La Argentina cristinista: el horizonte que se corre.
La imagen que mejor sintetiza estos años acaso sea el consumo a todo vapor de los sectores populares. Keynesianismo de tercer cordón. Es, como dice el artista plástico Daniel Santoro, la socialización del goce capitalista. Una socialización que, sin embargo, sigue encerrando un conflicto estructural. En un orden esencialmente excluyente, como es y seguirá siendo el capitalismo, el peronismo tiene la fuerza trágica de una revolución inconclusa: la justicia social nunca podrá consumarse como un todo. La búsqueda de la igualdad, sigue siendo un proceso.
Por Martín Piqué*
Por Martín Piqué*
(para La Tecl@ Eñe)
Ilustración: Mural realizado por Daniel santoro y Alejandro Marmo
Dicen que así es más fácil inspirarse. Mirar al otro lado de la ventana. Poner cara de estatua –uno se pretende ensayista—y contemplar con beatitud post-orgásmica las luces de neón que rebotan en los vidrios o en el agua acumulada de las banquinas. La ciudad, musa inspiradora. El color de la noche, paisaje urbano; cobijo afectivo que dispara recuerdos y emociones como la fluorescencia del mar que conmovía al Corsario Negro al despedir a sus hermanos en las novelas de la infancia. Del otro lado de la ventana: la noche de Buenos Aires. Esta ciudad está feliz.
Feliz como Riquelme. Y la incomodidad de sentarse en un café que ya es un lugar común de Buenos Aires: Corrientes y Montevideo, La Paz, la esquina tradicional del observador presuntamente creativo. Paraíso progre. Aparte de los barbados con gesto adusto que se explican lo que pasa, de las mesas de señoras que comparten infidencias, la Paz sigue siendo un desfile de vendedores ambulantes: biromes, copias piratas de películas, pañuelos de papel. Y enfrente, justo enfrente, en la otra esquina, un puesto de panchos ofrece “hot dogs nacionales y populares”. Me tiento de decir que las dos esquinas son una postal de la Argentina cristinista. Lo digo. “La fuerza del pueblo.”
Los lugares comunes, ¿cómo evitarlos?
La ciudad y las escenas urbanas que construyen un sentido. Ayer quise sentirme un turista en un mundo ajeno: jugaban Boca-San Lorenzo, me encapriché con que quería ver el partido en la pantalla gigante de la confitería Rond Point, el emblema de la ostentación noventista, acaso pasada de moda. Siempre supuse que en esa esquina de la avenida Figueroa Alcorta –pleno Palermo Chico- se citaban los exitosos que estaban haciendo carrera en el canal estatal: ahora sería el escenario de las figuras ascendentes de la televisión pública. Pero el domingo a la tarde en Rond Point mostró un país congelado, una imagen anterior a 2003.
No había allí jóvenes kirchneristas desafiando gorilas con un consumo de VIP class. Por suerte, qué alivio. Las mesas eran un catálogo perfecto de maduros de billetera abultada haciéndose los galanes, exhibiendo a sus mujeres teñidas de rubio y con el récord de cirugías por centímetro cuadrado. Pero la escena tiene su reverso, el escenario sistemáticamente olvidado por los medios hegemónicos: segundo y tercer cordón del conurbano. Barrios de trabajadores y ciudades-dormitorio. Obra pública, inversión estatal. Calles que se asfaltan, acceso al agua potable, computadoras para los pibes y cloacas que llegan después de años y años de ausencia.
Sí. La imagen que mejor sintetiza estos años acaso sea el consumo a todo vapor de los sectores populares. Keynesianismo de tercer cordón, electrodomésticos, cemento y ladrillo. El regreso de la confianza y de la ilusión en la movilidad social ascendente. Es la democratización del consumo o, como dice el artista plástico Daniel Santoro para provocar a las almas bien-pensantes, la socialización del goce capitalista. Una socialización que, sin embargo, sigue encerrando un conflicto estructural. En un orden esencialmente excluyente, como es y seguirá siendo el capitalismo, el peronismo tiene la fuerza trágica de una revolución inconclusa: la justicia social nunca podrá consumarse como un todo. La búsqueda de la igualdad, como la utopía que retrocede con el horizonte mientras se camina hacia ella, sigue siendo un proceso. Como todo viaje.
Y sin embargo. Los días más felices siempre fueron peronistas.
Feliz como Riquelme. Y la incomodidad de sentarse en un café que ya es un lugar común de Buenos Aires: Corrientes y Montevideo, La Paz, la esquina tradicional del observador presuntamente creativo. Paraíso progre. Aparte de los barbados con gesto adusto que se explican lo que pasa, de las mesas de señoras que comparten infidencias, la Paz sigue siendo un desfile de vendedores ambulantes: biromes, copias piratas de películas, pañuelos de papel. Y enfrente, justo enfrente, en la otra esquina, un puesto de panchos ofrece “hot dogs nacionales y populares”. Me tiento de decir que las dos esquinas son una postal de la Argentina cristinista. Lo digo. “La fuerza del pueblo.”
Los lugares comunes, ¿cómo evitarlos?
La ciudad y las escenas urbanas que construyen un sentido. Ayer quise sentirme un turista en un mundo ajeno: jugaban Boca-San Lorenzo, me encapriché con que quería ver el partido en la pantalla gigante de la confitería Rond Point, el emblema de la ostentación noventista, acaso pasada de moda. Siempre supuse que en esa esquina de la avenida Figueroa Alcorta –pleno Palermo Chico- se citaban los exitosos que estaban haciendo carrera en el canal estatal: ahora sería el escenario de las figuras ascendentes de la televisión pública. Pero el domingo a la tarde en Rond Point mostró un país congelado, una imagen anterior a 2003.
No había allí jóvenes kirchneristas desafiando gorilas con un consumo de VIP class. Por suerte, qué alivio. Las mesas eran un catálogo perfecto de maduros de billetera abultada haciéndose los galanes, exhibiendo a sus mujeres teñidas de rubio y con el récord de cirugías por centímetro cuadrado. Pero la escena tiene su reverso, el escenario sistemáticamente olvidado por los medios hegemónicos: segundo y tercer cordón del conurbano. Barrios de trabajadores y ciudades-dormitorio. Obra pública, inversión estatal. Calles que se asfaltan, acceso al agua potable, computadoras para los pibes y cloacas que llegan después de años y años de ausencia.
Sí. La imagen que mejor sintetiza estos años acaso sea el consumo a todo vapor de los sectores populares. Keynesianismo de tercer cordón, electrodomésticos, cemento y ladrillo. El regreso de la confianza y de la ilusión en la movilidad social ascendente. Es la democratización del consumo o, como dice el artista plástico Daniel Santoro para provocar a las almas bien-pensantes, la socialización del goce capitalista. Una socialización que, sin embargo, sigue encerrando un conflicto estructural. En un orden esencialmente excluyente, como es y seguirá siendo el capitalismo, el peronismo tiene la fuerza trágica de una revolución inconclusa: la justicia social nunca podrá consumarse como un todo. La búsqueda de la igualdad, como la utopía que retrocede con el horizonte mientras se camina hacia ella, sigue siendo un proceso. Como todo viaje.
Y sin embargo. Los días más felices siempre fueron peronistas.
*Periodista. Trabaja en el Diario Tiempo Argentino
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