08 noviembre 2011

Política y Sociedad/Los años felices de Néstor y Cristina/Por Tomás Forster

Resonancias interiores de un cambio de época.

Los años felices de Néstor y Cristina*

En vísperas de la reasunción de Cristina Fernández de Kirchner, comienza un nuevo momento estructural signado por otros elementos, encrucijadas y desafíos renovados a partir del abrumador resultado electoral que consiguió el Frente para la Victoria a lo largo y ancho del país.

Por Tomás Forster**

Ilustración: Mauricio Nizzero

Una etapa culmina en la vida política argentina. Un tramo vertiginoso y apasionante llega a su término. Un capítulo de la historia reciente se cierra. El kirchnerismo redondea su segundo mandato consecutivo y se prepara para su tercer período. En vísperas de la reasunción de Cristina Fernández de Kirchner, finaliza la segunda etapa del movimiento nacional y popular contemporáneo que lleva en sus entrañas el ideario de Patria Grande y el ímpetu de pueblos hermanos que se reconocen a sí mismos en las renacientes luchas por la independencia definitiva, la libertad y la igualdad que parió la llegada del nuevo siglo.

Este fin de época se encuentra muy distante del escenario apocalíptico que vociferó cierta pitonisa que quedó relegada a un último y lejanísimo lugar en las recientes elecciones y del orden oscurantista y represivo que prometía un ex caudillo que ni siquiera pudo ganar en su pago chico y tampoco logró acomodar a su mujer con una banca en el Senado. No se trata tampoco de una mera cuestión cuantitativa ni constitucional, sino del comienzo de un nuevo momento estructural signado por otros elementos, encrucijadas y desafíos renovados a partir del abrumador resultado electoral que consiguió el Frente para la Victoria a lo largo y ancho del país. Algunos analistas y columnistas políticos se refieren al surgimiento de una etapa superior, otros, en su mayoría, prefieren hablar de la profundización del modelo. Mientras tanto, la derecha espera agazapada y, ciertos personajes infaustos, revestidos con nuevos ropajes, oportunistas de última hora, tratan de subirse al carro salvador de la necesaria e impostergable unidad nacional que conduce la Presidenta.

Infinitas notas, artículos, escritos, ensayos y libros de todo tinte y color se producirán en estos años a tono con la revitalización de la literatura política que produjo el alumbramiento del hecho kirchnerista. Lejos del análisis frío y de cualquier razonamiento prefijado, mi intención en estas líneas es simplemente evocar, con las expresiones destempladas pero genuinas que salen del corazón, las resonancias interiores que se despiertan al remover la materia viva que definió a estos ocho años.

Así y todo, intentemos esbozar una argumentación que no soslaye las enunciaciones empíricas antes de cargar tintas demasiado subjetivas y cercanas a una imprescindible catarsis personal. En los dos mandatos consecutivos que lleva, el kirchnerismo renovó a la Corte Suprema de Justicia, revivió y expandió a la clase trabajadora con la creación de más de cinco millones de puestos de trabajo, implementó las paritarias, vigorizó el mercado interno y reindustrializó la economía a través de medidas de matriz neokeynesiana, logró una quita del 70 por ciento de la deuda y está dejo de ser un limitante para el desarrollo nacional. A su vez, promulgó la anulación de las leyes de impunidad e implementó políticas de memoria, verdad y justicia únicas en el mundo – En la última semana de Octubre, entre el arrasador triunfo del Domingo 23 y el aniversario del fallecimiento de Néstor Kirchner, se conoció la sentencia en el megajuicio ESMA con condenas a 16 represores que lleva a 262 el número de genocidas sentenciados -.

Pese a todo lo dicho, hay algunos esclarecidos e iluminados que continúen sosteniendo que no hubo cambios de fondo en el lapso de casi una década, sino mero maquillaje “progresista”, mientras se escudan en falsos moralismos o en teorías conspiratorias que no llegan a ningún lado. Qué hubo errores por supuesto, que hay resabios y cuentas pendientes, más bien. Qué en el propio Estado aún anidan dimensiones espurias y rancias, tramas burocráticas y complejas, sin dudas. Pero como alguien dijo sabiamente, un hombre es la suma de sus errores y aciertos. Lo mismo se puede decir de un proyecto político. Y, sin dudas, durante los mandatos de Néstor y Cistina fueron más los avances que los retrocesos. Sigamos ejemplificando.

Se reestatizaron los fondos provisionales y se concretó la movilidad jubilatoria, se recuperó nuestra línea de bandera, se propulsó la gran transformación cultural que significó La Ley de Medios, el Fútbol para Todos, la revitalización de la Ciencia nacional con la repatriación de más de ochocientos científicos, el Matrimonio Igualitario, se saturó de reservas al Banco Central y se nombró a Mercedes Marcó del Pont en remplazo del Chicago boy Martín Redrado. Se consolidó la UNASUR de la que Néstor fue su primer Secretario General y artífice de la defensa de la democracia en Ecuador por parte de los presidentes de la región frente a un intento de Golpe de Estado y del restablecimiento de las relaciones entre los gobiernos de Colombia y Venezuela. Imposible negar, también, el cambio de vida que supuso en los sectores populares la Asignación Universal por Hijo.

Todo lo dicho se referencia en hechos, fácticos, y cómo se podría ningunearlos. Pero hay algo más que se vincula con unas palabras que soltó Lula Da Silva cuando despidió al flaco desgarbado que irrumpió con la fuerza de los vientos de la Patagonia austral. Lula dijo: “Kirchner recuperó el autoestima del pueblo argentino”. Seguramente en este momento tan delicado que atraviesa, en el comienzo del tratamiento por él cáncer de garganta que lo aqueja, el ex presidente de Brasil buscará apoyarse en la fortaleza inmanente que trasmite la simple invocación del Lupín santacruceño al que describió como: “Un gran compañero por el que siento un profundo respeto porque consiguió sacar a la Argentina del agujero en el que estaba”.

Ese espíritu de lucha ante la adversidad que trasmitió Néstor y su ejemplo de sacrificio y militancia, su legado de convicciones inquebrantables y trascendentes, es el motor que moviliza y movilizará a una juventud profundamente comprometida y crecientemente organizada. En la unidad y la diversidad, las nuevas camadas que surgieron como una bocanada de aire fresco en el ágora nacional son, junto al pueblo trabajador, el baluarte principal de la defensa y sostenimiento de los avances logrados y el apoyo fundamental de la presidenta y líder insustituible en la búsqueda indeclinable de todo lo que queda por hacer.

Ahora, hagamos un poco de historia. El gobierno de Néstor, cómo no, fue la génesis, la primera etapa del kirchnerismo que se presentó como un mar casi desconocido y recién descubierto en el mapa del agitado, tormentoso e impredecible océano que resultó el devenir argentino. En pleno naufragio post 2001, irrumpió un hombre que parecía común y corriente, jodón y cercano como un buen amigo del barrio, pero que rápidamente comenzó a demostrar una voluntad política infrecuente. Dicho superficialmente, su gobierno estuvo signado por la recuperación y la reconstrucción de los niveles básicos de dignidad social. Pero, si se observa y analiza con detenimiento, sentó las bases de una nueva democracia. Puso de pie al Estado y levantó a una sociedad desahuciada y deprimida. Como un reflejo de la identificación inmediata que sintiera con aquel poema de Joaquín Areta, Quisiera que me recuerden, Kirchner marcó un rumbo, un camino, un proyecto de nación que, por primera vez en mucho tiempo, incluía a los humildes y a los olvidados, a los postergados y silenciados, a los incontables desesperanzados luego de décadas de barbarie neoliberal.

Con una lectura política clarividente, con la misma mirada incisiva de cóndor andino con la que incomodó al bombardero Bush cuando se enterró al ALCA en Mar del Plata, con la impronta de los irreverentes, el arrojo intempestivo de los rebeldes, la osadía de los contraculturales, con el desenfado de un destinado a conmover los cimientos de un orden que parecía incuestionable, Néstor Kirchner interpretó a fondo la realidad social de la Argentina agonizante de ese entonces.

Recogió los trozos dispersos de un cuerpo nacional atrofiado y los reanudo y entrelazo. Estableció los cimientos y construyó los primeros pisos de la estructura que el país pedía a gritos pero que la propia sociedad no estaba en condiciones objetivas de vislumbrar como si fuera un boxeador que no termina de levantarse después de un nockout terrible que casi lo deja en la lona para siempre.

Los seres humanos solemos valorar tardíamente las cosas buenas que nos pasan. Tenemos la manía de vivir atropelladamente, sin detenernos ni darnos la posibilidad de apreciar todo lo que vamos creando. A veces, estamos tan inmersos en el hoy que nos olvidamos desde dónde venimos y hacia dónde vamos. Recuerdo que durante el paro agropecuario del 2008, en el momento más complicado que le tocó vivir al kichnerismo como fuerza política gobernante, pensaba cuando estaba más cargado de bronca y escepticismo, en lo terrible que podía ser que tuviera que volver la derecha para que buena parte de nuestro pueblo y, sobre todo, de las clases medias urbanas, tomaran nota de todo lo que había cambiado nuestra patria desde el 25 de Mayo de 2003.

Tardé en comprender la magnitud de lo que había significado el gobierno de Néstor hasta que comprobé hasta donde estaban dispuestos a jugársela él y su compañera de toda la vida. Gracias a ese punto de inflexión que fue el conflicto por las retenciones agropecuarias, punto de arranque de esta segunda etapa que culmina, pude apreciar la importancia sustancial que tuvieron los cuatro años fundacionales que marcaron al gobierno de Néstor. Me reconcilié con mis propias circunstancias epocales y entendí a ese pibe que leía con devoción sobre las guerrillas de los ´70 mientras se quejaba de haber nacido en una época trágicamente despolitizada y en la que había que conformarse, cuánto mucho, con reformismos de cotillón. Pero no. Algo había cambiado y el eco de esa transformación crecía imparablemente en mi interior.

A partir de esa creciente toma de conciencia que me asaltó durante aquel comienzo de mandato tan dificultoso que le tocó enfrentar a Cristina, me reconcilié con las condiciones históricas que envuelven a mi juventud. Conocí algo que creía perdido y que solamente podía rescatar imaginariamente en la ensoñación cautivante y solitaria de alguna lectura o en alguna tertulia aislada entre amigos con los que compartíamos la afición por el pasado y el desencanto por el presente. Hasta que el kirchnerismo me hizo sentirme entrañablemente parte de esta época.

La nostalgia llegará cuando dentro de un tiempo me acuerde de todas las vivencias de esta divina juventud, de los aciertos y los errores, de los momentos tristes y jodidos, de los compañeros y los amigos, del amor por los desesperanzados y oprimidos sobre el que se sostiene toda militancia y de la emoción inexplicable que entraña compartir un ideal con tus propios viejos, más allá de las distancias generacionales.

Cuando vuelva la mirada sobre estos años, estoy seguro que me acompañará una certeza que aliviará cualquier amargura. Qué las convicciones bien valen la vida y que un hombre vive por lo que cree. Así me lo enseñó Néstor Kirchner, él hombre que le devolvió la dignidad al pueblo argentino.

*La versión original de este texto, enviado por su autor a la revista, fue publicado en el sitio web Orillasur.com

**Periodista.

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