El sentido último del periodismo es preservar el derecho a la información más fidedigna. En este momento donde a todos se le piden definiciones, aquel principio parece no tener sentido
No se trata de afirmar que la verdad es relativa, porque eso diluye todos los debates. Tal vez el camino más interesante sea el de admitir aquello que decía Nietzsche: que la verdad es la chispa que nace en el choque de dos espadas.
No se trata de afirmar que la verdad es relativa, porque eso diluye todos los debates. Tal vez el camino más interesante sea el de admitir aquello que decía Nietzsche: que la verdad es la chispa que nace en el choque de dos espadas.
Por Marcos Mayer*
(para La Tecl@ Eñe)
(para La Tecl@ Eñe)
Ilustración: Anibal Cedrón
En los momentos de inicio del debate sobre el papel de los medios –la gran discusión cultural del último lustro- muchos periodistas decidieron que era hora de mostrar las cartas, de poner en evidencia sus adhesiones y preferencias en el terreno político. Algo que demasiado rápidamente se bautizó como “toma de partido”. Y de pronto, lo que hasta ese momento era una opción ciudadana se terminó por convertir en un mandato profesional. Se debía tomar partido, pues no había otra posibilidad que fuera realmente honesta; la neutralidad era una forma de optar por algo, la más implícita y en un punto, aunque nadie se atreviera a ponerlo con tanta claridad, la más cobarde. Detrás de esa abstinencia declarada se escondían imposturas o, en el mejor caso, la pretensión de posar como “alma bella”.
Esta fue más allá del terreno de las posiciones personales más o menos declamadas y se trasladó a la práctica: Con la coartada de que la realidad es una construcción y que las distintas construcciones obedecen a intereses diversos y muchas veces contrapuestos, se instaló la idea de que se podían acomodar los datos y opiniones a esas diferencias de intereses.
Lo que se puso en marcha es una forma política del periodismo que obligaba al consumidor de esas informaciones a tomar partido y a elegir el medio que más se adecuara a sus posiciones previas. Hoy, un medio tiene casi la obligación de confirmar un diagnóstico preexistente sobre la realidad y se seleccionan o se dejan de lado informaciones que puedan poner en entredicho, o al menos relativizar esas ideas previas.
Clarín acentuó cualquier aspecto negativo de la realidad, una actitud que no sólo afectó a la cobertura política sino que se extendió a las páginas de sociedad e incluso de deportes. Nuevos emprendimientos como Tiempo Argentino y El Argentino plantearon las cosas de manera opuesta. Se viven tiempos de realizaciones y los augurios sobre el futuro no pueden ser más venturosos.
Se podría decir que la adhesión a un sector social y a una formación política ocurre desde siempre en la práctica periodística (una impostura que sólo el más franco sinceramiento subsanaría), pero correspondería hacer ciertas salvedades. La idea de toma de posición obligatoria (6,7,8 ha querido presentar esto como la muestra más acabada de honestidad en el ejercicio de la profesión) tiene como consecuencia el abandono del recurso del análisis, que implica una serie de formas de pensar las cosas que se aprende bastante en el periodismo cultural.
Joseph Conrad caracterizaba al trabajo del novelista como la puesta en práctica de lo que llamaba imaginación solidaria. No se trata de responder a la pregunta de qué haríamos de estar en la misma situación del personaje, sino cuál sería nuestra actitud si fuéramos el personaje puesto en esas circunstancias. O sea, poner la imaginación del lado del otro, es así como debe interpretarse la solidaridad. Analizar tiene mucho que ver con comprender las razones del otro, en entender sin prejuzgar porqué actúa del modo que lo hace, porqué elige un determinado camino en lugar de otro.
De vez en cuando uno encuentra en las columnas políticas de Mario Wainfeld en Página/12 (un medio que si bien adscribe al oficialismo no puede enrolarse por su propia historia con el mismo énfasis en el que abundan los medios del grupo Szpolski) esa disposición a tratar de entender por qué los actores del tablero político se mueven en un cierto rumbo. Lo que implica intentar poner entre paréntesis la aprobación o el disgusto que generan los protagonistas involucrados en quien escribe.
Hace bastante tiempo se podía encontrar este intento analítico en las columnas dominicales de Eduardo Van der Kooy en Clarín, o en varios textos de Verbitsky se trataba de mostrar una cierta distancia de los intereses en juego, al menos en su expresión más concreta y visible. El objeto estético muchas veces exige una distancia o una cierta suspensión del juicio a pesar de las presiones para que eso se exprese de modo manifiesto (puntajes, sistemas de calificación más o menos ingeniosos). Pero los textos (orales o escritos), incluso los más aseverativos, asumen estar ante un objeto que es por definición complejo, al menos la mayoría de las veces. Aceptar esa complejidad es lo que lleva a la necesidad del análisis, pues de lo que se trata es de comprender qué hay en juego en un libro, un cuadro, una película o un recital. Se debe trabajar contra los propios prejuicios (en el sentido de juicio previo) y los de los demás. No se debería condescender con una valoración que se haga de antemano, aunque todo nos indique que estamos a punto de toparnos con algo notable o algo deleznable.
Pareciera que esto, que de algún modo es el sentido último del periodismo –preservar el derecho a la información más fidedigna- no tuviera sentido en este momento donde a todos se le piden definiciones, cuanto más tajantes mejor.
No se trata de afirmar que la verdad es relativa, porque eso diluye todos los debates pues no hay que moverse de aquella verdad en que estamos instalados. Tal vez el camino más interesante sea el de admitir aquello que decía Nietzsche: que la verdad es la chispa que nace en el choque de dos espadas. Algo que siempre es una promesa por la que vale la pena deponer toda certeza.
* Escritor, periodista y docente
Esta fue más allá del terreno de las posiciones personales más o menos declamadas y se trasladó a la práctica: Con la coartada de que la realidad es una construcción y que las distintas construcciones obedecen a intereses diversos y muchas veces contrapuestos, se instaló la idea de que se podían acomodar los datos y opiniones a esas diferencias de intereses.
Lo que se puso en marcha es una forma política del periodismo que obligaba al consumidor de esas informaciones a tomar partido y a elegir el medio que más se adecuara a sus posiciones previas. Hoy, un medio tiene casi la obligación de confirmar un diagnóstico preexistente sobre la realidad y se seleccionan o se dejan de lado informaciones que puedan poner en entredicho, o al menos relativizar esas ideas previas.
Clarín acentuó cualquier aspecto negativo de la realidad, una actitud que no sólo afectó a la cobertura política sino que se extendió a las páginas de sociedad e incluso de deportes. Nuevos emprendimientos como Tiempo Argentino y El Argentino plantearon las cosas de manera opuesta. Se viven tiempos de realizaciones y los augurios sobre el futuro no pueden ser más venturosos.
Se podría decir que la adhesión a un sector social y a una formación política ocurre desde siempre en la práctica periodística (una impostura que sólo el más franco sinceramiento subsanaría), pero correspondería hacer ciertas salvedades. La idea de toma de posición obligatoria (6,7,8 ha querido presentar esto como la muestra más acabada de honestidad en el ejercicio de la profesión) tiene como consecuencia el abandono del recurso del análisis, que implica una serie de formas de pensar las cosas que se aprende bastante en el periodismo cultural.
Joseph Conrad caracterizaba al trabajo del novelista como la puesta en práctica de lo que llamaba imaginación solidaria. No se trata de responder a la pregunta de qué haríamos de estar en la misma situación del personaje, sino cuál sería nuestra actitud si fuéramos el personaje puesto en esas circunstancias. O sea, poner la imaginación del lado del otro, es así como debe interpretarse la solidaridad. Analizar tiene mucho que ver con comprender las razones del otro, en entender sin prejuzgar porqué actúa del modo que lo hace, porqué elige un determinado camino en lugar de otro.
De vez en cuando uno encuentra en las columnas políticas de Mario Wainfeld en Página/12 (un medio que si bien adscribe al oficialismo no puede enrolarse por su propia historia con el mismo énfasis en el que abundan los medios del grupo Szpolski) esa disposición a tratar de entender por qué los actores del tablero político se mueven en un cierto rumbo. Lo que implica intentar poner entre paréntesis la aprobación o el disgusto que generan los protagonistas involucrados en quien escribe.
Hace bastante tiempo se podía encontrar este intento analítico en las columnas dominicales de Eduardo Van der Kooy en Clarín, o en varios textos de Verbitsky se trataba de mostrar una cierta distancia de los intereses en juego, al menos en su expresión más concreta y visible. El objeto estético muchas veces exige una distancia o una cierta suspensión del juicio a pesar de las presiones para que eso se exprese de modo manifiesto (puntajes, sistemas de calificación más o menos ingeniosos). Pero los textos (orales o escritos), incluso los más aseverativos, asumen estar ante un objeto que es por definición complejo, al menos la mayoría de las veces. Aceptar esa complejidad es lo que lleva a la necesidad del análisis, pues de lo que se trata es de comprender qué hay en juego en un libro, un cuadro, una película o un recital. Se debe trabajar contra los propios prejuicios (en el sentido de juicio previo) y los de los demás. No se debería condescender con una valoración que se haga de antemano, aunque todo nos indique que estamos a punto de toparnos con algo notable o algo deleznable.
Pareciera que esto, que de algún modo es el sentido último del periodismo –preservar el derecho a la información más fidedigna- no tuviera sentido en este momento donde a todos se le piden definiciones, cuanto más tajantes mejor.
No se trata de afirmar que la verdad es relativa, porque eso diluye todos los debates pues no hay que moverse de aquella verdad en que estamos instalados. Tal vez el camino más interesante sea el de admitir aquello que decía Nietzsche: que la verdad es la chispa que nace en el choque de dos espadas. Algo que siempre es una promesa por la que vale la pena deponer toda certeza.
* Escritor, periodista y docente
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