03 septiembre 2011

Política/Mensajes de una elección/Por Edgardo Mocca

Reflexiones en torno a las Primarias Abiertas y desafíos hacia Octubre


Mensajes de una elección

El resultado de las elecciones primarias abiertas y obligatorias insinúa un escenario político completamente nuevo en el país. Si la elección presidencial de octubre ratifica la escala del predominio electoral de Cristina Kirchner no estaremos ante una mera continuidad del proceso político abierto en mayo de 2003 sino ante un nuevo panorama, ante el cual los discursos y las prácticas de hoy habrán perdido radicalmente vigencia

Por Edgardo Mocca*


(para La Tecl@ Eñe)


El resultado de las elecciones primarias abiertas y obligatorias insinúa un escenario político completamente nuevo en el país. Si la elección presidencial de octubre ratifica la escala del predominio electoral de Cristina Kirchner no estaremos ante una mera continuidad del proceso político abierto en mayo de 2003 sino ante un nuevo panorama, ante el cual los discursos y las prácticas de hoy habrán perdido radicalmente vigencia.
Los guarismos y la geografía del voto dan cuenta de una hegemonía política extendida a lo largo y a lo ancho del territorio nacional, que abarca todas las clases y sectores sociales. La abrumadora diferencia respecto a la fórmula opositora que se ubicó segunda muestra la ausencia de una fuerza orgánica capaz de generar una alternativa en el corto plazo a la coalición política gobernante.
Ante el impacto político que supuso la elección, los medios de comunicación dominantes elaboraron con relativa celeridad una interpretación del voto popular simple y en apariencia concluyente: la votación tendría un sentido inequívoco y unidimensional, arraigado en la mayoritaria satisfacción con el estado de la economía y las mejoras en la calidad de vida popular. Sin embargo, aún antes de conocerse los resultados, algunos especialistas en el análisis de la opinión pública habían introducido variables que rompen con el monocausalismo economicista de las miradas periodísticas alentadas por los grandes medios. En una nota llamada “Fortalezas e ilusiones del gobierno”, publicada por el matutino La Nación, el día 3 de agosto último, Eduardo Fidanza aportaba interesantes elementos de juicio provenientes de los sondeos de opinión.
Fidanza, uno de los directores de la consultora Poliarquía, afirma en esa nota que “más del 60% de la población está hoy de acuerdo con un papel protagónico del Estado en la economía; con una participación importante de éste en la propiedad de las empresas privadas; con la continuación de los juicios a los militares, y con la no intervención de la fuerza pública en casos de protesta social que afecten a terceros. Un porcentaje ligeramente menor está de acuerdo también con mantener o incrementar las relaciones con Hugo Chávez”. El autor de esta nota no es justamente un admirador del kirchnerismo, tal como puede apreciarse en el propio desarrollo de la nota de referencia, y sus afirmaciones no provienen de la mera intuición sino que se desprenden de encuestas realizadas por la mencionada consultora de opinión. De manera que todos, con independencia del estado de ánimo que nos provoque el resultado electoral, estaríamos obligados a considerar esta perspectiva que fue plenariamente ignorada por la gran mayoría de los comentaristas políticos en el período previo a la elección.
Queda introducida así la cuestión del “componente cultural” del voto en la elección del 14 de agosto. Claro está que no se pretende aquí un reduccionismo simétrico al de la opinión predominante, que asigne al pronunciamiento popular los rasgos de una definición ideológica estable, consolidada y autónoma respecto de las condiciones económicas en las que hoy vivimos. En rigor, nunca pueden establecerse murallas que aíslen entre sí diferentes dimensiones de la vida social y que pudieran permitirnos discernir cuánto de conformidad y cuánto de identificación con la narrativa gubernamental tiene el voto mayoritario recientemente expresado. Al fin, la política no se deja encerrar en las rigurosas cuadrículas de las encuestas de opinión. Por el contrario, su materia son las acciones y las identificaciones colectivas, los miedos y las esperanzas, la historia y la perspectiva de futuro.
Los argentinos estamos tomando decisiones en un momento muy particular. Atravesamos una fascinante sincronía entre nuestras peripecias y los acontecimientos que recorren el mundo. Un poderoso hilo de sentido parece unir nuestra crisis de 2001 con las imágenes de la protesta social que hoy recorre el mundo. Vemos en la pantalla de televisión imágenes que nos son familiares. Las palabras que atraviesan esas escenas son también nuestras. Las atesoró la memoria colectiva en los inciertos días de finales de aquel año memorable. Ajuste, endeudamiento, recortes del gasto social, peligros de default, carencias de instrumentos de regulación en manos del Estado, recetas de los organismos internacionales, indignación, incertidumbre, desempleo masivo…todo conforma un repertorio conocido, un territorio ya recorrido cuya memoria nos estremece.
Los gurúes del establishment económico-financiero asisten atónitos a un verdadero cambio epocal cuyos signos son visibles pero cuya dinámica nadie puede atrapar en plenitud. Siguen repitiendo letanías como la de nuestro aislamiento del mundo y el enfoque de lo que ocurre en la economía como si se tratara de hechos de la naturaleza. Como si la crisis europea y norteamericana fueran acontecimientos del orden de un tsunami o un terremoto. Francamente, un mal momento para criticar el exceso de gasto público o la falta de disposición del gobierno para volver al mercado mundial del crédito. Mal momento para denostar la intervención del Estado y recomendar el ensanchamiento de la libertad de mercado. Mal momento para declararse indiferente ante las iniciativas integradoras de la Unasur y predicar la prioridad de nuestras relaciones con los “países serios” del mundo.
El argumento del “viento de cola” es el núcleo del discurso del establishment económico. En el corazón de este argumento está la antipolítica. La percepción de que la política es mero ruido que asusta a los mercados. Resume una operación de sustracción del debate político y de borramiento de las huellas que llevaron al país a la situación actual. Como si se estuviera ante un pueblo bobo que se limita a consumir y a festejar sin reflexión alguna sobre cómo se llegó hasta aquí. Es la imagen desaforada de Biolcatti que repudia a quienes piensan en la cuota del “plasma” o de Luis Juez repitiendo los lugares comunes vacíos del cualunquismo. Las huellas que se borran son la renegociación de la deuda en default en los primeros meses del gobierno de Néstor Kirchner, la recuperación para el Estado de los fondos del casino financiero que fueron las AFJP, las políticas activas de defensa y expansión del empleo que limitaron el efecto de la crisis en el mercado laboral del país. Se borra la huella de una concepción de la política que descree de las murallas de acero del neoliberalismo: que no cree que haya “políticas sociales” divorciadas de una política económica capaz de priorizar el empleo y la demanda interna; que sospecha de esa división que alguna vez formulara Duhalde: el mercado para los ricos, el Estado para los pobres. El “conformismo” que creen encontrar las plumas de los medios hegemónicos en el voto popular, bien podría ser interpretado como reconocimiento del mundo, como valoración de la política, como una mirada planetaria mucho más actualizada y compleja que el canon neoliberal estancado en el mundo feliz de los noventa.
No podemos ignorar que esas mayorías que hoy se pronuncian a favor de la intervención del Estado, de la política de derechos humanos, de la seguridad concebida democráticamente, viven cotidianamente el asedio de una maquinaria comunicativa centralizada orwelianamente en sus mensajes. Sometida a la repetición de las imágenes de crímenes horrendos como alimento de la demagogia punitiva y autoritaria. Expuesta al bombardeo que sitúa los recursos públicos en el lugar simbólico de una caja corrupta y arbitraria. Atravesada por el mensaje que identifica a Chávez y a Evo Morales como la quintaesencia del despotismo y la prepotencia. Nunca una encuesta hará otra cosa que revelar un clima circunstancial. Nunca será el termómetro infalible de ninguna batalla cultural. Pero si tratamos de construir un marco de nuestra situación no podemos ignorar la existencia de profundas tendencias que actúan en la dirección de la recuperación de la autoestima nacional, del sentido de solidaridad social y de la pertenencia al universo histórico-cultural sudamericano.
Por lo demás, el voto no solamente es el reflejo de una situación dada. El voto popular tiene atributos de creación. Compone un escenario político distinto. Genera nuevas posibilidades y establece nuevos límites para la política. Quienes creen que la batalla cultural se disputa solamente en los textos y debates especializados nunca podrá capturar la capacidad creadora de la política. Para decirlo simplemente, una cosa es predicar la necesidad de la ampliación de derechos sociales y otra es decidir desde el Estado políticas en esa dirección. Es la acción y no la palabra erudita la que libra las principales escaramuzas de la batalla cultural. Hay acciones del Estado y hay acciones del pueblo: el voto del 14 de agosto es una de estas últimas. Es una acción colectiva que ha modificado el tablero. Que obliga a todos a rever sus tácticas, sus estrategias y sus lenguajes. En este caso, puede intuirse el mensaje soberano como el mandato de una nueva unidad nacional. Una unidad en la diversidad, en la pluralidad y hasta en el conflicto legítimo. Una superación de esta lógica de dos países irreductiblemente confrontados que se instaló entre nosotros, particularmente desde el conflicto agrario de 2008. No hablamos de consensos pasivos ni de pactos de cúpulas, sino de un nuevo clima de época. Un clima necesario para afrontar días inevitablemente difíciles que la situación del mundo insinúa.
Da la impresión de que quien desde la política o desde sus vecindades corporativas y mediáticas no tome nota de este impulso puede quedar seriamente aislado en el futuro próximo. No alcanzará con invocar añejas identidades partidarias ni mucho menos con agitar el espantajo de los ataques a la “libertad de prensa” para eludir este nuevo tablero que empieza a ordenar nuestro pueblo. Con toda seguridad habrá en ese nuevo tablero lugar para derechas e izquierdas, para nacionalismos y liberalismos. Lo que parece irse angostando irreversiblemente es el espacio para la imposición prepotente de descripciones de la realidad que acaban de ser barridas como hojarasca por la tempestad.


*Politólogo

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