tanto da; lo humano y lo divino duermen en el mismo lecho, y cuando llega la noche todos los gatos son pardos…
El sentido del poder y la naturaleza extrema de la riqueza –aquel pérfido excedente acumulado y reproducido–, son soles tan fríos que en su girar apagado todavía sostienen un mundo de pura muerte…
Los Cantos también lo advierten, y aún con poca voz lo memoran y magnifican: en el origen de la riqueza yace el adiós al otro: mi igual (aquello que hubo…) La fraternidad se vuelve pecado y las bellezas de la tierra se confunden con los excesos del infierno…
El ayer es un soplo de luz que se ahoga en nuestra alma… (La nostalgia de lo perdido no dejará de corroernos…) Las vidas están otra vez vivas en la riqueza y sus usuras, ellas escriben las cifras, así como los santos escriben las oraciones en el desierto: sus gestos son una misma condena.
La gran materia humana del trabajo, puesta fuera del uso y de los actos del bien por el valor de cambio, que apuntala la riqueza, no deja de gastar sus horas en la espera de algún dios que la bendiga y resucite (la riqueza es ahora religión, mientras el cuerpito pobre se condena como perdición… ¿a dónde irá el alma asombrada; tumefacta en las huellas del dolor no quedó su carne…?
El tifus de la usura nunca ha dejado de provocar pavor (las sábanas huelen a incienso y pescado…)
El poder que lava sus manos con fuertes alcoholes, que organiza las estructuras de la pobreza –y las superestructuras de su justificación-, sabe de rezos y de palos, es un poder nocturno y progresivo, pestífero, tan mórbido como mortífero…
Riqueza y poder, lo que se produce y lo que es producido, lo que vibra y es alegría, y lo que se hiela o cae agusanado, mezclan sus cartografías hasta fundirse en un solo acto… después recorren sus comarcas y señoríos en una misma cabalgadura adornada con cintas muy sedosas y muy amarillas, y copiosas coronas de flores blancas; ni siquiera los perros bravos les ladran; el sigilo de la muerte los sorprende y los espanta…
Ah, materia del trabajo, fruto de la libertad socorrida por la necesidad; oh, tu, dado a luz por los cuerpos vivos y que se pudre como cadáver en tanto es arrancado de la circulación social…
¿Hay aquí un alma que se espanta…?
¿Un alma que se espanta en el espanto del oro virtual, o del más antiguo lingote, tan por igual escondidos de los ojos de todos bajo la misma tumba?; ¿o hubo algo más que un fetiche para engañar la eternidad, fantasía y horror sin fronteras ni mesuras…?
¿Algo más, un poco más que leyes y brebajes malditos para destruir lo que quedó sin destruir de los cuerpitos humillados en el escenario del día, en la horca o en la cruz…?
¡Ah, necesidad jamás renegada de los Cantos, en la feroz hora que precede a la estrella matutina, cuando se consuma el sacrificio… y arremeten los cuervos, y el viento huye, y las palomas son apenas piedras… fútiles suspiros…!
¡Es inútil; no miren hacia lo alto… los cielos no guardan cicatrices…!
10
¡Ah, necesidad de los Cantos que nace y se fortifica en el silencio! ¡Que crece y se multiplica en el vacío, que es mar y furia de esa alma que todavía anhela! ¡Que fluye en el misterio de los días sin mañana, como una rosa en la frente que sangra!
Ah, Cantos, que respetan el silencio y el vacio, que mantienen su dura porfía con la lengua que domina: soberbia, impuesta, triunfante de la mano de la muerte, hija predilecta del poder, su mejor boca, su afilada espada, y en las noche más ocultas y borrachas, también su amante…
Ah, Cantos, salvados de la derrota impía para la gracia del niño, para la belleza de un alma que desfalleció en la pureza primera… abandonada, temerosa… ¿nimia flor de un único temblor…?
Ah, Cantos, que enfrentan a la lengua que consume las conciencias, capaz de arrodillarnos y poseernos con calma de buey… con estrépito de cianuro… (Hablo de una lengua que no se interroga, que si bogas palos y si no bogas palos también, y que en sus dormideras sin aviso carga las notas del rosario como si fuera el mismísimo Sepulcro Santo… Una lengua matutina para la sangre, vespertina en la profanación, nocturna y depredatoria en sus gritos de…. ¡Aleluya! ¡Aleluya!...
Frente a esa inmensidad sin dudas se pregunta el alma en su intermezzo: ¿la riqueza, su lengua y sus efectos, así como la avaricia, la ambición y la lujuria son especies de un delirio malsano y perverso, aunque no se las coloque en el número de las enfermedades…?
¿Su contracara es un delirio virtuoso, místico y profético; un delirio para subvertir el mundo y la vida, apasionado… espumas luminosas que viajan como astros en las noches del amor y de la gracia…?
¡Ah, Cantos estremecidos, no decaigan ni sientan vergüenza; no arrojen en las piras funerarias del desierto la alegría…!
Hay otra lengua para el Canto… El ser y el saber dejaron aquí una huella en la carne… El legado que se carga, aunque pese, igual reconforta…
La demencia social nos mordió la boca… clausuró los sentidos… y sin embargo, ¿no escuchan las campanas que hospedan a la buenaventura…?; ¿este horizonte por arriba de las celestes aguas, no anuncia una claridad de fiestas por fuera de culpas y pecados…?
¡Cantos! Sí, hay otra lengua para decir lo que no se dice…
El nombre que no se nombra…
La boca que jamás se cierra…
Es la lengua para la tierra que no se entierra…
Para la muerte sin muertos (antes de la vida…)
Para la vida con vivos (que no viven la muerte…)
¡Ah, Cantos, te invocamos…!
Vamos a detener aquellas crueldades, debemos alejar a esos fantasmas mañeros, siempre ansiosos, que escarban y escudriñan con la ferocidad de los bien cebados…
¡Que no escuchan gemir a ese cuerpito del asombro…!
¡Que no ven el temblor de esa almita en oraciones…!
Los dioses hartos de estar vivos se han dormidos…
La bóveda gigante ostenta su mejor máscara negra…
¿Qué fue de aquellos que existían sin existencia…?
¿Qué será de los cuerpos que el viento arrastra como simple memoria y finísima hojarasca…?
¿Qué será de los Cantos en los días del olvido y el crudo temblor…?
11.
¿La bruma del otoño que abruma, como pliegues sobre los campos bajos, es el llanto de las almas que avizoran el mundo desde un atalaya de tristezas…? ¿También el asombro que provoca la belleza a marejadas, quedó por debajo de la línea de flotación de nuestro espíritu…?
¿Acaso la debilidad, o el opacado latido del viejo corazón, es ahora la letra de nuestra historia? ¿Están dormidos esta noche de otoño los deseos…?
Ah, fulgor de la espera… Ah, retorno ansioso de los Cantos, que se demora y se demora, cuando se agota la razón y el sentido de justicia se asfixia en los vaivenes de un dolor que no conoce arrullos, tampoco altares…
No hay señales de revueltas en los cielos; la bóveda está firme y cerrada… (En los barrios del barro los pájaros del hambre arremeten contra el cadáver caliente sin perder su infinita gracia…)
¿Quién preparará el sudario…?
¿Dónde se levantará el altar de la inocencia para el niño velado sin flores matutinas, sin caricias de inocencia…?
¿O acaso es tarde para nombra a la inocencia? ¿La partida llegó a su fin? ¿El navío ya encalló, no hay penas, ni glorias, ni olvidos…?
¿La única ley es callarse la boca? ¿Es comerse la boca?
¿Qué cae de nuestras manos y corre por el pavimento y se atraganta en las alcantarillas de los desperdicios…? ¿No huele a sangre de inocencia…?
Ah, Cantos que se empecinan en socorrer aunque jamás fueron socorridos… Ah, Cantos en el sendero final y los aires umbríos; Cantos donde el agua calma que nos calma las fiebres es un murmullo que suena entre plegarias, y nuestro rostro se refleja como el rostro de aquel niño de la gran herida, que agita las aguas, las vuelve remolino que arrastra, y dice con voz de quejido que nos espera… y sigue el silencio, y nada queda, nada queda… ¡Ay de ti!
12.
Vengan a nos, Cantos para la dicha y la ventura, aun en tierras amargas; Cantos para erguirse sobre los pantanos y las tristezas, sin renuncios ni pleitesías; asumidos / anunciados, como cenizas del mañana, cenizas preparadas con extrema dignidad frente a la indigna voracidad de la muerte…
Voracidad que se arroga divina y eterna, que nos invade como pira de la humillación, que hace del gozo apenas una carta de amor mojada; voracidad que necesita del ser puro y de su pureza que se veja; voracidad monstruosa en la monstruosa vida, cuando todo lo que se ve y lo que se oculta pierde sentido; o mejor, muestra su vacio, primero y último, el vacío de la pura muerte… ni siquiera nubes… (Ah terror, de un vacío sin nubes…)
Hojas, cuerpitos de la pobreza como hojas, de aquí para allá… Desesperaciones en un pozo ciego, temblor que nos tiembla… Y aún así, como postrer ceniza que revolea el viento, veo venir los Cantos…
En la muchedumbre de la soledad…
En la humildad absoluta, en el vacío absoluto, sí, los Cantos… Tanto en la vigilia de la espera, como en la partida, más allá de la espera, agotados pero vivos, desnudos y fugaces, humanos de tan fugaces, sobre los espirales de la noche y de la tierra…
13.
¡Otra vez aquí! ¡Bienvenidos, Cantos, aún en el temblor jamás te despreciamos; devotos de ti hemos sido en la patria de la infancia y en los mares del destierro! También en la perversa fiesta de la historia, cuando desfallecía el corazón humano…
¡Cantos! Pie en tierra para el asalto de los cielos, aunque nuestras piernas tambalean sobre el navío, aunque nos muerdan los perros de la resignación, aunque retumben los desprecios y cobardías de quienes nos lanzan como maldición: ¡Ya perdieron! ¡Su tiempo ya pasó!
¡Cantos! Para continuar increpando a los viejos dioses del horror!
¡Cantos!, que todavía nos aguardan, aún en la noche de las noches, cuando todo perece en la desilusión, en el descreimiento, en la terrible eficacia del lugar común…
Que nadie se entregue…
Allí están los cantos, todavía venturosos en sus cicatrices, refugio y reparo…
Cantos, revulsivos y refulgentes, subversivos y siempre subvirtiendo…
Cantos y Cantos… Sueño de fuego en nuestros manos, hasta que el rostro puro del niño sufriente / de la pobreza sufriente / arroje en la hoguera la máscara de su condena; la condena de un mundo de muertos y de muerte que lo condenó a ser un ángel del espanto…
*Vicente Zito Lema es poeta, periodista y dramaturgo
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