05 marzo 2012

Modelos Socioculturales del Poder XVI/Por Enrique Carpintero



Modelos socioculturales del poder XIV
Cuando la muerte se transforma en obscena:
La historia de las mellizas Laguardia

Por Enrique Carpintero*
(para La Tecl@ Eñe)
Ilustración: Eduardo Stupía

En un momento de la vida, morimos sin que nos entierren. Se ha cumplido nuestro destino. El mundo esta lleno de gente muerta, aunque ella lo ignore.
Goethe
Muchas noticias que aparecen en los medios de comunicación muestran el malestar que atraviesa la actualidad de nuestra cultura. Algunas son ejemplos paradigmáticos de una subjetividad construida en el individualismo de una sociedad que ha generado nuevos tabúes. Entre ellos la vejez y la muerte.

La productividad y la belleza como valor de cambio forman parte de una sociedad donde la imagen personal tiene que responder a los cánones que definen la juventud. La muerte se debe ocultar para negar que somos seres finitos. Si bien la búsqueda de la felicidad privada atraviesa de diferentes maneras el conjunto de la sociedad, como veremos a continuación en algunos sectores se manifiesta con mayor evidencia.
Algo de lo que venimos afirmando intuían las mellizas Laguardia.
Lo importante son las expensas comunes
En enero de este año apareció una noticia en el diario: “Dos mujeres murieron en agosto y la descubrieron ayer”. Es necesario que reconstruyamos los hechos tal como fueron apareciendo durante tres días sucesivos.
En un clásico edificio del barrio Recoleta vivían las mellizas Laguardia de 73 años. Una de ellas era soltera y la otra separada sin hijos. Su vida estaba rodeada de gran hermetismo. A pesar de los años que vivían en el edificio, ya que eran las más antiguas, hablaban muy poco con sus vecinos. Apenas saludaban cuando salían todas las mañanas para asistir a la primera misa de la Iglesia Las Esclavas. Solían ir regularmente al supermercado a hacer las compras y pedían que se las llevaran. Los repartidores comentan que el trato era muy formal. Un vecino dice: “Vivían encerradas. Parecía que vivían con miedo. No hablaban con nadie. No sabemos si tenían familiares. Sólo nos saludábamos para desearnos buen día”. Dos comerciantes recuerdan que la vieron en alguna oportunidad pero nunca hablaban con ellas. Las mellizas Laguardia eran muy reservadas. Tan reservadas que desde los primeros días de agosto no salieron más de su departamento. Cinco meses después, una denuncia a la policía permite descubrir que estaban muertas desde esa fecha como consecuencia de sofocación de monóxido de carbono. En el departamento todo estaba en orden. Las ventanas cerradas y una de ellas llevaba puesto un pullover. Lo que llamó la atención es que los cadáveres estaban momificados.
A esta altura del relato la pregunta que se impone es ¿Porqué tuvo que pasar este tiempo para que alguien hiciera la denuncia? Y, lo más importante, ¿Cómo toleraban los vecinos el olor de los cuerpos que invadía el edificio?
Un electricista que hace reparaciones en el edificio manifiesta que “hace cuatro meses subí para hacer un arreglo en el piso más arriba y el mal olor ya se sentía en el ascensor. La portera me invitó a bajar para ver si lo sentía en la puerta, pero le dije que ya era suficiente lo que sentía”. Y continua: “la portera quería hacer la denuncia, pero al parecer la administración no quería salir como responsable”. La encargada del edificio que trabaja hace veinte años medio turno dice: “Eran un poco cerradas y no se daban mucho con la gente. A mi no me saludaban”. Sin embargo, a fines de agosto se acerco a la Iglesia para preguntar si habían ido a misa porque hacía tiempo que no las veía. También desde la Iglesia fueron dos veces al edificio a preguntar por ellas. En el momento que descubren los cadáveres el encargado suplente sostuvo que pensó entrar en el departamento con la ayuda de un cerrajero por que “no se aguantaba más el olor”. Y agregó: “que la encargada titular del edificio tocaba el timbre, pero nadie respondía. Con el pasar de los meses se acumulaban sobres y cartas. También me comentaba del mal olor que sentía”.
El tema del olor llevó a que se realizara una reunión de consorcio en el mes de noviembre. Y aquí lo insólito. Los vecinos tomaron una resolución: prefirieron iniciar una acción civil para recuperar el pago atrasado de las expensas que denunciar la desaparición de las mellizas Laguardia. ¡La carta con la demanda se la deslizaron debajo de la puerta del departamento! Ante esta situación el administrador del consorcio comenta con los periodistas: “Eran unas señoras muy grandes y retraídas. Una vez pidieron si podían ir al departamento a cobrarles las expensas y cuando llegaron les pasan la plata por debajo de la puerta…Cuando no pagaron pensamos que algo pasaba porque ellas siempre eran puntuales y en agosto no habían pagado”. Ante la evidencia de que la reunión de consorcio se había realizado tres meses después de la muerte de las mellizas Laguardia se excusa: “Lo que pasa dentro de cada departamento es cuestión de cada uno. Yo sólo soy responsable de los espacios comunes”. Es decir, lo único importante para el consorcio era que paguen las expensas…aunque estén muertas.
Cuando lo obsceno se hace más visible que lo visible
Este relato pone en evidencia crudamente la ruptura del lazo social que sigue predominando en nuestra cultura (La palabra “crueldad” deriva del latín crudus que significa “crudo”, “no digerido”, “indigesto”). En la actualidad el Yo como un momento de elaboración de un nosotros ha trocado en grandes sectores de la población en un yo que se construye en la soledad y el aislamiento. La hegemonía del capitalismo mundializado ha instalado la cultura del individualismo donde las relaciones entre los sujetos quedan reducidas a relaciones entre mercancías. De esta manera los ciudadanos se transforman en consumidores y la sociedad en la economía de mercado donde el ser depende de las mercancías que cada uno puede comprar. Su consecuencia es la ruptura del lazo social ya que los sujetos son intercambiables como mercancías donde el valor de uso se agota en el simple valor de cambio.
En esta perspectiva la ausencia de las mellizas Laguardia en la reunión de consorcio estaba representada por la deuda de sus expensas. Para ello era necesario negar el olor de sus cuerpos que hacía evidente su muerte. ¿De que manera podemos explicar esta circunstancia paradigmática? Una palabra puede acercarnos a entender este exceso: lo obsceno.
Cómo trabajamos en otro texto (Carpintero, Enrique, “La exhibición obscena del secreto”, revista Topía, Nº63, noviembre de 2011) una de las etimologías de la palabra “obsceno” proviene del latín coenun que significa “porquería”, “basura”, “excremento”. También viene de ob (hacia) y scenus (escena) que significa fuera de escena. Es decir, aquello que no puede ser mostrado. Es el telón que mantiene la representación dentro de las convenciones de cada época que se oculta, que debe ser mantenido fuera de la vista.
Ahora bien, ¿Qué debe ocultar lo obsceno? No se trata de una simple cuestión de buen gusto estético, de cortesía, de que es moralmente bueno o malo. Estas cuestiones difieren según las culturas dominantes, entre las distintas comunidades dentro de las mismas culturas y entre los sujetos de esas mismas comunidades. Históricamente la obscenidad estaba ligada a la sexualidad, en especial al cuerpo desnudo, que no es en sí mismo obsceno pero el poder que sostenía la cultura lo volvía algo que debía ser ocultado. En la actualidad -como decimos al inicio- las relaciones humanas se miden como mercancías y sus actividades se anuncian como un buen o mal negocio. De esta manera la sexualidad pasa a ser un objeto de consumo transformándose en una sexualidad evanescente fácil de ser intercambiada en el mercado de las relaciones sociales (Carpintero, Enrique, “La sexualidad evanescente. La perversión es el negativo del erotismo”, revista Topía, Nº 56, setiembre de 2009). Esta situación ha llevado que lo obsceno ya no se encuentre con la desnudez del cuerpo sino con la muerte. Se ha desplazado del sexo al cadáver. Sin embargo, el horror de la muerte no esta ligado tanto al aniquilamiento del ser sino a la putrefacción que entrega las carnes muertas a la fermentación general de la vida (Maier, Corinne, Lo obsceno, Nueva Visión, Buenos Aires, 2005). Es decir, lo obsceno vela algo de lo siniestro (unheimlich) que se relaciona con lo familiar (heimlich) que habita en nuestra subjetividad: la finitud que vivencia el sujeto en los primeros momentos de la vida.
En este sentido lo obsceno que muestra la muerte en su vertiente repugnante ocupa la zona impensable de nuestra desaparición. Lo obsceno describe la presencia de un exceso que exhibe algo monstruoso; es lo que se encuentra en lo abyecto de un cuerpo que se pudre (La palabra “monstruo” proviene del latín monstrum que significa aquello que no se puede ocultar). Es Lacan quien ejemplifica esta situación al comentar la novela de Edgar A. Poe La historia del señor Valdemar. El personaje del relato sigue vivo durante seis meses por medio de la hipnosis. Cuando lo despiertan su cuerpo se descompone rápidamente y se transforma en algo brutal, imposible de ser mirado. Esto es lo que el sujeto necesita ocultar.
Para Boudrillar la obscenidad comienza cuando no hay escena. Cuando todo se hace transparente y visible, cuando todo queda sometido a la cruda luz de la información y los medios de comunicación (Contraseñas, Anagrama, Barcelona, 2002). Esto es lo que les ocurrió a los vecinos de las mellizas Laguardia. Negaron su muerte pero como el señor Valdemar, cuando a la luz de la información salieron de la hipnosis, lo obsceno se hizo más visible que lo visible ante la vuelta de lo reprimido representado por olor de los cadáveres que semana a semana invadía el edificio. Lo intolerable de su presencia llevaba a que se debía transitar por los pasillos como si no existiera. En todo caso no era de incumbencia del consorcio como manifiesta su administrador: “Lo que pasa dentro del departamento es cuestión de cada uno. Yo sólo soy responsable de los espacios comunes”. La insistencia de los encargados del edificio y del electricista, ante la evidencia de la muerte, tienen que ser sistemáticamente negados pues los “espacios comunes” interesan solamente como expensas comunes. En este sentido cuando un periodista le pregunta a un vecino: “¿Cómo es que nadie sintió el olor en el edificio?” su respuesta es contundente: “El problema es que no nos conocemos con nuestros vecinos”. Si el otro no existe tampoco puede existir la muerte: sólo es un valor de cambio. Su resultado es sacar de escena lo que resulta repugnante, tratar de evitarlo. Aunque lo obsceno esta allí para velar lo que se reprime ya que al erradicar la muerte esta aparece por otro lado de una manera más cruda, más brutal.
Dos primas se presentaron para reclamar los cuerpos; la agencia DyN informa que hacía por lo menos dos años que no veían a sus tías. Un mes después fuentes judiciales determinaron que la muerte fue debido a una pérdida del calefón. También se presentaron ante la Justicia para reclamar la herencia una de las primas y el marido de una de las hermanas; la pareja estaba separada desde hace doce años, pero nunca habían hecho el divorcio. La sucesión de los bienes pasó al fuero civil donde se determinará quienes serán los herederos. Quizás, si reciben la herencia se pondrán al día con las expensas que debían las mellizas Laguardia.
* Psicoanalista. Director de la revista y la editorial Topía. Su último libro publicado es: Enrique Carpintero (compilador), La subjetividad asediada. Medicalización para domesticar al sujeto, editorial Topía, 2011.

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