Cartas sobre la mesa I
Por En Ciernes[1]
A poco de cumplirse diez años del momento político fundamental-fundacional del 2001, el histórico triunfo del kirchnerismo en las últimas elecciones, nos (auto)exige escribir estas “cartas sobre la mesa”. Recuperando tanto el gesto epistolar, con lo de personal y político que esta escritura tiene, como el de la urgencia, e insidiosa prepotencia de ubicarlas (arrojarlas) allí, sobre la mesa.
(para La Tecl@ Eñe)
Ilustración: Mauricio Nizzero
Querido Lucio:
Pienso, siento, que este momento, que es parte de un proceso que aun necesitamos interpretar, en sus nuevas formas, en sus continuidades y rupturas con los anteriores, requiere de nuestra voz, la de una generación que creció políticamente durante el menemismo, y que arrastra los pruritos o explicitos miedos sobre la política de sus padres. Voz, la nuestra, poblada de estos fantasmas, que la generación “nacida” en el 2001 no tiene, pero sin las paralizantes, insoportables cargas, las indecibilidades (ya) constitutivas, adquiridas a sangre y fuego, de la precedente, la de nuestros padres.
Superados los resquemores iniciales, y tras la muerte de Néstor, que construyó un inesperado prisma de re-lectura instantánea y sorprendente de los “años kirchneristas” (y por esta necesaria retrospectiva, y no por lo que dice Beatriz Sarlo: el efecto luto, el voto-compasivo), resultan inconstrastables la sedimentación de discursos y prácticas políticas desde la cual se construirán los años por venir. Una suerte de magma animoso que puede propagarse para donde en estos años decidamos que vaya; incluso, más allá de lo propuesto por sus “ideólogos”, siendo esto la “apertura” -¿la esperanza, la potencia?- que ve Horacio Gonzalez en el actual proceso[2]. Se ha “instalado una agenda” (como se dice), de temas, derechos recuperados/reclamados, de prácticas que tienden a “naturalizarse”, que ha corrido un umbral, que ya será costoso de des-correr. Y una agenda que a su vez, está por un lado cerrada a quienes de modos impetuosos, increiblemente progresistas (para nuestra historia reciente, y pasada) la van construyendo, inventando, pero abierta por otro a sus modos de aplicación, sus alcances, y su arraigue. He ahí un inédito (al menos para nosotros) escenario re-fundacional. Que creo –si me apura- derivará en la mentada “profundización del modelo”, y sobretodo a fuerza de cristinismo: ya no esperando ella “nada más” (como dijo en su discurso), y aspirando al grado sumo que un político-lider social (no un político-gestionador) puede aspirar, como condensación simbólica de su enraizamiento (no rizomático, que va): el bronce. Pero que tendrá en ese camino, las esperables pujas internas por definir, ya no solo la sucesión de la persona, sin la sucesión de su ideario, de su aura épico-política.
Y he ahí nuestra palabra, nuestra acción. Actualizando nuestras identidades (¿de académicos, de intelectuales?, el cómo nombrarnos es parte de la cuestión) Entiendo que es un momento que nos exige presencia en la “plaza pública”. Para que ese pasaje efectivamente mantenga su espíritu libertario. Sí, dije bien, espiritu libertario, lo que una democracia burguesa puede poseer de libertaria, claro. Pero sobretodo retomando la idea gonzaliana de “lo abierto”, es decir, eso dado a la novedad, lo inesperado, lo acontecimental, que es el núcleo más vital y esperanzador de todo este proceso. El kirchnerismo ha engendrado, o re-engendrado, haciendo resurgir lo mejor de la tradición de la que abreva, un “peronismo acontecimental” (que puede ser una redundancia, pero hemos visto que puede que no, e incluso, el acontecimiento ser no necesariamente progresista -cosa que los apologéticos del acontemcimiento descuidan un poquitín-), que aspira al orden a fuerza de gestos que tienden al caos, que tienen a la disolución de sí mismo como horizonte posible –allí la 125, la ley de medios-. Para que se sostenga el espíritu libertario, decía, se necesitan de voces disruptivas, punzantes, claras, visibles. Tal vez como lo que las nuestras deberían ser.
En la presentación del libro “Conversaciones del Bicentenario: historia y política en los años kirchneristas”, un día luego del arrollador triunfo de Cristina, Eduardo Rinesi decía entre otras cosas, que el 2001, su crisis, la que se expresa en los sucesos del 19 y 20 de diciembre, advino como una revelación: la develación (una entre tantas otras) de lo poco y nada que los intelectuales estaban viendo, interpretando. La realidad explotó ante sus atónitos ojos. El 2001, emergió así, como un corte (entre otras cosas) epistemológico. No solo evidenciando lo mal que se estaba mirando el presente, sino promoviendo un nuevo modo de ver, que exigió reemplazar categorías de pensamientos anteriores por nuevas. Proceso este que no se dio (se sigue dando) de un modo armonioso, sino como un “relámpago en una tarde serena”, dijo Rinesi, “si se me permite esta imagen”, agregó.
Y pienso que a diez años de esa “develación”, que reveló y rebeló los modos del decir, del actuar de toda una generación (también de intelectuales, o debemos decir, apenas, de gente de la academia), y que la (ex)puso en tensión con formas de la vida pública que se mostraron ya no posibles, ya no creíbles, estamos hoy, ante un nuevo momento fundamental, fundacional. El que nos exigue aguzar nuestra mirada, y sobretodo, desempolvar nuestras ropas, en búsqueda de una calle, de una plaza, que sacuda la modorra de una academia que se expresa absurda en sus autocomplacencias endogámicas. Los relampagueos de estos tiempos nuevos, nos convocan a estar agudos en nuestro ver, en nuestro decir, atentos a los nuevos umbrales trasvasados, las nuevas y multiplicadas disputas, los nuevos relatos con sus nuevos modos del narrar(se), los nuevos espacios donde estar, y actuar. El riesgo ya no de la disolución identitaria (como en el 2001), sino “apenas” el de quedarse fuera de la historia, se yergue como faro. ¿Qué anteojos tendremos puesto para entonces -que es hoy-?
Lo saludo con afecto
Russo
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Almagro, 31 de octubre de 2011.
Ronsino Querido,
Quería escribirte desde hace unos días, unas semanas quizás, pero no encontraba el momento. Tampoco pude hacerme un rato para responder a los muy interesantes comentarios, intercambios de notas y de artículos que circularon en torno a las elecciones y a sus resultados en estos días. Esto de no encontrar tiempo es, como bien sabés, un eufemismo, porque uno no carece realmente de tiempo, sino más bien de la voluntad de emplearlo en escribir o en pensar sobre lo que sucede.
Se me viene a la cabeza, la palabra temor. Se utilizó mucho esa palabra por estos días, yo mismo la utilicé y la verdad que teniendo en cuenta algunas de las expresiones derramadas en los diferentes ámbitos de discusión, durante y después de la campaña, su uso no parece injustificado; momentos coyunturales, se podría decir y es cierto, pero no por ello son menos peligrosos. Sin embargo, si algo me causa verdadero temor no es tanto lo que puedan decir por ejemplo Sarlo o Abraham en determinado momento, sino más bien, mi propia incapacidad para pensar y decir. No estoy hablando de originalidad, hay siempre algo de banal pedantería en la búsqueda de la originalidad. Me refiero simplemente a poder decir algo sobre lo que sucede, me refiero a que los resultados del domingo pasado deberían convocarnos, a quienes apoyamos de una forma u otra al kirchnerismo y a quienes no, a reflexionar sobre las posibilidades de continuidad de este llamado modelo nacional, sobre los modos de esa continuidad y sobre los debates que hoy día, es necesario poner en juego en pos de lograr esa fomentada y anhelada profundización. Tal vez, eso nos demande salir de nuestras trincheras, ser capaces de ver en los comentarios de otros algo más que meras operaciones mediáticas. Es cierto que esto también requiere una contrapartida por parte de la oposición. Pero en todo caso eso es algo que nosotros, diré yo para no generalizar, antes que imponer o pedir, sólo puedo propiciar y desear.
Ahora, viendo que entramos en tema, en lo que tiene que ver con este momento particular, debo decir que seguí con atención el acontecer electoral, pero también debo decir que en momentos electorales, la disputa discursiva se come todo tipo cuestiones de una manera desmesurada para no decir directamente despiadada. Por esto mismo no me sorprende que fuera una carta de Russo, y no los artículos y comentarios en sí, lo que me movió a escribirte. Sus palabras, siempre sinceras, siempre profundas fueron las que motivaron estas que te escribo ahora. Hay, como de costumbre, una honda apelación en sus escritos, una invitación y a la vez un desafío a que pensemos lo que está sucediendo desde nuestro lugar, desde nuestra singularidad que no es lo mismo, aunque en muchos caso lo implique, que decir desde nuestra soledad. Por eso te escribo, enfrentando mis dudas, mis temores y porque no decirlo, también mis certezas.
En la carta de Russo, hay varios puntos que me parecen interesantes y discutibles. Uno de ellos tiene que ver con las apreciaciones de Sarlo en torno a las elecciones y la figura de la presidenta. Aquellas que se desprenden de su artículo publicado en la Nación. Recién te decía que nosotros deberíamos salir de nuestras trincheras y comenzar a escuchar y dialogar con aquellos, que como Sarlo, se han colocado en una posición contraria al actual gobierno. No me malinterpretes, creo que es imposible discutir con alguien, desde el momento que dice “esto es fascismo” como dijo Abraham o con alguien que dice, “Esos no están a mi altura” como lo hizo en su momento Sarlo refiriéndose a los integrantes de 678. De lo que se trata es de propiciar el dialogo a partir de una lectura atenta del otro, no de hablarle a los ladrillos.
Volviendo, entonces, al caso específico del artículo de la Nación, me da la sensación que Sarlo, se ha aferrado a ciertas palabras y formas de pensar que le imposibilitan moverse más allá del plano estético; esto tiene sus consecuencias para ella o mejor dicho para su análisis, en tanto de la estética, y por estar justamente anclada allí, se pasa a lo estetizante. Su retórica política no cambia en nada esto. Es decir, hay una línea divisoria demasiado delgada entre el análisis estético de la política y la estetización de la política sin más y hasta me animaría a decir que no hay línea divisoria alguna entre una y otra cosa. Esta dificultad es apreciable aún en Benjamin, donde la diferencia entre la estetización de la política y la politización del arte solo es comprensible dentro de una particular forma de marxismo, que por cierto, estuvo dispuesta a cuestionar también la propia noción de historia. Si las apreciaciones en torno al arte o las tesis sobre la historia de Benjamin son tomadas como marco teórico, y éste parece ser el caso en Sarlo, entonces todo lo dicho por Benjamin se cae, se instrumentaliza y se vuelve estetizante. Me refiero a que este tipo de análisis, así formulados, derivan siempre en la apreciación de toda acción política como farsa, postura o representación. Esto se ve reforzado aún más por el lugar de enunciación de la propia ensayista, digo esto porque me resulta difícil pensar en peinar la historia a contrapelo desde un pedestal.
En cuanto a los sectores que defienden al gobierno, dentro de los que me incluyo, creo que el planteo de Sarlo nos impone un doble desafío. Por un lado se corre el riesgo de pensar que las palabras de Sarlo son valiosas, no tanto por lo que expresan en este caso y contexto particular, sino por lo que ella representa en sí misma a nivel cultural. Es cierto que para comprenderla mejor, para no malinterpretarla si se quiere, uno debería entender sus palabras como inscriptas en un determinado marco, que no es otro que el de su obra, pero también es cierto que la ensayista viene haciendo este tipo de análisis, por lo menos desde La pasión y la excepción, y que sobre todos ellos se puede decir lo mismo que digo en torno a la estetización sobre este artículo en particular. Éste me parece que es el problema en el que se encuentra inserta la defensa del dialogo que llevó adelante en estos días Horacio González.
El otro desafío tal vez más difícil, es el de no rechazar de plano y sin más el artículo.
En este plano se encuentra por ejemplo el artículo de Galasso, el que publicó en respuesta a Sarlo. Galasso parece moverse aquí únicamente en el plano ético y su prédica, justamente por estar anclada allí, se vuelve moralizante en una transmutación de la acción similar a la que planteo en Sarlo. Todo su arsenal discursivo reposa en una moral previamente concebida; y así comprendida la moral, no puede ser discutida ni cuestionada más que por otra moral. El problema es que no se está discutiendo con otra moral, esas morales en pugna no siempre son disímiles y mucho menos contrapuestas, justamente porque ambas son igualmente anteriores a todo hacer y no producto de él. Me parece que Russo observa bien esto en su escrito cuando habla del espíritu libertario. Hablar de espíritu, implica ya algo etéreo, algo en gestación, en ciernes, no concreto ni concretado, el espíritu libertario nos mueve, pero no nos dirige. Me parece que lo observa bien –te decía- porque aclara aquello que tiene que ser aclarado, que ese espíritu libertario, es el espíritu posible dentro de una democracia burguesa. Por momentos, este punto parece perderse en muchos de los que apoyamos al gobierno. Y cuando esto sucede, todo pasa a ser moral pura y a mi modo de ver ese es el peor de los caminos posibles.
No quiero ser crítico porque sí y acaso no pueda serlo, ni yo, ni nadie. He sentado mis bases que son las de defender ciertas políticas llevadas adelante por el gobierno y las de criticar y pensar las posibilidades de continuación y profundización de esas políticas posando la mirada en nuestra historia más que en nociones y modelos abstractos, pero en todo caso esas bases no están cerca de la mirada moralizante de Galasso ni de la estetizante de Sarlo.
Creo que si quisiera me podría extender un poco más, pero prefiero dejarte ahora, tomar aquello que demanda Russo de poner en juego nuestra voz en este escenario y esperar que este sea el puntapié de un juego que nos permita pensar y decir algo sobre el acontecer actual.
Te mando un abrazo.
Luciano Guiñazú
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Buenos Aires, 4 de noviembre de 2011.
Querido Boverio;
La intensa carta de Lucio me disparó algunas ideas que, retomo, y prolongo en estas palabras. Plantea, Lucio, como dice, que deja sentadas sus bases. Y que este momento historico es un momento cargado de potencialidad en el que hay que pensar y discutir los límites de un proyecto. Ese, creo yo, es el gran debate. Este momento es un momento coyuntural, dice Lucio, pero por eso no deja de ser peligroso. Dice Lucio: “reflexionar sobre las posibilidades de continuidad de este llamado modelo nacional, sobre los modos de esa continuidad y sobre los debates que hoy es necesario poner en juego en pos de lograr esa fomentada y anhelada profundización”
Por lo tanto creo que el debate entre Sarlo y Galasso pierde de vista el gran eje de discusión que plantea la coyuntura.
¿Cuánto de peronismo hay en la construcción, en el armado del kirchnerismo? ¿Cuáles son sus límites?
Octubre fue un mes cargado de referencias simbólicas para el movimiento popular y nacional. El 17 de octubre, las elecciones presidenciales con un triunfo histórico de la presidenta, el primer aniversario de la muerte de Kirchner y la condena a los genocidas de la ESMA, a los asesinos entre otros, de Rodolfo Walsh.
Uno de los ejes centrales del kirchnerismo es la intervención política sobre el plano simbólico del campo nacional y popular. El kirchnerismo ha sabido recuperar, restañando las heridas abiertas por la dictadura y profundizadas, luego, por el menemismo, un discurso, una palabra política y la consolidación, a su vez, de una memoria. En ese lenguaje simbólico está la gran potencia progresista del kirchnerismo. Pero, a la vez que funciona con un efecto profundo para el tejido social el discurso simbólico, es decir, la ampliación de ciudadanía, funciona también una base material que – si bien ha restituido el circuito productivo, recuperando a los sujetos que el capitalismo necesita – tiene una lógica mucho más moderada que el discurso simbólico.
Por lo tanto, pensar en la herencia del peronismo es pensar en los límites del kirchnerismo. La trama que sostiene al movimiento está tejida materialmente, en las provincias, por liderazgos conservadores: Gioja, Soria, Insfrán, Scioli. Y, por otro lado, hay un discurso emitido por el liderazgo de Kirchner, primero, y de Cristina después, que recupera ciertas tradiciones nacionales y populares, ciertos espectros progresistas. Esta construcción es, primero, la herencia del peronismo, y, sin dudas, el gran desafío del kirchnerismo para repensar sus límites.
Desde hace unos meses se escuchan discursos, palabras que tienden a ubicar, a poner en su lugar los entusiasmos progresistas. Cristina, por ejemplo, hace unas semanas dijo: “Yo nunca pretendí ser revolucionaria, siempre fui peronista”. Ayer, en la reunión del G20, con una libertad inusual y conmovedora en sus palabras para decirles a los líderes del mundo que han fracasado por no saber resolver la crisis financiera mundial, Cristina dejó expuesta la contradicción que define al kirchnerismo y que, a su vez, lo sigue haciendo funcionar en la matriz peronista: “Hay que volver al capitalismo en serio”. Allí, en esa tensión del discurso en el G20, en la potencia simbólica, en la libertad para decirles a los lideres del mundo que han fracasado, por un lado, y, por otro, en la expresión – que generó, incluso, dudas antes de ser manifestadas en la conciencia de la presidenta, "quien me viera hoy en mis tiempos de universitaria hablando de volver al capitalismo en serio" – que el capitalismo está desbocado y hay que volver a un sistema de producción y de consumo. Allí está la tensión entre la base material, moderada, y el discurso, la palabra que recupera la vitalidad de la militancia y de la conciencia progresista. La palabra que conmueve. Zizek, en una nota – curiosamente – publicada hoy en Clarin, dice que “el capitalismo es el auténtico problema”. Muy distinto, entonces, es el gesto de Cristina en el G20 al de Rafael Correa en la Cumbre Latinoamericana, retirándose frente a la presencia del Banco Mundial. En Correa hay una palabra progresista que refleja una base material progresista o que intenta serlo.
El desafío está en los límites y en la posibilidad – cierta y concreta, hoy, después de las elecciones de octubre – de superar las tensiones propias de una construcción peronista. El kirchnerismo es el actor político que puede, después de tantos intentos, dar ese giro dialéctico para salir, como dice Matías Roderio, de la biblioteca de Perón. La contradicción entre lo material y lo simbólico es la contradicción del peronismo. Esa herencia está hoy atravesando la identidad kirchnerista.
Un fuerte abrazo,
Ronsino.
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Buenos Aires, 7 de noviembre de 2011
Compañero Russo:
Siempre creí que la verdadera crítica se expresa en el modo de la urgencia, una urgencia que no puede, sin embargo, dejar de lado una consideración general del tiempo, o de los tiempos. ¿Cómo juzgar este tiempo? Creo que entre todo lo que compartimos con los compañeros de En Ciernes, no es menor el pensamiento de que la crítica debe orientarse no hacia el cuestionamiento de toda experiencia posible, sino más bien al de la experiencia real (con sus límites, sus nervaduras e intermitencias). Es la experiencia real de esta época de la que partimos y que queremos considerar para pensar sus contorsiones y evaluar, entonces, nuevas trayectorias. Y este tiempo se encuentra tensionado, como todo tiempo, entre el pasado y el futuro.
En ese pasado, sin dudas, está de manera prominente el peronismo. Lo bueno y lo malo del peronismo. ¿Qué relación tenemos nosotros con el peronismo? ¿Y con su liturgia? Te cuento algo que creo no haberte comentado nunca. Sabés la importancia que tuvo mi abuelo en mi formación intelectual y el afecto que le tuve siempre. Pues bien, mi abuelo era un socialista bien pensante, lector de Juan B. Justo, del mejor Ingenieros. Un libre pensador, digamos, que era un activo afiliado al partido socialista. La vanguardia llegaba todos los meses a la casona de mis abuelos. Entonces, claro: muy crítico del peronismo, sólo le faltaban las bananas para que entrara en el terreno de la zoología, como decía el viejo Viñas. De chico siempre fui sensible de ese malestar que le provocaba el peronismo, sólo con el hecho de nombrarlo. O tal vez insensible, así son los chicos a menudo. Entonces a veces lanzaba un jocoso “¡Viva Perón!” o, en un cumpleaños, me ponía a cantar el Qué los cumplas muy felices entonándolo con el ritmo de la marcha peronista. No sabés cómo se ponía. Nada mejor para que yo siguiera haciéndolo. ¿Cuántos tendría, doce, trece años? Algo así.
Si al Bombita Rodríguez de Capusotto le fue muy bien entre los jóvenes con todo ese delirio peronizante es porque intuyó asombrosamente eso que algunos sentíamos cuando éramos chicos: el peronismo no tenía sentido para nosotros y debíamos apropiárnoslo de alguna manera. No sabía, de adolescente, con todo lo que me estaba metiendo cuando lo vaciaba de sentido. Hoy, si bien no sé en qué punto del equilibro entre la infancia y la madurez me encuentro, sé que no me gusta Bombita Rodríguez. Sin embargo no lo despacho por el absurdo. Si me gustan las obras de Daniel Santoro, en las que hay una fibra de absurdo compartida con Capusotto, es porque al mismo tiempo hay en ellas cierta dimensión de lo siniestro que de alguna manera tensiona ese absurdo trágicamente. Eso no sucede, creo, con Bombita Rodriguez: es un absurdo que no convoca el resto trágico que poseen esos símbolos y nombres con los que trabaja, atravesados por la sangre.
Nosotros no experimentamos el peronismo histórico, por lo que no sé si tenemos derecho a expresarnos sobre las decisiones individuales que se han tomado en relación a esa época histórica, en ese momento. Me pregunto qué sienten los jóvenes, incluso más jóvenes que yo, cuando cantan la marcha peronista. ¿Qué los atraviesa? ¿Qué los hace cantar eso? Es algo que se me escapa. Yo no puedo cantar la marcha peronista: la siento ajena.
Pienso que no puedo cantarla porque creo que la experiencia actual tiene que superar los límites del viejo peronismo, idea que comparto con Hernán, que expresa sutilmente, como siempre suele hacerlo, en la carta que me envía. Creo, también, que Cristina Kirchner es más honesta que Perón, ya que nunca dijo otra cosa en relación al destino de la economía política argentina: el kirchnerismo busca un “capitalismo en serio”. Ya desde la entrevista que Di Tella le hace a Kirchner, antes de las elecciones de 2003, estaba sorprendentemente anticipado el rumbo que luego tomó su gobierno, como alguna vez señaló Ronsino en una de nuestras reuniones en el bar Río. Ese proyecto asumía los modos, por decirlo de alguna manera, de un neo-desarrollismo productivista. El gobierno actual parece continuar en la misma senda. En la cumbre del G20, marca Hernán en su carta urgente, la presidenta dijo con todas las letras que había que terminar con el anarco-capitalismo financiero para sustentar un capitalismo desarrollista y productivista que genere empleo. Creo que allí no hay ninguna contradicción en el nivel del contenido enunciativo kirchnerista. La presidenta dice lo que siempre dijo. No hay en el kirchnerismo, ni materialmente ni en el contenido de sus discursos, una aspiración a superar el capitalismo. Quizás sí hay una cierta tensión entre el tono militante de los discursos con su contenido. Así puedo entender la tensión que siente Hernán. La tensión entre tono y contenido, es quizás lo que caracterice al kirchnerismo, como me decía hoy a la mañana un querido amigo en el bar Británico (no te digo quién es porque puede ser inoportuno nombrarlo, pero me pregunto: ¿en qué medida codifica el registro de la escritura de nuestras cartas el hecho de que sepamos que van a ser publicadas?).
¿Pero cómo conjugar, por otro lado, el “combatiendo al capital” de la marcha peronista y el discurso que, en agosto del ´44, Perón da en la Bolsa de Comercio como Ministro de Previsión y Trabajo? En el peronismo histórico sí había una contradicción discursiva en el nivel de contenido de los enunciados, que podrá justificarse como astucia (¿y qué otra cosa es la política?, se nos podrá decir). Pero esa contradicción de Perón yo no puedo tragarla. Tal vez por eso no pueda cantar la marcha peronista.
El límite que me parece que, en primera instancia, debería superar el kirchnerismo es, por un lado, dejar de pensar la Nación en una equivalencia con la forma Estado. El decisionismo estatalista que ejerció hasta ahora el gobierno kirchnerista puede justificarse, creo yo, si entendemos estos ocho años de kirchnerismo como un período de transición. Ahora debería pujarse, sin embargo, por una ampliación de los procesos de decisión, dándole espacio a las bases movimientistas no burocratizadas. Sino creo que la historia dirá que el kirchnerismo murió con Kirchner.
El otro límite creo, es el de cometer el viejo error del peronismo histórico, que se repetirá en el peronismo revolucionario: confundir “pueblo” con “kirchnerismo”. Esa identificación cierra y no abre. Si tenemos esperanzas en este proceso histórico es porque creemos que abre en muchas dimensiones que ya hemos charlado, pero entre ellas quiero destacar una fundamental que no sé si alguna vez te la planteé, pero creo que es el motor que hace avanzar a la época. Y esa dimensión es eminentemente política y no, como dicen algunos opinólogos, económica. Si el gobierno ganó con el 54% de los votos, eso es por razones políticas y no meramente por razones económicas (el supuesto “el viento de cola” que tendrían los oficialismos). Un breve argumento para ello: el kirchnerismo en 2009, con una situación económica semejante a la actual, obtuvo aproximadamente el 33% de los votos a nivel nacional y perdió en la provincia de Buenos Aires. En dos años subió 21 puntos a nivel nacional y en la provincia superó por 40 puntos al que había ganado en la anterior elección. La situación económica, sin embargo, es la misma.
Esa dimensión política del kirchnerismo, fundamental, no para ganar elecciones solamente, sino para hacer avanzar la época, creo que está dada por cierta tensión entre el ubicarse en el poder y, al mismo tiempo, en la revuelta. Eso se vio de manera meridiana en la Cumbre de las Américas de 2005, en Mar del Plata: en el mismo momento en que sucedía la cumbre, se organizaba un acto masivo de repudio al ALCA cuyo primer orador era Chávez. Ayer, charlando con Germán García, él me decía que eso no es ninguna novedad, que eso es el peronismo desde siempre, y me mandó a leer su artículo de Literal, que ya había leído: “El matrimonio entre la utopía y el poder”. Yo creo que, tal vez, si en efecto -como dice García- ése fuera el proceder del peronismo, esa dimensión que asume el kirchnerismo no es un límite sino su proyección futura. (Y abro un paréntesis, un poco en honor a vos, que te gustan tanto los paréntesis: Germán García me comentó que leyó Glaxo, y dice que es una de las mejores novelas que ha leído en el último tiempo, junto a Los topos de Bruzzone. Yo siempre creí lo mismo, pero cuando uno es tan amigo de alguien, como sucede con Hernán, duda si la amistad no tiene algo que ver con nuestro juicio, pero después de todo pienso lo siguiente: claro que tiene que ver, ya que la amistad y la escritura van siempre tan juntas, al extremo que se disuelve toda diferencia en su diferencia).
Creo que es la crítica la que debe marcar esos límites que te comentaba, en este nuevo período que se abre con el contundente triunfo electoral. Y no para situarse en un punto de vista prístino y puro, que juzga siempre desde afuera, sin hacerse cargo de las condiciones reales e históricas en las que se vive, sino para aunar el compromiso con una autonomía siempre necesaria. Cierta tradición opuso la autonomía al compromiso. Yo me pregunto: ¿cuándo fue posible darse uno sus propias leyes sin ensuciarse las manos?
Un gran abrazo,
Alejandro Boverio
[1] “En ciernes. Epistolarias”, es una revista compuesta por cartas (propias, pedidas, recuperadas) Dirigida por Alejandro Boverio, Luciano Guiñazu, Hernán Ronsino y Sebastián Russo. www.enciernesepistolarias.com
[2] En el texto “¿Cómo juzgar al kirchnerismo?” http://anarquiacoronada.blogspot.com/2011/10/como-juzgar-al-kirchnerismo.htm
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