09 noviembre 2010

Crítica de arte: Dos Fuegos/Carlos Barbarito

DOS FUEGOS

Por Carlos Barbarito*

(para La Tecl@ Eñe)


A la vejez, Fragonard dibuja. Encuentra en ello mucho placer. Sus dibujos lo revelan amable, con la mirada puesta en lo cotidiano. Se conservan seis, en los que cuenta una mínima y divertida historia: su propia caída y su rehabilitación durante quince días, entre la atenta mirada de las damas de la casa y los juegos de los niños. Dibuja, nos dice, como un escritor maneja su pluma. Trabaja sobre papel mojado, explican Jacques y Francois Gall, para deslavar los fondos y la sanguina. Entonces, estalla la Revolución. Se adhiere a ella, dona dinero y joyas para equipar a la milicia. Lo nombran Conservador del Museo Nacional, pero son otros tiempos en los que el anciano artista no encaja. Renuncia. El estado de cosas lo obliga a grandes esfuerzos para sobrevivir. Pero, ¿cómo? A la pintura galante, de la que Fragonard fue maestro, con sus deseos, sensualidad, pasión le sucedió otra muy diferente, la nacida como consecuencia de los sucesos de julio de 1789, arte plagado de caballeros y caballos, de héroes que imitan un supuesto pasado de griegos y romanos. Cuando Fragonard muere, a los 74, de una congestión cerebral, no hay ni siquiera una breve nota necrológica en algún periódico. Días antes de su deceso, había encontrado a su hijo quemando sus estampas; al enojo del pintor el hijo había respondido con un Hago un holocausto al buen gusto.


Watteau muere a los 37, en 1721, de tuberculosis. La muerte lo sorprende en medio de un proceso de cambio, lo que algún crítico llamó el fin de la adolescencia. Prueba de ello es L`enseigne, un cuadro de gran tamaño, terminado en ocho semanas, debido a su estado de salud, donde la escena es tan realista como exacta, una tienda de comerciante donde un grupo de aficionados discute antes de la compra. En las paredes, pinturas y espejos. Llama la atención la afirmación de Watteau, quien nos dice que pintó el cuadro para desentumecerse los dedos. Poco antes del final, se retira al campo, en los alrededores de París. Todavía sueña, proyecta. A un amigo cura le obsequia un Cristo en la cruz, hoy perdido. Es su última obra. Ante una sugerencia, ¿o una orden?, del cura, el artista, débil y angustiado, quema todos sus dibujos de desnudos.
*Poeta, ensayista y crítico de arte

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