30 agosto 2012

Política y Discursos/El discreto encanto de la ideología/Por Susana Cella


El discreto encanto de la ideología

La eficacia comunicativa de un discurso tiene que tener en cuenta el complejo dispositivo de quién y desde dónde se emite, para quién, con qué objetivo personal y social. Así, por ejemplo, uno podría pensar en declaraciones, manifiestos, y por qué no, con todo lo que implican en la tradición culta y popular, en las consignas. Querer suplantar una consigna por una suerte de “aforismo”, bien puede interpretarse como una maniobra “suavizante”, que quiera soslayar una supuesta efectividad inmediata de la consigna para hacer gala del inocuo “aforismo” descontextualizado. La elección del género no es inocente: qué se juega en cada intervención, desde quién o quiénes y cómo, no sólo atañe a los consabidos e hiperdenunciados discursos de las derechas y neo-derechas, sino que también en cuanto a la continuidad de un proyecto que desbarate, en todos los planos, la ideología hegemónica y como tal naturalizada.


Por Susana Cella*
(para La Tecl@ Eñe)


Si bien en el ensayo “Complejo y Complicado”, el poeta cubano José Lezama Lima en su contraposición de ambos términos, efectúa una interpretación profundamente ligada a sus adhesiones y rechazos, - Gide, Lutero, entre los últimos, Racine, Goethe, entre los primeros, en una cosmovisión donde asoman la serpiente y el ángel para deslindar lo que en ambos términos se valora y se vitupera-, aun cuando las derivas lezamianas no lleven a la empatía o aceptación de sus juicios (desde luego media la distancia entre su apreciación y aquello que puede provocarnos, en nuestra perspectiva, tanto confluencias como disfluencias), vale sin embargo, volver sobre esos términos, en un sitio donde la posible sinonimia (complejo/ complicado) queda absolutamente descartada, para más bien, al colocar ambos términos frente a frente, y en lo que nos interesa, encontrar no pocas cuestiones que tienen que ver con los discursos, su emergencia, sus rasgos, su conformación y desde luego, todo esto relacionado con las significaciones que se desprenden sin que la prevalente sea lo que podríamos llamar de algún modo, lo explícito. Lo que implica ahondar en aquello que, implícito, puede ser fuerza más activa que lo declarado.
Ambos términos Complejo/ Complicado, de algún modo, sirven a modo de epígrafe para ver, desde el elocuente problema de esta distinción, modalidades que asumen los discursos. Justamente se trata de recabar, en ese discurrir, en eso que en su atravesamiento y avance, va configurando un lugar condensado de significaciones que se incorpora a un conjunto, a un campo no exento de polémicas y sentidos, en todo aquello que en tanto representaciones por la palabra, plasma imaginarios, suscita creencias  o las desbarata, forja modos de ver, apreciar, juzgar, interpretar, y actuar. La referencia a lo complejo y complicado lezamianos, viene a cuento en tanto permite abordar ciertas oposiciones más bien simplificadoras. Porque, vale aquí, ingresar otro término (no ligado sino casi opuesto: lo inmediato, directo, fácil) que no es el que preocupa a la dilucidación de Lezama, en tanto su reflexión más bien apunta a deslindar lo que podría aparecer como semejante (opaco, no transparente), para buscar, raigalmente sus implicaciones en lo que se presenta como dificultoso o arduo, en contraposición con lo complejo.
En un modo ensayístico que va armando su argumentación en base a imágenes, asociaciones y desplazamientos, con no pocas alusiones culturales, Lezama apunta a la puesta en movimiento del discurso signado por el “laberinto regado con el encantamiento de enanos y sirenas” en el complicado, en tanto el complejo se prepara para “atrapar la respuesta a la voz que lo despertó para siempre”. Situado en una suerte de “individualismo y orgullo”, enuncia el complicado su maraña superficial, mientras habría en el complejo la constante atención a lo que puede manifestársele para lo que su expresión necesita.
Distinción esta de impulsiones que desde luego incide sobre los resultados, pero además, aporta un espesor imprescindible en lo que a configuraciones de discursos y efectos se refiere. Otros rasgos discursivos, ingresan entonces en esta trama, aquí citada justamente para eludir las simplificaciones. Así, por ejemplo, la tan recurrida de “comprensible” versus “incomprensible”, con una retahíla de sucedáneos, “fácil” versus “difícil”, “claro” versus “oscuro”,  y podría seguir la lista, como un River-Boca con sus respectivos hinchas.
La literatura ha aportado al uso algunas adjetivaciones que también es importante citar aquí, por esto de los calificativos más o menos a la ligera. Así, por ejemplo, un discurso ornamentado, proliferante en palabras y frases más o menos extensas, suele ser, sin más, “barroco”; en igual simplificación, algo entre sorpresivo, medio inverosímil o insólito, deviene “surrealista”, o lo signado por la extrañeza, cierto misterio o absurdo, es “kafkiano”.
Es claro que estos términos comportan rasgos que los hacen propicios para estas utilizaciones. Por eso, no está demás, hacer algunos comentarios al respecto, en especial quiero referirme a barroco. La palabra conlleva posibles etimologías (están en los diccionarios) y una larga historia de valoraciones y denostaciones, lo cual puede ser prueba de, precisamente, la complejidad del término. La mera abundancia de elementos constitutivos de un discurso o una imagen, no implica que tal cosa sea “barroca”. Un ejemplo sencillo: la casi irritante profusión de elementos del rococó, donde está ausente la apasionada razón propia del barroco como se ve en un verso de Quevedo, en su tensión conflictiva, en su poderosa fuerza, no queda deshecha ni mucho menos, a fuerza a abalorios.
Un discurso que ponga en juego ciertos procedimientos que entrarían en el conjunto de lo “difícil”, no es en sí barroco, así por ejemplo, la acumulación de sustantivos abstractos, que, a la inversa, en lugar de dotar al discurso de una impulsión de sentido fuerte, más bien podría debilitarlo, sumar vaguedades o peor, obviedades, lo cual es importante considerar en tanto implicancias ideológicas en lo declarativo. Esto es, acumular términos más o menos prestigiosos o aceptados como emancipación y otros similares, para sencillamente eludir la puesta en riesgo de asumir una postura coherente con ellos. Y cuanto más vacuo sea el nombre, tanto más fácil la maniobra. Lo mismo podría decirse de enrevesar una frase o tantos otros subterfugios que hacen semblante de “profundidad”, embarrando las aguas, nomás.
Al contrario, una expresión compleja en tanto sustancial y comprometida (donde es el hombre completo el que se juega), y concomitantemente el uso de cierta sintaxis, de términos peculiares  o de algún otro recurso en la cadena discursiva, tienen que ver con una necesidad expresiva y para decirlo con un término de José Martí, “sincera”. No se trata de “decorar” ni “complicar” el enunciado, sino que se dice del modo en que se dice porque dicho de otro modo, no significaría lo mismo, no despertaría las mismas orientaciones de sentido. Y esto vale para todo enunciado pleno, para aquello que está en las antípodas de los florilegios y rebuscamientos, remito, como prueba, a cualquier relato de Juan Rulfo.
Desde luego, los, digamos, géneros discursivos, apelan a procedimientos diversos relacionados obviamente con su función, su lugar de enunciación, sus destinatarios. Aunque muy citada, bien se puede acudir a la, de nuevo, compleja cuestión de las funciones del lenguaje. ¿Qué se juega en una declaración, en lo que quiere ser una intervención política o ideológica, en una reflexión sobre un estado de cosas en una coyuntura o en un panorama más general? Vindico una vez más lo de géneros discursivos, diría, en lo que concierne a la pragmática.
La eficacia comunicativa de un discurso, su poder de desencadenar interrogantes, evaluaciones, polémicas, respuestas, tiene que tener en cuenta el complejo dispositivo de quién y desde dónde emite, para quién, con qué objetivo personal y social. Así por ejemplo, y quizá aludiendo a la tradición, uno podría pensar en declaraciones, manifiestos, y por qué no, con todo lo que implican en la tradición culta y popular, las consignas. Querer suplantar una consigna por una suerte de “aforismo” (olvidando claro la tradición de tal modalidad discursiva en una asentada y rica intervención crítica) bien puede interpretarse como una maniobra “suavizante”, que quiera soslayar una supuesta efectividad inmediata de la consigna para hacer gala (¿gala?) del inocuo “aforismo” descontextualizado. La elección del género no es inocente: qué se juega en cada intervención, desde quién o quiénes y cómo, no sólo atañe a los consabidos e hiperdenunciados discursos de las derechas y neo-derechas, sino que, y más supongo, importa, en cuanto a la continuidad de un proyecto que desbarate en todos los planos, la ideología hegemónica y como tal naturalizada. El aforismo, aun cuando se invoque su prestigioso linaje, puede trastocarse en determinados contextos, a fin de borrar su fuerza reflexiva, disruptiva y crítica, su complejización, para diluirse y ni siquiera configurarse como espectro fehaciente y operante en una consigna. Tales las maniobras discursivas que es preciso analizar para evitar una disolución de la fuerza ideológica que uno y otras comportan y sobre todo para analizar su impacto y su operatividad social.
Lo mismo vale para otros géneros discursivos que pretenden una intervención crítica. El discurso ideológico y político ancla en una palabra comunicativa que si bien se distingue de la palabra poética (dicho esto en un sentido general y no de género lírico) bien puede (y ha podido) alimentarse de ella para lograr una mayor significación/comunicación (ambas cosas puestas en relación teórico/práctica). Hasta aquí, lo que parece estar destacándose son las ventajas del aprovechamiento poético de las palabras y los discursos. Lo que no deja de ser una perspectiva importante, salvo que esto quede en manos de advenedizos que, como decía Antonio Machado son “pedantones al paño… que no saben porque no beben el vino de las tabernas” y, siguiendo con Machado, no tienen la menor idea de quién fue el Marqués del Bradomín, cosa no necesaria, salvo para quien quiere erigirse en sabiohondo de la literatura, la lengua, la filosofía, la física nuclear o lo que sea que los medios quieran preguntarle.
En este sentido se ve una coincidencia, más bien soterrada, entre algunos “representativos” (mediáticamente) del discurso del saber (que serían los “complicados”) y de los que lo execran en nombre de varios términos y coartadas entre las que figuran, “el pueblo” o “la gente” (por no hablar del mercado, aun cuando unos y otros participan del mismo), como si se quisiera establecer un hiato entre “dotorcitos” y “plebe” (de vieja tradición argentina, rioplatense). Volveríamos quizá a las polémicas entre cultura popular, cultura de masas, cultura culta. Sin embargo queda en entredicho dónde se ubica la cultura que facilita la facilidad, pero parece no hacerse cargo de claros exponentes massmediáticos tipo Tinelli.
Entretanto la otra vertiente, que sin ser elitista (en ese dudoso elitismo que se pretende “emancipador” o abstracciones por el estilo) parece, en sus prácticas eviccionar lo popular (con todas sus diversas prácticas y complejidades en torno de las representaciones e imaginarios) para ejercer en su faz más negativa algo así como la “representatividad”, que, desde luego, no es “representación” según lo que las teorías más sutiles del término, y en una perspectiva intersdisciplinaria, consideran. De más está decir que en estas consideraciones ni siquiera se tienen en cuenta los cultores de la cultura culta, en la tradición malleica surística, para decir lo más lejano.

La palabra comunicativa –en los diversos géneros mencionados- se nutre y es nutrida de la palabra poética. Se alimenta y es alimentada por ella. Lo que nos lleva a ver qué sucede con la tal palabra poética. Porque en cuanto se considera, dentro de lo que estaría dentro del campo de la poesía, cualquier chabacanería o cualquier narración encontramos que la defensa de la comunicabilidad y estrecha vinculación con cierta referencia llamada inmediata no son sino efectismos derivados de la cultura massmediática, y así celebrados e impuestos como “tema”, nos hallamos frente a otro problema. La coartada “populoide” según la cual se califica de elitista todo aquello que pretenda una actitud crítica para ser mera reproducción de la ideología dominante no deja de incorporar lo visto como marginal o revulsivo, en sintonía, podría decirse con una película porno. Bien políticamente incorrecto, sí, porque la llamada “political correctness” no es sino “corrección política”, todo lo cual desde luego nos lleva a las implicaturas ideológicas de “corrección”, nunca a las de justicia, hipocresías más que conocidas, por otra parte.
Las coartadas ideológicas no solo abarcan esos casos, sino que es posible hallarlas asimismo en un variado arco de posiciones que pueden sostener u oponerse a algo, por razones esgrimidas como políticas pero que en realidad están sustentadas en cuestiones de mera ocupación de espacios. Atender a los modos en que la ideología se manifiesta en las entonaciones (de lo que se declara), en lo que puede leerse interlineado en escritos, sean modulaciones verbales, adjetivaciones, configuraciones de lugares de enunciación, atribuciones de saber, es fundamental para, en todas sus implicaciones, ver cómo funcionan los discursos en la sociedad. Tanto los que parecen autodescalificarse de antemano (valga el remanido ejemplo de Macri con El eternauta), como los que buscan implantarse como expresión crítica, consensuados unos y otros, tal vez, según esa misma lógica  del consenso. ¿Qué se argumenta, qué se cuestiona, cómo, desde dónde? No son preguntas menores y todas atañen a este conglomerado variopinto necesitado de interpretaciones más que afinadas por cuanto implican. En resumen, en este heterogéneo y conocido panorama, se trata de dilucidar, entre complejo, complicado, fácil y otras tantas definiciones, los lugares desde dónde se enuncia, en tanto un mismo enunciado vira ostensiblemente según su colocación. A lo que agregaría que no es de menor importancia tener en cuenta lo que llamaría  la ideología en las entonaciones. Sólo para decir, que prestemos atención al modo en que se entona (en lo oral, aquello que se declara), que se entona por el modo en que se arma, se articula, se destacan los hechos, quien los relata y cómo, con qué términos, qué adjetivos se usan o no,  cuántas palabra huecas, cuántos lugares comunes se esgrimen, y así siguiendo en una sucesión histórica de la que se pueden marcar hitos (de hecho se lo hace, 2001, por ejemplo), pero que no fue sino continuidad de lo que se fue acumulando en las décadas anteriores. Aun si, luego de la visibilidad de lo acontecido en los ochenta y noventa  fuera más que evidente que había que diseñar otro escenario.


Poeta y novelista. Profesora titular de la carrera de Letras, UBA. Colabora habitualmente en la sección libros de Radar. Tiene a su cargo una sección en la revista Caras y Caretas y dirige el Departamento de Literatura y Sociedad del Centro Cultural de la Cooperación.


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