09 noviembre 2010

Política y Sociedad/Sobre la inperfecta justicia de los humanos/Liggera Rubén

Sobre la imperfecta justicia de los humanos

Especial para La Tecla Eñe
Por Rubén Américo Liggera(*)

Ilustración: Ernesto Pereyra
“Estarás condenado a recordar para humillar al olvido –me dijo también –.
Siempre recordarás. Siempre.
Y no perdonarás.
Nunca.
No, no negarás, no olvidarás, no eludirás el mandato irremediable
de la memoria.
No podrás –dijo la amada.”

Rubén Liggera,“Libro de finisterra”, Cenizas de Alejandría, 2008


Para bien o para mal, el pasado reciente es una herida abierta. Una herida que no sana. Un herida que palpita y duele. Han pasado treinta y cuatro años desde el siniestro golpe cívico militar del ´76 y sin embargo, sus consecuencias perduran.
Y más aún ahora, cuando por fin, los juicios a los represores y asesinos vuelven a instalar el tema de la tortura, el crimen, la desaparición de personas y el robo de bebés.
Sin dudas que no es grato revivir tamañas atrocidades. Mejor sería olvidar. Aunque, ¿es posible el olvido? ¿es posible apagar la luz, darse vuelta y dormir? ¿Es justo que los genocidas anden por la calle libremente como apacibles abuelitos sin haber respondido por sus actos del pasado? ¿Es razonable que madres y abuelas continúen buscando a sus seres queridos?
Resulta un argumento falaz sostener que mejor es mirar hacia adelante. Porque cabe preguntarse, ¿es posible construir futuro sobre crímenes impunes?
Es justo y necesario que el pasado esté presente para juzgarlo críticamente; para no repetirlo; para saldar las deudas; para obtener justicia. Simplemente eso: justicia. Y también la consabida reparación.
Los derechos humanos que a diario son violados son una realidad indignante, pero esto no justifica ni autoriza a nadie a pretender un manto de olvido sobre hechos que aún no fueron castigados. Trabajemos arduamente por el trabajo, la seguridad social y el bienestar de aquellos que aún pujan por pertenecer. Curiosamente, esta inmensa cantidad de argentinos son los mismos que desde 1976 hasta el 2001 fueron excluidos por quienes instalaron a sangre y fuego un modelo económico y social que dio por tierra con el estado benefactor. Y de tanto en tanto, reaparecen en los medios de comunicación para demonizar al pasado sin hacerse cargo de nada.
¿Quién sería capaz de sacar algún rédito político al impulsar los juicios o al investigar las atrocidades de esa época? Solamente un mal nacido, un ruin, un inmoral.
Por estos días hemos escuchado muchas veces hablar de “manipulación de la Historia” ¿A qué se estarán refiriendo? ¿A que acaso quienes testifican ante la justicia estarán mintiendo o tergiversando los hechos? ¿O se referirán a que las organizaciones de derechos humanos y el gobierno actual –según ellos- estén revisando a la Historia con un “solo ojo”? Quienes sostienen la teoría de los “dos demonios” sólo buscan morigerar los efectos de la violencia estatal con el espejo de la violencia de los grupos armados. Nada más inexacto y desproporcionado. Porque el inmenso poder del Estado sirvió para disciplinar a la sociedad a sangre y fuego, sin garantías individuales, sin juicios con el debido proceso; con el terror, el crimen, la persecución, el acoso, la mentira. Indiscriminadamente.
También es una falacia sostener que lo que se busca es venganza. Porque los damnificados han demostrado hasta el hartazgo su apego al estado de derecho. No hubo un solo caso de justicia por mano propia, aunque razones no hayan faltado. Madres, hijos y abuelas, con paciencia y tesón, recurrieron a la justicia. A pesar de la obediencia debida, el punto final y la amnistía. Soportaron estoicamente todas las contrariedades impuestas por gobernantes y funcionarios judiciales que fueron receptivos a la enorme presión de un ejército vencido, temeroso y en retirada. Y también, por supuesto, de la complicidad civil, algunos de cuyos sectores fueron los beneficiarios directos del accionar militar.
Pero hoy, cuentan con la voluntad del Estado para que la justicia sea una realidad. Tal vez por eso, se han multiplicado los juicios a los represores. Tal vez por eso, muchas víctimas y testigos se animan ahora a dar su testimonio.
Y aunque algunos juzgados no les impriman el ritmo esperado, tarde o temprano se hará justicia.
Es lo único que pretendemos.
Memoria, para tener siempre presente los crímenes de lesa humanidad ocurridos en nuestro país por el accionar del terrorismo de Estado.
Verdad, para que se conozca cómo fue que hubo campos de concentración, tortura, violaciones, robos, sustituciones de identidad, desapariciones. Para saber acerca de las actitudes del Poder Judicial, de los “periodistas independientes”, de los medios de comunicación, de los empresarios y banqueros que apoyaron al gobierno para obtener inmensas ganancias. Para tener siempre en cuenta a aquellos que padecieron el terror, la persecución, el miedo, la censura, el silencio, el exilio.
Justicia, para saldar las deudas con el pasado. De una vez y para siempre.
Y aún así, estaremos obligados a recordar. Invariablemente. Para no repetir los mismos errores. Para que los muertos duerman en paz.
Soy consciente de no haber dicho nada nuevo, de haber recurrido a lugares comunes, pero ¿se puede ser original ante la muerte? Desde Jorge Manrique hasta acá, fueron los grandes poetas quienes nos hicieron saber quiénes somos, de dónde venimos, hacia a dónde vamos. Podríamos decir que estamos ante una “justicia poética”; la que no tiene edad ni territorio. Bella y eterna. La misma que nos ha reconfortado el alma siempre que recurrimos a ella.
Alguien también podría agregar que existe una “justicia divina”. Tal vez. Puede ser. No estoy muy seguro.
De todas maneras, me conformo con la imperfecta “justicia humana” de aquí y ahora. Con la que sea capaz de poner las cosas en su lugar. Con la que logre por fin la reparación histórica que todos estamos esperando.

(*)Poeta sobreviviente.

1 comentario:

  1. MEMORIA

    ¡Memoria! ¡Oh! Memoria que yaces
    Arañando mis ondas cerebrales
    En los sólidos muros- sagrada arquitectura-
    De mi cuerpo y mi mente,
    De mi olfato, mi tacto, mis oídos.
    Tú has visto conmigo el paso de los días inclementes;
    Has compartido mi mesa, sin mantel y sin pan,
    Has olido mi miedo;
    Has subido conmigo al confín de mis odios
    Y, después, al tranquilo habitáculo del reposo.
    ¡Memoria! Yo te proclamo soberana.
    Diosa inexpugnable de los destellos del alma.
    Porque conozco la herrumbre de tus pasos,
    La parca soledad de tu presencia
    Y la esquiva liviandad de tu retraso;
    Entre tantos albores, tanto ocaso,
    Tanto insumo vital de la existencia;
    En el incierto naufragio de este mundo,
    Hallo tu amparo ¡Memoria! como un susurro
    Apenas percibido, en el leve latido
    Del corazón, recuperado,
    De antemano, a la muerte.

    MEMORIA-soneto

    Esta tarde de vagas confluencias,
    donde el silencio es, casi, como un rito,
    entre el hecho previsto y lo inaudito,
    mi memoria me avala en permanencias.
    Asimilando todas las ausencias,
    en la distancia mineral que habito,
    nada se esconde a este secreto mito,
    breve e incierto, de las acaescencias.
    En la oscura quietud de la amargura,
    retiene los perfiles agraviantes.
    Y, en el bravo corcel de su hendidura,
    vierte la soledad de los instantes.
    Allí, todo dolor vive, perdura,
    con la misma pasión de los amantes.






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