Eva Perón y la literatura argentina. Los años 60.**
Borges aludiendo al sesgo teatral del peronismo visto como pesadilla;
David Viñas incluyendo la figura de una prostituta para poner de relieve las
reservas de dignidad que pueden alojarse en la situación más degradada, y en
obvio reflejo de adhesión de los grupos más marginales hacia Evita; Juan José
Sebreli enfatizando el carácter bastardo de Eva Perón inspirado en el San Genet de Sartre; Rodolfo
Walsh, el cuento “Esa Mujer” y la
manifestación de la relación de Walsh con el peronismo: apasionada con Evita,
reconocimiento menos entusiasta, a veces crítico, del rol necesario de Perón.
Todos estos tópicos son los que Eduardo Jozami rastrea en este texto donde
analiza la relación de la literatura argentina con la figura de Eva Perón.
Por Eduardo Jozami*
(versión especial para la Tecla Eñe)
En los años 60, el peronismo
comienza a ganar simpatías e influencia entre los intelectuales, mientras la literatura de
ficción se aleja de un modo de narrar que ataba el relato a una relación más
estrecha con la realidad. Se fortalece una tendencia a autonomizar el texto, a
despreocuparse de que pueda considerarse verdadero, a verlo sólo como ficción.[1]
Esta manera de entender la
literatura no será novedosa en Borges con quien habrá que comenzar.
Decididamente a contramano de la reconsideración del peronismo que se advierte
en muchos escritores, publica El Simulacro, cuento incluido en El hacedor, un libro de
ensayos de 1960.[2] En
un pueblo del Chaco, un hombre enlutado arma un altar que exhibe una muñeca
rubia y se para a recibir el pésame de los muchos vecinos entristecidos,
atónitos o desesperados que se acercan. El
autor se pregunta respecto a lo que califica como “una fúnebre farsa” en la que
encuentra “la cifra de una época irreal”.
El hombre no es Perón, la mujer no es Eva -dice Borges- pero Perón
tampoco era Perón ni Eva era Eva, sino “desconocidos cuyo rostro ignoramos que
figuraron para el crédulo amor de los
arrabales, una crasa mitología”.
En los trabajos anteriores de
Borges se alude al sesgo teatral del peronismo, visto como sueño o mejor dicho
como pesadilla, pero nunca ha sido tan categórico en la afirmación de su
irrealidad. Se imponen dos obvias conclusiones. Borges admite la omnipresencia
del homenaje popular a Eva Perón, “ocurrió, acaso no una vez sino muchas” y
reconoce que la muerta cuyo cadáver ha sido
sustraído cinco años atrás y el peronismo mismo se han convertido en mitos. Para quien creyó, como
tantos, en la desaparición en cuanto llegara al llano de un movimiento formado
al calor del poder, señalar esta proyección mítica es un modo de reconocer que el peronismo está
ganando la partida.

La crítica de Goldar desde un
peronismo que se siente ultrajado me parece injusta. En verdad quien es
cuestionado en el cuento (como en varios otros incluidos en el mismo libro) es
el hombre de clase media que, en este caso, sólo piensa en levantarse a esa mujer, indiferente al dolor popular
que lo rodea, contrastando con la actitud de ella. Tampoco es pertinente
preguntarse porque Viñas no puso en lugar de ella a un obrero metalúrgico o una
militante de la rama femenina. La inclusión de una prostituta tiene más de un
sentido, puede entenderse como rechazo a esa beatería del peronismo oficial que
siempre el autor condenó, también
muestra las reservas de dignidad que pueden alojarse en la situación más
degradada y es obvio que refleja la adhesión de los grupos más marginales hacia
Evita, seguramente no menos fervorosa que la de los trabajadores.
Otro trabajo de Viñas, Las catorce nuevas hipótesis sobre Eva Perón,
publicadas en Marcha de Montevideo
en 1965, provocarán la reacción airada de un grupo de militantes peronistas.
Rubén Arbo y Blanco, Leopoldo Barraza, Daniel Eifel y Osvaldo Lamborghini,
acusan a Viñas de insistir en los manoseados chismes de Barrio Norte y de
confundir su frustración personal con el resentimiento histórico de Evita que
es el de los trabajadores. [5]
El texto de Viñas resalta la
figura de Evita quien habría enseñado a Perón el lenguaje popular, por ello,
los críticos lo acusarán de querer divorciar al peronismo de su líder para
transformarlo en oposición de su Majestad. David contrapone a las masas, que
por momentos exhiben su potencialidad revolucionaria, desconocen lo sacro, lo
desbaratan dice Viñas, con la burocracia
partidaria que suprime toda oposición y reemplaza el desgarro del bombo y el
descamisado por la beatería homogénea. A esa contraposición responden las dos
imágenes de Evita, la palatina, idealista, modelo inalcanzable, y la popular. A
ella apuesta Viñas, considerando posible una potenciación de los componentes
revolucionarios del peronismo.
Pero no hay en Viñas una
definición de Evita como el ala plebeya, popular o revolucionaria del peronismo
como hará más tarde Sebreli. Aunque hacia esa faceta de Evita se orientan sus
simpatías, otorga un peso demasiado importante a las ataduras de ella con la
actitud beata y la liturgia del peronismo. No contrapone a Evita con Perón, lo
que no me parece un desacierto, pero no atina a vislumbrar una perspectiva de
salida de la contradicción que señala en el peronismo. El texto no conformaría
a la izquierda tradicional –Viñas acusa su sectarismo que la alejó de los
procesos populares- pero tampoco puede llegar a la izquierda peronista. Casi
diez años después del número de Contorno
sobre el peronismo, no se ha avanzado mucho respecto de ese eclecticismo
que afirmaba, “esto del peronismo sí, esto del peronismo no”.[6]
Los críticos de las 14 hipótesis
terminan su ataque con el señalamiento que más debe haber dolido a su autor,
“como escritor, porqué no actúa como Rodolfo Walsh.” Este era amigo de David y
en esos años mantenía una fuerte relación política con los hermanos Viñas. Toda
la crítica de los cuatro periodistas peronistas, que ellos denominan Ocho comprobaciones, manifiesta un
propósito descalificatorio que llega a explicar el supuesto odio de Viñas contra la sociedad
“porque la mucama de papá se negó a satisfacer las aspiraciones del
adolescente”. Este alegato en defensa de la ortodoxia peronista que niega la
posibilidad de disentir sobre un fenómeno tan complejo como el de Evita
contrasta con la audacia y la decisión transgresora que algunos años después
animará la obra literaria de uno de los críticos, Osvaldo Lamborghini, el autor
de El Fiord.
Viñas había anunciado que iba a
publicar un libro sobre Eva Perón y
manifiesta en las 14 hipótesis que
formará un grupo para estudiar el contexto social de la época. Ni una ni otra
cosa ocurrieron. El violento cuestionamiento habría paralizado a Viñas, pero
para explicar porque no retomó años después el proyecto deberíamos pensar en
una dificultad más íntima, la misma que se expresa en las tensiones que
atraviesan el texto de las 14 hipótesis y las que se advierten en la relación
de Viñas con el peronismo desde los tiempos de Contorno.
El libro de Juan José Sebreli, Eva Perón ¿aventurera o militante? [7]muestra
muchas afinidades con el pensamiento de Viñas, lo que no resulta difícil de
explicar no sólo por la participación de ambos en Contorno sino por la notable impronta sarteana del texto de
Sebreli, dedicado a Simone de Beauvoir. La pareja entre los dos intelectuales
franceses juega como modelo en la relación que el autor postula entre Perón y
Eva, criticando a Viñas cuya posición llevaría a que Eva se separase del líder
justicialista.
Sebreli enfatiza el carácter
bastardo de Eva Perón inspirado en el San Genet de Sartre: Eva pertenece a
esos espíritus que siguen aferrados a los dolores de la infancia, que no
olvidan las humillaciones que viven los hijos ilegales. Por otra parte, la
bastardía permite ver al desnudo lo que los demás tratan de ocultarse. Pero en
un texto muy influido por el marxismo, Sebreli renuncia a cualquier explicación
de la actuación de Eva que prescinda del contexto histórico y social que la
produjo. Si la infancia desgraciada lleva al resentimiento, Evita ha dado un
paso más hasta convertirse en rebelde. La identificación entre Eva y el Che, la
mención conjunta de ambos cadáveres insepultos no deja dudas sobre la
definición de Sebreli. Si la muerte de Eva coincide históricamente con la
derrota del ala plebeya del peronismo, ahora es necesario rehabilitar esa
imagen plebeya para enfrentar a la burocracia desarrollista del movimiento.
En el tránsito de la actriz a la
señora y de ésta a la compañera Evita, la opción entre aventurera y militante
se define claramente por el segundo término, pero, tal como Sartre reclamaba de
los militantes, la Eva
de Sebreli no puede concebirse sin alguna perduración del espíritu aventurero.
Este evitismo de Sebreli, que resulta difícil comprender si partimos de su
acendrado antiperonismo de hoy, se manifestó desde la segunda mitad de los años
’50, (el número de Contorno sobre el peronismo) hasta los ’70. A partir del
retorno a la democracia, se autocriticará violentamente por haber confundido
los métodos jacobinos y plebeyos de Eva con una izquierdización del peronismo y
afirmará que, paradójicamente, el ala aparentemente más revolucionaria del
peronismo es la más fascista.[8]
En su momento, a mediados de los
’60, el señalamiento de la condición de bastarda, como una carácterística
central para comprender el perfil político de Eva, provocó cierto escándalo en
un peronismo en el que aún tenía mucha fuerza una historia acartonada que
eludía, precisamente, los aspectos más conflictivos e interesantes de la vida
de Evita. Como dato para calibrar como ha evolucionado la sociedad argentina y
el propio peronismo, es interesante señalar que se está representando con éxito
en Buenos Aires una obra de Cristina Escofet, llamada Bastarda sin nombre que ha sido también presentada en la Casa Rosada.[9]
Esa mujer, fue escrito en dos días, uno de 1961 y otro de 1964.[10] En
ese lapso, Rodolfo Walsh no sólo debe haberse preguntado sobre su postura ante
el peronismo sino que quizás haya dudado en adoptar la forma de cuento. Walsh
establecía una rígida separación entre sus textos testimoniales y
periodísticos, dirigidos a investigar una verdad según el modelo de la verdad
judicial, y los textos de ficción. Ricardo Piglia ha señalado que, para Walsh,
el uso político de la literatura exige prescindir de la ficción. Esa mujer relata una entrevista
sostenida por el propio Walsh con el coronel que tiene a su cargo el secuestrado
cuerpo de Evita. El entrevistador pretende averiguar el paradero de los restos,
ofreciendo al coronel unos documentos que le interesan, además de fama y una
suma de dinero.
Al no lograr su propósito de
obtener el dato, se cierra la posibilidad de publicar una nota periodística y
allí nacerá el cuento. Aunque Walsh haya subestimado la importancia política de
sus cuentos, en una entrevista de 1972, en la que reniega de sus textos de
ficción, de modo tan despiadado como injusto, es innegable que Esa Mujer es uno de sus textos que ha
tenido una incidencia política más perdurable. Otra entrevista similar con
Perón, en 1968, de la que Walsh elaboró seis versiones que tienen que ver con
su cambiante mirada sobre el líder peronista en la coyuntura 1968-1973, nunca
será publicada.[11] La
relación de ambos textos define el peronismo de Walsh: apasionada relación con
Evita (“Si la encuentro –leemos al comienzo del cuento- frescas, altas olas de
cólera, miedo y frustrado amor se alzarán”)-
reconocimiento menos entusiasta, a veces crítico, del rol necesario de
Perón.
El narrador elude pronunciar el
nombre de Evita quizás porque esa ausencia aluda como metáfora a otra ausencia,
la del mismo cuerpo, pero también porque sabe que ese el modo más intenso de
marcar su presencia; cuando todos sabemos de quien se habla y no se la nombra,
la tensión puede resultar insoportable para el lector.
Esa mujer, elegido como el mejor cuento argentino en una encuesta
entre escritores y críticos, es el más perdurable de los textos que hoy hemos
comentado y ha marcado de modo notable la literatura y la mirada de la
militancia posterior a partir de su publicación. El retrato del coronel,
atormentado y posesivo, su relación amor-odio con el cuerpo de Eva –que expresa en buena medida la sensibilidad predominante
de la oligarquía- la compleja relación del personaje con la sexualidad de Evita,
(parecía una virgen afirma luego de abrir el cajón y verla desnuda, más tarde
atribuirá al médico embalsamador el deseo de manosear ese cuerpo ante el que se
rinde fascinado).
El compromiso de Walsh que afirma
“ella no significa nada para mí” y acto seguido dice que con ella ya no se
sentirá más sólo, es paradigmático de la evolución de los intelectuales de su
generación, aquellos que “vivían el peronismo como un drama personal”. Los tres
años que demoró la prosecución del cuento –tiempo de reflexión en el que no
publicó nada ni militó en política- culminaron con un breve relato que
constituye uno de sus grandes legados políticos. Esfuerzo de síntesis de una
inteligencia que jugaba con las palabras como mecanismo de relojería pero que
sabía abandonarse a la inspiración de las causas nobles y del sentir popular.
Culminar este texto con la referencia a este clásico de la literatura argentina
es también compartir el homenaje que rinde su autor a la mujer que dejó en la historia argentina la marca de su entrega
y su compromiso con los humildes y la justicia social.
**Una versión parcial de este trabajo
fue leída en el acto de homenaje a Eva Perón, realizado el 24 de julio pasado,
en el Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti
[1] Andrés Avellaneda:
“Cuerpo y cadáver de la literatura.”, en Marysa Navarro, compiladora, Evita, mitos y representaciones, Buenos
Aires, Fondo de Cultura Económica 2002, pág. 121.
[5] El trabajo de Viñas se publica el 23 de julio de 1965. Dos semanas
después, en la edición del 6 de agosto, aparece la carta de sus cuestionadotes.
[7] Publicado en 1966 por Editorial La pléyade. Hau una segunda edición
ampliada de 1971.
[8] Juan José Sebreli, Las señales de la memoria. Diálogos con
Orfilia Poleman, Buenos Aires,
Sudamericana 1987, pág. 221
[9]El enfoque de Sebreli sobre la
bastardía fue cuestionado en un trabajo publicado en la revista La Rosa Blindada en el mismo año de edición del libro.
Los autores, Enrique Eusebio (Carlos Olmedo) y Abel Ramírez (Oscar Terán)
polemizan con Sebreli, pero el propósito es a través suyo discutir con Sartre En esa década, este ha publicado la Crítica de la razón dialéctica, afirmando que
el marxismo es el “horizonte de nuestra época”, pero para los críticos su
asimilación de la doctrina de Marx resulta aún insuficiente. En consecuencia, cuestionan
la idea sartriana sobre el aventurero que informa el libro de Sebreli. En
particular, les resulta imposible aceptar que el dilema aventurero o militante
no pueda resolverse completamente, porque
todo militante –dice Sastre- debe guardar también algo de aventurero. La
extensa cita que nos aleja de nuestro tema central vale para ilustrar el movimiento
de ideas de los años 60 y por un aspecto que no deja de ser curioso. Los
jóvenes críticos no tardarán en incorporarse a una organización revolucionaria
que promueve la lucha armada, sin embargo no encontraban ni un resto de
aventura en esa decisión. Hasta tal punto muchos creían entonces que había un
pensamiento científico que guiaba los pasos de la revolución. Carlos Olmedo,
intelectual brillante, ingresó luego al peronismo y murió asesinado por el
Ejército en Córdoba en 1971. Oscar Terán, durante y después de su exilio en
México, desarrolló una importante obra sobre historia de las ideas hasta su
muerte en 2008.
[10] Fue publicado
inicialmente en Crónicas del Pasado, compilación
de cuentos de diversos autores editada por Jorge Álvarez. En el mismo año, fue incluido
en Los oficios terrestres, primer
libro de cuentos de Walsh, editado por la misma editorial.
[11] Una versión del cuento
titulado Ese Hombre, puede leerse en
Ese Hombre y otros papeles personales,
diario de Walsh, compilado por Daniel Link, Buenos Aires, Seix Barral
1996.
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