La idea del consenso político
es una propuesta que intenta embellecer el discurso vacío de quienes plantean
una sociedad ideal sin confrontaciones entre intereses de clase contrapuestos.
La confrontación es inherente al entramado social y ésta se acentúa cuando
irrumpen gobiernos que con diferente profundidad tienden a cambiar el “orden
establecido”.
Por Hugo Presman*
(para La Tecl@ Eñe)
La idea del consenso político es
una propuesta para adornar discursos vacíos y embellecer al que lo propone,
para convertirlo en un adalid de una sociedad ideal en la que no existen
intereses económicos contrapuestos, clases sociales, poder económico, medios
que responden al establishment, monopolios, oligopolios, prejuicios raciales y
religiosos, educación que acentúa las diferencias (sólo como una mera
enunciación precaria de las profundas diferencias en el seno de las sociedades).
La confrontación inherente al entramado social se acentúa cuando irrumpen
gobiernos que con diferente profundidad tienden a cambiar el “orden
establecido”. Si estamos en presencia de una revolución, habrá cambios que
den vuelta como a una media lo existente hasta ese momento. Si somos
contemporáneos de gobiernos populares, los mismos intentarán un desarrollo de
las fuerzas productivas que fortalezca a una burguesía nacional intelectual y
económicamente dependiente, distribuya parte de la riqueza nacional hacia
abajo, controle y discipline al mercado y de lugar y participación a los
sectores más rezagados de la sociedad. Los que pregonan el falso
republicanismo, una democracia a la medida de sus intereses, se crispan, se
enfurecen y esa crispación y enfurecimiento se lo atribuyen a los que intentan
mejorar la distribución y afianzar la soberanía del país. Se produce una
transferencia en el lenguaje psicológico.
Los que proclaman la necesidad
del diálogo se atrincheran en posiciones crecientemente violentas. Y los que
intentan mejorar y hacer más equitativo el sistema económico y social,
respaldado por las mayorías, son acusados de polarizar a la sociedad.
Arturo Jauretche lo expresaba, hace más de cinco décadas, con la profundidad
que lo caracterizaba: “Los
pueblos no odian, odian las minorías. Porque conquistar derechos provoca
alegría, mientras perder privilegios provoca rencor”
CONSENSO
Y CONFRONTACIÓN EN EL SIGLO XIX
El siglo XIX fue en América
Latina el del fracaso en la consolidación de una gran nación latinoamericana y
la derrota concluyó con el exilio o el asesinato de quienes lo propulsaron.
Como bien escribió Jorge Abelardo Ramos “Somos un país porque no pudimos
integrar una nación y fuimos argentinos porque fracasamos en ser americanos.
Aquí se encierra nuestro drama y la clave de la revolución que vendrá……no somos
subdesarrollados porque estamos divididos, sino que estamos divididos porque
somos subdesarrollados.”
En lo que hoy es nuestro país,
con algunas importantes pérdidas territoriales, se libró una guerra civil a lo
largo de seis décadas para determinar el destino de la renta nacional que
pasaba en buena medida por la aduana del puerto de Buenos Aires. Los
comerciantes de Buenos Aires representados en distintas épocas por Rivadavia y
Mitre, y los hacendados de la Provincia de Buenos Aires, expresados por
Rosas, tendrían puntos en común: el disfrute de la renta y su no
distribución con las provincias del norte, y conflictos colaterales con las
provincias de la pampa húmeda como Santa Fe, Entre Ríos y
Corrientes, por sus producciones similares.
Mientras que Rivadavia y Mitre
intentaban arrasar el interior para poder implantar el modelo en el cual
Argentina era el granero e Inglaterra el proveedor industrial, Rosas con un
nacionalismo defensivo las protegía con la Ley de Aduanas de 1835 pero se
quedaba con la renta del puerto.
La guerra se decidió en la batalla
de Pavón, donde Urquiza abandonó el campo de batalla y le dejó el territorio
libre a Mitre. A partir de ahí se consumó una cacería de los caudillos
provinciales como Vicente Peñaloza “el Chacho” y Felipe Varela. Y para cumplir
los designios británicos en alianza con los comerciantes del Puerto de
Montevideo y la nobleza portuguesa asentada en el Brasil, se perpetró el
genocidio del país más desarrollado de entonces que era el Paraguay, que había
implementado férreas políticas proteccionistas a contramano de las que se
imponían en lo que hoy es nuestro país. Triunfaba así lo que en la historia
oficial era la civilización. En términos actuales, el relato minimizaba la
brutalidad de los ganadores y potenciaba la de los vencidos. Los primeros eran
la civilización y los derrotados la barbarie. El discurso había concretado una
trasposición invirtiendo los destinatarios y denominando “barbarie” a lo más
cercano a un futuro integrador y desarrollado; y “civilización” a un enclave
británico. Con esa historia nos educamos millones de argentinos, que
ignorábamos una profunda frase del escritor británico George Orwell:
“Quien controla el pasado, controla el futuro; quien controla el presente
controla el pasado.”
CONSENSO
Y CONFRONTACIÓN EN EL SIGLO XX
La clase media nacería como el
fruto no deseado del modelo de economía primaria exportadora, pero
indispensable para la prestación de servicios de la colonia, integrada
fundamentalmente con la inmigración promovida y cuya expresión política fue el
yrigoyenismo. Para llegar a elecciones con voto universal limitado (sólo para
hombres) y secreto, el caudillo de Balvanera recurrió desde la abstención
electoral a los levantamientos armados. Cuando el régimen de los que se
asumirían posteriormente como “republicanos” y predicadores del consenso, no
pudieron contener la ebullición social y descomprimieron la situación
mediante el dictado de la Ley Sanz Peña que permitió en elecciones por primera
vez limpias, que un movimiento popular en el siglo XX accediera a la Casa
Rosada.
El otro fruto no deseado del
modelo triunfante en las guerras civiles del siglo XIX, fue la nueva
clase trabajadora, nacida al calor de las medidas proteccionistas adoptadas
ante las crisis, tales como la financiera de 1929, o la derivada de la
guerra mundial. Estaba constituida por los descendientes de los derrotados del
siglo XIX.
Cuando despliegan su accionar los
gobiernos populares, las actitudes destituyentes pueden llegar al absurdo
de acusar a Yrigoyen de dictador y senil. Así el poder económico generó
el consenso para su derrocamiento desplegando una acción golpista a través de
los medios de entonces, desde Crítica a La Nación. Sectores de clase media y de
la pequeña burguesía universitaria dieron la imagen y el calor de “apoyo
popular” a la irrupción de los cadetes del Colegio Militar que consumaron el
golpe el 6 de septiembre de 1930.
Cuando gobernó el primer
peronismo, la profundidad de las reformas polarizó a la sociedad. Los
perjudicados económicos se acordaron entonces del republicanismo, de la
división de poderes, alertaron sobre la libertad de expresión en peligro o su
desaparición, mientras llamaban al consenso denostando la confrontación.
Cuando todo ello resultó insuficiente, bombardearon Plaza de Mayo y cuando
asumieron el poder para restablecer la “democracia conculcada”, proscribieron a
las mayorías populares, fusilaron clandestinamente e impidieron pronunciar la
palabra Perón. Se olvidaron del caballito de la confrontación e impusieron el
consenso de las minorías.
CONSENSO
Y CONFRONTACIÓN EN EL SIGLO XXI
Todo lo comentado anteriormente
se ha reproducido con el kirchnerismo, ya en el siglo XXI.
Situación que se potenció con la
presidencia de Cristina Fernández, a la cual se la insulta con adjetivos que en
su momento padeció Evita.
Ante las importantes medidas
adoptadas, se le ha imputado la polarización de la sociedad, la ausencia del
necesario consenso para decidirlas, su espíritu confrontativo.
Resulta ridículo suponer que se
puede consensuar con Clarín la ley de medios audiovisuales, con los bancos la
estatización de las AFJP, con Bush el rechazo del ALCA, con Repsol la
estatización del 51% de las acciones de YPF, con el poder financiero la reforma
de la carta orgánica del Banco Central, a mero título enunciativo.
Los “republicanos” que escriben
en el diario La Nación cuyas hojas se han impreso con sangre de argentinos en
lugar de tinta, sus colaboradores estrellas con un lejano pasado
progresista, los editorialistas de la “Tribuna de Doctrina”, la
iglesia, el peronismo residual con contenido menemista, el sector del
radicalismo en transición hacia el PRO, los partidos políticos que
expresan a distintas corporaciones, los editorialistas de Clarín, los
columnistas de Perfil, los macristas que ni siquiera coinciden en una causa nacional
como Malvinas o son aliados del vicepresidente paraguayo (que sucede al
presidente Lugo, derrocado en un vergonzoso golpe de estado), declaman un
consenso y una unidad que detestan cuando enfrente están los sectores populares
y un gobierno que los representa, más allá de sus limitaciones y
contradicciones.
“Los civilizadores” siempre
tuvieron poder pero carecieron de los votos necesarios en nuestro país para
llegar al gobierno en elecciones sin fraudes. Por eso durante muchas décadas
recurrieron al brazo armado constituido por los militares. Hoy ese recurso está
invalidado porque ha sido socialmente rechazado en función de lamentables
experiencias históricas. Pero se usan otros recursos y métodos para iguales
fines. Los medios gráficos, televisivos, radiales y las modernas redes
sociales, los sustituyen con eficacia esmerilando a los gobiernos
populares a los que acusan de confrontación, corrupción, violación de la
constitución, etc,etc. Hablan que los gobiernos elegidos, generalmente por
importantes guarismos, son democráticos en el origen pero que desnaturalizan
tal situación en el ejercicio de su mandato. Con esos argumentos desplazaron
brutalmente a Zelaya en Honduras y con una trampa institucional a Lugo en
Paraguay. Por eso el uso actual de la palabra confrontación tiene una carga
explosiva de bomba con retardo. Y consenso es la promesa a futuro de los que
nunca la han practicado sino como un acuerdo de las minorías de excluir a las
mayorías.
CONSENSO
Y CONFRONTACIÓN
El consenso sería posible si
parte de la oposición política a los gobiernos populares se ubicaran del mismo
lado y desde ahí expresaran sus críticas y sus propuestas. Si no menearan la
confrontación que critican como mero subterfugio para defender el statu quo. Si
el odio que transmiten no los delatara. Si no pusieran al descubierto muchas
veces su vocación de súbditos de los poderes extranjeros y sus representantes
locales. Si cuando son gobierno aplicaran lo que sólo recuerdan cuando hay olor
a pueblo en Balcarce 50. Todo intento de transformación lleva implícito la
confrontación. Incluye, obviamente, situaciones tensas, batallas verbales,
rispideces extremas, manifestaciones y otros métodos de lucha, tanto de los que
intentan avanzar como de aquellos que defienden con todo su arsenal de recursos
sus situaciones privilegiadas.
Si se omiten estas cosas
elementales de las sociedades de clases, es porque se es ingenuo o se está
mintiendo. Para lo cual la falsificación de la historia es una política de la
historia. Y el ocultamiento de ciertas evidencias de la realidad, una argucia
para manipular el presente.
* Periodista
Ilustración final: Sassano
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