La denominada “oposición”, en realidad un conjunto de partidos políticos, medios gráficos y televisivos, ya han lanzado la alarma de la re-re-elección de la Cristina como el peligro de la destrucción de la democracia que asoma en el horizonte. Tal vez, con ese “peligro” hayan conseguido que algunos votos se desviasen del camino que conducía a Cristina.
Pero independientemente de lo innocuo que haya podido ser es recurso “in extremis” para capturar algún voto, es importante reflexionar sobre el supuesto que siempre está presente cuando se postula que “en un país serio” se da un recambio constante de quien detenta el máximo poder político. Para ello está la constitución en la que se fija el tiempo en que un gobernante debe dejar el poder.
¿En qué consiste ese supuesto? En que el recambio de gobernantes no cambia sustancialmente nada, porque el poder no está donde se piensa que está, en un lugar “político”. El poder lo ejercen las corporaciones económicas, mediáticas, militares, eclesiásticas. Las elecciones sólo acontecen en la superficie de la sociedad, sin que rocen los núcleos duros del poder real. Se cumple pues, en las elecciones, ese cambio para que nada cambie que expresa el “gatopardismo”.
¿No es eso lo que pasa en el que se supone el más serio de los países serios, es decir, en Estados Unidos? ¿Acaso cambia algo sustancial, importante, si en lugar de los republicanos ganan los demócratas? ¿Qué cambió con el triunfo de Obama? ¿Cerró Guantánamo? ¿Dejó el imperio de invadir países o de continuar con las invasiones que había comenzado George Bush?
En un país tercermundista como el nuestro, que viene de profundas frustraciones, no es el problema de la re-elección el que se debe plantear en primer lugar, sino el de qué transformaciones se requieren, y, luego, qué tiempo necesita un proyecto, que se suele expresar como “modelo”, para producir y asegurar esas transformaciones. Sólo de la respuesta a esos problemas surgirá la necesidad o no de una re-elección o re-re-elección o de reformas a la constitución.
Tampoco el problema es el bipartidismo, como si ésa fuera la causa de nuestras desgracias, que se solucionaría con un tercer partido. Nunca los partidos como tales en nuestra historia han producido cambios profundos. El motor de los cambios, o de la permanencia de situaciones que no se querían cambiar, siempre estuvo fuera de los partidos. La derecha siempre lo ha sabido. Por ello nunca organizó un partido político. Algunas veces recurrió al fraude más descarado y otras, directamente al ejército, cuando había peligro de que la situación virase hacia una dirección que terminaría dañando sus intereses.
Los sectores populares lograron avances en sus propios intereses y en la defensa de los mismos mediante “movimientos populares”. Ello se debe a que el capitalismo que hizo presa de las sociedades tercermundistas es un capitalismo endiabladamente abigarrado. Si bien ningún sistema se da en estado puro, como lo describen los tipos ideales weberianos, en el Tercer Mundo el entrecruzamiento de sectores sociales y de grupos difíciles de clasificar en categorías sociológicas claras, es cualitativamente superior.
En la terminología marxista tradicional, el capitalismo produce al proletariado como clase social bien delimitada, enfrentada a la burguesía, la clase antagónica también con límites precisos o, por lo menos, que se pueden ver con mucha claridad. El conflicto entre ambas clases, arrastra consigo a los otros sectores sociales que cumplen un papel secundario.
A partir de esa caracterización se elaboran proyectos políticos que no contemplan la complejidad de las formaciones sociales. En el manifiesto del Partido Comunista se dice que “por su forma, aunque no por su contenido, la lucha del proletariado contra la burguesía es primeramente una lucha nacional” que ha llevado al marxismo ortodoxo a plantear la lucha de los obreros en forma separada del contexto nacional, cultural constitutivo de su identidad que sobrepasa la calificación de proletarios.
En los países tercermundistas como el nuestro, las clases o sectores sociales se muestran con entrecruzamientos sumamente complejos. Siempre nos encontramos con un bloque dominante conformado por las grandes corporaciones económicas, agrarias, mediáticas, eclesiásticas, militares y, como contrapartida, el bloque dominado formado por trabajadores ocupados y desocupados, villeros, niños y jóvenes en situación de calle, campesinos, peones rurales, trabajadores reducidos a esclavitud. Éste es el bloque popular.
La sociedad tercermundista se encuentra así dividida no por alguna opción en particular sino por la articulación social que le es connatural, provocada por la implantación de un capitalismo desde afuera que siempre mira hacia ese afuera que es su hábitat. La política de las “relaciones carnales” fue la culminación de esa política.
En nuestro país los partidos políticos nunca han funcionado plenamente. El bloque dominante no los necesitó porque siempre que sus intereses se encontraron en peligro tuvo a mano el instrumento para defenderlos, es decir, el ejército. Desde 1930 ello ha funcionado sin interrupción. El problema se le presenta ahora, desde 2003, en la medida en que el kirchnerismo ha sabido colocar a las Fuerzas Armadas en su función de defensa de la patria.
El bloque dominado, o sea, el campo popular, sólo pudo realizar las transformaciones profundas que requerían sus intereses mediante amplios “movimientos populares”, el primero de los cuales fue el de las montoneras federales. Su derrota dejó al país en manos de una oligarquía que diseñó y realizó un “país pequeño”, o mejor, un país para pocos, centrado en la Pampa húmeda con el puerto de Buenos Aires como salida de sus productos hacia Europa. Es el país oligárquico que celebró “su” centenario mientras reprimía a sangre y fuego a los trabajadores.
Sólo a principios del siglo XIX renace el movimiento nacional con el liderazgo de Hipólito Yrigoyen. Los hijos de los inmigrantes y los descendientes de las montoneras federales, el bloque dominado, logra expresarse en “su” movimiento, el yrigoyenismo, alcanzando la categoría de “ciudadanos”. La oligarquía movilizará a las Fuerzas Armadas para terminar con la osadía popular.
Pero el movimiento nacional y popular renace luego de sus cenizas con uno de los liderazgos más fuertes que ha producido nuestro continente latinoamericano, Juan Domingo Perón. Era el momento de la clase obrera, de los peones rurales, de los campesinos, de los sectores populares que conformaron un movimiento nacional y popular que cambió el mapa argentino. Diez años de crecimiento y felicidad que se transformaron en el ideal que el pueblo siempre recuerda y añora.
Nuevamente la oligarquía recurre a las Fuerzas Armadas. Nuevamente el pueblo en la resistencia y en el trabajo de rearmarse. Cuando lo va logrando, los Fuerzas Armadas intervienen produciendo un horrendo genocidio, cuyas consecuencias aún sufrimos. Pero el movimiento nacional y popular no había muerto. Nunca muere. Es derrotado, se mimetiza, se recluye en lo social hasta emerger de nuevo. Esta vez lo hace en el 2003 con el surgimiento de otro líder, Néstor Kirchner, en realidad resultó una pareja líder, Néstor y Cristina.
El pueblo ha dado su respaldo masivo a dicho liderazgo en manifestaciones multitudinarias como fueron la del bicentenario, la del llanto por la muerte de Néstor, la de la celebración de la victoria en Plaza de Mayo luego de haber reventado las urnas y finalmente la del recordatorio de la muerte del Pingüino.
El movimiento nacional y popular, pues, no sólo no ha muerto, sino que ha renacido, ha resucitado y se encuentra en movimiento hacia lo que pasó a denominarse la “profundización del modelo” o sea, del proyecto. ¿En qué consiste dicha profundización? Consiste en muchas cosas. Cristina, en su discurso en Plaza de Mayo, luego del triunfo rotundo en las urnas nos dio un componente fundamental:
“Les pido que se organicen en los frentes sociales, en los frentes estudiantiles para defender a la patria y los intereses de los más vulnerables y para que nadie pueda arrebatarles lo que hemos conseguido”.
Con ello Cristina aludió a lo que siempre en el movimiento popular conocimos como trabajo de base. El movimiento nacional y popular sólo podrá cumplir su cometido de defender la patria y responder a las necesidades populares si es vigoroso, si es poderoso, porque los enemigos son múltiples y fuertes, pero sólo será poderoso si desde abajo se construye poder popular.
No existe movimiento fuerte sin liderazgo inteligente, abierto al diálogo con la base y firme en sus decisiones, características todas que ostenta el liderazgo de Cristina. Pero ello no basta y es un error, al mismo tiempo que una tentación, depositar toda la esperanza en ello. Si el movimiento no es capaz de generar desde abajo verdadero poder popular, sus días están contados. Poder popular y poder del líder, movimiento dialéctico constante.
Desde el barrio, desde la escuela, desde la universidad, desde el gremio, desde el club, desde la asamblea, desde la comisión vecinal, desde el hospital, se construye el poder popular del movimiento. Poder popular que implica horizontalidad en el debate, participación en las decisiones y organización para llevarlas a efecto. Sin ello la pretendida “profundización del modelo” no será otra cosa que pura declamación. Cristina lo tiene claro y por ello nos ha instado a organizar frentes sociales.
El movimiento nacional y popular liderado es el sujeto de las grandes profundizaciones y transformaciones que requiere el país y, en primer lugar, el fortalecimiento del Estado. La desesperación de Hegel, a principios del siglo XIX, era que Alemania ya no era un Estado, sin lo cual no era posible salir de la anarquía, el atraso y la miseria. De ello nosotros hemos hecho la dolorosa experiencia que culminó en la explosión del 2001.
A partir del 2003 con el liderazgo de Néstor Kirchner se comenzó la recuperación del Estado. La profundización del proyecto implica necesariamente el fortalecimiento del Estado que debe ser el instrumento del movimiento para continuar implementando la política de crecimiento con inclusión que se enfrenta a poderosos obstáculos, especialmente aquellos que son consecuencia de intereses sectoriales que pretenden presentarse como universales.
Ese fue el caso de las corporaciones agrarias, lideradas por la Sociedad Rural, que pretendieron imponer una política orientada por sus propios intereses como si fuera por el interés general, hasta tal punto de intentar el golpe de Estado, cosa que ya no se puede discutir. Pero hay otras corporaciones cuyos intereses particulares que deben ser articulados con el interés general, como los gremios, la Iglesia, los medios de comunicación.
“Para que nadie pueda arrebatarles lo que hemos conseguido”. El deseo y la voluntad de profundizar el proyecto no deben hacernos perder de vista que lo “ya” conseguido si desde el campo popular lo consideramos todavía insuficiente, desde la vereda de enfrente lo consideran abusivo y volverán –siempre lo hacen- por la revancha. Mientras se avanza en nuevas conquistas, menester es defender las ya logradas.
La profundización del proyecto implica también la consolidación y crecimiento del área latinoamericana como complejo de países que vayan constituyendo una verdadera confederación de países, la Patria Grande, que ya se encuentra en camino. El entierro del ALCA y la constitución de UNASUR constituyen sus dos momentos trascendentes.
*Filósofo, Teólogo y Docente.
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