Sostiene
Videla o cómo construir un relato-trampa
La lectura social que puede
hacerse de las entrevistas que los periodistas Ricardo Angoso para la revista Cambio
16, Ceferino Reato para el diario La
Nación y su libro Disposición final y Adolfo Ruiz para Revista
El Sur, realizaron al dictador Jorge Rafael Videla, constituye un relato
unipersonal a cuatro voces que intenta –con mayor o menor grado de
responsabilidad– falsear la verdad de la realidad.
Por Miguel Russo*
(para La Tecl@ Eñe)
Ilustración: León Ferrari
Hace unos meses, las declaraciones públicas de Jorge Rafael Videla se
propusieron como una trampa al grueso de la sociedad. Esa trampa echaba a rodar
dos preguntas y dos respuestas que se mordían la cola y, bajo la construcción
de un relato que tenga como supuesto fin rutilante “la verdad” o el no menos
“esperado” paso adelante, tendían a la inmovilización: 1) ¿Por qué habla
Videla? Porque hay quienes le preguntan. 2) ¿Por qué hay quienes le preguntan?
Porque Videla habla.
Construir un relato implica, de manera insoslayable, intercalar, a medida
que se propone, se realiza, se avanza y se concluye en su estructura, el
maridaje de dos propuestas. Una, la creación de un universo que dé cuenta y
explique lo que se quiere hacer notorio para lograr convencer a la sociedad. Otra,
la negación sistemática de lo que se propone desde otro relato establecido y
que se pretende desmontar para que se destruya ese “otro” convencimiento
social. Dicho esto, aquellas dos preguntas y dos respuestas pierden su sentido
primigenio de distintos sujetos en pugna para mostrar un mismo y único
objetivo: una realidad otra. “Realidad” en la que el que pregunta contesta y el
que contesta pregunta. Y es por eso que la lectura social que puede hacerse de
las entrevistas que los periodistas Ricardo Angoso para la revista Cambio 16, Ceferino Reato para el diario
La Nación y su libro Disposición final y Adolfo Ruiz para Revista El Sur realizaron al dictador Jorge Rafael Videla entre
agosto de 2010 y marzo de 2012 (pero que lograron difusión pública con pocas
semanas de diferencia) es, hoy, un relato unipersonal a cuatro voces que
intentan –con mayor o menor grado de responsabilidad– falsear, destruir, para
decirlo todo, la verdad de la realidad.
Para ello, los tres periodistas dan lugar (al mismo tiempo que inducen
mediante sus preguntas y estructuran mediante sus silencios) a la construcción
de la historia por boca del genocida. Una historia que falsea hechos y
circunstancias, atribuye culpas a ajenos y endilga necesidades a propios,
establece alianzas programáticas para mostrar una unidad social inquebrantable
a la hora de la toma de determinaciones fatales y disfraza de inevitabilidad y
de buenas intenciones la más brutal y sanguinaria de las dictaduras.
Esa historia parte de una caracterización equívoca de la realidad social en
el año 1973 (“Héctor Cámpora, que era un hombre de poco carácter,
manejable e incluso peligroso, en un momento en que el peronismo se estaba
redefiniendo y también radicalizando, se hace con el gobierno”, dice
Videla/Angoso/Reato/Ruiz, el relato,
de aquí en adelante, sin especificar cómo alguien puede ser, al mismo tiempo,
“de poco carácter” o “manejable” y “peligroso”), como si ese año fuera el
inicio de la Argentina
y no lo desencadenado por una serie de actos de décadas y décadas atrás. Parte,
también, de un criminal manejo de los términos al momento de definir a la
juventud (“los jóvenes no eran tan idealistas sino revolucionarios”, dice el relato, como si idealistas y
revolucionarios no fueran, ambos, como plantea una persona tan alejada del
marxismo como María Moliner, “poseedores de una idea que defienden
apasionadamente por creerlas buenas y a cuyo triunfo dedican sacrificios y
esfuerzos”). Y, sobre todo, parte de un supuesto desconocimiento inocente de la
realidad por parte de Perón, justamente causa y efecto de la historia nacional
que hizo de 1973 lo que fue 1973: “Perón no estaba en el país y, cuando tuvo
conocimiento de los hechos, parece que no le agradaron. Estos jóvenes no
actuaban de acuerdo con los principios que tenía Perón, que pasaban más por un
reencuentro, un acuerdo entre todos los argentinos para solucionar los
problemas, y tampoco estaban en la línea de su pensamiento”.
Al entrar por esa puerta, el relato toma el andarivel esperado
para destruir todo intento de comprender la realidad cuando afirma que, primero
López Rega y luego Isabelita, quisieron encausar el rumbo: “Bajo las órdenes y
el consentimiento de Perón, el ministro de Bienestar Social, José López Rega,
un hombre de confianza del presidente, se dedica a ejecutar las órdenes que le
da el viejo general y que no siempre se atienen a la legalidad. De esta manera,
se van dando los primeros pasos y pone orden en el país”; “Isabel era una buena
alumna de Perón, eso sí, ya que desde el punto de vista ideológico se situaba
en la extrema derecha del peronismo y el marxismo le provoca un rechazo total.
En un almuerzo con varios generales, una treintena si mal no recuerdo, llegó a
ser muy dura con el marxismo, en ese sentido no quedaban dudas de que la
dirección ideológica estaba encaminada, pero le faltaban fuerzas y
conocimientos para llevar a cabo el combate, la lucha, y poner orden”. La
palabra “orden” se repite una y otra vez en el
relato. Un orden que, insiste el
relato, “no era el de los jóvenes ‘idealistas’, sino el de normalizar el
país de una vez por todas tras los excesos cometidos”.
La construcción de esa “realidad
otra” avanza por el camino de la cohesión. Tanto de las Fuerzas Armadas sin exclusión de
ninguno de sus integrantes (como si no hubiera habido militares
detenidos-desaparecidos y ejecutados por sus propios compañeros de armas ante
la negativa a torturar o robar o asesinar civiles) como de los partidos
políticos detrás de las banderas del “aniquilamiento de quienes pensaran
distinto”. Una mentira que pretende desacreditar la certeza del término
“dictadura cívico-militar” bajo la bochornosa patraña del “fuimos todos”
perpetrada por otro gran paladín de “la verdad”, Juan Bautista “Tata” Yofre. “Coman
mierda, muchachos, millones de moscas no se pueden equivocar”, como alguna vez
ironizara una canción de Facundo Cabral. Dice el relato: “42 días antes del pronunciamiento militar del 24 de
marzo, se me acercó Balbín y me dijo ‘¿Van a dar el golpe o no?’, lo cual para
un jefe del ejército resultaba toda una invitación”.
Videla no trastabilla; Angoso,
Reato y Ruiz no repreguntan. El relato
se pone de pie y levanta los laureles de la victoria entre todos. Allí está la
venia y la connivencia de la
Iglesia , del empresariado, de la banca. Allí está el
espaldarazo internacional apostando por los adalides de “una patria libre” de
todo idealismo, de toda revolución.
Pero después aparece la verdad
incontrastable de las desapariciones, de las torturas, del robo sistemático de
bebés. Para eso también tiene respuesta el
relato. Se la dio servida en bandeja desde el prólogo del Nunca más la prosa de Ernesto Sabato y
Magdalena Ruiz Guiñazú, entre otros demócratas: la teoría de “aquí hubo una
guerra” y de “los dos demonios” sirve todavía para engañar a una sociedad sobre
la cual cayeron las también democráticas leyes de Obediencia Debida y Punto
Final. “Ahora somos juzgados solamente nosotros. Los testigos siempre cuentan a
partir del momento en que fueron detenidos, o cuando cruzaron el umbral de la
prisión. Por eso la historia se ve desde esa perspectiva, porque si no
conocemos la existencia de la guerra, no notamos la agresión preexistente que,
mediante el terror, buscaba generar un cambio del sistema. Fue la sociedad
argentina la que reaccionó contra ese terror, y dijo: ‘No tenemos justicia pero
tenemos a los militares’”.
Todo relato, producto humano al
fin, puede tener fisuras. Por esos intersticios se ven las hilachas de ciertas
defecciones humanas. Ocurre que cuando ese relato es este relato, el relato, estructurado para levantar un
velo que cubra lo atroz, las grietas son tan brutales como la historia que
quieren construir. Uno de esos constructores (no importa cuál, en el relato uno es todos) cita a Marx para
respaldar su decisión, quizás sin comprender que ese salvavidas es su ancla: “Los
hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio sino
bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y
les han sido legadas por el pasado”. Por eso, tal vez, concluye con una clara
demostración de los motivos que llevaron a Videla –y, en ese modoso y católico
viejito de la foto sentado a una cama con un crucifijo como banderín en la
cabecera, a sí mismo y a los otros– a dar rienda suelta a la trampa: “Videla y
otros militares acusados o condenados por violaciones a los derechos humanos
confiaban en el triunfo de Eduardo Duhalde en las elecciones presidenciales del
año pasado, de quien esperaban una suerte de amnistía. A los 86 años y frente a
cuatro años más, por lo menos, de gobierno kirchnerista, Videla parece pensar
que ya no tiene sentido mantener el silencio que se había autoimpuesto”.
*Periodista y escritor
Una historia tramposa, que ni siquiera merece ser leida, por un falso periodista, Reato, que solo tiene como objetivo adecentar un poco la figura del mas grande criminal que ha conocido nuestro país y eso que hemos tenido unos cuantos...
ResponderEliminarNo me parece nada justo el análisis que hace usted, Miguel Russo, al equiparar las entrevistas de Angoso y Reato, con la que le hice yo a Videla en Córdoba. No es cierto que no repregunté, basta releer la entrevista. Le invito a repasarla con un poco más de detalle antes de formular aseveraciones a mi entender erradas, juicios carentes de fundamento, y mucho menos equiparaciones por demás odiosas. Y dado que evidentemente su inteligencia pareciera permitírselo de sobra, intente determinar dónde están los aportes de las declaraciones que logré sacarle a Videla en la cárcel de Bouwer, y en qué se diferencia mi postura periodística de aquélla que sostuvieron los otros entrevistadores.
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