El derecho al cuidado
Por Ana Wortman*
(para La Tecl@ Eñe)
Sociólogos contemporáneos como Bauman, Sassen, Sennet, Beck, Lash y Urry, etc. hacen referencia a la centralidad que ha adquirido la circulación en el mundo contemporáneo. Cada uno de ellos alude a distintas aspectos de este rasgo distintivo: en unos casos tiene que ver con la movilidad social, en otros con la capacidad mayor o menor de circular en un territorio, y en los últimos mencionados, con la circulación de objetos, como rasgo central del capitalismo actual. Si bien esta cualidad se acentúa actualmente hasta constituir un factor de estratificación social, según señala Bauman, tener movilidad, ser móvil, vivir en sociedades móviles sería un rasgo propio de la modernidad en contraposición al vínculo con el territorio que manifestaban los hombres en las sociedades tradicionales en las cuales se asentaban por siglos.
Este rasgo inherente al ser contemporáneo se ha ido acentuando con el desarrollo de las fuerzas productivas, en particular por la tecnología y las facilidades que en la actualidad los hombres tienen para circular. El tren, el automóvil, posteriormente el avión, aluden a un nuevo tipo de sociedad y una nueva cultura, tan emblemática en el cine occidental particularmente americano.
Como consecuencia de guerras, persecusiones y demandas de fuerza de trabajo pero también de la necesidad de acceder a la modernidad, entre el siglo SXIX y el SXX , se han producido numerosos movimientos poblacionales que han incidido y siguen incidiendo en el crecimiento de las ciudades. Se supone que en la ciudad las personas viven en mejores condiciones, están menos expuestas a la Naturaleza y sus catástrofes. Acceden al agua potable, a viviendas que los protegen, a la educación, al trabajo, a la salud, a una diversidad de opciones para disfrutar en el tiempo libre, deportivas como culturales, etc. La búsqueda de una mejor calidad de vida ha producido que muchas ciudades se hayan convertido en megaciudades. En la actualidad más de la mitad de la población mundial vive en ciudades a diferencia de lo que ocurría en siglos anteriores. La rapidez de este crecimiento ha impactado en la movilidad cotidiana de las personas y como consecuencia de ello, las condiciones de los medios de transporte se convierten en instancias fundamentales de la vida urbana. Si embargo las grandes dimensiones de lo urbano son contraproducentes y generan efectos contrarios. Como diría García Canclini, las ciudades se desurbanizan, es decir que las grandes concentraciones de gente, el exceso de autos, la precariedad de las viviendas, el hacinamiento, constituyen nuevos peligros, nuevas formas de inseguridad. También en este proceso de desurbanización incide la llamada cultura del entretenimiento posible a través de las nuevas tecnologías de la comunicación y la información. El lazo social se debilita, provocando soledad, aislamiento etc
De esta manera queremos aproximarnos a comprender y responder a lo siguiente ¿por qué ocurren cada vez más frecuentemente catástrofes urbanas? La tragedia ferroviaria de la Estación Once de Buenos Aires, en horario central, expresa la irracionalidad de una necesidad económica de trasladar diariamente millones de personas hacia el centro de la ciudad. El accidente, previsible, fue siniestro no sólo por los informes que advertían del mal estado de los ferrocarriles, sino también porque el tren en cuestión trasladaba 1500 personas. ¿Tiene sentido pensar en un responsable? Muchos son los factores que confluyeron para que se produzca la tragedia, sobre los cuales no vamos a abundar aquí, vinculados al mal servicio del transporte público, el descuido estatal de las concesiones, la falta e irregular frecuencia de los trenes, lo que incide en que la gente desesperada por llegar a horario, se aglomere en los primeros vagones. A esto se suma las consecuencias de la baja calidad de los materiales que impactaron negativamente en el choque. También nos preguntamos cómo las personas se exponen a la muerte viajando en cualquier lugar del tren –estribos, puertas abiertas - fundamentalmente inseguros.
El sistema ferroviario argentino en su conjunto es una deuda de la democracia, junto con los transportes de corta distancia, como también lo es la educación pública. Si bien nunca llegó a los niveles que tiene en los países desarrollados nuestros trenes acompañaron mejores momentos de la Argentina y constituyó un transporte económico, seguro y no contaminante
Paradojalmente, hace más de un mes se habla del transporte público, ante la necesidad del Estado de dejar de subsidiar una gran cantidad de servicios públicos. Así es como se ha implementado una tarjeta electrónica para facilitar la circulación. Probablemente el modo como se difundió hizo que no generara una inmediata aceptación. Y ante la inminente y confusa advertencia de aumentos de transporte, sus ventajas fueron vividas como amenazas. Mientras esto ocurría y no terminaba de comprenderse, ocurrió lo más terrible.
Así, el tema de los subsidios al transporte público parecería haber quedado en un segundo plano ante lo inesperado de la muerte Nuevamente es la tragedia la que pone en el centro de la esfera pública la necesidad de revisar un aspecto que hace a la tan mentada distribución equitativa de los ingresos como es el derecho al transporte público, a circular en forma segura. Digo nuevamente porque fue también el asesinato de Mariano Ferreyra, trabajador ferroviario, el que puso en escena varias de estas cuestiones, a las que se suman las consecuencias de la flexibilización laboral, la persistencia del trabajo en negro, la tercerización de las contrataciones laborales, la vigencia de la corrupción del aparato sindical, así como también la debilidad del Estado al no tener el control de la violencia pública, las cuales expresan un entramado institucional y legal no del todo democrático.
Cuando se habla de sociedades más o menos democráticas, más o menos igualitarias es frecuente que pensemos en los países nórdicos. Allí lo primero que viene a la mente es la legislación en relación a la familia, el cuidado de los niños y la seguridad, y en segundo lugar, el confort del transporte público. Por eso en Argentina si bien es probable que algunos indicadores se hayan modificado favorablemente en relación a consecuencias positivas de la Asignación universal por hijo, como herramienta para la disminución de la desigualdad, su impacto se desvanece cuando millones de personas deben trasladarse en medios de transporte que inducen al descuido y sitúan a los ciudadanos al límite del riesgo y en este caso de la muerte. Este acontecimiento, en consecuencia, expresa la continuidad de la desigualdad social y la debilidad de los derechos ciudadanos. La desprotección social parece ser una cadena, el Estado no nos cuida, la Policía no nos cuida y nosotros también dejamos de cuidarnos al exponernos a viajar sin seguridad. Es decir que lo público en la Argentina aún pone en escena el proceso de desciudadanización de los años noventa. Viajar seguros va en paralelo con trabajar en blanco, acceder a la seguridad social y tener vacaciones dignas. Estamos hablando nuevamente de los derechos de los trabajadores.
*Ana Wortman es Dra. en Ciencias Sociales y autora del libro Construcción imaginaria de la desigualdad social. Buenos Aires, CLACSO-ASDII, 2007.
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