(apuntes acerca del conflicto y el
consenso)
¿Es posible concebir una unidad política a partir del conflicto? O,
quizás, para ser más realistas, ¿será posible incorporar la dimensión del
conflicto en la concepción de la unidad? La composición de una fuerza, potencia
o hegemonía, ¿sólo es concebible bajo las formas del “encuadramiento”, la “unidad de concepción y
acción”, o sólidos y crecientes bloques
de “consenso”, en tanto, summa de lo igual a sí mismo? Se trataría de una
voluntad nacional-popular que a través de su Estado no busque eliminar sus
tensiones bajo el argumento de la armonía que brindaría una supuesta unidad
“superior”, sino que por el contrario,
haga de éstas una virtud y la condición misma de su fortaleza.
Ilutración: Julián Pesce
Por Matías Rodeiro*
(para La Tecl @
Eñe)
“No merece el calificativo de pensador de la política ni aquel que la
considera exclusivamente como un subsistema con funciones limitadas y
predefinidas en la sociedad o el sistema social [metáfora ‘sistémica’], ni
tampoco aquel que la concibe únicamente como el momento de crisis del edificio
social y de su pacto constitutivo [metáfora ‘rupturista’]. Sólo de quien osa
emprender la ardua travesía del laberinto que ambas metáforas dibujan en el
dominio huidizo o irrepresentable de lo social, cabe pensar que efectivamente
piensa la política” (Emilio De Ípola, Metáforas de la Política ).
I.
Partimos desde cierto consenso –y
compartida celebración- acerca del retorno del conflicto como una dimensión esencial de lo político,
del análisis sobre lo político y de la vida misma; así como, de la crítica a
las teorías que como las de la “acción comunicativa” y demás teorías
consensualistas hicieron sistema con la implantación del neoliberalismo desde
finales de los años ’70.
La decisión de la parcial
recuperación soberana de YPF, por caso,
supone una voluntad estatal respaldada por una fuerza popular capaz de
afrontar embates de las corporaciones mediáticas difusoras del sentido común neoliberal
–y sus varios voceros locales (sean comunicadores, políticos, “cientistas
políticos” de la UBA , taxistas o conductores de programas de TV)-,
así como, litigios con una gigantesca empresa multinacional petrolera respalda
por el decadente gobierno español, sanciones de ímprobos organismo
internacionales, etc. En suma, no hay posibilidad de transformación social
relevante sin acciones que supongan el conflicto (de intereses).
Sobre la formación de esa
voluntad nacional-popular y su afirmación frente a los referidos y poderosos
intereses, decíamos, que estamos de acuerdo. Y que al mismo tiempo la
celebramos, en tanto, no es una resultante menor del proceso histórico puesto
en marcha desde 2001-2003. Nada menor, ya que, en ella yace una de las claves
de lo hasta aquí conquistado tanto como de lo
porvenir.
Sobre la necesidad de
preservación y acrecentamiento (perseverar y acrecentarse en el ser) de esa
voluntad nacional-popular para hacer frente a los múltiples frentes
neoliberales (externos, internos y subjetivos o del “sentido común”) desde el rechazo al ALCA hasta la acalorada
discusión de una sobremesa –que puede llegar a desvirtuar el sabor de un jugoso
asado-; es decir, hasta en la microfísica del conflicto, coincidimos en que es
necesario desafiar la supuesta armonía aritmético-geométrica del orden
neoliberal y disputarlo en todo rincón en el que se pliegue, se repliegue y se
despliegue. Debates y combates, batallas políticas y / o culturales por la
hegemonía, se suele decir.
Sobre eso, insistimos, estamos de
acuerdo, ese lugar, esa trinchera es los que nos debería unir y organizar en un núcleo moral-intelectual
¿una comunidad? a partir del cual sea posible expandirnos en una potencia
emancipadora, que inclusive, en su ideal se planteé trascender el límite de la
“contradicción principal” del capitalismo.
Pero, si sobre la cuestión de ese consenso es sobre lo que acordamos,
y de aquí en más ya no haríamos más que abundar; la cuestión o una cuestión que
pareciera desafiarnos y merece, al menos, el intento de ser pensada, abordada o
habitada, es la del conflicto al interior de ese nuevo consenso.
La formación de una determinada
voluntad nacional-popular en su lógica (y en su historia) requieren
(requirieron y requerirán) de lo agonal, de una clara línea demarcatoria que lo
diferencie de su enemigo (su otro o
rival político); para la situación que nos concierne y en la que nos
posicionamos, su limitación y enfrentamiento respecto de las fuerzas del
neoliberalismo. Esa traza divisoria o contradicción fundamental es una de sus
condiciones de posibilidad, al tiempo que es la condición misma de la
composición de su fuerza o potencia:
la unificación –la unidad que hace la fuerza-. Por demás, para clásicas definiciones, en ese distingo
radical que subraya el conflicto entre dos posiciones, radica la entidad misma de lo político.
¿Ahora bien, bajo una definición
tal de lo político no quedaría excluida de la misma el conflicto? Una concepción de la formación
de la voluntad nacional-popular, de la hegemonía basada en la unidad, ¿no
expurgaría de su seno la posibilidad de contemplar el conflicto, es decir, lo
político? Y también, por supuesto, más allá de las definiciones ¿es posible
incorporar la dimensión del conflicto al interior de esa unidad? Y más realista aún ¿cómo hacerlo?
Dentro de dicha concepción
“unitaria” qué significaría, por ejemplo, una huelga de gran intensidad e
impacto en la sociedad, a su vez, declarada por un gremio constitutivo de la
voluntad nacional-popular hacia el interior de un gobierno representante o
resultante de dicha voluntad que además a través del aparato estatal es impulsor y garante de enormes conquistas para
la vida de los trabajadores de dicho gremio. En tanto mella la unidad de dicha
voluntad, sería un fenómeno ¿no político?, ¿anti-político?, ¿un mero acto de
sedición?, ¿una traición?, ¿un acto que
promueve la des-unión?
Y mencionábamos la lógica tanto
como la historicidad de los procesos de formación de las voluntades
nacional-populares, porque se nos vino al recuerdo la nacionalización de los
ferrocarriles en 1948, la
Constitución de 1949 (que garantizaba las nacionalizaciones
de los recursos y servicios estratégicos a favor de los trabajadores) y la huelga ferroviaria de 1951 (cuyo derecho
no estaba avalado por aquella Constitución).
II.
Entonces, ¿será posible concebir
una unidad política a partir del conflicto? o, quizás, para ser más realistas,
¿será posible incorporar la dimensión del conflicto en la concepción de la
unidad? ¿Será, incluso, necesario hacerlo? La composición de una fuerza, potencia o hegemonía, ¿sólo es
concebible bajo las formas del
“encuadramiento”, la “unidad de concepción y acción”, o sólidos y crecientes bloques de “consenso”,
en tanto, summa de lo igual a sí mismo?
Trasladando el problema hacia
nuestra realidad y actualidad, y a propósito de la unidad y la potencia de la voluntad
nacional-popular, pensamos que si bien es cierto que “lo conseguido” hasta
aquí, es suelo de una realidad esperanzadora, conquistada frente a fuerzas reaccionarias de una
imponente dimensión, además en una coyuntura mundial de agudo riesgo e
inestabilidad político-económica. Coyuntura (¿o estructura?) que ahora debe
sumar a sus coordenadas el consumado golpe destituyente a la presidencia de
Lugo en el Paraguay –que nos recuerda el
que hace poco se llevara a cabo en Honduras- o el motín policial que pone en
vilo al gobierno boliviano –y que recuerda el motín que no hace poco se
realizara en Ecuador-. Decíamos que, no obstante dichas amenazantes
condiciones, creemos que un “movimiento de cierre” hacia el interior de la
“unidad” de la voluntad nacional-popular, antes que fortalecerla, pudiera
hacerla más débil.
Atravesamos
en estos días un angustiante momento de la política argentina, en la que ¿por
primera vez? un aliado estratégico del movimiento nacional-popular planeta una
línea de disenso o ¿ruptura? al interior de la unidad. ¿Qué hacer? Si se tensa
o ¿se cruza? la línea, ¿se pasa al territorio enemigo? Cierto es que las
groseras escenas mediáticas (que incluyen declaraciones y gestos de sus protagonistas)
parecerían subrayar (y desear) esa posición.
Ahora bien, aunque resulte harto
dificultoso sopesar la exacta relación entre esas declaraciones y las acciones
futuras de sus supuestos representados, léase entre las declaraciones del
conductor de la CGT
y las acciones del conjunto de los trabajadores agremiados y representados por
dicha Central. Si imagináramos un futuro de ruptura, nos preguntamos ¿es
posible pensar al movimiento nacional-popular sin la potencia del movimiento obrero organizado (aun del mayoritario y
realmente existente)? ¿Supone el gobierno más productivo y menos conflictivo un
diálogo con los trabajadores que
prescinda de la mediación gremial? Y ¿acaso el movimiento obrero organizado
(mayoritario y realmente existente) supone que podrá acrecentar su potencia fuera del movimiento
nacional-popular que hoy encabeza el Estado nacional?
Nos encontramos ante una
situación en la que la dinámica política y social, sobre todo, en lo que atañe
a la dinámica salarial e
impositiva, se anuda y sofrena su marcha en una trama de
condiciones contradictorias –que suelen ser las que imperan en la realidad- que
inclusive pueden devenir en ciertas paradojas. Es decir, lugares o puntos, por
cierto, incómodos en los que nunca nada se queda tranquilo ni se reconcilia
consigo mismo, pero que también pueden ser reveladores
En ese sentido, para pensar en el
devenir de la voluntad nacional-popular todavía nos interesa el futuro del
movimiento obrero organizado (cuyo debate pareciera haber, al fin, advenido) y, por ende, nos
interesa conservar la tensión planteada por la figura de Moyano, quizás no la
de Hugo, sino más bien de la de uno de sus hijos, Facundo, quien junto al
sociólogo Gabriel Merino, en mayo de este año publicitó un documento (“El
sujeto histórico de la transformación lo constituye la unidad estratégica de
los trabajadores”) que merece atención tanto por sus planteos como por su
lenguaje (superador de las obscenas injurias mediáticas) que pone al idioma sindical en una voluntad
de franco debate tanto con la conducción estatal como con el conjunto de la voluntad nacional-popular.
Asimismo,
el referente de la
Juventud Sindical de la CGT y diputado por el frente partidario que
expresó a la mayoría del pueblo argentino en la última contienda electoral,
ante al reciente paro del gremio de los camioneros y anuncio del primer paro
general de la CGT ,
expresó: “como diputado nacional y teniendo una responsabilidad institucional
en el Frente para la Victoria
estoy preocupado y me siento atrapado entre esas dos lealtades…”.
Suponiendo
la buena fe, nos interesa esa preocupación y ese desgarramiento entre dos
lealtades, situación clásica de lo trágico y esto a su vez de lo político (como
alguna vez leyéramos en un libro sobre Hamlet y lo político); quizás allí, en
ese punto trágico-político, yazca una nueva clave de la preservación y el
acrecentamiento de la voluntad nacional-popular.
Y si bien el conflicto planteado
entre la CGT y la
conducción del gobierno nacional tiene sus bemoles, sus particularidades, sus
nombres propios y cifras que hay que considerar y revisar; nos interesa el
desafío de la intensidad cruda de dicho conflicto como hipótesis futura y
potencial de otros conflictos venideros que con toda legitimidad se puedan
plantear al interior de la unidad de la voluntad nacional-popular (sean estos
de índole gremial-salarial, o bien que los trasciendan implicando a la
estructura impositiva, al régimen de coparticipación federal, a la modalidad de extracción de los recursos
naturales, al sistema de transporte, a la extensión de los derechos de las
llamadas “minorías”, a debates sobre políticas culturales y científicas, hasta al régimen jubilatorio y epistemológico
de la UBA ; o de
cualquier demanda que suponga un “exceso” para la supuesta linealidad y
racionalidad del “modelo”).
De alguna manera habría que
forzar nuestra imaginación política hacia la creación de nuevas formas de la
“unidad y la organización”; esto es,
pensar y articular la relación entre el conflicto y el consenso, entre lo uno y lo múltiple; siempre, claro
está, en pos de ensanchar y fortalecer nuestros horizonte de emancipación.
Bielsa, siempre atento a
fenómenos y conocimientos que provienen de cualquier ángulo, para pensar la
fortaleza de una estructura, recogió una figura de la física aplicada a la
ingeniería, la de la “resilencia”. Propiedad, decía, superior a la rigidez o la
dureza, en tanto, su cualidad estaría dada por la capacidad de recuperar la
forma de la estructura luego de que ésta fuera sacudida por un cimbronazo extremo
(en su caso podríamos aludir a la
expulsión de un jugador clave, un gol en contra, una derrota, etc.). Maquiavelo
(aquel estratega que pensó en los medios de conquista, ejercicio y
acrecentamiento de la potencia
política) ponderaba al conflicto -antes que a la armonía- y pensaba a la
“des-unión” como virtud de una República (popular). “Des-unión” no como
sinónimo de división sino como una forma de reconocerla, afrontarla e
instituirla; transformando así al conflicto entre grupos o sectores en una multiplicidad
de sujetos políticos reconocidos por la misma República, y en el fundamento
mismo de la composición del poder de esa comunidad republicana. Algo no muy distinto
habita la concepción de “hegemonía” elaborada por ese atento lector de Maquiavelo
que fue Gramsci, quien no sólo pensaba la “unidad” como un grado creciente del
consenso, sino que consideraba que el verdadero arte de la construcción de
dicha unidad suponía articular en su seno la mayor cantidad de intereses
contrapuestos (o conflictos).
Por
último, y sin que sea ese (del todo) nuestro caso, en Bolivia se intenta
plasmar una nueva idea de unidad soberana a través de lo múltiple, de lo plural
(“pluriétnico y plurinacional” reza su nueva Constitución, aunque lo múltiple
también refiera a la relación entre Estado y movimientos sociales o Estados y
sindicatos, etc.); y como modo de articulación de esas múltiples fuerzas en
tensión, su vicepresidente, Álvaro García Linera, convoca la (por cierto nada
nueva y dialéctica) idea de las “contradicciones creativas”. Idea, figura (o
etapa del proceso político boliviano) que, a su entender, estaría “marcada por la presencia de contradicciones
al interior del bloque nacional-popular, es decir, por tensiones entre los
propios sectores que protagonizan el Proceso de Cambio, que se darán en torno a
cómo llevarlo adelante”.
Se trataría de una voluntad
nacional-popular que a través de su Estado no busque eliminar sus tensiones bajo
el argumento de la armonía que brindaría una supuesta unidad “superior”, sino que por el contrario, haga de éstas una
virtud y la condición misma de su fortaleza. Imaginar y plasmar, entonces, los
fundamentos para una comunidad pero des-organizada. Esto, como sabemos, es muy
fácil decirlo, no obstante lo cual, preferimos hacerlo.
*Sociólo. Editor de la revista El Ojo Mocho.
Ilustración final: Mauricio Nizzero
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