Las grandes corporaciones económicas, financieras, agrarias,
mediáticas, tienen sus voceros que continuamente aluden a la muletilla del
consenso y acusan al kirchnerismo de haber implantando en el país un régimen
dictatorial o por lo menos autoritario. ¿Qué entienden los voceros de dichas
corporaciones por “consenso”? Que sus intereses no sean tocados. Por lo menos
desde que Hegel nos ilustró sobre la dialéctica del señor y el siervo sabemos
que dicha contradicción no se resuelve por consenso. El consenso debe buscarse
entre los sectores sociales que intentan liberarse de la dominación.
Por Rubén Dri*
(para La Tecl@ Eñe)
En la pueblada del 19-20 de
diciembre de 2001 los sectores populares ocuparon el espacio público y
decretaron el fin de una época, el
quiebre del proyecto de dominación en su fase más mortífera que se conoce como
neoliberalismo. El ¡que se vayan todos, que no quede ni uno solo! que atronó
los aires durante días y días, expresaba
un rechazo visceral, que salía de las
entrañas en una pasión desbordante, no desprovista de racionalidad. Fue una
conjunción superadora de pasión y razón.
La
pasión mueve a los sujetos, hace caminar la historia. Ninguna obra grande se ha
hecho nunca sin pasión, ya sea en literatura, música, ciencia, filosofía,
religión, arte o política. Pero no se trata de la pasión sola ni de la pasión
como orientadora del movimiento, sino de la pasión orientada por la razón que
no necesariamente es la razón académicamente desarrollada.
Hegel
afirma que hay un instinto de la razón. Cuando se llega a establecer una ley
mediante la inducción a partir de casos particulares, en realidad lo que se ha
hecho es seguir el instinto de la razón que no necesita dichos casos, los
cuales no constituyen otra cosa que la aplicación de una ley que
instintivamente se conoce de antemano. En la pueblada en cuestión, de tal
manera la pasión que agitó a los sectores populares se encontraba orientada por
la razón, que toda la violencia se dirigió hacia los verdaderos enemigos, no
hacia los compañeros.
La
pueblada ponía al descubierto la contradicción entre dos proyectos de país. Uno
hasta ese momento hegemónico que pugnaba por permanecer e incluso profundizarse
a costa de los sectores populares, provocando superconcentración de riqueza y
poder por una parte, y desocupación,
hambre y miseria, por otra. El otro, no formulado, latente, en busca de quien
fuese capaz de articularlo y ponerlo en movimiento. En suma un proyecto
dominante que se proponía continuar y otro, que todavía no lograba formularse
positivamente. Se producía, de esa manera, la primera negación.
Faltaba
la segunda negación, la negación de la negación, o sea, la puesta en marcha del
proyecto contrapuesto. Es lo que comienza a realizarse en el 2003 cuando Néstor
Kirchner asume la presidencia. No se produce simplemente un cambio de nombre en
la Casa Rosada sino que se pone en marcha un proyecto alternativo al que había llevado
al país al desastre.
No
se trata de cualquier proyecto sino de un proyecto político en el sentido
profundo y denso de lo que ello significa, o sea un cambio radical en lo
político, en lo económico, en lo cultural, en las relaciones exteriores. Ello
significa nada más y nada menos que un enfrentamiento con las corporaciones
económicas, financieras, agrarias, mediáticas y eclesiásticas.
Normalmente
las elecciones que se dicen “democráticas” y “republicanas” no consisten en
otra cosa que en designar a quienes van a ocupar los cargos públicos mediante
los cuales se va a continuar el sistema económico, social, político sin cambios
de fondo. Los dueños de la economía, de las finanzas, de los medios de
comunicación, seguirán siendo los mismos.
Así
suele suceder en la alternancia de los partidos en sociedades avanzadas. ¿Qué
significado tiene el cambio de partido en el gobierno en los Estados Unidos? ¿El
partido que accede al gobierno tiene realmente un proyecto alternativo que
signifique cambios en profundidad? Al ascender Obama a la presidencia con
promesas notables como la de desactivar Guantánamo recibió el premio del Nobel
de la paz. ¿Cambió acaso la política de Bush que, con mentiras manifiestas,
llevó el exterminio a Irak y Afganistán?
Otro
tanto suele pasar en las elecciones que tienen lugar en Inglaterra, en Francia,
en Alemania. Sólo ahora, en el momento de la máxima crisis de la Eurozona
ciertas elecciones como la de Francia, donde triunfó una cierta izquierda que
significa un freno a la orgía ajustista liderada por la Alemania de Merkel.
Las
grandes corporaciones económicas, financieras, agrarias, mediáticas,
conglomerados monopólicos como el grupo Clarín, tienen sus voceros que baten
continuamente el parche del consenso y acusan al kirchnerismo de haber
implantando en el país un régimen dictatorial o por lo menos autoritario, que
además tiene la osadía de pretender perpetuarse en el poder. De esa manera,
sostienen es el régimen instalado en Venezuela por el chavismo.
Ahora
bien, es cierto que hay ciertas semejanzas entre el gobierno de Hugo Chávez, el
de Rafael Correa, el de Evo Morales y el Néstor-Cristina Kirchner. Lo común que
tienen estos distintos gobiernos es el de salir definitivamente del neoliberalismo
que ha destruido a sus países y caminar hacia una sociedad libre del cepo
imperialista, con crecimiento e inclusión social. Tienen en común también la
falta de definiciones sobre la nueva sociedad o la nueva etapa de la sociedad.
Sólo Chávez habla de “socialismo” al que le agrega “del siglo XXI”, para
indicar que no se trata de ninguna repetición de los socialismos históricos.
Esta
falta de definición no la pensamos como un defecto sino todo lo contrario, como
un aprendizaje que nos van dejando proyectos históricos que han mostrado
virtudes y defectos. Es el caminar de los movimientos políticos liderados por
los gobernantes citados el que va señalando qué es lo que no hay que repetir y
qué es lo que hay que intentar.
Los
elementos teóricos y prácticos que se tienen son suficientes para afirmar que
se trata de procesos de cambios profundos hacia una mayor igualdad, una mayor
libertad, que sólo se puede conseguir en la medida en que se rompan los
límites-cepos de las respectivas patrias chicas y se avance hacia la
construcción de la Patria Grande Latinoamericana.
Está
claro que estas transformaciones no se pueden realizar sin una confrontación
con las corporaciones citadas, porque son precisamente sus intereses los que
son afectados. En Argentina cuando dichas corporaciones veían que de alguna
manera sus intereses eran afectados recurrían sin ningún escrúpulo al golpe
militar. Por supuesto que siempre se hizo para “salvar la democracia” que el
gobierno autoritario, dictatorial de turno no respetaba.
¿Qué
entienden los voceros de dichas corporaciones por “consenso”? Que sus intereses
no sean tocados. Por lo menos desde que Hegel nos ilustró sobre la dialéctica
del señor y el siervo sabemos que dicha contradicción no se resuelve por
consenso. Lo que el siervo hace contra sí mismo debe hacerlo contra el señor,
es decir, el autocastigo debe invertirse en castigo al señor. En otras
palabras, debe confrontar. El consenso, que por otra parte se logra mediante el
debate-articulación de visiones, debe buscarse entre los sectores sociales que
buscan liberarse de la dominación.
El
Jesús de Nazaret presentado por el evangelista Mateo lo tenía claro.
Efectivamente, hablando para los sectores dominados, en su mayoría campesinos,
en el denominado “sermón de la montaña”, les recomendaba “presentar la otra
mejilla” en el caso de la agresión, hermosa metáfora que significa desterrar la
violencia, la confrontación, entre compañeros. Es el ámbito del consenso.
Pero
cuando sus palabras se dirigían a los dominadores, escribas y fariseos, no
hablaba de presentar la otra mejilla sino que iba directo a la confrontación,
tildándolos de “sepulcros blanqueados”, llenos de podredumbre, “hijos de
víboras”. El Reino de Dios donde se daría la otra mejilla sólo podía llegar
previa confrontación con los sectores sociales que con todas sus fuerzas se
oponían.
Cuando
lo que se debate no consiste simplemente en quién será el representante de un
sistema en el que no se presentarán cambios sustanciales, sino cambios que
afectan a los dueños del poder, es inevitable que surja la confrontación que,
en un sistema democrático se realiza con medios democráticos que los teóricos
del consenso suelen no aceptar a pesar de proclamarlos.
Un
proceso de transformación profunda que choca con los intereses de los poderosos
grupos dominantes debe contar con los instrumentos idóneos que le ofrece la
democracia, y cuando éstos faltan, debe tener la voluntad política de
conseguirlos por vía democrática. Es el
caso de la reforma de la constitución y de la posibilidad de reelegir a quien
ejerce el liderazgo hasta que las transformaciones alcancen los niveles de
profundidad que haga imposible un retroceso significativo.
En
1853 se plasmó la constitución para un proyecto de país limitado a la pampa
húmeda con el puerto de Buenos Aires, la patria chica. En 1949 se redactó una
constitución que respondía a las grandes transformaciones que había producido
el peronismo. Lamentablemente el golpe oligárquico del 55 la derogó y repuso la
de 1853. En 1994 hubo una reforma que introdujo algunos cambios importantes,
pero que, en el fondo respondía al proyecto político del consenso de
Washington.
Las
profundas transformaciones que ya ha producido el movimiento nacional, popular,
democrático liderado por Cristina Kirchner requieren un instrumento
constitucional idóneo. Desde abajo hacia arriba, como se hizo con la Ley de
Medios Audiovisuales se ha debatir sobre el tema. No se podrán ni deberán
rehuir las confrontaciones, realizadas siempre con una amplia y libre
participación democrática.
*Filósofo y teólogo.
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