30 agosto 2012

Política, Historia y Sociedad/Retablo o cambalache: Eva Perón, Viñas y el enchastre/Por Daniel Freidembreg


Retablo o cambalache: Eva Perón, Viñas y el enchastre.

Burocracia genuflexa y conspiradora por un lado, y por el otro muchedumbre arrodillada: ¿ese retablo es el peronismo? ¿No hay nada más? ¿Nada afuera o en el medio de los dos espacios, o en los dos a la vez? ¿No hay algo en la fe de aquellas mujeres arrodilladas que tenga que ver con las acciones muy concretas y materiales de la otra mujer, Eva, la que yace adentro, cerca ya de la muerte? ¿No vale la pena tener en cuenta, para completar la escena, esas acciones? ¿Qué tienen que ver esas acciones con la obsecuencia de los cortesanos? Pensar en todo ello en los días en que se recordaron los 60 años de la muerte de Eva Perón, junto a esta frase suya: “Los pueblos de la tierra no sólo deben elegir al hombre que los conduzca: deben saber cuidarlo de los enemigos que tienen en las antesalas de todos los gobiernos.”


Por Daniel Freidemberg*
(para La Tecl@ Eñe)


Decenas de veces contó David Viñas la anécdota: tenía 23 años y, como fiscal por la UCR, fue uno de los que acompañaron la urna en que Eva Perón votó, en las elecciones del 51, ya en su lecho de enferma. El par de cuadros que siempre salta a primer plano en el relato muestra, por un lado, el interior del policlínico, y en él, como protagonistas, “todos los alcahuetes del peronismo, todos los ministros cuchicheando, como si fuera un friso de una película de Eisestein”, y por el otro, “a los costados del camino, las manos de las mujeres que estaban ahí, arrodilladas con pañuelos, como las Madres de Plaza de Mayo, querían tocar la urna”. ¿El adentro y el afuera del peronismo, tal vez? Siempre eficaz y astuto en su técnica narrativa, Viñas hace entonces la síntesis, y al sintetizar cristaliza: “Ahí cierra la película, corte. Estaban los dos planos: la gran burocracia infernal, alcahuetona, y la gente que creía, como en una novela de Tolstoi.” Parecería dibujarse ahí todo el peronismo, en dos cuadros inconciliables, plenos, y vistos no solamente como se dieron, en la material y mixturada realidad de un país llamado Argentina, sino también, y quizá sobre todo, desde la óptica de “la cultura”, para más datos la cultura rusa: el creyente e ingenuo pueblo miserable del evangélico Tolstoi, aferrado a su devoción, y el cuchicheo ministerial que remite a Eisenstein, seguramente a la troupe de boyardos y cortesanos que en contrastado blanco y negro rodean a Iván el Terrible. Dos bloques compactos y Evita en uno de ellos, no en los dos, salvo que se considerara su presencia espiritual en la masa impersonal de mujeres con pañuelos y arrodilladas, sumisas, pero vaya a saber si las presencias espirituales en los corazones de la masa crédula tienen importancia para un ángulo de abordaje tan ilustrado. Al fin y al cabo, el joven Viñas tenía muy claro a qué había ido: “la idea de ver de cerca a los alcahuetes del peronismo me tentaba”, dijo, unas cuantas décadas después, y eso es lo que vio. Era una apuesta que no podía fallar. La otra imagen, la que no había ido a buscar y encontró, es casi un complemento: más que contraponerse a la escena central la completa, en su relato, y hasta la refuerza. Para que unos medren, sería tal vez la moraleja, hace falta que haya del otro lado, del de los que sostienen, una devoción.
Burocracia genuflexa y conspiradora por un lado y por el otro, muchedumbre arrodillada: ¿ese retablo es el peronismo? ¿No hay nada más? ¿Nada afuera o en el medio de los dos espacios, o en los dos a la vez? ¿No hay algo en la fe de las mujeres arrodilladas que tenga que ver con las acciones muy concretas y materiales de la otra mujer, la que yace adentro, cerca ya de la muerte? ¿No vale la pena tener en cuenta, para completar la escena, esas acciones? ¿Qué tienen que ver esas acciones con la obsecuencia de los cortesanos? En todo esto pensé al encontrarme, en los días en que se recordaron los 60 años de la muerte de Eva Perón, con esta frase suya: “Los pueblos de la tierra no sólo deben elegir al hombre que los conduzca: deben saber cuidarlo de los enemigos que tienen en las antesalas de todos los gobiernos.” No sé si Viñas tomó nota en alguno de sus escritos o en sus charlas de hasta qué punto Evita era consciente de esa presencia viscosa, la de los pobladores de antesalas. Y no fue la única, dentro del peronismo: Jauretche, el padre Benítez y hasta el propio Perón dejaron por escrito constancia de que estaba muy lejos de escapárseles el dato o de resultarles poco digno de cuidado. Pero Evita además detestó visceralmente a los ejemplares de esa fauna, los combatió y cuando pudo los humilló, hasta públicamente, como en aquella anécdota, contada por Benítez, en que ella dice que se le perdió una perla para después reírse de los tres ministros que afanosos se ponen a buscarla en cuatro patas.
“Ella bramaba contra los burócratas, contra los obsecuentes”, contaba Benítez, y podía hacerlo porque los veía actuar a diario, lo que no le impidió formar parte especialmente activa del movimiento político transformador al que los cortesanos se adosaron. Que hubiera obsecuentes y cortesanos no fue para ella un impedimento para, desde ahí, llevar a cabo la tarea que se propuso, seguramente intuyendo que no hay movimiento transformador sin cortesanos y obsecuentes, al menos si es desde el poder político que se llevan a cabo las transformaciones. Y ahí, desde ese terreno impuro, contaminado y desconfiable, es que decide Eva Perón dar su batalla: asume que es un campo de conflictos y ahí va, en vez de limitarse a juzgarlo desde la pureza moral. ¿No es esa una disyuntiva a la que siempre tienen que enfrentarse quienes pretenden cambiar las cosas, pero cambiarlas real y efectivamente, no en el campo de las intenciones, las ideas o las palabras? A algo de eso hacía de algún modo referencia Julián Bruschstein, en una nota de Página 12, el 28 de julio: “Su permanente referencia al liderazgo de Perón no es la concesión de una mujer a su pareja, sino la que hace el individuo a un proyecto colectivo. Esa suele ser una de las diferencias entre lo testimonial y vanguardista con la acción militante que transforma la realidad: hay un reconocimiento de la fuerza que es necesario construir para generar esos cambios y la construcción de esa fuerza exige concesiones mutuas para sumar.” Así tal vez tengan más sentido el “mejor que decir es hacer” y “la única verdad es la realidad”: había mucho que hacer, para los propósitos de Evita, y había, por lo tanto, para hacer, que convivir con lo despreciable.
No me interesa hacer de Viñas el prototipo del intelectual moralista que piensa abstracta o estéticamente la revolución desde un escritorio o una mesa de café, sino marcar eso que a su mirada se le escapó, al menos en el famoso retablo del adentro y el afuera de la clínica. Eso, trato de pensar, es la política, cuando, más que pensamiento, y sin dejar de ser pensamiento, es acción transformadora, cambio en las condiciones concretas de vida de un pueblo y en las relaciones de poder. En la Argentina de los años 50, en la Cuba de Fidel Castro, en la Venezuela de Hugo Chávez o en la Argentina de 2012, tan incierta. Ni la prescindencia del que no tolera la cercanía de presencias indeseables o sospechosas ni su aceptación cínica: asumir el conflicto, como una parte más, imprescindible, de una lucha más amplia: ¿habría acaso, si no fuera ahí mismo, en la vidriera irrespetuosa de los cambalaches, posibilidad de hacer algo? Me habría gustado hablar con Viñas de la idea de “enchastre”, el “enchastrarse”: no le habría disgustado, supongo, conociendo su estética y su pensamiento, si es que no la usó alguna vez, o varias. Y, en caso de animarme, hacerle además notar que su talento de escritor puede haberle jugado una trampa (¿o no fue una trampa?), en ese tramo en que, más con compasión que comprensión, describe a las mujeres agolpadas para tocar ese talismán o esa reliquia, la urna: estaban arrodilladas, dice, pero también dice que usaban pañuelos, “como las Madres de Plaza de Mayo”. Dejo a la imaginación del lector y a su capacidad de elaboración intelectual todo el trabajo que puede hacer con la poderosa andanada de significaciones que semejante comparación desata.


*Poeta. Crítico Cultural


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