El desperdicio argentino, cuarta entrega
Este artículo forma parte de la cuarta entrega del libro El Desperdicio Argentino, de Mirta Vazquez de Teitelbaum, quien ha elegido a La Tecl@ Eñe para dar a conocer los capítulos del mismo
En los últimos días se ha agregado una palabra a las cuestiones políticas surgida del descontento en España: indignados.
En Argentina no llama la atención el calificativo porque, en general, en nuestra historia política siempre hay grupos de indignados que reclaman lo suyo.
Sin embargo esta circunstancia presenta una particularidad que me interesa destacar porque estuve en Roma y las manifestaciones de los indignados españoles aparecían cotidianamente en los medios.
La forma de actuar de estos grupos es de manera conjunta e inmediata frente a hechos que perjudiquen la vida de la gente.
Sus consignas van en contra del poder establecido al que consideran inepto para resolver situaciones sociales adversas para sus protagonistas. Uno de los jóvenes indignados explicaba claramente que no están en contra de una política o de un gobierno sino del poder porque siempre va en contra de los que menos tienen, de los excluidos o los que atraviesan circunstancias difíciles.
Aparecen en situaciones cotidianas para oponerse a cualquier acción social que consideran injusta, como por ejemplo un desalojo de ancianos por falta de pago de una hipoteca o la discriminación de un inmigrante que aún no tiene sus papeles en regla.
Se comunican entre sí por las redes de Internet y una vez que conocen el problema, aparecen e impiden que las autoridades cumplan su cometido. Como en democracia no son reprimidos por la fuerza la repercusión en los medios hace que se difundan prontamente y allí se los ve sentados en forma pacífica y/o dando alguna nota.
¿Cuánto tiempo estos jóvenes pueden mantener esta forma de lucha? Inclusive se les mandó al premio Nobel de Economía para que los convenciera de deponer su actitud. La cuestión novedosa no es la duración en el tiempo sino el tipo de oposición.
Se están plantando en contra de una forma de gobierno occidental que evidentemente, está en crisis. La decadencia del capitalismo no es de hoy ni de ayer, viene de lejos, pero cada tanto se agudiza.
No les importan las ideologías ni de derechas ni de izquierdas tradicionales sino que denuncian al poder político porque entienden que no representa los intereses de la gente. Es más, según ellos los políticos gobiernan en contra de esos mismos intereses ya que una vez obtenido el poder se dedican a hacer carrera política y se olvidan de aquellos a los cuales supuestamente debían representar.
Por eso los indignados no representan a nadie sino que se presentan en los lugares donde hay una injusticia en ciernes por la cual se verán perjudicados los que no tienen ningún acceso al poder. Se indignan por una forma representativa de gobierno que usa el poder de manera injusta.
No son valientes que se oponen a una dictadura, son jóvenes que entienden que los gobiernos no atienden a los problemas particulares de sus gobernados ya que sabemos que, aún los elegidos por mayoría, jamás harán recaer las vicisitudes que se desprendan de su política en familiares o amigos.
Es interesante esta manera de actuar presentándose en la escena. Acorde con los tiempos que corren se comunican por las redes y acuerdan acciones inmediatas que cumplen su cometido puntualmente en un tiempo y espacio establecido.
No sabemos en que derivará esta forma de compromiso social pero es cierto que en el presente en tanto movimiento tiene su eficacia.
Los movimientos sociales son como olas que atraviesan un momento de la historia y a veces dejan su impronta y se transforman. Una vez que se vuelven institucionales pierden la espontaneidad inicial y se organizan jerárquicamente lo que conlleva su burocratización.
Los indignados nos despiertan advirtiéndonos que siempre el poder organizado, bajo cualquier sistema de gobierno, hace pagar los platos rotos de la economía o de la guerra a aquellos que por sus condiciones sociales son más vulnerables: los ancianos, los pobres, los niños, en fin los que no tienen acceso a gozar de las delicias del poder de turno.
Ninguna otra cosa nos enseña la historia. Y en la nuestra el Viejo Vizcacha aconseja: “Hacete amigo del juez…, no le des de que quejarte que siempre es bueno tener palenque donde rascarte”.
Sentencia que se hizo carne en el discurso corriente bajo la forma del amiguismo y el acomodo ya que siempre conviene contar con otro que palanquee para sobrevivir sin mayores sobresaltos. Lo que también se dice: tener un padrino, aunque este término nos acerca demasiado al discurso de la mafia.
En Argentina no llama la atención el calificativo porque, en general, en nuestra historia política siempre hay grupos de indignados que reclaman lo suyo.
Sin embargo esta circunstancia presenta una particularidad que me interesa destacar porque estuve en Roma y las manifestaciones de los indignados españoles aparecían cotidianamente en los medios.
La forma de actuar de estos grupos es de manera conjunta e inmediata frente a hechos que perjudiquen la vida de la gente.
Sus consignas van en contra del poder establecido al que consideran inepto para resolver situaciones sociales adversas para sus protagonistas. Uno de los jóvenes indignados explicaba claramente que no están en contra de una política o de un gobierno sino del poder porque siempre va en contra de los que menos tienen, de los excluidos o los que atraviesan circunstancias difíciles.
Aparecen en situaciones cotidianas para oponerse a cualquier acción social que consideran injusta, como por ejemplo un desalojo de ancianos por falta de pago de una hipoteca o la discriminación de un inmigrante que aún no tiene sus papeles en regla.
Se comunican entre sí por las redes de Internet y una vez que conocen el problema, aparecen e impiden que las autoridades cumplan su cometido. Como en democracia no son reprimidos por la fuerza la repercusión en los medios hace que se difundan prontamente y allí se los ve sentados en forma pacífica y/o dando alguna nota.
¿Cuánto tiempo estos jóvenes pueden mantener esta forma de lucha? Inclusive se les mandó al premio Nobel de Economía para que los convenciera de deponer su actitud. La cuestión novedosa no es la duración en el tiempo sino el tipo de oposición.
Se están plantando en contra de una forma de gobierno occidental que evidentemente, está en crisis. La decadencia del capitalismo no es de hoy ni de ayer, viene de lejos, pero cada tanto se agudiza.
No les importan las ideologías ni de derechas ni de izquierdas tradicionales sino que denuncian al poder político porque entienden que no representa los intereses de la gente. Es más, según ellos los políticos gobiernan en contra de esos mismos intereses ya que una vez obtenido el poder se dedican a hacer carrera política y se olvidan de aquellos a los cuales supuestamente debían representar.
Por eso los indignados no representan a nadie sino que se presentan en los lugares donde hay una injusticia en ciernes por la cual se verán perjudicados los que no tienen ningún acceso al poder. Se indignan por una forma representativa de gobierno que usa el poder de manera injusta.
No son valientes que se oponen a una dictadura, son jóvenes que entienden que los gobiernos no atienden a los problemas particulares de sus gobernados ya que sabemos que, aún los elegidos por mayoría, jamás harán recaer las vicisitudes que se desprendan de su política en familiares o amigos.
Es interesante esta manera de actuar presentándose en la escena. Acorde con los tiempos que corren se comunican por las redes y acuerdan acciones inmediatas que cumplen su cometido puntualmente en un tiempo y espacio establecido.
No sabemos en que derivará esta forma de compromiso social pero es cierto que en el presente en tanto movimiento tiene su eficacia.
Los movimientos sociales son como olas que atraviesan un momento de la historia y a veces dejan su impronta y se transforman. Una vez que se vuelven institucionales pierden la espontaneidad inicial y se organizan jerárquicamente lo que conlleva su burocratización.
Los indignados nos despiertan advirtiéndonos que siempre el poder organizado, bajo cualquier sistema de gobierno, hace pagar los platos rotos de la economía o de la guerra a aquellos que por sus condiciones sociales son más vulnerables: los ancianos, los pobres, los niños, en fin los que no tienen acceso a gozar de las delicias del poder de turno.
Ninguna otra cosa nos enseña la historia. Y en la nuestra el Viejo Vizcacha aconseja: “Hacete amigo del juez…, no le des de que quejarte que siempre es bueno tener palenque donde rascarte”.
Sentencia que se hizo carne en el discurso corriente bajo la forma del amiguismo y el acomodo ya que siempre conviene contar con otro que palanquee para sobrevivir sin mayores sobresaltos. Lo que también se dice: tener un padrino, aunque este término nos acerca demasiado al discurso de la mafia.
Buenos Aires, 29 de agosto de 2011
Mirta Vazquez de Teitelbaum
Mirta Vazquez de Teitelbaum
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