Cultura Audiovisual y Política/Ver para creer/Ana Wortman

A propósito de cumplirse una década de diciembre del 2001

Ver para creer: Cultura audiovisual y nuevas formas de la política.

A casi un mes de cumplirse una década de los decisivos acontecimientos de diciembre del 2001, cabe la posibilidad de realizar un balance sobre los significados posibles que tiene la fecha. Qué cambió en la sociedad y en la escena de la circulación de las producciones culturales.

Por Ana Wortman*

(para La Tecl@ Eñe)

En menos de dos meses se cumplirá una década de los singulares acontecimientos del 19 y 20 de diciembre de 2001. Como todo aniversario, este en particular constituye una excusa para hacer un balance del significado que tiene la fecha, qué cambió en la sociedad argentina o no. O sólo fueron cimbronazos que quedaron en la nada y dejaron un tendal de gente desocupada, en crisis económicas, personales y subjetivas, gente que perdió sus medianos y pequeños emprendimientos o decidió irse del país.

Uno de los temas que explotaron en ese momento, emblemático de los noventa, es la cuestión de los medios de comunicación. El comienzo de esa década coincidió con la reacción de las sociedades del socialismo real contra la opresión de la URSS, y la consecuente caída del Muro de Berlín. Sin embargo esa reacción en pos del reconocimiento de los derechos individuales fue rápidamente colonizada por el discurso capitalista atravesado por un liberalismo renovado que opacaba la búsqueda de ciudadanía tras las necesidades de una creciente concentración económica. El neoliberalismo necesitaba de sociedades menos liberales en términos de ciudadanía y más conservadoras desde el punto de vista cultural. La concentración económica tuvo inmediatas consecuencias en las empresas periodísticas en general y tendieron a una fuerte concentración no sólo de la prensa sino también del mundo editorial, discográfico, siendo América Latina un espacio “privilegiado” en ese sentido, según señalan los trabajos de Martín Becerra. Paralelamente a este fenómeno de fuerte interrelación entre la economía y la cultura, se constituyó lo que se dio en llamar Discurso Único, o Pensamiento Único. Así, tanto los dirigentes políticos en general como casi el conjunto de la sociedad creyeron que el capitalismo y la sociedad de consumo nuevamente sobrevalorada, constituían la vía única de desarrollo económico, social y humano. Se utilizaba el discurso de la libertad de modo de ocultar el creciente empobrecimiento social (he analizado en otros trabajos, cómo fue destruida la histórica clase media argentina en esos años) generando una sociedad más fragmentada y polarizada por un lado, así como un empobrecimiento de tono cultural con múltiples consecuencias, por el otro. Hacia mediados de los noventa, los conflictos sociales comienzan a estallar y en ese contexto comienza a desarrollarse en consonancia con la dinámica de los movimientos sociales de crítica a la globalización capitalista, un conjunto de colectivos de producción audiovisual posibles por el abaratamiento de la tecnología, Estos agrupamientos impugnan esa mirada única de la realidad, que dio origen a un nuevo documentalismo, también denominado videoactivismo. También, y como consecuencia de la aparición y difusión de internet, se pusieron en escena un conjunto de colectivos de crítica al modo como los medios de comunicación concentrados construían un discurso cultural celebratorio del orden capitalista y de los estilos de vida que derivaban de las nuevas ocupaciones requeridas por ese orden. Los primeros tuvieron como propósito filmar con bajos recursos posibilitados por la difusión de las nuevas tecnologías, pero también por el surgimiento de nuevos espacios de difusión de este saber, como la universidad de las Madres o Escuelas de cine, un saber que ponía en crisis o develaba las fallas del sistema. Desde imaginarios políticos diversos, pero generalmente situados en un horizonte de izquierda atravesada por contraculturas juveniles, se constituyeron atisbos de proyectos culturales audiovisuales, que produjeron un conjunto de documentales de crítica social y política con distinto alcance y éxitos. Se puso en escena una nueva forma de circulación de los productores culturales atravesados ahora por una lógica global alternativa, así es como eran invitados a festivales internacionales y eran más conocidos en el exterior que en la Argentina. Algunos estaban vinculados a partidos tradicionales de izquierda y otros menos, más vinculados quizás a movimientos de derechos humanos. Podemos citar algunos de ellos como Ojo obrero, Boedo films, Mascaró, Cine Insurgente, Alavio, Grupo 1 de Mayo, Grupo La Matanza etc. Los segundos a los que hacíamos referencia tuvieron como propósito generar un espacio, mínimo, de información diferente, alternativa, con el propósito de mostrar “otro” país que se estaba generando en el contexto del consumismo, la convertibilidad y la política de importaciones dominantes. Algunos de esos colectivos eran nacionales y siguen existiendo, y otros desaparecieron o fueron trasmutando al compás de las transformaciones del mundo virtual (Indymedia, Alared, entre otros) Lo que me interesa marcar de estos fenómenos de un país sumido en una profunda crisis política, institucional, económica y de sentidos, atravesado por preguntas sin respuesta, acerca de quiénes éramos, adónde íbamos, si existía o no una identidad nacional, qué era ser argentinos, cómo procesar los campos de concentración, las desapariciones y los exilios, digo, que lo que me interesa remarcar es que muchos de los temas aludidos en documentales e informes periodísticos que circularon por el mundo, luego fueron objeto de debate de las políticas públicas, como la ley de servicios audiovisuales o políticas cinematográficas o de fomento a la producción audiovisual tanto nacional como municipal o provincial que comenzaron a darse apenas fue normalizándose la vida institucional. En ese sentido considero que la relevancia que asumieron a nivel institucional no pueden deslindarse de las resistencias, fisuras, señalamientos y /o puntuaciones que tuvieron en la escena pública estos proyectos culturales. Así a un discurso único, homogeneizador, unidimensional al decir de Marcuse, naturalizado acerca del “bienestar” de la la sociedad de consumo comienza a oponerse en estos “nidos” culturales un espacio de reflexión, otra mirada que no necesariamente se inscribe en la lógica de la militancia política y cultural sacrificial de los años setenta sino que también da cuenta de nuevas racionalidades más de corte irónico para penetrar en la realidad. Ya no se puede pensar la política nacional, las ideas que la atraviesan y el surgimiento de las leyes como resultado de la decisión de ciertas personas que tienen el poder de legislarlas. En sociedades con una fuerte presencia de las organizaciones de la sociedad civil y de iniciativas culturales diversas, como es la sociedad argentina, estas nuevas expresiones tuvieron un peso significativo en incidir en los temas agenda de nuestros gobiernos. En ese sentido también debe pensarse la Ley del Matrimonio Igualitario, la cual no habría sido posible sin la presencia activa previa de los movimientos sociales involucrados y de una acción cultural comunicacional activa por parte de los actores involucrados. Lo mismo puede decirse en relación a la cuestión cultural y comunicacional. Si algo nos dejó la trágica crisis del 2001, es haber colocado como tema público la cuestión cultural y comunicacional a través de las prácticas autogestivas y comunitarias de los colectivos culturales audiovisuales protagonistas de la crítica a la globalización, como entramado necesario para pensar sociedades no solo más igualitarias sino más dignas.

* Doctora en Ciencias Sociales, Universidad Nacional de Buenos Aires. Profesora de la Facultad de Ciencias Sociales, UBA e investigadora del Instituto Gino Germani en el Área de Estudios Culturales.