08 noviembre 2011

Política y Sociedad/Los años tumultuosos y el presente cargado de futuro/Ricardo Forster


Reflexiones en torno al triunfo de Cristina Fernández

Los años tumultuosos y el presente cargado de futuro.


Para analizar el contundente triunfo de Cristina Fernández de Kirchner en las pasadas elecciones presidenciales de Octubre, es necesario interpretar lo que ha sido el proceso político-cultural, incluso simbólico, que ha dejado alrededor de su itinerario por la historia contemporánea de Argentina, el gobierno de la Presidenta, y en un sentido todavía más amplio, lo que genéricamente podríamos llamar el kirchnerismo.

Por Ricardo Forster*

(para La Tecl@ Eñe)**


Analizar el resultado electoral del pasado 23 de Octubre nos lleva a tener que abrir un mapa de interrogaciones y a realizar un análisis mucho más medular y profundo respecto a qué ha sucedido en el interior de la sociedad como para que se haya alcanzado ese 54%, que es un voto exponencial y caudaloso. Hay varios elementos que muestran a su vez, la trama compleja que se inscribe en el interior del voto a Cristina y en el interior del voto al Frente para la Victoria. No es cierto, como ha señalado algún discurso opositor, que el triunfo se haya debido pura y exclusivamente a la situación económica, a los altos índices de consumo y al bienestar que, en general, siente la mayor parte de la sociedad. Por supuesto que siempre la economía hace lo suyo, que es inimaginable un resultado electoral de esa magnitud en un contexto de crisis económica, pero sobretodo hay que interpretar lo que ha sido el recorrido, el proceso político-cultural, incluso simbólico, que ha dejado alrededor de su itinerario por la historia contemporánea de argentina el gobierno de Cristina Fernández, y en un sentido todavía más amplio, lo que genéricamente podríamos llamar el kirchnerismo. Y allí nos encontramos con una pluralidad de cuestiones, con marcas de distinto tipo que atraviesan lo social y, obviamente lo económico, lo cual incluye también la dimensión cultural-simbólica, la sensibilidad, las transformaciones en el interior del sentido común; una puesta en cuestión de lo que podríamos llamar la visión hegemónica del poder que se trasladaba hacia esa forma artificial de representación que es la opinión pública, modificaciones que se fueron desplegando paulatinamente y que encontraron en ciertos acontecimientos, momentos caudalosos y significativos. Sin duda que para entender el triunfo de Cristina, y para entender el crecimiento exponencial del kirchnerismo, hay que ir hacia el punto de partida, hacia aquello original, ese trastocamiento que aparece con el gobierno de Néstor Kirchner, aquello que viene a producir como novedad el giro excepcional de un contexto histórico que no necesariamente estaba inscripto en la definición del recorrido de la Argentina como sociedad. La emergencia, en ese momento de Néstor Kirchner, vino a perturbar la lógica de la repetición, es decir, un proceso que había capturado el movimiento de la sociedad en términos de una crisis recurrente y de un pesimismo generalizado respecto a alguna posibilidad de salir de esa crisis. Kirchner viene a producir una inflexión y habilita otra relación de la sociedad respecto a dos instancias que son fundamentales y que van a marcar el derrotero posterior: La relación con el pasado y la relación con el futuro. Produce una doble reparación que en términos de pasado la vemos ya claramente instalada en ese acto fundamental de reparación de la memoria y de justicia que ha sido la sentencia en la causa ESMA del miércoles siguiente a la elección nacional, donde se juzga al núcleo emblemático del terrorismo de Estado. Uno podría ver que hay un camino recorrido entre el Kirchner que anuncia la derogación de las leyes de impunidad y de indulto y el momento en que cristaliza el punto más álgido de la justicia que es precisamente en términos emblemáticos, simbólicos, la condena a Jorge “ el tigre” Acosta, a Alfredo Astíz, y al resto de los miembros de los grupos de tareas de la ESMA. Muestran que allí se ha reconocido y se ha cristalizado algo fundamental que incluso rompe en mil pedazos el discurso de cierta oposición que planteaba la lógica de la impostura, la utilización espuria de los derechos humanos simplemente para garantizarle al kirchnerismo una suerte de camuflaje o de maquillaje que mientras mantenía las políticas de los ’90, ofrecía a la sociedad un seguro discurso progresista. Claramente una parte importante de la sociedad ha sentido que la política de derechos humanos ha sido algo notable, fundacional, decisiva, parteaguas, en este proceso abierto en mayo del 2003 y que fue creciendo exponencialmente hasta llegar a la última sentencia. Entonces, en esa instancia se rompe un núcleo de ficcionalización que había construido un cierto discurso opositor, y sobretodo, proveniente de cierta crítica intelectual integrada por figuras como Beatriz Sarlo, Tomás Abraham, Jorge Lanata, Martín Caparrós que han tratado de transformar al kirchnerismo en una suerte de neo-menemismo capaz de disimular su condición neo-liberal pero manteniendo estructuralmente esas políticas mientras operaba en términos de ficción y de impostura frente al conjunto social. Entonces, tenemos ahí una primer ruptura, un primer rasgo maticialmente decisivo para entender lo que porta de nuevo el kirchnerismo. Luego, tenemos también un elemento no menor que es la recomposición de la vida económica- social pero no bajo la condición de crecimiento de la riqueza y derrame de la riqueza sino ligada directamente a una recuperación sistemática de derechos laborales que habían sido cercenados por las políticas de los ’90. Es decir, en el mismo momento que se inicia el proceso de reconstrucción del aparato productivo, generando lo que va a ser un incipientemente proceso de reindustrialización, se da en simultáneo a ese proceso una reconstrucción del espacio del trabajo y de los derechos y el salario, en términos de generación de una política que hunde sus raíces en lo que podríamos llamar una tradición neo- keynesiana, que también va a encontrar un punto clave en la revalorización del rol del Estado como instrumento fundamental para revertir las políticas liberales de desindustrialización y destrucción de derechos. Así, el kirchnerismo también va a generar un rasgo clave, decisivo y cada vez más visible, que es la recuperación del Estado junto y en común con la recuperación de derechos, la revalorización del trabajo y la posibilidad de que ese sujeto social sea portador de una capacidad política. En ese sentido, el papel de los sindicatos pasa a ser otro, se refuerza evidentemente la capacidad de la CGT o de la CTA para expresar voluntades colectivas y aparece como un actor que será parte del proyecto y de la alianza que intenta desplegar el gobierno de Néstor Kirchner y, en gran medida, después el gobierno de Cristina Fernández. Este es otro momento fundamental: La reconstrucción de la economía no se hace simplemente bajo la forma de recuperación del capital, independientemente de que esa recuperación estuviese más ligada al capital productivo que al capital financiero, sino que junto con la recuperación del capital productivo se busca centralmente reparar el daño social y lo que el daño social irradia como daño cultural o daño en la vida social o destrucción del tejido social en los sectores más postergados. Entonces, hay allí claramente un proceso en el que se va a ir modificando lo que había sido el núcleo duro de las transformaciones neo-liberales. A eso hay que agregarle también, y claramente instalados en el gobierno de Cristina y a partir del conflicto de la 125, una decisión que es producto de las circunstancias históricas; muchas veces es la propia historia la que desafía, la que genera situaciones que modifican lo que los actores creían que tenían que hacer y se lanza a nuevas experiencias. El conflicto de la resolución 125 le dio al kirchnerismo una dimensión política más intensa que todavía no había adquirido, creó las condiciones de una participación militante que antes apenas lograba esbozar, y generó también, la emergencia de bloques socio-económicos, político-culturales, enfrentados. Ahí comienza a desplegarse una disputa, que es una disputa económica pero que también es una disputa por el relato, una disputa por la renta pero también por el sentido común. El kirchnerismo descubre que no se trata sólo de lograr expansión económica, grandes índices macro-económicos, ni siquiera se trata de satisfacer los deseos de las clases medias que precisamente a lo largo de los cuatro años del gobierno de Néstor Kirchner habían recuperado velozmente lo perdido en los últimos años de la década del ‘90 y con la crisis del 2001. Sin embargo, esos sectores se van a oponer y van a ser capturados por el discurso agro-mediático poniéndose del lado de la metáfora bucólica del campo. Allí, lo que hace el kirchnerismo es ir construyendo un relato contra-hegemónico, un relato contra-cultural; descubre que se trata de disputar no solamente lo económico o lo que expresa el número frío, sino que la disputa es de otro orden, es una disputa por los símbolos, por el sentido, por el relato, y eso por supuesto conduce a una decisión estratégica que es plantear ese camino que terminará finalmente en la segunda mitad del 2009 con la aprobación de la Ley de Servicios Audiovisuales. Pero hay que entender todo el recorrido, desde el comienzo del conflicto de la 125 hasta la aprobación de la Ley de Medios, como uno de los momentos más extraordinarios de auto-reconocimiento por parte del kirchnerismo del papel relevante de la disputa cultural-política, y que en el interior de esa disputa se juega la posibilidad de recuperar espacio social, de recuperar reconocimiento, de generar condiciones de mayor participación y de galvanizar también a una militancia que le permita desplegarse territorialmente. Hay que leer ese momento como una suerte de confluencia de circunstancias económicas, político-culturales y de una lógica de conflicto que en gran medida permite visualizar el lugar de cada uno de los actores, y lo que cada uno de esos actores políticos-económicos están planteándole a la sociedad. El gran esfuerzo de ese contexto difícil, complejo, fue justamente mostrar que la alianza agro-mediática planteaba un proyecto de país que era antagónico a la idea de un país más equitativo, a un país que recuperaba el rol del Estado y que volvía visibles a los que habían permanecido invisibles, expulsados literalmente del sistema por las políticas de los ‘90. Ese es otro momento fundamental que tiene una serie de hitos decisivos: Primero, la capacidad del kirchnerismo de invertir algo que había sido propio de la debilidad estructural de los gobiernos democráticos del ‘55 en adelante; ningún gobierno anterior al de Cristina había podido sostener, frente a las presiones, los chantajes y las imposiciones de las grandes corporaciones económicas, una posición, y en realidad la respuesta siempre había sido el repliegue, o peor todavía, aceptar los condicionamientos de las grandes corporaciones. El resultado incluso fue la expulsión de los gobiernos democráticos bajo la forma de golpes de estado en las décadas del ‘60 y ’70, o bajo la presión o los golpes económicos como le sucedió a Raúl Alfonsín en el final de su mandato. Lo cierto es que la respuesta del kirchnerismo es enfrentarse a esas presiones y doblar la apuesta. El primer momento clave se produce después del voto no positivo de Cobos: Se decide la re-estatización del sistema jubilatorio y esta decisión supone dos o tres cosas fundamentales. Por un lado, la posibilidad de atrapar una masa de dinero que estaba en el circuito de la especulación y que será fundamental para enfrentar la crisis económica del 2008 y para profundizar un proyecto social que después se verá, sobretodo en el 2009, cuando se implemente la Asignación Universal por Hijo. Pero también la re-estatización del sistema jubilatorio es uno de los primeros golpes fuertes, en términos de recuperación, de un proyecto alternativo al de la privatización de la vida, a la privatización de las conciencias y la privatización de las relaciones inter-subjetivas. Es la posibilidad de reconstruir una práctica, un dispositivo que remite a la idea de una sociedad reestructurada bajo el principio de la solidaridad, y a su vez también, genera las condiciones, en términos políticos y en términos de sujeto de poder, para mostrarle a la sociedad que es un gobierno que está dispuesto a ir por más y a doblar la apuesta en momentos de dificultad. Algo equivalente sucede luego de la elección de junio de 2009, que es un momento difícil y que todavía está bajo la irradiación del triunfo discursivo de la alianza agro-mediática y de los errores propios también, sobretodo en ese tramo que va del final del 2008 a la elección de junio, cuando todavía el kirchnerismo no termina de ver que se está erosionando la base de sustentación social porque la crisis económica está tocando los sectores más pobres. La respuesta ante la derrota del 2009 es por un lado seguir y profundizar el camino hacia la aprobación de la Ley de Medios, y por otro lado, y fundamentalmente, es la implementación de la Asignación Universal por Hijo que cambia el mapa de la indigencia y la pobreza generándose así una mutación fundamental que articulará una base de sustentación social de la que careció el kirchnrerismo en la travesía que va de la crisis de la 125 a la derrota de junio del 2009. Ahí, por lo tanto, vemos cómo se conjuga lo económico con lo social y con transformaciones muy claras en la producción de sentido. Observamos entonces, el cruce entre lo político y lo económico, lo cultural- simbólico con lo que está sucediendo en el interior de la vida social. Éste es un rasgo clave y también, de nuevo, demuestra la capacidad del kirchnerismo para mostrarse como una fuerza política que defiende a rajatabla su derecho al ejercicio soberano que emerge de la democracia generando un proceso de repolitización de una sociedad que en términos reales se reencuentra con la política a partir del kirchnerismo, porque la crisis del 2001 estaba ligada a lo podía pensarse como las consecuencias de la despolitización de los ’90, como las consecuencias de una sociedad post-política y dominada por prácticas más bien ligadas al gerenciamiento, la administración, que a la recuperación de instrumentos claramente políticos. La consigna “que se vayan todos”, como consigna dominante de diciembre del 2001 y del verano del 2002, expresa no la potencia de la política sino la despolitización como recurso genérico anómico en el interior de una sociedad estallada en mil pedazos, y es ahí donde el kirchnerismo logra devolverle a una parte importante de la sociedad lo que podríamos llamar la tradición política, o la lengua política, que supone que hay un litigio no resuelto, que hay una disputa, que hay un conflicto en el interior de una sociedad atravesada por la desigualdad y que la democracia no es el espacio de los gerenciamientos neutros ni de los concensualismos vacíos, sino que la democracia también es el lugar donde se dirimen justamente aquellos conflictos que ponen en evidencia lo no resuelto y donde la lengua política es decisiva, clave y esto es lo que plantea entonces el kirchnerismo, sobretodo después del 2008, que es una segunda etapa que está bajo la impronta de Cristina pero que de algún modo es la consecuencia directa de lo que el gobierno de Néstor Kirchner había generado en política de derechos humanos, en reconstrucción económica, en cuanto a política latinoamericana, desendeudamiento, salida del FMI, rechazo del ALCA, reconstrucción de la Corte Suprema y una serie más de medidas que fueron sustanciales y que van desde el discurso de asunción de Néstor Kirchner, con tres o cuatro frases bálticas - quizá la más caudalosa en la memoria popular sea aquella de “vengo en nombre de una generación diezmada y no pienso dejar mis convicciones en la puerta de entrada de la Casa Rosada ” – que luego se vieron concretadas no como frases retóricas sino como hechos concretos en el gobierno de Néstor Kirchner. El gobierno de Cristina, en esta segunda etapa, se enfrenta al conflicto, es decir, se rompe el equilibrio entre el gobierno y los poderes corporativos, se había llegado a una frontera y cuando el gobierno intenta ensanchar esa frontera la respuesta de las corporaciones es limitar cualquier ensanchamiento y generar un proceso de reconstrucción del poder real en la Argentina. El Kirchnerismo viene a disputar el poder real en la Argentina de una manera como sólo se había hecho durante el primer peronismo, y eso genera una intensidad conflictiva, antagonismos y también la emergencia de lo político, porque cuando se da este tipo de conflictividad en una sociedad lo que queda en evidencia es que hay un núcleo de politización que vuelve a adquirir un rasgo decisivo en el interior de la vida social, y ya no es lo económico lo que determina la conducta de los sujetos, sino que ahora los sujetos se mueven a través del lenguaje político y también de las formas que podríamos vincular a la sensibilidad, a los sentimientos, a la reconstrucción de identidad, la reapropiación de memorias que estaban dormidas, la reconstrucción de estructuras incluso mítico-simbólicas, y todo ello se conjuga en la escena de una sociedad políticamente en disputa. Éste es uno de los rasgos fundamentales del kirchnerismo, uno de los elementos más potentes que ha generado a lo largo de estos años y que también allí hay que ir a buscar en parte lo que ha sido el camino de consolidación de Cristina Fernández y el triunfo del domingo 23 de Octubre.

Después podríamos volver sobre otros elementos: el año 2010, por ejemplo, que es un año extraordinario, un año tumultuoso, un año que los historiadores convierten en años acontecimientales, en años milagrosos, en años bisagra, con todo lo que tiene adentro suyo. Así como el año 2008 puede ser pensado como un año bisagra porque es el año donde estalla un conflicto que define el lugar de los actores social-políticos en la escena argentina, el año 2010 es un año muy cargado simbólicamente, más que cargado en términos de mutaciones económicas, es un año muy cargado en lo que podríamos llamar la disputa cultural-política, o cultural-simbólica. Empieza con la disputa en torno a las reservas, con la salida de Martín Redrado del Banco Central y el nombramiento de Mercedes Marcó del Pont, y ahí vuelven a desarrollarse acciones que parecen monetarias, económicas, administrativas pero que son fundamentalmente decisiones políticas, porque supone colocar en la presidencia del Banco Central, por primera vez después de décadas, a alguien que no proviene de las tradiciones monetaristas y mucho menos de la matriz ideológica neoliberal y esto constituye una toma de posición muy provocadora respecto al poder establecido. El 2010 muestra un proceso de recuperación constante de la imagen del gobierno que había encontrado su punto más duro en el pasaje del 2008 a la derrota de junio de 2009, y ya se puede ver cómo comienza a cristalizar lo que ha sido ese camino extraordinario, complejo, interesantísimo de la disputa mediática junto con otra medida que es la implementación de la asignación universal. Es como si dijésemos que hubo una doble reparación también allí, de lo cultural- simbólico como batalla de ideas, como un modo de mostrar que la pelea por la igualdad no es solamente una pelea por los bienes materiales sino que también es una pelea por la distribución de los bienes culturales y simbólicos, y por otro lado la asignación universal como medida de reparación radical, sobretodo para aquellos sectores más sumergidos o postergados de la sociedad que construirán un pacto muy profundo con el gobierno, y sobretodo con Cristina. A partir de la Asignación Universal hay una relación cada vez más intensa y afectiva entre Cristina y los sectores populares. A ello hay que agregarle lo que fue ya el proceso de incipiente movilización que antes de los festejos del bicentenario se pudo observar durante los actos del 24 de marzo del 2010, que fueron actos muy masivos en casi todo el país y que ya mostraban una inflexión en el humor social. Incluso, hasta los medios hegemónicos, señalaban que había habido una recuperación del kirchnerismo, que la oposición había dejado pasar la oportunidad, que no había logrado transformar su triunfo electoral del 2009 en capacidad de erosionar, limitar, y prácticamente liquidar al gobierno de los Kirchner, y que por el contrario el gobierno tuvo una reacción política sorprendente dejando a la oposición prácticamente sin recursos y sin discursividad política y en estado de conflicto interno. Este también es un rasgo importante. Y finalmente está el Bicentenario, que hay que analizarlo con toda su espectacularidad pero básicamente centrando el análisis en la producción de un acontecimiento político- cultural decisivo que genera algo, por un lado, del orden del desvelamiento, es decir se corre el velo de un tipo de narrativa respecto al vínculo entre gobierno y sociedad que era impulsada por los medios hegemónicos y que suponía que el gobierno estaba aislado, que no tenía base de sustentación social, ni había un apoyo manifiesto de amplios sectores populares. Eso se rompe, se quiebra en el Bicentenario generando, por otro lado, un relato que logra entrar en dialogo con esas multitudes que se sienten interpeladas como parte y actor decisivo no de una historia ajena sino de una historia que sí les pertenece. Por eso se produce allí un proceso de consolidación del vínculo entre Cristina, el kirchnerismo y la multitud, y la emergencia incluso de la idea de Pueblo unida a la idea de Patria, porque el Bicentenario vuelve a dotar de sentido a estas dos palabras que estaban desgastadas por el uso que nacionalismos de derecha hicieron de ellas, y que tenían una reverberancia oscura para la historia política, sobretodo popular, de izquierda, en la Argentina. Lo que queda claro después de estos años, y en especial a partir del Bicentenario, es que es posible capturar esas palabras y resignificarlas bajo la condición de llenarlas de contenido democrático, emancipador, y creo que en gran medida también ha cambiado la relación que en lo cotidiano tenemos con la idea de Argentina. Veníamos de un tiempo en que la palabra Argentina remitía a desazón, desesperanza, a pérdida de horizontes, a fracturación social y entramos en un tiempo actual, el nuestro, marcado por la impronta del kirchnerismo, en que la palabra Argentina vuelve a ser un lugar para pensar una sociedad que pueda reencontrarse con tradiciones igualitaristas y democráticas.

*Doctor en Filosofía y Ensayista

**Testimonio recogido telefónicamente. Producción Conrado Yasenza.

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