La Tecl@ Eñe comienza a publicar, a partir de esta edición y por entregas, el libro El Desperdicio argentino, escrito por Mirta Vázquez, psicoanalista y miembro de la comisión directiva de la Asociación de Interacción Arte-Psicoanálisis (Aiap)
El porqué del título (primera entrega)
El porqué del título (primera entrega)
Por Mirta Vázquez*
Ilustración: Jorge de la Vega
La idea de desperdicio, evoca la palabra pérdida. Con un plus: pérdida de lo que aún sirve, de lo que sería útil si se hiciera algo con ello.
Jacques Lacan diferencia el resto de la escoria. Dice que el resto es fecundo, o sea que puede generar otra cosa., se trata entonces de una cuestión de uso.
Se sabe que el estiércol puede usarse como abono para las plantas.
Se trata también, quizás, de medida.
La desmesura, aún en algo tan simple como cultivar (¿tan simple?) puede arruinar un campo entero.
Desde una posición realista se constata que para vivir bien hay que hacer lo necesario. Pero la realidad y la necesidad ¿a qué se refieren?
La necesidad está perdida para el ser que habla porque lo que se articula de la demanda inicial, mítica, se llama deseo. Este descubrimiento del psicoanálisis es sustentado por un antropólogo como Néstor García Canclini[1] cuando analiza la distribución de bienes en una sociedad y considera que no se basa en la satisfacción de necesidades básicas sino que está determinada por el deseo de poder hegemónico de unos respecto de otros.
La frase "la única verdad es la realidad" parece implicar que hay una relación entre una y otra.
Pero para establecer esa relación, si la hubiera, sería necesario saber qué se está relacionando ya que ambos conceptos conllevan una tradición filosófica que hace que su definición dependa de la perspectiva de cada sistema de pensamiento. Asimismo, cada época vuelve a redefinir el alcance de los conceptos y, a la vez, la validez de los mismos depende del campo semántico de su aplicación.
Por lo tanto la realidad depende tanto de los acontecimientos que la marcan como de la subjetividad que una época propone a sus contemporáneos determinados por el discurso dominante.
Esto relativiza el papel de la Historia como mero relevamiento y transcripción de los hechos ya que implica la posibilidad de un relato diverso de los mismos según los momentos y el tipo de subjetividad imperante.
También introduce la idea de interpretación.
Es obvio que los hechos se escriben cuando acontecen pero se leen después de acontecidos y cualquier lectura supone una interpretación de los mismos. He aquí la secuencia temporal mínima para pensar la realidad: un momento en que se producen los acontecimientos y otro, posterior, de interpretación de los mismos. Susan Sontag, en su ensayo Contra la interpretación, se rebela ante la crítica que explica y hace inteligible la obra de arte y propone, frente a la misma, una erótica, posición que apunta a los sentidos. [2]
Un siglo antes Sigmund Freud hizo un descubrimiento: el inconciente intérprete. No se trata para él de un sujeto interpretando un objeto (de arte, la realidad) sino que el sujeto mismo se constituye con esos “restos de lo visto y lo oído” otorgándoles una interpretación que se congela en el fantasma. Es sujeto del inconciente y, por ende, desconoce su marca, desconoce que es producto de la interpretación que lo constituye.
Del tratamiento de ese sujeto por el psicoanálisis dependerá, no tanto que conozca su marca, sino que se encuentre con el objeto que fue para el Otro, con la horma vacía que dejó en su llegada al mundo y que le dio forma a su búsqueda del objeto de satisfacción sexual.
Este vacío de significación desde el inicio de una vida comienza a llenarse de significantes que intentan darle un sentido. Como indicara en un párrafo anterior son esas voces que le hablan bajo la forma de “pensamientos inconcientes” y que se constituyen en los restos que conformarán su fantasma.
En tanto el vacío es insoportable para el sujeto la alienación al discurso del Otro se impone y lo constituye también.
La paradoja es que una vez tomado por un mundo significante el sujeto se cree amo de su decir cuando no es más que el resultado de la combinatoria significante de una lengua que lo preexiste, aún cuando esa combinatoria sea particular.
De aquí en más buscará darle sentido a su existencia de diversas maneras con la ilusión del encuentro con el objeto que lo satisfaga. Pero en este camino se encuentra con su goce.
Lacan juega con la palabra sentido-gozado ya que en francés goce se escribe jouissance y su última sílaba es homófona a sens que quiere decir sentido. Pero es también Lacan quien determina que la vida carece de sentido.
De modo que el sujeto lacaniano, al final de un análisis tiene que vérselas con el sinsentido que la vida porta pero de todas maneras debe arreglárselas para satisfacerse con “el menor esfuerzo posible”.[3]
En este esfuerzo va a estar su satisfacción y también su pérdida, su desperdicio.
Una serie televisiva, Monk, nos muestra un sujeto que padece ciertos síntomas obsesivos que pueden aparecer como un obstáculo para llegar a su objetivo: descubrir la verdad de/en un crimen. Sin embargo esa serie de actos sintomáticos y rituales aparentemente alejados de su propósito son, en su caso, el necesario camino a recorrer para obtener el resultado.
“Que se satisfaga con el menor esfuerzo posible” nos indica Lacan pero ¿como llegar a saber cuál es ese menor esfuerzo si la pulsión se satisface en su recorrido?
Un refrán irónico lo presenta de este modo: ¿para qué hacerlo fácil si difícil también se puede?
El síntoma contiene una verdad que no es objetiva. Es la verdad del goce de cada quien. Y el desperdicio al que se enfrenta el neurótico es, antes que nada, el desperdicio del tiempo en su aspecto real. No se trata del tiempo simbólico, cronológico, medible ni del imaginario: “el tiempo pasa”… Se trata de ese tiempo real, inasible que, de pronto nos deja la sensación de que la vida es pura pérdida. La muerte, como corte final, acontece y ya no hay quien la subjetive, allí se pasa a la condición de objeto. Cadáver, cuerpo inanimado, los ritos funerarios posibilitan, para quienes lo sobreviven, soportar su pérdida.
Pero el cuerpo muerto no es carroña.[4] El sujeto que “ya fue” demanda su duelo, aún bajo la forma del odio. Odiarlo lo suficiente para tenerlo presente siempre es, también, una forma de no dejarlo ir como se dice en otra lengua. La misma que llama al cadáver “body”. Un cuerpo sin sujeto pero extrañamente significante para los vivos.
La desaparición sin cuerpo para velar produce lo que se dio en llamar la “segunda muerte”, la muerte del cuerpo no como sujeto sino como cadáver, como significante de una pérdida real. Detiene o, a veces, imposibilita el duelo. De ahí la importancia de darlo por muerto.
Entre el nacimiento y la muerte, entonces, un sujeto tomado por el tiempo real y obligado a hacer algo con ello.
La cultura, según Freud, nos da salidas para transcurrir el tiempo cronológico de la mejor manera posible. El saber hacer con el síntoma, al fin de un análisis, lo posibilita.
¿Por qué entonces los sujetos en conjunto resisten a esta posibilidad? La pulsión de muerte actúa y en tanto sabemos que vamos a morir debemos estamos obligados a hacer algo con nuestro tiempo de vida ya que no parece buena idea adelantar el momento y dejarse morir de inanición.
El sujeto social debe resolver su estadía en el mundo junto con otros. En función de las respuestas particulares a este problema universal tenemos distintas formas de solucionar las cuestiones humanas: sexo y muerte.
Elegir el desperdicio es tan válido como cualquier otra. Pero produce ciertas consecuencias que trataré de analizar en posteriores escritos.
*Mirta Vazquez de Teitelbaum
Psicoanalista
Miembro de la Eol (Escuela de la orientación Lacaniana) y de la AMP (Asociación Mundial de Psicoanálisis)
Jacques Lacan diferencia el resto de la escoria. Dice que el resto es fecundo, o sea que puede generar otra cosa., se trata entonces de una cuestión de uso.
Se sabe que el estiércol puede usarse como abono para las plantas.
Se trata también, quizás, de medida.
La desmesura, aún en algo tan simple como cultivar (¿tan simple?) puede arruinar un campo entero.
Desde una posición realista se constata que para vivir bien hay que hacer lo necesario. Pero la realidad y la necesidad ¿a qué se refieren?
La necesidad está perdida para el ser que habla porque lo que se articula de la demanda inicial, mítica, se llama deseo. Este descubrimiento del psicoanálisis es sustentado por un antropólogo como Néstor García Canclini[1] cuando analiza la distribución de bienes en una sociedad y considera que no se basa en la satisfacción de necesidades básicas sino que está determinada por el deseo de poder hegemónico de unos respecto de otros.
La frase "la única verdad es la realidad" parece implicar que hay una relación entre una y otra.
Pero para establecer esa relación, si la hubiera, sería necesario saber qué se está relacionando ya que ambos conceptos conllevan una tradición filosófica que hace que su definición dependa de la perspectiva de cada sistema de pensamiento. Asimismo, cada época vuelve a redefinir el alcance de los conceptos y, a la vez, la validez de los mismos depende del campo semántico de su aplicación.
Por lo tanto la realidad depende tanto de los acontecimientos que la marcan como de la subjetividad que una época propone a sus contemporáneos determinados por el discurso dominante.
Esto relativiza el papel de la Historia como mero relevamiento y transcripción de los hechos ya que implica la posibilidad de un relato diverso de los mismos según los momentos y el tipo de subjetividad imperante.
También introduce la idea de interpretación.
Es obvio que los hechos se escriben cuando acontecen pero se leen después de acontecidos y cualquier lectura supone una interpretación de los mismos. He aquí la secuencia temporal mínima para pensar la realidad: un momento en que se producen los acontecimientos y otro, posterior, de interpretación de los mismos. Susan Sontag, en su ensayo Contra la interpretación, se rebela ante la crítica que explica y hace inteligible la obra de arte y propone, frente a la misma, una erótica, posición que apunta a los sentidos. [2]
Un siglo antes Sigmund Freud hizo un descubrimiento: el inconciente intérprete. No se trata para él de un sujeto interpretando un objeto (de arte, la realidad) sino que el sujeto mismo se constituye con esos “restos de lo visto y lo oído” otorgándoles una interpretación que se congela en el fantasma. Es sujeto del inconciente y, por ende, desconoce su marca, desconoce que es producto de la interpretación que lo constituye.
Del tratamiento de ese sujeto por el psicoanálisis dependerá, no tanto que conozca su marca, sino que se encuentre con el objeto que fue para el Otro, con la horma vacía que dejó en su llegada al mundo y que le dio forma a su búsqueda del objeto de satisfacción sexual.
Este vacío de significación desde el inicio de una vida comienza a llenarse de significantes que intentan darle un sentido. Como indicara en un párrafo anterior son esas voces que le hablan bajo la forma de “pensamientos inconcientes” y que se constituyen en los restos que conformarán su fantasma.
En tanto el vacío es insoportable para el sujeto la alienación al discurso del Otro se impone y lo constituye también.
La paradoja es que una vez tomado por un mundo significante el sujeto se cree amo de su decir cuando no es más que el resultado de la combinatoria significante de una lengua que lo preexiste, aún cuando esa combinatoria sea particular.
De aquí en más buscará darle sentido a su existencia de diversas maneras con la ilusión del encuentro con el objeto que lo satisfaga. Pero en este camino se encuentra con su goce.
Lacan juega con la palabra sentido-gozado ya que en francés goce se escribe jouissance y su última sílaba es homófona a sens que quiere decir sentido. Pero es también Lacan quien determina que la vida carece de sentido.
De modo que el sujeto lacaniano, al final de un análisis tiene que vérselas con el sinsentido que la vida porta pero de todas maneras debe arreglárselas para satisfacerse con “el menor esfuerzo posible”.[3]
En este esfuerzo va a estar su satisfacción y también su pérdida, su desperdicio.
Una serie televisiva, Monk, nos muestra un sujeto que padece ciertos síntomas obsesivos que pueden aparecer como un obstáculo para llegar a su objetivo: descubrir la verdad de/en un crimen. Sin embargo esa serie de actos sintomáticos y rituales aparentemente alejados de su propósito son, en su caso, el necesario camino a recorrer para obtener el resultado.
“Que se satisfaga con el menor esfuerzo posible” nos indica Lacan pero ¿como llegar a saber cuál es ese menor esfuerzo si la pulsión se satisface en su recorrido?
Un refrán irónico lo presenta de este modo: ¿para qué hacerlo fácil si difícil también se puede?
El síntoma contiene una verdad que no es objetiva. Es la verdad del goce de cada quien. Y el desperdicio al que se enfrenta el neurótico es, antes que nada, el desperdicio del tiempo en su aspecto real. No se trata del tiempo simbólico, cronológico, medible ni del imaginario: “el tiempo pasa”… Se trata de ese tiempo real, inasible que, de pronto nos deja la sensación de que la vida es pura pérdida. La muerte, como corte final, acontece y ya no hay quien la subjetive, allí se pasa a la condición de objeto. Cadáver, cuerpo inanimado, los ritos funerarios posibilitan, para quienes lo sobreviven, soportar su pérdida.
Pero el cuerpo muerto no es carroña.[4] El sujeto que “ya fue” demanda su duelo, aún bajo la forma del odio. Odiarlo lo suficiente para tenerlo presente siempre es, también, una forma de no dejarlo ir como se dice en otra lengua. La misma que llama al cadáver “body”. Un cuerpo sin sujeto pero extrañamente significante para los vivos.
La desaparición sin cuerpo para velar produce lo que se dio en llamar la “segunda muerte”, la muerte del cuerpo no como sujeto sino como cadáver, como significante de una pérdida real. Detiene o, a veces, imposibilita el duelo. De ahí la importancia de darlo por muerto.
Entre el nacimiento y la muerte, entonces, un sujeto tomado por el tiempo real y obligado a hacer algo con ello.
La cultura, según Freud, nos da salidas para transcurrir el tiempo cronológico de la mejor manera posible. El saber hacer con el síntoma, al fin de un análisis, lo posibilita.
¿Por qué entonces los sujetos en conjunto resisten a esta posibilidad? La pulsión de muerte actúa y en tanto sabemos que vamos a morir debemos estamos obligados a hacer algo con nuestro tiempo de vida ya que no parece buena idea adelantar el momento y dejarse morir de inanición.
El sujeto social debe resolver su estadía en el mundo junto con otros. En función de las respuestas particulares a este problema universal tenemos distintas formas de solucionar las cuestiones humanas: sexo y muerte.
Elegir el desperdicio es tan válido como cualquier otra. Pero produce ciertas consecuencias que trataré de analizar en posteriores escritos.
*Mirta Vazquez de Teitelbaum
Psicoanalista
Miembro de la Eol (Escuela de la orientación Lacaniana) y de la AMP (Asociación Mundial de Psicoanálisis)
7 de septiembre de 2010
[1] Néstor García Canclini. Ideología, Cultura y Poder. UBA. Secretaría de extensión universitaria. 1997. 3ª. Conferencia: Cómo se forman las Culturas populares: la desigualdad en la producción y en el consumo. Pág. 75
[2] Moraima Guanipa. Susan Sontag: por una erótica del arte. Revista digital El Cautivo. N° 9. 2004
[3] Jacques Lacan. Seminario 11. Los Cuatro Conceptos fundamentales del Psicoanálisis. 1964.
[4] Antígona es la primera obra que nos lo indica de manera clara.
[2] Moraima Guanipa. Susan Sontag: por una erótica del arte. Revista digital El Cautivo. N° 9. 2004
[3] Jacques Lacan. Seminario 11. Los Cuatro Conceptos fundamentales del Psicoanálisis. 1964.
[4] Antígona es la primera obra que nos lo indica de manera clara.
Muy interesante..., veremos si los argentinos podemos estar a la altura de hacer con varios desperdicios de nuestra historia.
ResponderEliminarSaludos.