30 agosto 2012

Política y Literatura/Eva Perón y la literatura argentina. Los años 60/Por Eduardo Jozami


Eva Perón y la literatura argentina. Los años 60.**


Borges aludiendo al sesgo teatral del peronismo visto como pesadilla; David Viñas incluyendo la figura de una prostituta para poner de relieve las reservas de dignidad que pueden alojarse en la situación más degradada, y en obvio reflejo de adhesión de los grupos más marginales hacia Evita; Juan José Sebreli enfatizando el carácter bastardo de Eva Perón  inspirado en el San Genet de Sartre; Rodolfo Walsh, el cuento “Esa Mujer” y la manifestación de la relación de Walsh con el peronismo: apasionada con Evita, reconocimiento menos entusiasta, a veces crítico, del rol necesario de Perón. Todos estos tópicos son los que Eduardo Jozami rastrea en este texto donde analiza la relación de la literatura argentina con la figura de Eva Perón.


Por Eduardo Jozami*

(versión especial para la Tecla Eñe)


En los años 60, el peronismo comienza a ganar simpatías e influencia entre los  intelectuales, mientras la literatura de ficción se aleja de un modo de narrar que ataba el relato a una relación más estrecha con la realidad. Se fortalece una tendencia a autonomizar el texto, a despreocuparse de que pueda considerarse verdadero, a verlo sólo como ficción.[1]

Esta manera de entender la literatura no será novedosa en Borges con quien habrá que comenzar. Decididamente a contramano de la reconsideración del peronismo que se advierte en muchos escritores, publica  El Simulacro, cuento  incluido en El hacedor, un libro de  ensayos de 1960.[2] En un pueblo del Chaco, un hombre enlutado arma un altar que exhibe una muñeca rubia y se para a recibir el pésame de los muchos vecinos entristecidos, atónitos o desesperados que se acercan.  El autor se pregunta respecto a lo que califica como “una fúnebre farsa” en la que encuentra “la cifra de una época irreal”.  El hombre no es Perón, la mujer no es Eva -dice Borges- pero Perón tampoco era Perón ni Eva era Eva, sino “desconocidos cuyo rostro ignoramos que figuraron para el crédulo  amor de los arrabales, una crasa mitología”.

En los trabajos anteriores de Borges se alude al sesgo teatral del peronismo, visto como sueño o mejor dicho como pesadilla, pero nunca ha sido tan categórico en la afirmación de su irrealidad. Se imponen dos obvias conclusiones. Borges admite la omnipresencia del homenaje popular a Eva Perón, “ocurrió, acaso no una vez sino muchas” y reconoce que la muerta cuyo cadáver ha sido  sustraído cinco años atrás y el peronismo mismo se han  convertido en mitos. Para quien creyó, como tantos, en la desaparición en cuanto llegara al llano de un movimiento formado al calor del poder, señalar esta proyección mítica es  un modo de reconocer que el peronismo está ganando la partida.

La señora muerta, el cuento de David Viñas incluido en Las malas costumbres[3] provocó en su momento la reacción airada de quienes como Ernesto Goldar lo acusaban de ofrecer una visión prostibularia de Eva Perón[4]. El cuento transcurre durante el velatorio de Evita. En la tediosa espera en la cola que tiene muchas cuadras, una mujer se impacienta mientras un hombre de clase media intenta trabajosamente establecer relación con ella. Finalmente se van juntos: por la actitud de la mujer podría dudarse de que ejerza la prostitución, pero un diálogo (¿cuánto querés, dame lo que quieras?) así lo indica. Cuando el hombre, cansado de recorrer con el taxi tantos hoteles cerrados por el duelo, protesta: “es demasiado por la yegua esa”, la mujer reacciona: “eso sí que no se lo voy a permitir” y baja del auto.

La crítica de Goldar desde un peronismo que se siente ultrajado me parece injusta. En verdad quien es cuestionado en el cuento (como en varios otros incluidos en el mismo libro) es el hombre de clase media que, en este caso, sólo piensa en levantarse a esa mujer, indiferente al dolor popular que lo rodea, contrastando con la actitud de ella. Tampoco es pertinente preguntarse porque Viñas no puso en lugar de ella a un obrero metalúrgico o una militante de la rama femenina. La inclusión de una prostituta tiene más de un sentido, puede entenderse como rechazo a esa beatería del peronismo oficial que siempre el autor condenó, también  muestra las reservas de dignidad que pueden alojarse en la situación más degradada y es obvio que refleja la adhesión de los grupos más marginales hacia Evita, seguramente no menos fervorosa que la de los trabajadores.

Otro trabajo de Viñas, Las catorce nuevas hipótesis sobre Eva Perón, publicadas en Marcha de Montevideo en 1965, provocarán la reacción airada de un grupo de militantes peronistas. Rubén Arbo y Blanco, Leopoldo Barraza, Daniel Eifel y Osvaldo Lamborghini, acusan a Viñas de insistir en los manoseados chismes de Barrio Norte y de confundir su frustración personal con el resentimiento histórico de Evita que es el de los trabajadores. [5]

El texto de Viñas resalta la figura de Evita quien habría enseñado a Perón el lenguaje popular, por ello, los críticos lo acusarán de querer divorciar al peronismo de su líder para transformarlo en oposición de su Majestad. David contrapone a las masas, que por momentos exhiben su potencialidad revolucionaria, desconocen lo sacro, lo desbaratan dice  Viñas, con la burocracia partidaria que suprime toda oposición y reemplaza el desgarro del bombo y el descamisado por la beatería homogénea. A esa contraposición responden las dos imágenes de Evita, la palatina, idealista, modelo inalcanzable, y la popular. A ella apuesta Viñas, considerando posible una potenciación de los componentes revolucionarios del peronismo.

Pero no hay en Viñas una definición de Evita como el ala plebeya, popular o revolucionaria del peronismo como hará más tarde Sebreli. Aunque hacia esa faceta de Evita se orientan sus simpatías, otorga un peso demasiado importante a las ataduras de ella con la actitud beata y la liturgia del peronismo. No contrapone a Evita con Perón, lo que no me parece un desacierto, pero no atina a vislumbrar una perspectiva de salida de la contradicción que señala en el peronismo. El texto no conformaría a la izquierda tradicional –Viñas acusa su sectarismo que la alejó de los procesos populares- pero tampoco puede llegar a la izquierda peronista. Casi diez años después del número de Contorno sobre el peronismo, no se ha avanzado mucho respecto de ese eclecticismo que afirmaba, “esto del peronismo sí, esto del peronismo no”.[6]     

Los críticos de las 14 hipótesis terminan su ataque con el señalamiento que más debe haber dolido a su autor, “como escritor, porqué no actúa como Rodolfo Walsh.” Este era amigo de David y en esos años mantenía una fuerte relación política con los hermanos Viñas. Toda la crítica de los cuatro periodistas peronistas, que ellos denominan Ocho comprobaciones, manifiesta un propósito descalificatorio que llega a explicar el  supuesto odio de Viñas contra la sociedad “porque la mucama de papá se negó a satisfacer las aspiraciones del adolescente”. Este alegato en defensa de la ortodoxia peronista que niega la posibilidad de disentir sobre un fenómeno tan complejo como el de Evita contrasta con la audacia y la decisión transgresora que algunos años después animará la obra literaria de uno de los críticos, Osvaldo Lamborghini, el autor de El Fiord.

Viñas había anunciado que iba a publicar un libro sobre Eva Perón y  manifiesta en las 14 hipótesis que formará un grupo para estudiar el contexto social de la época. Ni una ni otra cosa ocurrieron. El violento cuestionamiento habría paralizado a Viñas, pero para explicar porque no retomó años después el proyecto deberíamos pensar en una dificultad más íntima, la misma que se expresa en las tensiones que atraviesan el texto de las 14 hipótesis y las que se advierten en la relación de Viñas con el peronismo desde los tiempos de Contorno.

El libro de Juan José Sebreli, Eva Perón ¿aventurera o militante? [7]muestra muchas afinidades con el pensamiento de Viñas, lo que no resulta difícil de explicar no sólo por la participación de ambos en Contorno sino por la notable impronta sarteana del texto de Sebreli, dedicado a Simone de Beauvoir. La pareja entre los dos intelectuales franceses juega como modelo en la relación que el autor postula entre Perón y Eva, criticando a Viñas cuya posición llevaría a que Eva se separase del líder justicialista.

Sebreli enfatiza el carácter bastardo de Eva Perón  inspirado en el San Genet de Sartre: Eva pertenece a esos espíritus que siguen aferrados a los dolores de la infancia, que no olvidan las humillaciones que viven los hijos ilegales. Por otra parte, la bastardía permite ver al desnudo lo que los demás tratan de ocultarse. Pero en un texto muy influido por el marxismo, Sebreli renuncia a cualquier explicación de la actuación de Eva que prescinda del contexto histórico y social que la produjo. Si la infancia desgraciada lleva al resentimiento, Evita ha dado un paso más hasta convertirse en rebelde. La identificación entre Eva y el Che, la mención conjunta de ambos cadáveres insepultos no deja dudas sobre la definición de Sebreli. Si la muerte de Eva coincide históricamente con la derrota del ala plebeya del peronismo, ahora es necesario rehabilitar esa imagen plebeya para enfrentar a la burocracia desarrollista del movimiento. 

En el tránsito de la actriz a la señora y de ésta a la compañera Evita, la opción entre aventurera y militante se define claramente por el segundo término, pero, tal como Sartre reclamaba de los militantes, la Eva de Sebreli no puede concebirse sin alguna perduración del espíritu aventurero. Este evitismo de Sebreli, que resulta difícil comprender si partimos de su acendrado antiperonismo de hoy, se manifestó desde la segunda mitad de los años ’50, (el número de Contorno sobre el peronismo) hasta los ’70. A partir del retorno a la democracia, se autocriticará violentamente por haber confundido los métodos jacobinos y plebeyos de Eva con una izquierdización del peronismo y afirmará que, paradójicamente, el ala aparentemente más revolucionaria del peronismo es la más fascista.[8]  

En su momento, a mediados de los ’60, el señalamiento de la condición de bastarda, como una carácterística central para comprender el perfil político de Eva, provocó cierto escándalo en un peronismo en el que aún tenía mucha fuerza una historia acartonada que eludía, precisamente, los aspectos más conflictivos e interesantes de la vida de Evita. Como dato para calibrar como ha evolucionado la sociedad argentina y el propio peronismo, es interesante señalar que se está representando con éxito en Buenos Aires una obra de Cristina Escofet, llamada Bastarda sin nombre que ha sido también presentada en la Casa Rosada.[9]

Esa mujer, fue escrito en dos días, uno de 1961 y otro de 1964.[10] En ese lapso, Rodolfo Walsh no sólo debe haberse preguntado sobre su postura ante el peronismo sino que quizás haya dudado en adoptar la forma de cuento. Walsh establecía una rígida separación entre sus textos testimoniales y periodísticos, dirigidos a investigar una verdad según el modelo de la verdad judicial, y los textos de ficción. Ricardo Piglia ha señalado que, para Walsh, el uso político de la literatura exige prescindir de la ficción. Esa mujer relata una entrevista sostenida por el propio Walsh con el coronel que tiene a su cargo el secuestrado cuerpo de Evita. El entrevistador pretende averiguar el paradero de los restos, ofreciendo al coronel unos documentos que le interesan, además de fama y una suma de dinero.

Al no lograr su propósito de obtener el dato, se cierra la posibilidad de publicar una nota periodística y allí nacerá el cuento. Aunque Walsh haya subestimado la importancia política de sus cuentos, en una entrevista de 1972, en la que reniega de sus textos de ficción, de modo tan despiadado como injusto, es innegable que Esa Mujer es uno de sus textos que ha tenido una incidencia política más perdurable. Otra entrevista similar con Perón, en 1968, de la que Walsh elaboró seis versiones que tienen que ver con su cambiante mirada sobre el líder peronista en la coyuntura 1968-1973, nunca será publicada.[11] La relación de ambos textos define el peronismo de Walsh: apasionada relación con Evita (“Si la encuentro –leemos al comienzo del cuento- frescas, altas olas de cólera, miedo y frustrado amor se alzarán”)-  reconocimiento menos entusiasta, a veces crítico, del rol necesario de Perón.

El narrador elude pronunciar el nombre de Evita quizás porque esa ausencia aluda como metáfora a otra ausencia, la del mismo cuerpo, pero también porque sabe que ese el modo más intenso de marcar su presencia; cuando todos sabemos de quien se habla y no se la nombra, la tensión puede resultar insoportable para el lector.

Esa mujer, elegido como el mejor cuento argentino en una encuesta entre escritores y críticos, es el más perdurable de los textos que hoy hemos comentado y ha marcado de modo notable la literatura y la mirada de la militancia posterior a partir de su publicación. El retrato del coronel, atormentado y posesivo, su relación amor-odio con el cuerpo de Eva –que expresa  en buena medida la sensibilidad predominante de la oligarquía- la compleja relación del personaje con la sexualidad de Evita, (parecía una virgen afirma luego de abrir el cajón y verla desnuda, más tarde atribuirá al médico embalsamador el deseo de manosear ese cuerpo ante el que se rinde fascinado).

El compromiso de Walsh que afirma “ella no significa nada para mí” y acto seguido dice que con ella ya no se sentirá más sólo, es paradigmático de la evolución de los intelectuales de su generación, aquellos que “vivían el peronismo como un drama personal”. Los tres años que demoró la prosecución del cuento –tiempo de reflexión en el que no publicó nada ni militó en política- culminaron con un breve relato que constituye uno de sus grandes legados políticos. Esfuerzo de síntesis de una inteligencia que jugaba con las palabras como mecanismo de relojería pero que sabía abandonarse a la inspiración de las causas nobles y del sentir popular. Culminar este texto con la referencia a este clásico de la literatura argentina es también compartir el homenaje que rinde su autor a la mujer que dejó en  la historia argentina la marca de su entrega y su compromiso con los humildes y la justicia social.   



**Una versión parcial de este trabajo fue leída en el acto de homenaje a Eva Perón, realizado el 24 de julio pasado, en el Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti




[1] Andrés Avellaneda: “Cuerpo y cadáver de la literatura.”, en Marysa Navarro, compiladora, Evita, mitos y representaciones, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica 2002, pág. 121.
[2] Jorge Luis Borges, Obras Completas, Tomo II, Buenos Aires, Emecé
[3] David Viñas, Las Malas Costumbres, Buenos Aires
[4] Ernesto Goldar, El peronismo en la literatura argentina, Buenos Aires, Freeland 1971, pág. 69.
[5] El trabajo de Viñas se publica el 23 de julio de 1965. Dos semanas después, en la edición del 6 de agosto, aparece la carta de sus cuestionadotes.
[6] “Editorial”, Contorno, N° 7-8, Buenos Aires, julio de 1956.
[7] Publicado en 1966 por Editorial La pléyade. Hau una segunda edición ampliada de 1971.
[8] Juan José Sebreli, Las señales de la memoria. Diálogos con Orfilia Poleman,  Buenos Aires, Sudamericana 1987, pág. 221
[9]El enfoque de Sebreli sobre la bastardía fue cuestionado en un trabajo publicado en la revista La Rosa Blindada en el mismo año de edición del libro. Los autores, Enrique Eusebio (Carlos Olmedo) y Abel Ramírez (Oscar Terán) polemizan con Sebreli, pero el propósito es a través suyo discutir con Sartre En esa década, este ha publicado la Crítica de la razón dialéctica, afirmando que el marxismo es el “horizonte de nuestra época”, pero para los críticos su asimilación de la doctrina de Marx resulta aún insuficiente. En consecuencia, cuestionan la idea sartriana sobre el aventurero que informa el libro de Sebreli. En particular, les resulta imposible aceptar que el dilema aventurero o militante no pueda resolverse completamente, porque  todo militante –dice Sastre- debe guardar también algo de aventurero. La extensa cita que nos aleja de nuestro tema central vale para ilustrar el movimiento de ideas de los años 60 y por un aspecto que no deja de ser curioso. Los jóvenes críticos no tardarán en incorporarse a una organización revolucionaria que promueve la lucha armada, sin embargo no encontraban ni un resto de aventura en esa decisión. Hasta tal punto muchos creían entonces que había un pensamiento científico que guiaba los pasos de la revolución. Carlos Olmedo, intelectual brillante, ingresó luego al peronismo y murió asesinado por el Ejército en Córdoba en 1971. Oscar Terán, durante y después de su exilio en México, desarrolló una importante obra sobre historia de las ideas hasta su muerte en 2008.  


[10] Fue publicado inicialmente en Crónicas del Pasado, compilación de cuentos de diversos autores editada por Jorge Álvarez. En el mismo año, fue incluido en Los oficios terrestres, primer libro de cuentos de Walsh, editado por la misma editorial.
[11] Una versión del cuento titulado Ese Hombre, puede leerse en Ese Hombre y otros papeles personales, diario de Walsh, compilado por Daniel Link, Buenos Aires, Seix Barral 1996.  


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