Por Estela Calvo*
(Para La Tecl@ Eñe)
Ilustración: Ernesto Pereyra
http://ernesto-pereyra.blogspot.com/
Había reservado el 27 de octubre, día del censo, para escribir la nota que se publicaría en La Tecla Eñe. Era un día ideal. Estar en casa, esperando al censista, sin ir a trabajar ni poder comprar siquiera un paquete de galletitas en el chino de la esquina. O sea, nada me apartaría de mi trabajo en el artículo prometido…
Ilusa de mí, a las diez y media de la mañana un llamado me saca de todos los compromisos, de todas las expectativas, de todos los programas que hubiera podido tener para ese día. Imposible seguir haciendo la vida como si nada. A partir de entonces, fueron los llamados, las preguntas, la tele, facebook… qué hacemos, adónde vamos, juntémonos, vamos a la plaza…
Y ese día y los siguientes, más allá de cumplir con algunas tareas ineludibles, mi existir fue estar en la plaza. O donde sea, pero en la Plaza. Y cuando digo la plaza, digo, no solo la de Mayo, sino la plaza como lugar de lo público, como lugar de la multitud, como espacio de construcción y manifestación de pueblo que emerge y se alza, evocación del “subsuelo de la patria sublevado”, que sale a decir y a hacer lo que el establishment no espera ni quiere que diga y haga y que es creación de cultura popular.
Este artículo tenía como tema la discusión sobre la memoria. Discusión que parece sostenerse en dos posiciones: la que afirma que no hay que estar mirando siempre para atrás, que ya no volver al pasado, que basta de “revolver”, dicen algunos; que hay que terminar con eso y mirar para adelante.
El otro argumento, del cual me hago cargo, es que no hay manera de mirar para adelante, de construir futuro, si no se tiene en cuenta lo que antes pasó, si no se resuelven heridas, si no se cierran adecuadamente las cuestiones que fueron sesgadas, silenciadas. Lo antes-pasado es causa y/o condición de lo que hoy sucede. Contaba Juan XXIII que al ser ungido Papa, fue a que su madre besara el anillo símbolo de su magistratura. Y ella, lúcida y conciente del lugar de la causa, le dijo algo así como: “Está muy bien, hijo, pero sin éste (su alianza matrimonial), ese anillo jamás hubiera existido”.
La memoria es indispensable para la continuidad de la vida, en todos los órdenes, y es parte fundamental del aprendizaje que lleva a no comenzar cada día todo de nuevo.
Dar vuelta la página es una de las figuras que se utilizan a veces para manifestar la necesidad de dejar el pasado atrás. Por supuesto. Pero dar vuelta la página, no supone el olvido de las páginas anteriores, supone avanzar recordando, tal vez no todos los detalles, pero sí el argumento principal. Nadie puede leer un libro, pongamos una novela, si cada vez que da vuelta la página se olvida de lo que venía leyendo antes. ¡Cuántas veces uno necesita volver atrás porque no recuerda algún fragmento que en un punto se vuelve indispensable para entender como sigue la historia!
Memoria no es solo recuerdo de lo que pasó, memoria es continuidad, identidad, comprensión del presente a partir de algunas causas que figuran en el pasado.
Hoy -como siempre- un sector de la sociedad argentina propone algunos olvidos que no son inocentes. Sector que pretende ubicar ciertos problemas de la actualidad como dependiendo de las políticas de hoy y que omite establecer su relación con aquello que los causó hace tiempo. Predomina así un modo de pensamiento que presenta todos los asuntos en una confusa simultaneidad. Es el pregonado fin de la historia de hace unas décadas, que parece tener cierta vigencia aún, sobre todo en quienes se benefician con la imposición de esa lógica. Pero así, los análisis resultan banales, intencionalmente superficiales y nunca llevan ni llevarán a entender o aproximarse a los distintos planos de complejidad, indispensables para arribar a conclusiones cercanas a alguna verdad. Operación que es, justamente, un intento de destruir la memoria, porque si la memoria está, hay opciones políticas que no vuelven. Y descartada la aventura militar, blanquear cerebros, eliminar memoria, se revelan como recursos muy oportunos.
Entre los fenómenos, algunos sorprendentes y otros no tanto, que se produjeron en estos días a raíz de la muerte de Néstor Kirchner, uno a destacar es que la gente salió a la calle e hizo memoria. Se hizo memoria en artículos de diarios, en las impresiones de algunos políticos, en variados programas de televisión, pero sobre todo en los carteles, en las consignas, en las cartas que el pueblo fue dejando, en los gritos de quienes pasaban frente al ataúd, en los cantos de la multitud… la palabra “gracias” aparecía acompañada de las cosas rescatadas de la memoria de cada cual. Frente al “todo esta mal”, frente a la imagen de caos y anarquía que algunos pretenden sembrar e imponer permanentemente, el pueblo salió a manifestar su amor y a recordar aquello en lo que ese amor nace y se alimenta.
La memoria –aún en la muerte, que tiende a suavizar las aristas negativas de quien ha muerto, pero sólo si es un muerto amado, un muerto por el cual un pesar muy hondo se asienta en quien se asume como deudo- no implica olvidar las contradicciones ni las complicaciones ni las diferencias. Si quien ha muerto pertenece al mundo de la política, la memoria reconoce entonces que el camino trazado se reafirma y la multitud se unifica en la decisión de seguir avanzando, ya sin el muerto, pero no sin el camino del muerto. Recuperando las contradicciones y las diferencias y llevándolas a cuestas. Porque la cultura popular se caracteriza por la ambivalencia, niega y afirma a la vez, contiene el nacimiento y la muerte. Lo que construye no es acabado ni perfecto, ya que eso implicaría eliminar partes, seleccionar, fragmentar, y la cultura popular, con el pueblo como portador, está en oposición a lo fragmentario, aislado, separado del conjunto, individual, negativo.
Hacer memoria, entonces. Hacer memoria, en memoria de… No digo de un hombre, solamente, digo de todos nosotros, que no queremos que se repitan las dictaduras, las exclusiones, la entrega, la dependencia, la fiesta de pocos. Hacer memoria sumando, sosteniendo, bancando la muerte, el nacimiento, y la imperfección de la existencia.
*Psicóloga y dramaturga
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