30 agosto 2012

Política y Medios de Comunicación/Periodismo y medios de comunicación: independencia, deontología profesional y algunos mínimos procedimientos/ Por Rubén A. Liggera


Periodismo y medios de comunicación: independencia, deontología profesional y algunos mínimos procedimientos


Desde la sanción de la Ley de Comunicación de Servicios Audiovisuales en el 2009, ha quedado claro cuáles son los intereses que defienden los grandes medios concentrados en Argentina. Y los periodistas han debido elegir entre alinearse ideológicamente con sus poderosos empleadores, por convicción o conveniencia, o buscar otro lugar desde dónde ejercer su tarea. Es comprensible, entonces y frente a la concentración de medios, la recurrencia presidencial a la Cadena Nacional, en el intento de construir un relato que entusiasme y esperance a la sociedad, aunque el camino esté plagado de contradicciones y lógicas dificultades y hasta inesperados retrocesos.


Por Rubén A. Liggera*
(para la Tecla Eñe)



Una vez más, la Presidente Cristina Fernández, ha interpelado al periodismo y su ejercicio. Con su denuncia sobre periodistas contratados por grandes empresas, en este caso, Repsol-YPF, se ha vuelto a poner en discusión la independencia del periodista y su ética profesional.
Desde la sanción de la Ley de Comunicación de Servicios Audiovisuales en el 2009, -y antes con el embate de los grupos agromediáticos por la resolución 125 de Retenciones Móviles- han quedado cada vez más en claro cuáles son los intereses que defienden los grandes medios concentrados en Argentina. Y los periodistas, profesionales de la comunicación, han debido elegir entre alinearse ideológicamente con sus poderosos empleadores, por convicción o conveniencia, o buscar otro lugar desde dónde ejercer su tarea.
Pero creo que deberíamos ir todavía un poco más lejos para tratar de comprender cómo los medios se fueron convirtiendo en empresas  diversificadas y cada vez más concentradas. Fue sin duda durante la desregulación menemista de los ´90 cuando se produjo la privatización de la TV por aire, la acumulación de cables, la multiplicidad de licencias. El ideario neoliberal también cooptó a periodistas y comunicadores sociales. El estado nacional debería ser reducido a su mínima expresión o no debería intervenir en ninguna actividad económica pues el “Mercado”-sabio, eficaz y transparente-se encargaría de organizar a la sociedad. Así lo reclamaba “Doña Rosa”, inefable alter ego de Bernardo Neustadt.  Así nos fue.
No es improbable, entonces, que durante estos felices años haya trascendido la leyenda de los sobres manila por debajo de la mesa, tanto para doblegar conciencias y voluntades en el Estado como en la actividad privada.
Por supuesto, seríamos injustos si tendiéramos un manto de sospecha a todo el colectivo y mucho menos, sin pruebas concretas. Pero bastó aquél “clima de época” para desconfiar de ciertos personajes estelares de nuestro periodismo.
Seguramente-aunque no resulte un acto de corrupción- que una multinacional contrate a periodistas reconocidos para hagan lobby en su favor, resulta cuanto menos impropio e indecoroso. La denominada PNC (Propaganda no convencional) no sería un delito, siempre y cuando sea declarada y reconocida por el beneficiario. Pero esto último es muy difícil de que suceda. Sería un deschave que los dejaría pagando y su aureola de periodista “serio” se vería bastante marchitada  ante la opinión pública.
Y aunque así no fuera, si solamente estuviéramos hablando de anunciantes que auspician con publicidad espacios televisivos, radiales o centimetrajes de papel, ¿podríamos también hablar de periodismo independiente?
Primer macanazo de quienes golpeándose el pecho de tal calidad se autoproclaman. Puede que lo fueran del poder político, -aunque tampoco debería estar mal visto simpatizar con un gobierno pues está dentro de la lógica social-pero nunca de los intereses de sus benefactores, porque de ellos viven. Pregunta: ¿Podría alguna de esas empresas soportar algún comentario que pudiera perjudicarla? La respuesta es casi obvia: ni cinco minutos. O vuela el periodista o se retira el auspicio. Así de simple. En consecuencia: ¿de qué independencia estaríamos hablando? Hay una dependencia económica- y muchas veces ideológica- de aquellas empresas que cotizan carísimos  espacios (Y además, los “pagamos todos”, como simples consumidores de productos o servicios)
Todo esto, complejizado por la guerra sin cuartel de los medios concentrados-especialmente Clarín y La Nación- contra el gobierno de Néstor y Cristina Kirchner. Papel Prensa, obtenida bajo el imperio del terror, la posición dominante en el mercado lograda con las políticas neoliberales y la imposición de la “agenda” diaria a los gobernantes, no serán resignadas sin presentar batalla. Así lo vienen haciendo, ya sin el mínimo rubor. Y así será hasta diciembre, cuando venza el plazo de la cautelar que frenó la desinversión del grupo.
Hemos demostrado hasta aquí que en el ambiente no hay ingenuos ni distraídos. Lo grave es que nos quieran hacer pasar gato por liebre. No, eso no se hace. Tampoco lo aceptamos, eh!
Cualquier estudiante de periodismo, en uno de sus habituales ejercicios podría desbaratar estas operaciones. Observemos con ellos los titulares y bajadas en los grandes diarios, leamos detenidamente el desarrollo de la noticia, analicemos la ubicación espacial, la connotación de las fotografías e ilustraciones  y comprobaremos que la máscara rápidamente se les cae a pedazos. Lo noticiable es toda una construcción semántica ideológica de la que nadie está exento. Pero eso sí, digamos la verdad. Seamos honestos. Confesemos desde dónde hablamos, por qué, para qué y cuál es nuestra concepción del mundo. En definitiva, así sabremos todos qué intereses se sostienen. Nada más simple para reconocer que no existe la neutralidad. ¿Acaso lo fueron Mariano Moreno y Manuel Belgrano? ¿Lo fue el huracán Sarmiento? ¿Pretendieron serlo Rodolfo Walsh, Jorge Ricardo Masetti, Gabriel García Márquez, Juan Gelman, “Paco” Urondo? No. Nunca.
El tero canta lejos del nido para desorientar. Eso es lo que pretenden. Que pongamos la oreja al cacareo y no percibamos lo importante: que trabajan para determinados medios, que preservan ciertos privilegios, que responden a tal ideología (que por otra parte muchos no se atreverían a asumir, por escondedores  o íntimamente avergonzados)
Aclaremos que no es un fenómeno argentino solamente. Al contrario, la globalización de la comunicación, la concentración de medios, las modernas  tecnologías y la lucha por el poder han posibilitado, en todo el mundo, la manipulación de la información.
Por todo esto es comprensible la recurrencia presidencial a la Cadena Nacional. Si así no lo hiciera, el constante ninguneo de los actos de gobierno lo haría casi inexistente. La agenda de los medios hegemónicos, capaz de “subir o bajar gobiernos con cuatro tapas”, necesita un “relato” contrapuesto. Otro que entusiasme y esperance a la sociedad; que la cohesione detrás de un puñado de objetivos, aunque el camino esté plagado de contradicciones y lógicas dificultades y hasta inesperados retrocesos.
Pero volvamos otra vez a las escuelas de periodismo y  a sus ejercicios de observación y valoración de la noticia. Hay centenares de ejemplos sobre trascendentes anuncios que no figuran en las portadas o son distorsionados: las inversiones en el Ferrocarril Mitre, los sorteos de préstamos del plan Pro.cre.ar o el último nieto recuperado. La noticia es una, creemos que importante para la sociedad, sin embargo, su negación o manipulación tiene como único propósito fogonear la bronca diaria.
Por otra parte, es costumbre que los gobiernos “populistas” en América Latina dialoguen directamente con su pueblo sin recurrir a intermediaciones. Está en su genética popular. Cosa que a los puristas republicanos les resulta indignante por incomprensible.
Por eso se los acusan de limitar la libertad de expresión, situación que por lo menos en nuestro país no se manifiesta. Hasta ahora, cualquiera puede decir lo que se le antoja, en cualquier medio y circunstancia, como corresponde a un estado de derecho en un gobierno democrático. Nadie en los últimos años ha sido perseguido, silenciado o encarcelado por manifestar libremente sus ideas. Eso sí: andan buscando un mártir, pero aún no lo han conseguido. Todas las expectativas desestabilizadoras ahora están colocadas en Jorge La Nata. Le han puesto todas las fichas. Seguramente todo lo necesario para que algunas de sus provocaciones prospere.
Otro ejercicio escolar: llama la atención la pereza intelectual, la desidia, el facilismo y ligereza con que se da por verdadero  e incuestionable a ciertas verdades de la “agenda”. Impuesto el tema se lo repite acríticamente durante gran parte del día. Lo más elemental sería verificar la información; levantar un teléfono y realizar dos o tres llamadas como mínimo. Sólo bastarían diez o quince minutos para desmentir o matizar las noticias que reciben los lectores y/o la audiencia. (Veamos: “4.2.Fuentes: Toda noticia debe estar debidamente chequeada y verificada y sustentarse en fuentes legítimas y representativas (…) 4.2.2. Jerarquía de las fuentes_ Todas las fuentes deben ser objeto de verificación o confrontación cuando ello fuere necesario, incluso los documentos oficiales.
_ Cuando una misma información proveniente de dos fuentes diversas difiere, se contemplan los siguientes casos: a) agencias internacionales. Si es posible, se recurre al contacto telefónico con fuentes directas y fehacientes; b) cuando la diferencia se da entre cualquier agencia internacional y el enviado especial o corresponsal del diario, se opta por la información de estos últimos, previa evaluación con los editores jefes; c) las variantes referidas a funcionarios oficiales o de empresas privadas se remiten a lo señalado en el primer punto de 4.2.1.”[“constatación de veracidad”], Clarín, Manual de Estilo, Bs.As., 1997, pp.26-28, ¿qué pasó, muchachos?)
Finalmente: ¿sería necesaria una Ley de Ética Pública para la profesión de periodista? Personalmente creemos que no. Todos sabemos cuáles son nuestros límites, de modo que la buena fe y la verdad resultan mojones liminares de una frontera que no debiera traspasarse. Nunca tratar de perjudicar a alguien y siempre atenernos a los hechos verdaderos. Si así no lo hiciéramos, quienes se vieran perjudicados pueden recurrir a la justicia. Por la doctrina de la “Real malicia” (New York Times vs. Sullivan, 1964) se supone que existen calumnias e injurias, que fueron reproducidas por un medio de comunicación y que los afectados son funcionarios públicos, personalidades o personas privadas involucradas en alguna cuestión de interés público. Para ser aplicada hay que probar el agravio y el daño ocasionado, y que además, sabiendo que la información era falsa se publicó igual con pretensiones de perjudicar al damnificado.
Existen recomendaciones para el buen desempeño de la profesión. Son siempre bienvenidas. Pero son indicativas y por lo tanto, no vinculantes. Como en todas las profesiones y en la vida, hay cuestiones éticas que deberán tenerse en cuenta. Aclaremos por si hiciera falta que este auto control periodístico no significa auto censura por algún temor o  aprehensión sino, por el contrario, responde a cuestiones axiológicas. Cosa de buena gente. De mejor ciudadano. Nada más ni nada menos.

*Poeta y Periodista


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